Deseo Póstumo

Para Arya,
pues ya sabias de esto desde antes
espero el resultado final te parezca agradable.

I

La luz del sol de la tarde decaía, al tiempo que se filtraba como delgadas líneas que se angostaban más cada minuto al pasar por entre las persianas de las ventanas de la oficina. Todo estaba en paz. Extrañamente en paz. Por primera vez en mucho tiempo, no había convulsos casos por resolver, difíciles situaciones que manejar o tensas investigaciones que llevar a cabo y Phoenix lo agradeció, al momento que terminó de apagar el ordenador sobre su escritorio.

Y es que aunque había literalmente construido su carrera en base a crear increíbles y complicados milagros en la corte, aún Phoenix Wright, único abogado defensor del bufete legal de Wright & Asociados podía, de vez en cuando, agradecer un fugaz y diminuto atisbo de paz y tranquilidad cuando amablemente venia y se posaba grácilmente sobre su fin de semana.

Dio un respiro, miró a su alrededor reconociendo el lugar, entre las sombras parciales distinguió la silueta inmóvil de Charley la planta, quieta en su sitio y en el aire de la tarde reconoció la respiración queda y calmada de Pearl que se había quedado inocentemente dormida sobre uno de los sofás de la sala esperando a que las labores del día de los únicos dos adultos que quedaban en su vida terminaran.

Wright levantó el rostro para echar un vistazo sobre el respaldo del sillón y alcanzó a ver apenas el perfil hermoso de la pequeña que yacía quietecita con los ojos cerrados, como un querubín.

El abogado sonrió. Tenía tan solo 27 años y hasta ahora no se había planteado seriamente la posibilidad de tener hijos siquiera, pero pensaba que si algún día tenía algunos, desearía que fueran tan gentiles, dulces y educados como la pequeña Pearl.

El aire de tranquilidad permaneció en un estado de estática bonanza un tiempo solamente, en que aún los ruidos naturales de la ciudad se opacaron y la noche comenzó a cubrir el mundo con su manto suave.

Y entonces, un huracán entró en la oficina.

Dando un fuerte portazo, Maya penetró en la habitación sin miramiento alguno. No había cumplido aún los 20 pero su sonrisa y la energía de su espíritu parecían no haber perdido un ápice de brillo desde que Phoenix la conoció a los 17. Levaba el lustroso cabello negro y lacio bien cepillado, suelto en la parte de abajo pero hecho un bollito sobre la cabeza, haciendo juego a la perfección con su atuendo tradicional de joven sacerdotisa de la aldea de Kurain.

―¡Buenas noticias, Nick! Llegué justo a tiempo. Estaban por cerrar, pero les hice encender la plancha de nuevo. Seguro el cocinero acabará odiándonos ―dijo a todo volumen y con una amplia sonrisa.

En cada mano llevaba una bolsa y dentro, empaques de unicel que seguramente contenían comida (de no ser así, Maya no habría entrado cargándolos con tanto entusiasmo). Con el estruendo de su llegada, Wright torció un gesto leve de molestia, más preocupado porque la cháchara de la chica pudiera despertar y asustar a su primita que seguía tranquilamente dormida.

Pero no fue el caso. Al parecer, si vives con Maya Fey suficiente tiempo, debes ser capaz de conciliar y mantener el sueño, aun con ella dando portazos y hablando sin reservas todo el tiempo, supuso él.

―Pearly se ha quedado dormida. ―dijo ella mirándola de cerca. ―Será mejor que la despierte ¡su hamburguesa se va a enfriar!

―Déjala. La cargaré mientras duerme. Ya es tarde y quiero llegar a casa cuanto antes ―pidió Phoenix amablemente, luego añadió al ver que Maya había comenzado a hacer pucheros ―Descuida, pediré un taxi y así llegaremos de inmediato.

―Como quieras. Yo me comeré la mía en el taxi ¡Siento que desfallezco de hambre! ―respondió la médium, cruzándose de brazos para luego salir de inmediato disparada con paso saltarín hacia el baño con el fin de lavarse las manos y comenzar a comer.

Wright se encogió de hombros sonriendo y comenzó a guardar las cosas en su maletín de piel. Era clásico de Maya. Era la que más comía y no por eso su apetito quedaba saciado y él no cambiaría eso, ni ninguna otra cosa en ella por ningún motivo.

Se puso de pie, se echó el saco al hombro y se dispuso a caminar hacia afuera cuando sus pies se pararon en seco de repente.

