¡Hola! Somos Ivan y Daira, los autores de esta historia. Yo escribo, él imagina, así es la cosa. Es nuestra primera vez en Fanfiction, así que estamos muy entusiasmados. Esta historia será muuuuy larga, así que les pido paciencia. Se basa en los tiempos antiguos de Naruto, con personajes únicos. Es decir, si buscan a Sasuke, Hinata, Sakura, Kakashi... no están aquí. Pero el echo de que sean únicos y nuevos, esperamos, que sea lo suficiente para despertar el interés en investigar sobre estos y atraparlos con la trama. También tenemos una página en Facebook "Loto&lirio" -como el nombre del Fic- donde los esperamos ansiosos. Allí publicaremos imágenes de los personajes -dibujados por mi, Daira- las fichas de estos, con los datos necesarios y se les informará sobre la fecha de publicación de los siguientes capítulos. Responderemos a cualquier pregunta, sin problemas.
Muchas gracias por leer!
Ivan&Daira
Capitulo 1
Dos caminos
La corteza rugosa de los árboles y el color opacado de los hongos, le daban un aspecto frio y duro al lugar. Ayame inspeccionaba los surcos que poseían aquellos viejos árboles y se perdía en el sinfín de pequeños detalles únicamente apreciados por aquellos que veían a través del Byakugan.
Se situaban en el bosque de Hongos gigantes ubicado donde sería el País de la Hierba, lugar inexistente en ese entonces, ya que corría el tiempo antes de los legendarios Senju Hashirama y Uchiha Madara.
Ella se encontraba sobre una rama lo más alto posible, recostada tranquilamente en el tronco, con una mano acunando su mandíbula, la cual le daba un aspecto aburrido. Miró hacia abajo donde se hallaban sus compañeros, deseando internamente que no la divisaran, ya que no apetecía de participar en el conflicto que se estaba desarrollando hace tiempo. En ese entonces había una gran disputa entre los Hyuuga y los Uchiha, la cual fue generada por el simple hecho de ver que clan era mejor.
-¡Ayame! ¡Bájate del maldito árbol y ponte a hacer algo útil! Nos dividiremos en grupos para cubrir más terreno. Los Uchiha están avanzando. Tú vas sola.
El sobresalto, hizo perder la compostura de la chica, que por un momento creyó que caería a bruces de la rama. Miro a su padre fríamente, quien le había gritado con desprecio, como siempre hacía. Para su desdicha él era cabecilla de la rama principal de los Hyuuga y ella su primogénita: una mujer. El no haber nacido varón había decepcionado enormemente a toda la familia de la rama principal, quienes "aceptaron" con hastío y desgana a la primogénita de Tsubasa Hyuuga.
Ayame dio media vuelta y empezó a marchar hacia la espesura del bosque. Su mente viajaba a la misma velocidad que sus piernas, despotricando internamente contra su padre, su suerte y su injusta vida. No le importaba realmente aquella disputa entre clanes, en esa instancia de su vida solo podía refunfuñar de todo lo que la rodeaba.
Un atisbo de pelo negro, pinchó su burbuja de pensamientos y se detuvo en seco. Era imposible haber visto mal, ella tenía el Byakugan. Escudriñó cada rincón desde su posición con el corazón acelerado y lo volvió a ver; otro movimiento fugaz a su derecha, del cual solo podía divisar unos mechones negros: Un Uchiha.
Apretó sus puños con nerviosismo; nunca tuvo la necesidad de amenazar la vida otra persona, todas sus luchas fueron en juego o práctica y ese era mal momento para olvidar todas sus tácticas. El Uchiha se movía con velocidad, en su dirección. No podía distinguirlo, era demasiado veloz y esto solo aumentó el pánico de la chica.
Bajó la mirada y observó sus manos esperando concentrar chakra en ellas, como le habían enseñado. Al ver que la parálisis por el miedo era tal, que no podía lograrlo, levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con otros aterradores, que le hicieron encoger su corazón.
Unos ojos rojo sangre y tres aspas entorno al iris, helaron la sangre de la chica. En su débil intento por protegerse, movió sus pies con torpeza y trastabilló, cayendo desde una altura impresionante hacia el suelo.
