Disclaimer: Twilight pertenece a Stephenie Meyer. Fanfiction escrito sin fines lucrativos.

Línea temporal: Universo alterno.

Advertencias: Malas palabras. OOC.


CRAZY STUPID LOVE

Castigo 1: Me odia. Lo odio. Nos odiamos. Entonces, ¿qué hace aquí?

Mi vida como estudiante de segundo año de preparatoria no era tan calmado ni tan agradable como se suponía que fuera. Yo me imaginaba que simplemente estaría llena de tareas, obligaciones y responsabilidades, con algunas salidas ocasionales y yo profesando odio por mis profesores, pero, aunque tenía todo aquello, también le tenía a él.

A Edward Cullen.

Si tuviera que ponerlo por escrito en papel, lo pondría. Lo juro. No odio a Edward Cullen; me desagrada soberanamente y me gustaría no volver a verlo en mi vida, pero odio no es. Por otro lado, puede que Edward Cullen sí me odie a mí.

El motivo de su odio se remitiría a la vez en que intentaba consolar a Jessica, quien le había declarado su ferviente amor con una carta y algo que no me quiso decir que era, y él lo había rechazado sin siquiera parpadear. Entonces, como yo soy una buena samaritana, intenté regresarle su ánimo de la manera más creativa que encontré: insultándolo.

—En serio, Jess. No llores. No se lo merece. ¡Ni siquiera es guapo!

—Lo es —había chillado Jessica, con senderos de lágrimas en las mejillas—. No digas que no es guapo porque lo es.

—Bueno, concedo que es atractivo —dije yo, y ahí fue cuando, ciertamente, debí haber parado, es decir ¿por qué, si yo estaba tratando de levantarle el ánimo, tenía que ponerse en mi contra?

—Mucho. Es muy atractivo.

–Como sea...

—¿Será por mi cabello?

—No, Jess. No es por tu cabello, es muy bonito. Pero como iba diciendo, puede que sea atractivo, pero no vale la pena. Su actitud es basura. No, todo él es Basura. Basura con 'b' mayúscula.

—¿Con que soy Basura con 'b' mayúscula, eh, presidenta?

Como adivinan por el último diálogo, sí, Edward Cullen me escuchó llamándolo basura. No es que yo pensara cosas buenas de él, pero en ese entonces no creía que era basura. Sólo lo había dicho como apoyo moral. Pero el tiro me había salido por la culata, pues Jessica, en lugar de sacar algo de amor propio, se puso en contra mía y yo quedé como la villana del cuento.

Después de esa ocasión, para mi desgracia, hubo una segunda. Lo peor del caso es que fue en iguales circunstancias, aunque esa vez yo sí pensaba que Cullen era basura. Mi menta estaba abriéndose progresivamente a la realidad.

—No llores, Anastasia.

—Es... es que... es que yo lo quiero.

En ese momento le pasé a Anastasia un pañuelo desechable de los que guardaba en mi bolsa para emergencias como esas; como si fuera una novela barata, Cullen dejaba chicas llorando en casi todos los rincones del pasillo todos los días, y como yo, como aparte de buena samaritana era la presidenta del consejo estudiantil, me sentía con la obligación moral de reconfortarlas; puede que alguna de ellas haya votado por mí.

Anastasia se sonó la nariz ruidosamente y luego continuó llorando.

—Por favor, Ana. Tú eres mejor que esto. No llores por él.

—¿Qué-qué hay de ma-malo en mí, Bella? —me pidió Anastasia una respuesta con los ojos acuosos y tartamudeando por el hipo que le provocaba el llanto—. ¿Mi-mi cabello?

—Nada, Ana. Así eres perfecta. No hay nada de ti que deba ser corregido.

En ese momento, Anastasia se llevó las manos a la cara y ese instante de deja vú debió haberme advertido para que me callara la boca, pero no lo hice. Yo continué hablando como si no me enterara de nada, como si el llanto y el comentario sobre el cabello de la chica no me recordaran al de Jessica y lo que había sucedido posteriormente.

—¿De verdad? ¿Entonces... entonces po-por qué me ha rechazado?

—Bueno, esa explicación es bastante simple: porque es idiota. Su cerebro está subdesarrollado, como el de un mono, y por eso no se ha dado cuenta de lo maravillosa que eres. Sí, es eso exactamente. Es como un mono. Un mono idiota.