La silueta de una persona estaba ahí, frente a él, de pronto. Una persona que claramente no se trataba ni de Pearl ni de Maya, sino de alguien más. Bueno, no exactamente. Es algo difícil de explicar.

Y no es que fuera ningún desconocido. Phoenix conocía perfectamente ese rostro, ese cuerpo, ese perfil. Lo había visto antes, en fotos y constantemente en sus recuerdos, pero también en otras personas. Eso fue algo que el abogado tuvo que aprender más temprano que tarde: que cuando te rodeas de personas que pueden utilizar la técnica mística de canalización de la aldea Kurain, el hecho de que las personas mueran, no significa que sea la última vez que las veas.

Mia, su antigua mentora y amiga, por ejemplo, había fallecido asesinada durante uno de los primeros casos que el abogado tuvo que afrontar. Y aunque el dolor de su muerte fue muy real, no tuvo tiempo de extrañarla, o de guardarle luto propiamente, pues antes de resolver el caso y develar la verdadera identidad de su asesino, el espíritu de Mia se manifestó en el cuerpo de su hermana Maya, transformándolo, cambiándolo y volviéndolo casi idéntico al que la abogada tenía en vida, durante el tiempo que duró la canalización.

Y ahí estaba nuevamente, frente a él. Era Mia, su espíritu, pero era Maya también, pues su mentora había vuelto a ocupar el cuerpo de la chica.

Wright dio un par de pasos hacia ella. Era tal como la recordaba: Alta, esbelta, elegante. Mirando por la ventana con el largo y negro cabello de Maya cayendo a su espalda, pero con la postura erguida, digna y femenina de una mujer de mayor edad. El atuendo tradicional de su hermana de 20 años ciertamente le quedaba pequeño, sobre todo en la parte del pecho abundante y un par de torneadas y largas piernas salían de debajo de la túnica tradicional. Mia siempre fue una mujer con un atractivo impresionante, y cada que su espíritu volvía del otro lado para ocupar el cuerpo de Maya, lucia ese atrayente porte que fuese suyo antes de morir.

―Sabes, Phoenix ―la voz era la de Mia también. Amable, tranquilizadora, casi como la de una madre ―ahora que todo se ha resuelto, ahora que por fin han quedado atados todos los cabos, creo que puedo finalmente descansar en paz…

El abogado escuchó atentamente, siguiendo el camino que la luz de la calle transitaba al recorrer el cuerpo transformado de Maya, que ahora ostentaba las pronunciadas curvas del cuerpo de su hermana. Estuvo un momento en silencio, sabía que cuando ella aparecía, era porque algo importante estaba por decirle.

―Sólo hay una cosa que lamento… algo que creo que echaré de menos, ahora que no estoy viva.

―¿Que es, Mia?

Ella sólo negó, girándose para mirar a su amigo y aprendiz, ahora convertido en un famoso y exitoso abogado. Le sonrió, pero había tristeza en sus encantadores ojos grandes.

Eso le destrozó el corazón a Wright quien se había guardado siempre los sentimientos que, en su corazón bullían intensos hacia ella.

―Dímelo. Debe haber algo que podamos hacer.

―Si pudieras, Phoenix, ¿lo harías? ¿Me concederías ese único deseo?

―Claro que sí. Lo que sea, dime que es.

Ella se giró completamente, y el aroma del cabello de la abogada abanicó en dirección a él y endulzó el ambiente. No era el aroma de Maya, era el de Mia. Sus ojos brillantes se entornaron sobre él, y sus labios lustrosos y bellos bajo de los cuales lucia ese lunar tan característico de su encantador rostro, temblaron un momento cuando dijo, en un dulce susurro.

―Quiero tener un hijo.

Wright tragó saliva. No se había esperado jamás eso. De alguna manera, nunca vio a Mia como una mujer de familia. Siempre profesional, ferozmente enfrascada en su carrera profesional, había abandonado a su hermana y el resto de su familia en Kurain, así como la profesión de sus ancestros para volverse abogada, y ahora estaba ahí, hablándole del profundo deseo secreto de su corazón. Pero algo más crepitó dentro del cuerpo de Phoenix. Algo más que estaba implícito en la sentida confesión. Mia notó como el abogado movía los dedos nervioso, y dio un paso más hacia él, quedando tan cerca y sujetando con sus delicadas manos femeninas la corbata roja que él traía puesta siempre.

¿Estaba acomodándosela o tratando de quitársela?