Su mirada no podía apartarse de la del Uchiha, quien inmutable al verla caer, solo movió ligeramente el brazo. Un brillo metálico hizo apartar la mirada del chico y divisarla allí, donde la espada la perseguía. Ahogó una exclamación de sorpresa y se preparó para esquivar el golpe mortal, pero estando en el aire, sus movimientos no eran muy precisos, sumando el hecho de que el piso se encontraba demasiado cerca, la escena se desarrollaba cual pesadilla para la muchacha.
Ayame giró sobre si, en un intento de acercarse a un árbol, pero en su acrobacia la espada solo pudo cortar un lugar además del viento. Su pierna derecha.
El choque contra el suelo y la hendidura que surcaba toda su entrepierna generó un intenso dolor que recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Apretó sus labios y dejó caer algunas lágrimas, sumida en un agonizante silencio. No gritaría, si gritaba sería su fin.
Miró hacia el Uchiha, pero ya no estaba, de seguro confiado en que había asesinado a su presa.
Intentó moverse, pero el dolor era tal que solo puedo soltar unos débiles gemidos. Miró con incertidumbre el bosque silencio, preguntándose qué haría. Estaba atrapada.
El chico de mirada fría y tez como la nieve, avanzaba por el bosque sin crear sonido alguno, secundado por su compañero Takeshi, mucho más grande que él.
Ren se impulsaba con cada rama con tal agilidad, que parecía volar. En su mano aferraba un pergamino donde figuraba la posición del grupo Uchiha del Este del bosque, que debía entregar al grupo comandado por su padre Taisei Uchiha, del oeste del bosque.
Podía sentir los ojos de su compañero perforando su espalda. Ren detestaba su compañía tanto como el grupo de mayores lo detestaban a él. Un simple niño de 13 años, que daba órdenes con total indiferencia, sólo por ser el primogénito del líder del clan.
Takeshi lo seguía en silencio. Era corpulento, con pelo hasta la cintura y un completo testarudo. Ren lo odiaba desde su más profundo ser, no porque le haya hecho algo sino por ser Uchiha. Para él, los Uchiha solo eran unos asesinos que mataban indiscriminadamente, en especial su padre, Taisei. El chico deseaba justicia por la sangre inocente derramada que marcaba a su clan, aún siendo parte de él.
Ren se percató, de repente, que su compañero se alejaba cada vez más, desviándose del camino. El muchacho resopló. ¿Qué tan estúpido crees que soy, Takeshi? pensó el niño de la mirada fría. Dejó que el Uchiha de pelo largo se desvanezca entre los árboles; era solo una carga para él.
Siguió su camino pensando en diferentes castigos que le aplicarían a Takeshi por su desobediencia, cuando, a lo lejos, divisó una explosión y sonidos de forcejeo, que evidenciaban la pelea que se estaba desarrollando por allí. Ren se detuvo y miró con pereza la batalla que se ejercía unos metros más hacia adelante y optó por cambiar de camino.
Se giró hacia la derecha, con la esperanza de no encontrarse con Takeshi, pero, para su desgracia, localizó su uniforme a los quince minutos de seguir en la dirección que había tomado. No se molestaría en volver a cambiar de rumbo por esa insignificancia, por lo cual en unos segundos se encontraba a pocos metros de su compañero. Ren se quedó congelado en una rama, por la escena que se desarrollaba en frente.
Frente a Takeshi, se encontraba una chica de cabello negro violáceo, amarrado en una cola de caballo alta, pero aún así le llegaba hasta la cintura. Algunos mechones se le escapaban y hacían sombra a su ojo derecho, unos ojos blancos, completamente blancos: Una Hyuuga. La niña se encontraba pálida frente la imagen del Uchiha y temblando trastabilló y cayó de golpe. Takeshi no espero un segundo y se alzó en el aire, con la espada en mano, directo a clavársela a la indefensa Hyuuga. Un gran sentimiento se esparció por todo el cuerpo de Ren, un sentimiento que se convirtió en sed y supo nombrarlo… justicia. En un abrir y cerrar de ojos, el niño de la mirada fría, desenvainó su espada y atravesó sin culpa alguna, el corazón de Takeshi. El muchacho de pelo largo, tembló y con suspiro se despidió de su vida. Ren lo miró impávido y lo arrojó hacia un costado con total desinterés, cuando se percató de que la espada de Takeshi ya no estaba en su mano inerte… la había arrojado. Mierda miró hacia el suelo y la encontró a unos metros de la muchacha, quién se encontraba en el suelo con una incipiente herida rojiza en el muslo. Descendió con precaución sin quitarle la mirada. A medida que bajaba hacia el suelo, su sharingan iba desapareciendo, dando lugar a unos ojos negros. Ella se encontraba sentada con los ojos llorosos y la mirada en la herida.
