No escribo desde hace un año en español. Sepan disculpar.

No sé qué es esto pero si les gusta, lo continúo.


La persiana

—¿Hola? ¿Estás ahí, cariño?—Xayah revoleteó su pálida mano en frente de la cara de Rakan, quien estaba mirando fijamente una nota blanca que sacó de su taquillero. Ella se apoyó sobre el frío metal y alzó una ceja. — ¿Qué es eso? ¿No me estás engañando con otra, verdad?—bromeó con un tono de falsa molestia.

Rakan parpadeó y resopló como si sus palabras hubiesen sonado peor que una herejía. Su gran mano aplastó el papel y lo hizo un bollo, tirándolo por detrás de su espalda sin mirar a quién le podría estar dando. Xayah sonrió ligeramente al ver como el pedacito de papel rebotaba en la cabeza de un idiota cargado de libros. Él dirigió su mirada hacia ellos pero cualquier intento de hablar se desvaneció cuando se encontró con su mirada. El muchacho agachó la mirada y se perdió entre los estudiantes con facilidad. Hizo bien.

—Por favor, nena, sabes que eres la única para mí—Rakan respondió, cerrando la pequeña puerta con un poco más de fuerza que la necesaria. Ella entrecerró los ojos, él no había tomado su chaqueta como siempre lo hacía. ¿No la había olvidado en su casa la última noche, después de todo? —Son los idiotas del equipo de básquet. Me acaban de avisar que tengo entrenamiento después de clases—explicó, sonriéndole de una forma coqueta.

Él trató de ignorar la mitad-mentira que acababa de decir. Sí era cierto que tenía que reunirse con su club al último timbre del día.

—¿De verdad? Rayos. A veces pienso que ellos son tus novios o algo así—Xayah bufó, cruzándose de brazos. Rakan sonrió pero dentro la culpa lo estaba empezando a comer. —¿Qué hay de mí? Me prometiste una sesión de besos después de Matemáticas y mis labios aún siguen resecos.

—Eso se puede arreglar fácilmente—susurró, el bullicio de la muchedumbre alrededor desvaneciéndose en un instante.

—Me pregunto cómo planeas hacer eso—ella respondió juguetonamente, levantando ligeramente su cara hacia arriba para encontrarse con Rakan inclinándose.

—Tengo una idea. Podría contártela pero no creo que pueda aguantar más, ¿sabes?—Rakan murmuró lo suficientemente cerca sobre su oído para hacerla morder su labio.

—Solo hazlo de una maldita vez—maldijo, impaciente. Su profunda risa la puso nerviosa.

—Si tanto insistes…

Sus dientes rozaron suavemente contra el lóbulo de Xayah, pero un momento antes de que algo siquiera pudiera hacerse, la campana de cambo de hora chirreó por todo el pasillo, sobresaltándolos. Xayah insultó por lo bajo, buscando algo dentro del bolsillo trasero de su pantalón mientras Rakan volvía sobre sus talones, luciendo casi deprimido.

—¡¿Qué demonios?! ¡Si aún faltan diez minutos para que toque el jodido timbre!—bramó furiosamente, mirando la hora en su teléfono.

Rakan la miró mortificadamente, casi tan molesto como ella pero no más desconcertado. Era la tercera vez en el día en la que no podían besarse.

Con una pequeña jalada y media vuelta, la persiana de tiras se abrió, dejando entrar luz de la tarde temprana a la habitación. Su sombra contrastó con todo en el sucio lugar mientras se sentaba encima del taburete en frente de la ventana, acariciando la persiana para hacer un poco de hueco y ver hacia el otro lado a través de la ventana blanqueada. Sus ojos azules miraron hacia abajo, su objeto de atención estando mucho más debajo de su altura. Ciertamente, este lugar no debería de existir encima del gimnasio, en una de las paredes y localizado en el segundo piso de la escuela. Ella lo había descubierto; era uno de los tantos secretos.