—¿Con que ahora soy un mono idiota, eh, presidenta? Veo que sus insultos aumentan su creatividad en cada encuentro. Me pregunto qué dirá la próxima vez que nos crucemos en este tipo de circunstancias.

Y bueno, esas son las razones por las que creo que Cullen me odia. Nada del otro mundo, la verdad, pero igual yo me caería mal si fuera él. En fin, podía vivir con eso. Con lo que no podía vivir era con él lanzando comentarios ácidos acerca de mi persona cada que lo cruzaba en el pasillo. El muy canalla trataba de hacerme perder la credibilidad como presidenta.

Un ejemplo de encuentro entre los dos bien podría ser el siguiente. Este ocurrió dos días después de lo de Anastasia.

Yo iba caminando con mi almuerzo bajo el brazo rumbo al salón de la consejería estudiantil, que no es más que un nido de rata donde no cabe más de tres personas sin que comiencen a sentirse asfixiadas, pero el hecho de que sólo los miembros de mi plantilla y yo podamos entrar le da el plus de que es prácticamente mío, porque la vicepresidenta, la tesorera y el secretario prefieren estar en cualquier parte realizando sus deberes que ahí dentro.

—¿Me pregunto con qué insulto creativo nos sorprenderá la presidenta el día de hoy? ¿Algo sobre mandriles huele pedos? —dijo Cullen, que 'casualmente' iba saliendo de su aula.

Digo 'casualmente' porque parece que encontrarme para decirme esas cosas a propósito.

—Bueno, si te dijera a ti mandril huele pedos dejaría de ser un insulto para convertirse en un adjetivo calificativo, ¿no lo crees?

Lo que sucedió después no voy a relatarlo, porque es lo que sucede después de todas las ocasiones y yo sólo quería ponerles un ejemplo del encantador intercambio verbal que tenemos. Lo que no me calza bien en la cabeza es cómo es que Edward Cullen puede ser más o menos encantador con el resto del mundo (bueno, lo admito, pero sólo en este único momento: tiene una sonrisa que derrite. Ya. No volveré a repetirlo) y conmigo una nulidad. No es que necesite de su atenciones, pero un poco de buena voluntad no mata a nadie, ¿o sí? Si él fuera agradable conmigo, seguro yo lo sería con él.

Ahora, regresando al despacho de la consejería estudiantil, me encontraba con un problema gordo: ¿qué hacía Edward Cullen allí conmigo? Hasta entonces, él nunca había entrado a mi despacho para molestar. Era el único lugar sagrado que tenía.

—¿Qué estás haciendo aquí, Cullen?

Edward Cullen, lo que yo definiría como 'un chico problema', está ahora sentado frente a mí, mirándome ceñudo, como esperando a que mi cabello comience a incendiarse para poder ser feliz. Yo, como soy un poco más madura, no espero que nada arda por combustión espontánea. Si es necesario, yo le prendería fuego a su cabello.

—¿Tú qué crees?

—Es que no quiero creer nada, por eso te lo estoy preguntando.

Cullen gruñe como animal enjaulado. Como si yo lo estuviera reteniendo aquí en contra de su voluntad.

—Me han castigado.

Dejo lo que estaba leyendo (mi tarea de literatura) para alzar la vista y mirar a Edward Cullen a los ojos. Aunque ha dicho que está castigado y me provoca mucha gracia, estoy segura de que todavía no es tiempo de reírme, así que no me río y continúo mirándole.

Lo que pasa es que últimamente estoy confiando mucho en mi sexto sentido. Por ignorarle en ocasiones anteriores es que me he metido en todo tipo de situaciones, haciéndome quedar como una estúpida. Y yo no soy estúpida. Puede que sea sólo un poco despistada.

—¿Y a mí por qué me importa que te hayan castigado?

—¿Eres lenta, verdad?

—¿Eres un gruñón, cierto?

Edward pone los ojos en blanco, como diciendo que mi comentario es tonto y está fuera de lugar. La verdad es que no sé a qué está jugando en mi pequeño despacho de presidenta; todo el oxígeno que entra aquí es importante para que yo lo respire y él viene a contaminármelo con sus malas vibraciones.

—A ver, presidenta, te lo explico con manzanitas: me han castigado. El castigo es estar aquí contigo las próximas cuatro horas por los próximos veinte días —dice con una voz extremadamente lenta, como si estuviera hablando con una retrasada mental.