El niño Uchiha, se acercó a la figura frágil de la Hyuuga, quién sorprendida ante su presencia, comenzó a temblar y en sus ojos solo pudo ver terror. Cuando ya estaban a unos pocos centímetros de distancia, la niña simplemente cerró los ojos y pareció serenarse, dejándose a merced de Ren con la cabeza bien en alto. Él la miró extrañado, atravesándola con sus ojos negros. Se dedicó a observar su rostro bronceado, con unos rasgos bastante extravagantes, juzgó a su parecer. Ella tenía unos ojos que aún cerrados, se notaban lo redondos que eran, con unas pestañas largas y negras. Su nariz tenía una punta redondeada y veía como el aire salía con armonía de ella. Siguió bajando la mirada hasta encontrarse con los labios infantiles y sonrosados de la niña. Observó su herida roja y sangrante con detenimiento. Sintió la necesidad de cortar el ambiente y ver qué era lo que esperaba ella, entregándose así.
-Discúlpalo…debía morir.- sonó una voz grave y aterciopelada que cortó el aire. Ayame abrió los ojos alarmada y quedó prendida de una sonrisa malvada. El niño frente a sus ojos, la miraba con intensidad. ¿Debía morir? ¿De quién habla? ¿El que me atacó? ¿Lo mató? ¿Por qué? ¿Por qué sigo viva? Las preguntas corrían por su cabeza a mucha velocidad emanando un nuevo nerviosismo.
-¿Me vas a matar? – preguntó firme, con el rostro inmutable. Sentía más miedo que antes, ya que se había preparado para su muerte prematura, ¡Él era un Uchiha! Que no actuara como tal, la aterraba aún más.
Ren la miró calmado, ya que esperaba esa reacción.
-¿Por qué debería?- sonó su grave voz
A la niña se le desencajó la mandíbula y quedó con la boca abierta un breve instante, por lo desconcertada.
-Eres…Uchiha…y mi clan, emm… creo que es evidente.- Su voz sonó tan infantil, que hizo de sus labios una línea. Sólo había que mirarla a los ojos para saber de su procedencia. Ren, por otra parte, se dedicó a resoplar ligeramente ¿Se dará cuenta que me está queriendo dar motivos para asesinarla?
-Era una pregunta retórica.- La retó con sus ojos negros- ¿Estás bien?
-¿Y por qué no deberías matarme?- Saltó ella, un poco enojada. Aquella escena fulminaba sus nervios, y el enigmático niño solo empeoraba la situación.
- Aunque no lo creas hay ninjas que no están de acuerdo con las órdenes que deben acatar. No quiero matarte.- Se inclinó hacia el rostro de la Hyuuga, para dar más fuerza a sus palabras. Ella retrocedió el espacio que él había ocupado, pero sin quitarle los ojos de los suyos. Se quedaron unos minutos retándose con la mirada, hasta que Ren cerró los ojos, exhalando el aire por la nariz y se irguió. Esa niña estaba demasiado a la defensiva para su gusto.
-¿Puedes caminar?- preguntó calmado. Ayame bajó los ojos, levemente avergonzada por su resistencia hacia su extraña amabilidad.
- No. He intentado arrastrarme y ha sido un calvario.- El Uchiha miró su sangre que comenzaba a secarse y se quedó pensativo. Ella sentía que la mirada del niño le comenzaba a picar, al punto de sentirse cohibida.
- Déjame atenderte la herida ¿Si?- Dijo mientras la miraba suavemente. Ayame lo miro con desconfianza, pero esta desapareció, ni bien examinó el rostro del niño. Todo en su mirada se había suavizado y suplicaban que ella desarmara su coraza. Asintió ruborizada, por la atención del chico.
-Si, por favor.
