Dedicado a Rolling Girl :D
Disclaimer: Todo pertenece a Craig Bartlett.
Rhonda y la pócima mágica
Parapraxis.
El arte de negar lo que no estoy negando.
No era usual que Helga, siendo chica, se juntara con el resto de las chicas para la salida mensual a ver películas, comer helado y dormir en la casa de Rhonda. No era usual, tampoco, que le hicieran la invitación más de una vez. Bastaba que Rhonda la invitara en clase, muy cordialmente y haciendo gala de su tono más fingido y amable, para que Helga se negara públicamente. Todos presenciaban el ritual que se sabían de memoria y ya casi ni le prestaban atención. Chicas entre las chicas y sin Helga. Algunas veces sucedía que Phoebe o Lila, o las dos juntas, insistían en su presencia. Rhonda les sonreía de lado, burlona, y las invitaba a hacer extensivo su pesar. Como era evidente, la rubia hacía eco de la sonrisa Wellintong Lloyd y les pedía, con más o menos cuidado, que dejaran de meterse en sus asuntos.
Era saber práctico que no convenía meterse en los asuntos de Helga G. Pataki. Era arte y ciencia al mismo tiempo. Lila y Phoebe se resignaban, suspiraban y esperaban la llegada de un nuevo mes para seguir con esa empresa que casi todos consideraban inútil.
Era raro, por eso, que siendo sábado en la tarde y fin de mes, estuviesen todas las chicas reunidas con Helga (que también era una chica) en el Slausen. Ya casi anochecía y eso sólo podía significar que venían de ver una película y que estaban listas para comprar comida chatarra que llevarían a la habitación pulcrísima de Rhonda. Todas se reían y conversaban, se señalaban las trenzas y el cabello lacio, compartían chismes y dejaban que Rhonda alardeara sobre su nueva colección de invierno. Helga las escuchaba y su expresión de irónico hermetismo contrastaba con el carisma del resto. Nadie entendía qué rayos estaba haciendo entre tanta bulla.
—¿Qué estará haciendo allí? —Preguntó Gerald incrédulo mientras esperaba, sentado en la barra, a que le entregaran su helado—. Phoebe no me dijo nada.
—No lo sé, pero parece aburrida, ¿no? —Arnold, sentado a la izquierda, también esperaba por su helado—. Pero no entiendo qué es tan raro. Es una reunión de chicas.
—Es Helga. —Dijo el moreno de inmediato, como si fuese lo suficientemente obvio para evitarse cualquier explicación—. Te digo que no presiento nada bueno.
—Pues a mí me parece que está demasiado aburrida para estar tramando algo. —Se encogió de hombros y sonrió de lado—. Si quieres saber siempre puede ir a preguntar.
—De hecho, Arnold, esa es una muy buena idea. —Se levantó en un salto, se arregló el cabello, la camiseta y se encaminó en dirección a la mesa más grande del lugar—. Deséame suerte, viejo.
No era por Helga, claro. Ni siquiera era porque estaba curioso, Arnold lo conocía mejor que nadie y mejor que todos, con todo eso de los años y años de amistad acumulada. Incluso sin ser tan amigos, se había vuelto bastante evidente que Gerald deseaba salir con Phoebe, pero que no encontraba la oportunidad de pedírselo. No encontraba el coraje, mejor dicho, porque corría el odioso rumor que Phoebe estaba saliendo con un chico de su clase de aritmética. Arnold rodó los ojos y se acomodó en su lugar, no perdía nada con disfrutar del espectáculo mientras le llegaba el postre.
—Buenas noches, señoritas. —Se anunció con esa facilidad que tenía para darse importancia. La cháchara se detuvo en seco y varios pares de curiosos ojos le dedicaron toda su atención. Se estaba exponiendo, pero no importaba, era todo parte de un plan maestro para hacer correr un rumor poderosísimo. Qué mejor oportunidad cuando tenía a la reina del chisme liderando una reunión. Gerald carraspeó un poco e ignoró todas las sonrisas maliciosas que lo desafiaban—. Me gustaría hablar con Phoebe, si no les importa.
Les importaba, claro.
—Si a Phoebe no le molesta. —Dijo Rhonda arrastrando las palabras con intención. Hizo que todos en la mesa se pusieran en alerta. Phoebe enrojeció ligeramente.