―¿Me ayudarás, no es así, Phoenix? Harás eso por mi… dijiste que harías lo que sea…

―P-pero Mia… no creo que tú… eso no… ―de pronto las palabras se atropellaban en su boca de la misma manera que tropezaban sus pensamientos dentro de su cabeza. Se sentía nuevamente como un abogado primerizo, suelto en el coliseo de la corte sin saber cómo defenderse.

―¿No es posible porque no tengo un cuerpo propio? ―completó la idea ella, guardó silencio un segundo y luego, como si con ello despejara las dudas de la mente de Nick, tiró de la corbata, ahora suelta, quitándosela de sobre el cuello de la camisa ―No creo que a Maya le importe que usemos su cuerpo. Es tan despistada que seguro pensara que sólo tiene indigestión durante las primeras semanas.

Ella se rio recatadamente. Ante todo, Mia era una dama, educada y diplomática, al contrario del carácter despreocupado y a veces impropio de su hermana menor. Pero eso no hizo que Wright dejara de notar la cuidadosa selección de palabras que ella había usado.

Usemos. Estaba dando por hecho su complicidad en el crimen. De hecho, el mismo se la había ofrecido.

Sin darle tiempo de reaccionar, ella lo sujetó de la camisa y le dio un leve empujón hacia atrás. ¿Desde cuándo estaban tan cerca del sofá? ¿Acaso sin darse cuenta Wright había estado retrocediendo conforme ella se acercaba? El abogado cayó de espaldas y cuando el ruido del sofá resintiendo su peso le recordó por un momento donde estaba, se acordó de que Pearl estaba dormida a escasos centímetros de ellos sobre el mismo sillón, pues se movió un poco entre sueños, inocentemente sin sospechar nada.

―Shhh… ―le susurró Mia poniendo su dedo índice sobre los labios de él ―no hagas ruido. No queremos despertarla. Ella siempre ha pensado que tú y Maya están tan enamorados ¿sabes? No creo que le sorprenda verlos juntos, pero hay cosas que las niñas de su edad no están listas aún para ver.

Y como si esa fuera la única advertencia que pensaba darle sobre sus intenciones, Mia se dio la vuelta y acercó su posterior, redondo y deseable, pero muy apretado en la estrecha ropa de Maya a la entrepierna del abogado y depositándolo entre sus piernas con cuidado, comenzó restregarlo contra él, con claras intenciones de excitarlo.

La reacción claramente no se hizo esperar. Debajo del fino pantalón azul de Wright, su miembro comenzó a endurecerse, estimulado por el tacto un tanto rudo y descarado a la que Mia lo sometía con sus generosos glúteos. El corazón del abogado comenzó a bombear con rapidez y su respiración se alteró perceptiblemente conforme el deseo había comenzado a embotar su pensamiento y a nublar su juicio. Casi como un reflejo, sus manos fueron a posarse sobre las caderas anchas de su tutora, con el fin de animarla a moverse más rápido, apretarse más contra su cuerpo, dispuesto luego a comenzar a acariciar las nalgas de Mia…

De Maya… ese cuerpo es el de Maya…

Aquel pensamiento atravesó como un relámpago la mente del abogado y debió hacerle dudar tanto que separó un poco las manos de la cadera de la chica, lo que ella notó de inmediato y reacciono sujetándole las muñecas con sus propias manos para impedirle escapar.

―¿Qué pasa, no te gusta esto? ¿Me dirás acaso que nunca, ni siquiera una vez, miraste con lujuria el cuerpo joven de mi hermanita? ―y como si lo tentara con ello, comenzó a moverse más haciendo que la fricción de sus cuerpos aun sobre la ropa fuera sumamente estimulante para ambos ―Sabes que no puedes engañarme, Phoenix. Te conozco demasiado bien. Y se lo despistada es Maya para todo. No dudo que más de una vez olvidó cruzar sus piernas delante tuyo o se agachó sin reservas en tu presencia sin considerar que la túnica de médium poco hacía por esconder su cuerpo en crecimiento…

Y tenía razón. Wright sabía que tenía razón en todo eso. Aun dándole la espalda, sin tener que mirarlo a los ojos, Mia veía a través de su alma como si fuera un cristal limpio. Más de una vez se sintió culpable por desear a la joven y distraída Maya, más sabiendo que tales descuidos no eran un intento consiente por provocarlo, sino meras consecuencias de haber vivido casi toda su infancia sin una madre, y toda su adolescencia sin una hermana que le instruyeran en aquellos manierismos tradicionales. O talvez, era la manera de Maya de revelarse en contra de los estándares super costumbristas de su pueblo y de su gente. Talvez, delante de Nick sentía que podía olvidarse de ser la Gran Maestra, Maya la Mística y ser solo una chica, sin tanto ritual ni tanto protocolo, sintiéndose cómoda en un ambiente familiar que realmente no pudo disfrutar durante su crecimiento.