El Uchiha se estaba inclinando sobre la muchacha, cuando, de repente, se paró en seco y se erguió lentamente, mirándola con el seño fruncido.
-Bien. Pero primero dime tu nombre o me voy en este instante.- la fulminó. Ella se quedó un rato impávida, analizando la información, hasta que finalmente se desató dentro de su cabeza una tormenta, que no tardó en salir por sus labios.
- ¡Yo no he pedido tu ayuda! Podrías...podrías... ¡Podrías mandarme a matar luego! Quizás es una trampa, sí, no existe el Uchiha salvador. Si te lo digo me matarán luego o me rastrearán… debes ser un z...
-¡Tranquilízate! Yo no te haré nada, solo intento ayudarte. Soy Uchiha pero no soy un monstruo.- Ren se agachó con velocidad y se puso a la altura de Ayame, perforándole los ojos con los suyos, tratando de apaciguarla. Ella había arrancado la hierba del suelo con fuerza en su arrebato, de manera inconsciente. Sabía que aquella pizca de furia había desbordado gracias a los nervios, pero, que no eran genuinos. Aunque una parte de él se había ofendido por aquel desprecio a su bondad, todo su ser quería que aquella niña estuviera bien. Ahora se encontraba mirándolo con esos ojos cristal que pedían auxilio a gritos. En ese momento ella parecía una pequeña criatura con el ala rota, temblando ante la presencia de un tigre que solo quería curarle la herida. Aquellas cavilaciones, lo hicieron suspirar y tratando de calmar a la Hyuuga contestó- Me llamo Ren, Uchiha Ren. Déjame ver la herida.
Llevó sus manos lentamente hacia el muslo de ella y en cuanto la tocó, sintió como comenzaba a temblar. Sus manos trabajaron un largo rato danzando sobre su herida, pero ya no sentía dolor. Ella se dedicó a inspeccionar la cara concentrada del Uchiha mientras hacía su labor. Con gracia detectó que se le hacía una pequeña arruga en la parte superior de la ceja izquierda, cuando tenía que poner especial atención en una zona delicada.
Después de largos minutos de silencio, la Hyuuga suspiró y con voz baja le dijo al viento- Ayame…- Él se detuvo y la miró. Ella bajó la mirada al instante y le siguió hablando al piso casi refunfuñando- Mi nombre es Ayame Hyuuga.
-Ayame…- Repitió el Uchiha, casi suspirando, más para sí mismo que para ella. Luego de un rato, la herida ya lucía mejor y Ren comenzó a vendarla con sus propias vendas que había sacado de su brazo derecho.
- Ya había aceptado que iba a morir- comenzó a decir la muchacha mientras miraba el cielo, sonriéndole de manera frágil a una nube. Aquella imagen, le resultaba muy triste al de los ojos negros. Ella continuó hablando con la voz partida y en susurro- Esto fue...inesperado, creí, cuando te acercabas, que ibas a terminar su trabajo- Lentamente vio como algunas lágrimas se deslizaban por sus pómulos y le quitó el aliento. Su cuerpo comenzó a temblar ligeramente, y él sintió la necesidad de consolarla, pero, tenía miedo de que se asustase si la tocaba. Un sollozo derribó todas sus dudas. Posó una mano grande y blanca en el pequeño hombro de ella, quien lo miró con los ojos llorosos por su tacto.
- He visto muchas veces morir personas inocentes. Odio mi clan y la mayoría de los que existen. Buscan paz en guerras camufladas con los cuerpos del enemigo. Eso no es paz.- Ayame lo miró intensamente, con los ojos húmedos. Tardó unos segundos en meditar sus palabras y al hablar, si irguió ligeramente.
- He creído eso durante mucho tiempo y siempre creí que era la única que pensaba así. Al menos en mi clan. No entiendo la euforia que sienten al ir a la guerra, ni siquiera parece que recuerden por que lo hacen. – le dijo seriamente. Sus ojos se quedaron retándose, hasta que la Hyuuga frunció el ceño y añadió.- ¿Es por eso que desobedeciste? ¿Debías luchar junto a ellos y escapaste? ¿O perseguías al otro Uchiha?