—Váyanse de una vez. —Intervino Helga con el tono cortante y con menos paciencia de la que había estado haciendo gala—. Si siguen fastidiando a Phoebe, los golpearé a todos.
Silencio tenso. Helga apretó el puño que apoyaba en la mesa al propósito y alzó la (uni)ceja desafiante. Tenía maneras para defender a Phoebe, sutiles formas de sarcasmo o gestos mínimos que se ponían entre el ataque y su pequeña amiga asiática. Todos sabían que así como Helga abusaba de la extraña amistad que las unía, no dejaba que nadie se atreviera a imitarla. Lo dejaba bien claro, algunas veces más clarísimo como los cristales que otras. Todas se reclinaron en su asiento y dieron su silenciosa aceptación. Gerald resopló divertido y Helga le lanzó una mirada cargada de advertencia.
—No te pases de listo, Geraldo.
El aludido se ofendió inmediatamente, quiso intervenir, pero Phoebe decidió mantener el orden natural de las cosas y se levantó inmediatamente para arrastrarlo hasta el otro lado del salón. Le sonrió levemente antes de arreglarse un mechón de cabello detrás de la oreja y preguntarle muy amablemente por qué la había llamado.
—Verás Phoebe, Arnold —lo señaló en la barra y Phoebe alzó la mano para saludarlo. Su saludo fue correspondido y Gerald rodó los ojos mientras tanto—. Como te decía, Arnold y yo estábamos aquí, comiendo helado… —Se dio cuenta de lo poco genial que sonó justo cuando terminó de dibujar la última sílaba. Felizmente a Phoebe no parecía importarle—. ¿Sabes por qué Helga se ha unido a las fiestas de Rhonda o lo que sea?
Sí, eso no fue para nada genial.
—Bueno Gerald, es una reunión con todas chicas que Rhonda conoce. —Contestó mientras seguía sonriendo—. Helga es una chica que Rhonda conoce.
Cuando lo ponía así era bastante estúpido haberlo preguntando en primer lugar. Muy estúpido, de hecho.
—Sí, bueno, sí. —Decidió guardarse algunos argumentos que sugerían otra cosa, estaba hablando con Phoebe después de todo—. Pero, ¿no siempre ha rechazado la invitación?
—Lo cual no quiere decir que no pueda cambiar de opinión.
No, claro.
—No, claro. —Se rascó la nuca—. ¿No sabes por qué ha cambiado de opinión?
—No, pero me alegra que lo haya hecho. —Se encogió de hombros y su pose era muy casual. No dejaba de ser una pose y Gerald adivinaba que Phoebe sí sabía, pero que no estaba dispuesta a contarle nada. Le sonrió alzando una ceja y decidió seguirle la corriente.
—Sí, yo también. Harold se infartará cuando le cuente.
—Sería mejor que no molestara a Helga.
—No lo hará, no es tan tonto.
—Sí, claro.
—Claro.
Sería un tonto de capirote si dejara que el momento se le fuese de las manos. Se aclaró la garganta para darse importancia.
—¿Sabías que hay una historia más increíble que la de Helga en las fiestas de Rhonda?
—¿Increíble? —Phoebe rodó los ojos de buen humor—. No, cuéntame.
—Sí, en serio. —Dijo con intención—. Un rumor sobre Jeffrey, ¿conoces a Jeffrey?, sí, sobre él invitándote a salir… no sé, ¿este fin de semana?
Ya.
—No creo que sea tan increíble. —Respondió suavemente—. Sí conozco a Jeffrey, está en mi clase.
Ajá, ajá. Ese parecía un buen momento para ser valiente. Sí, un buen momento.
—Pero sigue siendo un rumor… ¿verdad?
¿Verdad?
—Un rumor, sí. —Confirma con facilidad y, en serio, qué facilidad para devolverle el pedazo de alma que no sabía que había perdido. Gerald recupera la confianza y ahora le parece que ser temerario es la única salida.
—Phoebe, ¿te gustaría ir al cine conmigo la próxima semana?
La miró de reojo, quería hablarle, no se atrevía.