Pero nada de eso importó cuando, sin miramiento alguno, Mia tomó las manos de Phoenix y tiró de ellas con fuerza para colocarlas directamente sobre sus senos, obligándolo a levantarse un poco de sobre el sillón y pegarse contra ella, pecho con espalda.

―Curiosas cosas hace la genética, ¿no es así? ―la voz de la abogada difunta se escuchó acompañada de suaves gemidos y dulces exhalaciones ―creo que las tetas de Maya jamás tendrán el tamaño de las mías, no importa cuánto crezca ¿o tu qué crees?

Wright sólo podía asentir con la cabeza, vuelto loco de deseo, mientras con sus manos, dirigidas por las de ella, acariciaba y estrujaba los pechos de Mia, apretando especialmente sus pezones amplios.

Para él, siempre habían existido solo dos palabras para describir el busto de su tutora: firme y enorme. Enorme con letras mayúsculas principalmente, al grado de que por los bajos estratos de la corte se murmuraba que la licenciada Fey hacia uso estratégico de trajes especialmente apretados y escotes pronunciados para desequilibrar a la fiscalía, comúnmente representada por varones.

―Anda, tócalos ―lo animó ella, cerrando sus dedos sobre las manos de él para hacerlo apretarle los senos ― Se cuánto deseabas esto. No creas que no me di cuenta de que los mirabas cuando pensabas que no me daba cuenta… ¿tú siempre quisiste penetrarme, no es así, Phoenix?

El abogado dio un respingo y retrocedió un poco como ofendido. Le era imposible negarlo, sobre todo ahora que estaban ahí, uno sobre el otro, entallando sus cuerpos y con él masajeándole los pechos con lujuria, de manera que no encontró palabras ni argumentos, principalmente porque su mente estaba demasiado saturada de deseo hacia ella.

Pero Mia no esperaba una respuesta, de hecho, todo era parte de su plan para distraerlo para que sin que se pudiera resistir, ella pudiera desabrochar su cinturón, abrir su pantalón y abrirse paso entre su ropa interior, y de esa manera liberar el miembro duro de Wright que para entonces estaba que reventaba, pulsando por ser usado.

Ella lo apretó y acarició un momento, despertando varios suspiros en la boca de Nick, quien se había quedado totalmente sin palabras. Pero sus manos no se quedaron quietas, sino que habían regresado de su ausencia entre los senos de Mia, hacia sus caderas y sus glúteos, donde, levantando la túnica que cubría el cuerpo de Maya (no sin cierta dificultad, debido a lo apretada que esta estaba, ahora que estaba envolviendo el redondo, abundante y maduro trasero de su hermana mayor) para descubrir que unas sencillas pero lindas pantaletas rosadas, estiradas al máximo de su capacidad por encontrarse ahora alrededor de las caderas anchas de la abogada.

―¿Qué estas esperando? ―le instó ella, mordiéndose los labios y echando a un lado la diminuta prenda que cubría su sexo. Pero él ya no estaba pensando con claridad, el olor del líquido de la vagina de Mia lo había envuelto y excitado tanto que en su mente no existía otra cosa que el deseo ardiente de hacerla suya.

Pero ella no espero. Sino que deteniéndose de una de las rodillas de el con una mano y sosteniéndole aun el pene con la otra, se enfiló hacia atrás, casi dejándose caer sobre su entrepierna, pero introduciendo de golpe el miembro duro de Phoenix en lo profundo de su sexo.

Un largo y lastimero chillido salió de la garganta de Mia y ella apenas pudo reaccionar llevándose una mano a la boca para amortiguarlo. Después de todo, la vagina de Maya era virgen y nunca había estado sujeta a un trato tan rudo. Pero eso no le importaba. Aquel era el cuerpo que Mia estaba ocupando ahora, un cuerpo que aunque lucia la apariencia de una mujer de 27, era en realidad el de una joven de apenas 19, llena de deseo y vigor jamás saciado.

Ella comenzó a moverse adelante y atrás, sintiendo el sexo duro de Wright al separar sus paredes, llegando más profundo con cada empujón, mientras que él la sujetaba por la cadera con fuerza, usándola como punto de apoyo para embestirla cada vez más rápido, cada vez más fuerte, entrando y saliendo, dominado de un placer y un deseo incontenibles, que se volvían más fuertes a cada instante.