- No. Debo entregar este pergamino a los Uchiha del oeste, pero no lo haré.- Levantó del piso un rollo viejo y amarillento.-No debí matar a este Uchiha pero yo mataría a cualquier Uchiha sin dudarlo.- apretó con fuerza el pergamino y su mirada se volvió más suave.- No cumpliré mi misión. Hay algo más importante que hacer. Me quedaré a tu lado hasta que vuelvas a salvo con tu clan. Te doy mi palabra.
Ayame se sintió raramente nerviosa por aquella desinteresada atención del chico. Hasta que su semblante cambió por uno de preocupación discreta.- ¿Qué... qué te harían si no entregas el pergamino? ¿Qué harían si se enteran que has matado a unos de tus compañeros? ¿Qué harían si se enteran, que me has ayudado?
Ren la miró repentinamente divertido y agregó con una sonrisa blanca y elegante.- Ehhhh… no pasará nada... Soy el primogénito del Líder del Clan Uchiha, soy como un sublíder entre los Uchiha. Y si quieren hacer algo al respecto, me defenderé. Confía en que estaré a salvo.
Ella lo miró con una mueca entre gracia y preocupación.
-Mmmm, no deberías decirle eso a cualquiera. Te conviertes en un blanco humano, Ren.- Le dijo con una confianza, como si se conocieran de años.
Él se rió y llenó el aire del bosque. La Hyuuga lo miró con curiosidad renovada ante aquel sonido puro, que lo hizo parecer la edad que aparentaba: un niño.
- Pero si no eres cualquiera, Ayame.
Ella no pudo evitarlo y le regaló una sonrisa tímida. Ciertamente aquel Uchiha, era de lo más interesante.
Pasaron alrededor de una hora hablando hasta que cayó la noche. Se contaron cosas que jamás habían contado a nadie y rieron como nunca antes lo habían hecho. A pesar de ser unos niños, en aquel entonces ya no eran considerados como tal, nacían y morían ninjas. No había oportunidad para la niñez. Y con ello, se había creado una soledad alrededor de ellos que no habían sido capaces de ver antes. Hasta ese momento. Estaban siendo tan felices que habían olvidado la herida y el tiempo, pero, las emociones vividas estaban cobrando factura y Ayame sentía los párpados cada vez más pesados. Ren le contaba sobre las estrellas, mirando tales en la inmensidad del cielo nocturno y al darse vuelta para escuchar la opinión de ella, la encontró plácidamente dormida sobre el tronco del árbol. Su inocente rostro brindaba una paz, que él nunca antes había logrado sentir. Se quedó mirando el cielo a su lado y sintió como algo se encogía en su pecho cuando decidió que era tiempo de que se fuera a su hogar. Se levantó con pesar y se dirigió hacia el reducido cuerpo de la niña, pero, no pudo despertarla, ya que no sería capaz de despedirse. Todo en él se negaba rotundamente en deshacerse de su compañía. Oyó a lo lejos los movimientos de varias personas y no hacía falta comprobarlo: era el clan Hyuuga en busca de ella. La miró anhelante, ya que deseaba llevársela lejos, pero esto solo lo determinó aún más en su despedida silenciosa. Era mejor dejarla en un lugar donde estaría a salvo, que llevarlo consigo a un futuro incierto. La miró una última vez, en susurro le dijo un adiós y se marchó sin volverse atrás.
Unos movimientos bruscos irrumpieron el plácido sueño en el que se encontraba Ayame. En su nebuloso despertar balbuceó:
-Ren...
-¿Ren?
La reconocida, pero errónea voz, hizo sobresaltar a la niña quien abrió rápidamente los ojos buscando al Uchiha a su lado. Pero la escena que se encontró era totalmente diferente: su padre, frente suyo, la miraba frunciendo el ceño, y los secundaban varios Hyuuga maltrechos, que la observaban con curiosidad.
-¿Quién es Ren? ¿Dónde has estado? Hemos encontrado el cuerpo de un Uchiha a unos metros, ¿Quién te ha ayudado? Tú no sabes matar ni una mosca, así que otro habrá sido. ¿Por qué no has vuelto a la base? ¿Acaso pensabas escaparte, mocosa impertinente?
Ayame lo miraba a su padre sin escucharlo, perdida en sus pensamientos. No... se ha despedido. No fue un sueño, la herida sigue aquí. Pero, ¿Por qué no se ha despedido?