Cuando ella esforzó lo suficiente sus ojos, su brazo derecho agarró una mochila azul y tomó unos binoculares. Ella debía de verlo con lo mejor de lo mejor. Ningún detalle debía de escapársele. Los ruidos provenientes del otro lado eran simplemente tambores que sus oídos no lograban identificar. Lo único que importaba era él y lo que hacía. Como se movía, jugaba, sonreía de esa forma que la hacía sentir volar y la maravillosa manera en la que su remera se pegaba contra su pecho debido al sudor de haber estado entrenando desde hace ya una hora. Ella contó seis perfectos abdominales, incluso desde aquí arriba.

—¡Joder, eso estuvo de puta madre!—un chico al azar del equipo gritó hacia Rakan al verlo encestar perfectamente un tiro en la canasta mientras era rodeado por tres contrincantes. Ella podía concordar con él esta vez, aunque su nombre se le escapaba. Ella solo recordaba caras importantes.

La carcajada llena de diversión y sí, un poco de arrogancia, llenó todo el gimnasio. Ella estaba segura que llegó no solo hasta sus sentidos, sino hasta todos los jugadores, el entrenador, quien estaba a un lado de la cancha finalizando el juego con un pitido de su silbado, y hasta al irritante grupito de retrasadas que chillaron ruidosamente desde los asientos, animando a Rakan. Ella prefería ser más discreta.

—Pues más vale que lo fue, ¡volé en el aire y dejé al tonto de Darius atontado!—Rakan respondió, apareciendo en algún momento al lado del chico que habló. Ella no estaba segura cuándo; a veces se perdía en su todo.

—Cierra la boca. Solo fue suerte—un tipo corpulento apareció detrás de él. Su orgullo estaba más que destruido.

—¡Lo que digas, grandote!

El teléfono vibró dentro de la mochila. Incluso estando en modo vibración, todo su cuerpo se sobresaltó de la impresión. Muy a su pesar, sus binoculares fueron devueltos a su funda y su investigación de las tardes quedó interrumpida.

A regañadientes, ella agarró el teléfono y apretó un lado de la pantalla para tomar la llamada. Aparato acomodado en su oreja, suspiró profundamente.

¿Lux? ¿Dónde estás, hermanita? Te esperé a la salida de tu clase de arte pero no estabas allí. Pensé que sería buena idea irnos caminando a casa—la voz de su hermano farfulló a través. Lux rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír un poco. Él estaba intentando arreglar un poco las cosas entre ellos.

—Acabo de devolver unos libros en la biblioteca—mintió descaradamente y sin problemas, balanceando sus piernas entre los huecos del taburete. —Suena genial. Espérame en la salida de siempre. Estaré allí en un minuto.

Bueno, pero más te vale estar allí. ¡No me hagas esperar!—Garen hizo un intento de amenaza, fallando miserablemente. Contra su hermana, era indefenso. Lux soltó una risita. —Hablo en serio.

—Bien, bien, te prometo que estaré allí. ¡Cambio y fuera!—Lux gritó con una voz falsa de sargenta.

Sin esperar respuesta, su dedo terminó con la llamada. Lux miró por un momento la pantalla, que se apagó segundos después. Ella suspiró tristemente y guardó su teléfono dentro de la mochila. Cerrando el cierre, la colocó sobre su espalda y miró por última vez a través de la ventana. Los jugadores estaban yéndose a los vestuarios y la poca gente que estaba en las gradas había desaparecido. Solo quedaba una sola persona allí. No podía registrar qué estaba pasando, pero pareciese como si estuviese mirando hacia su dirección. Eso era imposible, sin embargo. La ventana se camuflaba con la pared del otro lado. Quizá gritó muy fuerte.

—No has comido lo que te preparé—Lux dijo a la nada, con mirada perdida. —Seguramente tienes problemas con Xayah. Ella no sabe qué hacer contigo—prosiguió, respondiéndose a sí misma.

Mente hecha, Lux se paró sobre sus pies y alcanzó la tira de la persiana. Un giro después, se había cerrado.


If you happen to be an English reader, you must be wtf or maybe not. Thankfully, I know how to write in Spanish.