El grande y deseable trasero de la abogada subia y bajaba sin parar al ritmo del movimiento de ambos, y desde donde estaba, Wright solo era capaz de observar como la extensión de su duro sexo era literalmente devorada por los redondos glúteos de la abogada, cada que se movia sobre su entrepierna.

De hecho, pene de Nick temblaba y pulsaba dentro de Mia, como si fuera a reventar en cualquier instante, mientras que ella no podía ya contener apagados gemidos de placer que se escapaban de su garganta con cada sacudida. Él por otro lado, poco podía hacer para contenerse pues la joven y deseosa vagina de Mia lo apretaba cada vez más fuerte, como succionándolo, como tratando de exprimirle hasta la última gota a su miembro. Después de un largo rato en que los movimientos de ambos se sincronizaron y el interior de la oficina quedo poblado por un acallado concierto de gemidos mal disimulados, largos suspiros y gruñidos apagados, el abogado sintió que había llegado a su límite, y aunque por su mente pasó la fugaz idea de detenerse y sacar su miembro, largo tiempo atrás había perdido el control total de su cuerpo.

―Mia… ya no puedo más, ―rogó ―creo que voy a…

―¡Si! Hazlo, Phoenix. Vacíate en la vagina de Maya para que yo pueda tener a tu hijo en su cuerpo… ―exigió ella sin dejar de mover los glúteos arriba y abajo con violencia.

Maya… pensó él y por un instante, la imagen sonriente de la joven y despistada médium se dibujó por última vez, al tiempo que el abogado se disculpaba con ella desde el fondo de su corazón por lo que ya no era capaz de evitar hacerle.

Una poderosa onda de placer recorrió todo el cuerpo de Phoenix, que aumentó la fuerza y el ritmo de la penetración, dominado por violentos espasmos que sintió al tiempo que en copiosos chorros eyaculaba en el interior de la vagina de Mia.

Ella, al sentir la espesa y caliente carga ser depositada dentro, se estremeció de gusto y liberó largos y dulces gemidos mientras sentía un poderoso orgasmo sacudirle el cuerpo entero.

Unos segundos después en que siguieron uno, encima del otro, disfrutando del tacto y la fricción, y con la respiración y el ritmo cardiaco agitadísimos, Mia se puso de pie de sobre su protegido, haciéndolo salir de ella. Dio un par pasos hacia el frente, acomodándose de vuelta la ropa interior y la túnica, las luces nocturnas de la calle que se colaban por entre las persianas delimitaron su silueta curvilínea y atractiva con líneas discontinuas.

Mia se tocaba el vientre por encima de la ropa, con las grandes tetas aun descubiertas y sonreía.

Los ojos del abogado estaban clavados en ella, mientras, recargado en el sofá con las piernas abiertas y el miembro aun desnudo, trataba de recuperar el aliento.

Su tutora se sentó en el sofá de enfrente, hizo un esfuerzo por hacer caber su busto en la ajustada túnica y recostándose frente a él, le dirigió algunas palabras antes de cerrar los ojos:

―Seguro Maya dormirá como un bebe está noche. Asegúrate que se quede recostada. Eso hará más probable que quede embarazada… ―su rostro era sonriente y su voz amable pero claramente le estaba dando una orden. Una que no parecía estar dispuesta negociar.

Nick se quedó mirándola largamente, sabiendo que en cualquier momento, cuando el espíritu de Mia abandonara el cuerpo de Maya, aquella peculiar y casi imperceptible pero totalmente radical transformación se daría, en que la médium volvería a ser ella misma y su apariencia regresaría a ser la de una chica de 19 años.

La transición sucedió casi sin que él lo notara, ya fuera por lo oscuro del lugar o porque su mente estaba demasiado abstraída para poner su atención en los detalles. Antes de reacomodarse la ropa y salir de la oficina, ponderó que posiblemente debía despertar a Pearl para que ella caminara rumbo al taxi por su propio pie. No se creía ni remotamente capaz de llevarlas a ambas cargando, y no pensaba despertar a Maya, pues aun no tenía idea de cómo la vería nuevamente a los ojos después de lo sucedido aquella noche.

Y es que en realidad, el problema no era que se sintiera culpable de lo que había hecho. El problema era que lo había disfrutado inmensamente y no sólo no se arrepentía de nada, sino que esperaba ansiosamente y de todo corazón el tener la oportunidad de volver a hacerlo.