-¡¿Al menos me estas escuchando?!- Tsubasa, tironeó del cabello de su hija, quién regresó de sus pensamientos con un quejido y apartando de un golpe la mano de su padre.
-¡No me toques! ¡He sido yo, yo maté a ese maldito Uchiha! ¡Y le quité esto!- Gritó la niña, embravecida. Arrojó con desprecio el pergamino de su mano (Que Ren había colocado allí antes de marcharse, dedujo) y apuntó a la cara de Tsubasa, pero este lo atrapó en el aire. No se sentía bien robándose la victoria del niño de la mirada fría, pero, no quería que nadie supiese su existencia, aún cuando quedara como una asesina más del rebaño.
El líder de los Hyuuga abrió el pergamino y todos los demás se amontonaron a su espalda para espiar lo que decía. Luego de unos minutos se escucharon varios ruidos de asombro e incredulidad. Su padre dejo el pergamino en el suelo y la miro con los ojos desorbitados.
-¿Ahora puedes dejarme tranquila?- susurró mientras evitaba la mirada de todos. Más de uno la miraba anonadado y esto, la cohibía de sobremanera. Tsubasa tosió y se enderezó, recuperando su rictus serio. La miró desde arriba y pronunció con una voz grave.
-¿Por qué no has vuelto con tu clan?
Ella lo miró de soslayo y corrió su kimono, para evidenciar la herida. Su padre levantó la ceja, en modo de interrogación.
-Esa herida está curada. Tú no sabes nada de sanación, ni siquiera como poner un vendaje. ¿Quién te ha ayudado? Sabía que no podrías matar a alguien tu sola.
-¿Y tú qué sabes lo que sé y lo que no? Jamás me has prestado la suficiente atención. Apostaría que no sabes ni mi edad. Me he curado yo sola.
El líder de los Hyuuga hizo de sus labios una línea y la miró con odio. Si, ella se estaba pasando de la raya y tuvo miedo de las consecuencias que tendría esta discusión, pero por ahora era su mejor defensa… para proteger a Ren. Su padre dio media vuelta y sin siquiera mirarla dijo:
-Yuuki, ayúdala a seguirnos el paso. Es hora de volver.
Los Hyuuga comenzaron a moverse sincronizadamente y uno por uno fueron adentrándose en el bosque a toda velocidad. A medida que sus compañeros iban desapareciendo una figura pequeña se destacó entre ellos. Una niña de su edad, pudo deducir, la miraba con una sonrisa amplia. Llevaba el pelo por arriba de los hombros y era de color negro carbón, característica perteneciente a su clan. Sin embargo, las puntas de su cabello eran doradas, un rubio que Ayame jamás había visto. La niña se acercó y pasó su brazo por encima de los hombros de ella, ayudándola a incorporarse.
-Soy Yuuki Hyuuga.
-Ayame.- Dijo en voz baja. Se sentía completamente capaz de caminar sola, pero la compañía de esa niña, la haría olvidar momentáneamente a Ren y los sentimientos sin nombre que le surgieron al saber que se había marchado sin decir adiós. Luego los indagaría mejor, a solas.
-¿Sabes? Siempre me ha intrigado tu pelo. Es marrón oscuro, no negro como suele ser el de todos los demás. Toda una extravagancia. ¿Tú sabes por qué?
-Tu color de pelo tampoco es muy común que digamos. No he visto a nadie con las puntas rubias. Y, sobre el mío… debe ser por mi madre. Su pelo también era así.
-¿Tu madre? Nunca he oído sobre la mujer del líder ¿Dónde está?
-Muerta. – Sentenció Ayame. La voz de Yuuki era demasiado aguda y hablaba con velocidad. Pero a pesar de su impertinencia y que su tono era completamente irritante, comenzó a sentir simpatía por su menuda compañera- Nunca había hablado con alguien de su edad, salvo Ren. Su corazón se encogió al pensar en ese detalle. ¿Por qué no se ha despedido?. Suspiró y miró a su consternada acompañante.- Es una larga historia.
-Pues… tenemos un largo camino.
Ambas sonrieron y comenzaron a andar mientras entablaban una charla.