La secundaria les había caído a todos como un baldazo de agua fría, despertándolos o matándolos de frío, pero dejándolos irremediablemente mojados. Cambiaba todo, la ropa, el peinado, la voz, la altura, el profesor, las clases, los accesorios y los amigos. La pijamada era una excusa para que no cambiara con tanta rapidez. Una manera de asegurarse de medir los cambios al detalle y de estar pendiente de las novedades. Funcionaba más o menos bien, las chicas accedían a todo, contaban y contaban lo del resto, discutían y no les importaba lagrimear cuando la cosa se ponía un poco dramática.
Excepto ella, claro.
Ella. Helga G. Pataki. Terror de la primaria, mandona número uno del colegio, la única chica que jamás, JAMÁS, hubo aceptado ninguna de las invitaciones que se había dado el trabajo de hacer extensivas. Helga no conocía los códigos sociales, o mejor dicho, ignoraba los códigos sociales para darle más base a las leyendas/rumores/advertencias que giraban a su alrededor. Era directa, malhumorada, poco paciente e increíblemente sarcástica. Lo suficiente para ahuyentar a cualquier valiente. Parecía disfrutarlo, el pasillo que se abría a su paso y que hacía eco de su presencia. Parecía que se regocijaba en las miradas asustadas que no se atrevían a mover absolutamente nada de su carpeta. Ah, la secundaria cambiaba todo, pero a algunos les daba armas de destrucción masiva.
Le daba curiosidad. No más ni menos que cualquier evento extraño del colegio, pero le daba curiosidad. Por eso seguía invitándola. Le daba curiosidad el atuendo que había cambiado para peor junto con el carácter irascible que se había deshecho de las formas infantiles para dar paso a una agresividad más cruda. Ni siquiera las porristas, ni los clichés absurdos que se construían en su entorno, tenían las agallas suficientes para meterse con ella. Sí, con la misma Helga que se reía de sus comentarios desatinados y las poses que de vez en cuando se ponían a practicar en los pasillos. Todo era silencio resignado. Así que, sí, el asunto era saber. Saber qué extraño poder tenía Helga sobre el resto del colegio. Tan diverso y enorme, que incluso (a veces) ella misma tenía que manejar con cuidado.
—¿No es Arnold ese que está allá? —Dijo Nadine de pronto.
Era Arnold, efectivamente. Qué curioso.
—Me pregunto por qué no se ha acercado a saludar… —Sheena de encogió de hombros—. Oh, bueno.
Sí, qué raro.
—Lo llamaré. —Hizo el además de levantarse, pero Helga la detuvo.
—No. —Soltó imperativa—. ¿Para qué quieres que venga?
—¿Por qué no?
—¿No es esta una noche de —parecía que costaba terminar de articular— chicas?
Hablando de raro.
—Helga tiene razón, Rhonda. —Apoyó Lila con una sonrisa. Tuvo el efecto Lila de inmediato, las chicas se pusieron de su parte y cualquier entusiasmo pequeñito e inocente terminó por deshacerse en los murmullos que coincidían en la mala idea del asunto.
Sospechoso. Ya le había pasado antes. Que Helga se comportaba raro todo el tiempo, pero era todavía más extraño porque se comportaba normal con una sola persona. Normal en sus estándares, claro, porque ignorar la existencia de un viejo amigo de infancia tampoco era pan de todos los días.
No, no, raro todo.
—¿Qué pasa con Arnold? —Preguntó con la curiosidad ganándole a la estrategia—. ¿No me digas que sigues odiándolo?
—¿Odiándolo? —Bufó—. No tengo tiempo para odiarlo. Me irrita su optimismo, eso es todo.
De ninguna manera.
—Pues a todas las demás nos cae bien.
—Vayan a saludarlo en coro, entonces, seguro le hace ilusión.
—¿Y por qué mejor no lo llamo y tú finges que has madurado? —Contestó enojada.
—Porque no se me da la gana. —Arqueó un lado de la uniceja—. Qué cara dura para decirme inmadura, Lloyd.
—¿Perdón?
—No me hagas comenzar. —Amenazó con una sonrisa sarcástica. Se tuvo que morder la lengua para no contestarle, Helga manejaba información peligrosa.
El problema era ese y Rhonda adivinaba que era también parte de la leyenda. Helga sabía poco pero importante, secretos acá o allá que nadie sabía de dónde lograba conseguirlos, pero que eran suficientes para callar todo. Claro, porque Helga tenía secretos que guardar seguramente, pero jamás tenía momentos de honestidad. Esa noche, por ejemplo, nadie tenía ni la más remota idea de por qué había aceptado unirse a la pijamada.