—¿Que te qué con quién?

Lanzo la pregunta más exasperante del planeta y me le quedo mirando como una lela. La verdad es que ahora sí que califico como retrasada mental, pero es que ¿acaso esperan que me ponga a dar saltitos de gusto por encerrarle conmigo los próximos veinte días? Y ¡veinte días! ¿Qué se supone que haga yo con él durante veinte días? ¿Procurar seguir viva?

—De verdad eres lenta, ¿no es así, presidenta?

Intento recuperarme del shock inicial sacudiendo la cabeza. Entonces relajo mi ceño y trato de tomar la actitud que un psicólogo tomaría. No me siento segura respecto a mis acciones futuras, pero espero que mis gestos aparenten lo contrario.

—Mira, Cullen. Yo no tengo la intención de hacer de tu niñera. Así que ve y pide un cambio de castigo, a limpiar retretes o algo así.

—Eso ya lo hice —gruñe. Cullen gruñe mucho. Mi teoría de que es un animal a medio evolucionar cobra más consistencia—. No soy tan idiota para dejar que me arrastren hasta aquí sin oponer resistencia primero —vuelve a gruñir.

Me pregunto si los monos gruñen.

Tienen que hacerlo, ¿cierto? Son una de esas especies pre-homo sapiens. Si nosotros gruñimos, ellos también.

—Pues ruégales más.

—He rogado lo suficiente por toda mi vida. Así que no. No rogaré más.

Masajeo mis sienes con mis dedos. Comienza a darme jaqueca.

—¿Estás diciéndome que prefieres estar encerrado aquí conmigo por ochenta horas que rogar un poco más?

Cullen se encoge de hombros, como si lo que yo estuviera diciendo careciera de importancia. Ese... ese... idiota.

—Me estoy conformando, presidenta. Eso es diferente.

—Pues deja de conformarte y vete a rogar una vez más.

—Dudo que funcione.

—¿Por qué?

—El director es quien me ha enviado aquí.

—¿El director?

—Exacto. Dijo que ya no quería ver mi cara.

—Yo tampoco, pero ¿qué es lo que hiciste para que una persona respetable como él te dijera eso?

—Rompí una ventana por accidente.

—No serías el primero. Bastaría con pagarla y un par de días limpiando el patio.

—Una ventana de su auto.

—¡¿Una ventana de auto?! ¡¿Cómo demonios te las arreglas para romper por accidente la ventana de un auto?!

Él se encoge de hombros. Está claro que no me va a decir. Se levanta de su lugar y se pone a mirar en toda la habitación. En la parte posterior hay un montón de cajas con material confiscado, son revistas de todo tipo y objetos varios: celulares que jamás serán devueltos o que están esperando hasta una fecha específica, navajas y hasta cuchillos. Bueno, es como una caja mágica, seguro que lo que desees ha de estar allí. Excepto dinero.

Cullen abre una y se le iluminan los ojos. Entonces veo que regresa a su asiento... con una revista porno, que se pone a hojear muy quitado de la pena, como si yo fuera parte del mobiliario.

—¡Cerdo asqueroso, deja eso! —grito desesperada, con los colores subiéndoseme al rostro, pero Cullen me ignora olímpicamente y sigue mirando la interesantísima revista, el muy cerdo degenerado…

Van a ser unas muy largas cuatro horas.


Normalmente a mí me produce repelús el OOC. Trato con todo mi corazón de no caer en él y cuando lo hago no lo hago deliberadamente. Pero pues aquí rompí todas mis reglas e hice lo que siempre quise: un fanfic menos profundo que un charco, en primera persona, con OOC, con un protagonista buenote pero hijo de su madre patria y una chica buena que se enamora de él, pero no es ninguna dejada.

Puede que ustedes me tiren a la pila de los badfics directamente, la verdad es que este es un badfic (aunque es divertidísimo escribirlo. Tengo ya más de la mitad de la historia escrita), así que no los culpo, pero como yo advertí al inicio, pues de eso no se pueden quejar. Si les molestaba, podían haberse marchado desde las advertencias iniciales.

Bueno, nos leemos la otra semana tanto si les ha gustado este adefesio como si no.

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¡Besos embarrados de Nutella para todos!