Ren caminó lentamente al claro donde los demás habían acordado reunirse por si algo sucedía, como perder la batalla por ejemplo. La entrada al claro, estaba marcada por una fila de árboles, en forma de V, simulando una especie de camino. La noche era calmada y oscura, la brisa fresca y no se oía sonido alguno, ni siquiera el de los grillos.
El Uchiha avanzó por los árboles, completamente sereno, sabía lo que le esperaba y estaba preparado. Sólo él sabría lo que estaba por hacer. Las sombras se dibujaban por su rostro blanco como la cal. Vio el pequeño tumulto de Uchiha que se encontraba frente suyo, dándole la espalda. Bastante pequeño a decir verdad, se percató. Miró a la luna que se posaba sobre ellos e iluminaba la noche, tan blanca y hermosa, como los ojos de cierta niña que había conocido hace poco y la causa de aquella situación. Y estaba muy agradecido por ello.
Avanzó hacia el grupo y este se abrió en absoluto sigilo. Eso, ya de por sí, era mala señal. Uno por uno le cedieron el paso sin siquiera mirarlo. Las sombras ocultaban el rostro de todos sus compañeros. Caminó, hasta que algo detuvo su andar: un cuerpo. Takeshi. Ren miró el cuerpo sin vida de Takeshi a sus pies, como si observara un amanecer más en su vida sin sentido. Levantó los ojos con pereza y encontró frente suyo a su padre, Uchiha Taisei, que lo miraba implacable. Ren esperó que dijera algo al respecto, pero no fue su padre el que habló.
-¡Traidor!
-¡Hay que matarlo!
-¡Debe pagar!
-¡Traición!
-¡Cállense!- Ordenó el líder de los Uchiha y el silencio reinó entre ellos en un segundo. La tensión se percibía en el aire. Taisei, lo miró con una desaprobación y enojo, que habrían hecho temblar a cualquiera de sus compañeros. Ren, por su parte lo observaba casi aburrido y distante.
-¿Dónde está el pergamino?- Dijo en voz baja y fría.
-Lo perdí.- Respondió el joven Uchiha, sin siquiera mirarlo. Por su tono de voz, parecía hablar sobre alguna banalidad, en vez de por qué perdieron la guerra.
- Serás gravemente castigado, extrañaras la luz del sol, te encerraré por mucho tiempo para que aprendas.- dijo con la voz baja y grave, cargada de una amenaza genuina. Se acercó al rostro de Ren, acusándolo y tratando de intimidarlo. Pero este, lo miró como si le estuviera hablando de por qué las aves vuelan. Taisei lo miró iracundo.
-¡¿Por qué me has desobedecido?!
El niño de la mirada fría le dijo lentamente, observándolo aburrido, pero firme.
-No seguiré más órdenes.
Acto seguido, dio media vuelta, dejando a su atónito padre observando su espalda. Sus compañeros esperaron a que Taisei enloqueciera de ira, sin embargo, este se enderezó y su rostro dibujó una risa calculadora.
-Entonces, supongo, no te importará que ordene al resto que vaya a encargarse de la linda niña Hyuuga que se quedó con nuestro pergamino.
Ren se detuvo. Su padre soltó una pequeña risa escalofriante.
-¿Sabes? Al principio creí que eras un retrasado, por salvar a una niña inútil y, ahora, renga. Pero resultó ser la hija de Tsubasa. Después de todo, no eres tan tonto como pensaba. ¿Quieres mandarle un último saludo? Se lo daremos antes de que cierre sus lindos ojitos.
Taisei rió con ganas. Ren estaba tieso como estatua. Los demás Uchiha miraban la escena con temor, debido a que, nunca se había presenciado una pelea de tal magnitud entre padre e hijo y, aquello, no iba a terminar para nada bien. Ren giró su cabeza enloquecedoramente lento y posó sus ojos rojos sangre en su padre. Los Uchiha casi gimieron del miedo; algo peor que Taisei, era sin duda alguna su hijo. Y aquella mirada, a pesar de ser un niño, era la más espeluznante que había presenciado. Había una razón por la que su padre jamás había castigado a Ren, por la cual, nadie se disponía a enfrentarlo. Y todos lo estaban a punto de presenciar.