Nadie.
La idea fue de Sheena. Es fabulosa. Le brillaban los ojos y era tan alta, tan delgada, tan pacífica y sonriente, todas se miraron incómodas sin saber qué decirse. Aceptaron con renuencia, camuflándola para no herir sus sentimientos. Helga, incluso, fue bastante poco ella cuando le tocó el turno de dar su opinión. Lo que sea. Caminaron por un montón de calles estrechas que desafiaban los límites de la amistad y de la paciencia hasta que finalmente llegaron a la tienda.
Madame Blanche.
—No puede ser. —Dijo Helga en un susurro descreído.
Todas pensaron más o menos lo mismo.
Entraron de todas maneras, Sheena se les había adelantado. Era una tienda pequeña, llena de olores extraños que hacían lagrimear los ojos y que confundían en medio de todos los colores extravagantes y la decoración exótica. Miles de botellitas que se juntaban en los estantes. Una para los granos, las verrugas, el insomnio, el mal de ojo, de amores o desamores, cada cual más disparatada que la anterior. Detrás de una mesita cubierta por un mantel naranja estaba una mujer de cabellos negros y sonrisa enigmática.
—¿Tú no debes tener como… no sé, cien años? —Preguntó Helga sorprendiendo a la comunidad. Sabrá la divinidad cómo es que habían llegado a conocerse. Por el aire enrarecido, esperaba que no hubiera sido haciendo algo ilegal.
—¿Pensé que no ibas a regresar? —Contestó la mujer con la sonrisa burbujeando detrás de sus ojos cómplices—. Espero que estés bien, Helga.
—Bien, bien, sí. —Dijo sin ganas. Se volteó hacia el resto de las chicas—. ¿Van a comprar algo?
—¡Oh, sí! —Malinterpretó Sheena y su mirada de volvió soñadora—. Las pócimas de Madame Blanche son lo mejor.
—Sí, claro. —Resopló Helga—. En fin, ya vi, ya me aburrí, las espero afuera. —No esperó respuesta, se marchó rápido y sin despedirse, como si le ardiesen los pies. La sospecha creció.
Eventualmente todas comenzaron a curiosear por los estantes. Nadine a la derecha, junto a Phoebe, achinando los ojos para asegurarse que no hubiese ningún bicho perdido en los menjunjes. Patty, aparentemente desinteresada, viendo de reojo unas botellas rojas que prometían fuerza absoluta. Incluso Katrinka, que se había deshecho de la horrorosa uniceja que le atravesaba la frente (¡gracias a Dios!), parecía interesada mientras conversaba con la dueña de la tienda. Sheena, por supuesto, sintiéndose como la anfitriona de la casa, daba vueltas aquí o allá y explicaba todo lo que sabía. Lila era la única que se estaba fijando en las cajas con incienso.
Rhonda era la única que no entendía por qué demonios se estaban demorando tanto en esa tienda. Para amabilidad ya habían cumplido y tampoco era que Sheena le diera demasiada importancia a los detalles. Aunque le costara admitirlo, entendía que Helga se hubiese irritado hasta el hartazgo, si no fuese por el orgullo ya la hubiese acompañado a pasar el rato en la calle. Peor el orgullo importaba, así que se quedó cruzada de brazos junto al marco de la puerta. Dio un vistazo rápido y se detuvo, qué más le quedaba, en unas botellas pequeñas que decían hipo.
Ridículo.
Casi se muere del susto cuando Madame Blanche apareció detrás de ella y le puso una mano en el hombro.
—¡Ay! —Chilló—. ¿Qué le pasa?
La mujer sonrió y sacó una de las botellitas que había estado viendo de entre las telas de su falda. El puto misterio de la vida porque entre capa y capa (de colores horrorosamente discordantes) la mano se perdía y no se veían las costuras de los bolsillos. Todo era pura ilusión óptica.
—¿Te interesa? —Le puso la botellita en la mano—. No es para dar hipo, aunque es uno de sus efectos.
—No, la verdad no. —Hizo el ademán de devolvérsela, pero la mujer escondió las manos detrás de la espalda—. No la quiero, gracias.
—¿No conoces a alguien que necesite tener hipo?
—¿Perdón?