El líder dejó de reír y abrió la boca para decirle algo a su hijo, pero no llegó a decir palabra alguna. Ren clavó su espada en el estómago del hombre y realizó un corte ascendente, abriéndole el pecho a su padre. La sangre bañó por completo al muchacho, mientras los demás no salían de su asombro. A medida que el cuerpo caía, las aspas de su sharingan fueron fluyendo. Finalmente, al yacer en el suelo, con un ruido seco, los ojos de Ren tenían seis aspas: había despertado el Mangekyo Sharingan. El pánico se extendió por sus compañeros.
El pelo del muchacho caía sobre su frente, ensombreciendo su rostro, al punto de que los demás no podían ver sus ojos. Se quedó congelado mirando el cuerpo de Teisei. Ni bien movió el hombro, los Uchiha retrocedieron y lanzaron todas las shurikens, kunais y cualquier tipo de arma que poseían. Pero todas traspasaron al niño, sin hacerle daño alguno. Sus compañeros retrocedieron espantados aún más, ya no lo miraban como al primogénito del líder, sino, como al mismísimo diablo encarnado. Varios se prepararon para escapar, pero una gélida e infantil voz los detuvo.
-Nadie escapará.- Ren levantó la mirada y se enfrentaron a unos ojos rojos llenos de odio. Aún con la terrible amenaza los Uchiha quisieron huir. Nadie se atrevía a enfrentar a aquel demonio, disfrazado de niño.
Ren se levantó con velocidad y haciendo un sello con las manos, golpeó el suelo con fuerza, abriendo una fisura sobre los pies de sus compañeros. Estos cayeron a ese subsuelo y quedaron desparramados en él, magullados por la caída.
El Uchiha movió su pierna derecha hacia atrás como para tener más apoyo y gritó:
-¡ Katon: Gōka Messhitsu!
Acto seguido escupió una llamarada gigante de su boca, que llenó la fisura que había creado. Los gritos de los Uchiha no tardaron en oírse. La noche se llenó de alaridos y muerte. Ren los miró sin sentir nada, observando cómo se consumían uno por uno. Vio la sangre de su padre esparcida por el piso y mientras absorbía la esencia de la misma, pudo ver sus ojos reflejado en ella. Se quedó un largo rato mirando sus ojos, hasta que dejó de oír gritos de dolor. Lentamente se alejó de la escena. Sin sentir culpabilidad alguna.
Debido al frío, Ayame se acurrucó en el tronco del árbol más alto del lugar, casi en la copa. Le gustaban los lugares así, altos y alejados del resto. Llevaba más de una hora allí sentada, rehuyendo de los demás Hyuuga que celebraban la victoria. Por primera vez, desde que nació, la miraron sin reprobación. La miraron… como a una más del grupo, la hija de Tsubasa, excepto él, claro está. Ella se sentía asqueada por aquel cambio repentino. A sus ojos eran todos unos interesados. Y así también pensaba Yuuki, la niña que la ayudó a llegar a su hogar. Resultó ser una gran compañía, aunque no parase de hablar. Se la pasó hablando de libertad y de cuánto detestaba su propio clan, que no soportara que no se tratasen como iguales y lo injustos que eran con ellas dos. Ella era de la rama secundaria, por lo cual, debía estar subordinada a la principal, la de Ayame, claro estaba. En ese momento Yuuki estaba sirviendo a sus familiares y ella aprovechó eso para escaparse y pensar un rato a solas.
Pensar en Ren por supuesto. Estaba llena de preguntas. ¿Seguiría con vida? ¿Lo habrían descubierto?¿Se habría escapado? Su cabeza no dejaba de dar vueltas en torno a él. Suspirando se frotó los brazos por el estupor del frio y miró el cielo nocturno.
Allí en lo alto, dos estrellas titilaban, una al lado de la otra. Ren miraba las mismas no muy lejos de donde ella estaba, aunque ninguno de los dos lo sabían. Se quedaron así, observando esas dos estrellas pensando en el otro y en la distancia que los separaba. Cada uno deseaba reencontrarse con el otro, pero ambos caían ante una cruel realidad donde las personas morían todos los días. Donde no había seguridad. Sus caminos podrían cruzarse con la muerte. Se desearon suerte sabiendo que estaban distanciados por una estrella.