—Alguien que necesite el movimiento involuntario de, no sé, ¿el diafragma?
—No la sigo.
—El movimiento involuntario de un secreto.
—¿Un secreto? —Repitió intrigada y apretó la botellita de color celeste entre los dedos—. ¿Cómo secretos?
—Alguien que necesite que su cuerpo sea más honesto que su mente.
Olía a algo dulce y mareaba. A Rhonda le pareció que sí, que necesitaba ella más que la persona de la que estaban hablando.
—Sí. —Se acordó de Helga—. ¡Sí!
—Bueno, esa botella está hecha para los mentirosos crónicos. —Se dio la vuelta—. Son diez dólares y tres gotas en cualquier bebida.
—La compro.
—Me imaginaba.
En cualquier bebida que terminó siendo la soda que Helga dejó olvidada en su mesita de centro cuando le dieron ganas de ir al baño. Ya regreso y más vale que todo ese guacamole haya desaparecido a menos que alguien esté planeando hacer nachos. Phoebe había comprado una pócima para la concentración, Patty compró una para la paciencia y tanto Sheena como Katrinka una para la belleza. Lila se interesó por un abanico adornado con flores de cerezo y Nadine por una botella enorme y vacía que encontró tirada en el piso, era de color turquesa.
Poner la pócima era un juego. Un veremos qué pasa que terminó por acelerarle los nervios mientras el tiempo pasaba y todos esperaban a que Helga regresara. Tuvo que proponer ir a la cocina por más snacks y, por educación, todas se ofrecieron a ayudarle.
Se le pasó la mano y terminó derramando todo el contenido en la soda. Tres gotas que desbordaron la idea original y que la llenaron de ansias nerviosas. Helga regresó pronto después de eso y la encontró dando miradas culpables a la lata que seguía sobre la mesita.
—¿Qué te pasa, princesa? —Preguntó Helga burlona y fue suficiente para que se le borrara cualquier rastro de consideración.
—Nada, pensaba en traer más sodas. Vamos, acábate la tuya.
Helga bufó por supuesto que me la acabaré y le lanzó una mirada desafiante mientras se terminaba la bebida en un solo trago.
Rhonda esperó, esperó y esperó. No pasó nada.
No le dio hipo, no se puso azul y no le salió un cuerno de unicornio. Fue bastante decepcionante, la verdad. Que Helga siguiese ahí, sentada tan tranquila, mientras la venganza clamaba en el estómago y la botellita vacía se escondía en el bolsillo derecho de su pantalón. Era la primera vez en su vida (¡y la última!) que se dejaba estafar con diez dólares en una tienducha esotérica de mala muerte.
—En serio, Lloyd, ¿qué demonios tienes? —Helga la llamó con la expresión ceñuda—. Das miedo.
—Estaba pensando. —Contestó desanimada y dio un largo suspiro—. ¿Tú te sientes bien?
—Me duele el estómago y quiero que Olga se vaya de una vez para poder largarme de aquí y volver a mi casa.
¿Qué?
—¿Qué?
—¿Qué carajos…? —Helga parpadeó confundida—. Quise decir… quiero decir… estoy bien.
Ya.
A Rhonda se le prendió el cielo con luces de colores.
—¿Has venido porque tu hermana está de visita? —Aventuró y esperó la respuesta típica de Helga. No es tu problema, Lloyd.
En cambio. EN CAMBIO.
—Sí. —Tosió—. Y por la comida gratis.
No puede ser. No. Puede. Ser.
—¿Qué te parece mi atuendo? —Preguntó emocionada y segura de que la pócima estaba surtiendo efecto.
—Horrible, nunca entendí por qué insistes en ponértelo.
¡QUÉ!
—Estás mintiendo.
—No. —Se cruzó de brazos—. ¿Qué estás tramando y por qué? —Preguntó con urgencia y con menos aplomo. Parecía confundida con ella misma.
¡SÍ!
Rhonda sonrió satisfecha.
—Mira Helga, después de todos estos años, vas a aprender a ser más amable con la gente. —Hizo una pausa dramática—. Tus secretos están, desde este momento, al alcance de cualquiera que quiera preguntar.
—¿De qué estás hablando?
—Las preguntas las hago yo, Pataki. Me han costado diez dólares.
Helga abrió los ojos horrorizada.
Continuará...
Fic de tres o cuatro capítulos.
