Tiempos de cambio I: La alianza.

Summary completo: Harry Potter es un auror reconocido tanto por su trabajo como por salvar al Mundo Mágico de la maldad de Voldemort. Draco Malfoy lleva la estigma de Mortífago, por lo que ha decidido cambiar por completo su futuro: se casó, tuvo un hijo, y actualmente es un sanador bastante reconocido por su paciencia, temple y educación, una bondad tan profunda que incluso podría olvidarse la marca que lleva en su brazo.

Sin embargo, las cosas no son como parecen. El mundo mágico vuelve a estar amenazado, ésta vez por un extraño brujo conocido como Irragor, la serpiente de plata. Y entre la amenza, dos mundos que parecían haberse dividido años antes se unen como si todo estuviera escrito en las estrellas.

Advertencias: Slash. AH, y esta primera parte de la historia contiene m-preg. Aunque es un spoiler total decirlo, hay a quienes no les agrada, y es mejor que estén advertidos.

Disclaimer: Los personajes (con algunas cuantas excepciones) no me pertenecen. Su dueña original es Jotaká y le agradezco a la vida porque nos haya dejado jugar con sus creaciones.


Uno: El maleficio putrus.

Harry abrió los ojos. Lo último que recordaba era esa batalla en la cual los aurores habían perseguido por alguna zona al sur a ese grupo de magos oscuros, lanzándose hechizos y encantamientos, maldiciones e incapacitantes. Y entonces allí estaba, despertando en San Mungo —reconocía el techo, las cortinas, el aroma a pociones curativas y el murmullo bajo de los sanadores— quién sabe cuánto tiempo después, con la vista borrosa a falta de los lentes y un dolor de cabeza imperial.

Lo primero que hizo fue buscar en la mesa de junto sus lentes. De sus entradas a San Mungo reconocía lo que había en la habitación; parecía que los Mortífagos que quedaban seguían empecinándose con herirlo de formas graves. Encontró los lentes sintiendo un dolor atroz en el brazo derecho mientras los buscaba, y cuando se los puso pudo ver la habitación con claridad. Era de día, la luz de unos débiles rayos de sol se asomaban por la ventana a su izquierda. Y la puerta a su derecha estaba cerrada, pero se abrió dejando pasar al sanador.

Apenas si lo reconoció. Tenía una expresión serena y tranquila en el rostro blanco, y no había odio o acusación en sus ojos grises cuando se acercó para examinarlo. Lo único que delataba que se conocían desde antes y que habían tenido un mal pasado era la forma en que sus labios se curvaban, apenas, con picardía.

—Bien, Potter, al parecer te encuentras bien —dijo, después de haberle pasado la varita por la cabeza. Una varita nueva, se dio cuenta Harry; la anterior había sido incautada por el Ministerio a pesar de que él había querido devolvérsela, ya que después de todo, ¿quién confiaría en Draco Malfoy?

El Ministerio había conseguido hacer varitas con restricciones. Eran varitas que podían hacer casi todo los hechizos, pero cuyo núcleo les prohibía hacer cierta cantidad de hechizos de magia oscura, y obviamente tampoco las maldiciones imperdonables. De intentarse más de una vez, el hechizo rebotaría y caería contra el mago que lo hiciera. Algunos magos habían tenido la suerte de que esas varitas sean fabricadas específicamente para ellos, magos como Narcissa Malfoy y el mismísimo Draco Malfoy.

Malfoy madre e hijo se habían salvado de Azkabán —reemplazándola por prisión domiciliaria durante un año y servicio a la comunidad durante diez— gracias a la declaración de Harry y su decisión de salvarlos. No sabía por qué lo había hecho, pero no podía pensar en Draco Malfoy en Azkabán. La pena le carcomía el alma casi como el beso de un dementor.

Lucius Malfoy había sido otra historia diferente, algo en lo que Harry no quería pensar.

—Aunque me parece que tienes una contusión cerebral —murmuró Draco, luego de dar otra vuelta con la varita por la cabeza. Tocó apenas su cabeza con la punta de ella y Harry se estremeció—. Sí, una contusión cerebral. ¿Qué recuerdas, Potter?

No pronunciaba su nombre con odio, ni con rabia. Simplemente pronunciaba su nombre como cualquier sanador profesional hablándole a un paciente.

—No mucho —respondió, y vio que Draco hizo una mueca—. Recuerdo que alguien me lanzó una maldición. Luego no mucho —especificó, poniendo mucho esfuerzo en intentar recordar exactamente qué maldición había sido. No recordaba el rostro de su atacante, ni tampoco qué palabras había gritado para maldecirlo, pero sí recordaba el color de la maldición: era de un violeta sorprendentemente claro, brillante y fuerte que impactó contra su brazo.

Justo donde le dolía.

Seguramente allí había caído y debido a la persecusión los demás Aurores no pudieron hacerse cargo de él hasta más tarde. ¿Habrían atrapado a los brujos?

—¿Recuerdas el nombre de la maldición? ¿El color? ¿Algo? —preguntó Draco, apartándose de él y examinando algo en unos pergaminos. Parecía un médico muggle, con la bata blanca sobre la túnica gris de diseños en celeste, bastante más austera de lo que un Malfoy podría haber elegido por voluntad propia.

—Era color violeta claro. Diría lila —le informó Harry, y Draco asintió con la cabeza, anotando algo con una pluma en los pergaminos—. ¿Qué efecto tuvo?

—Yo diría que mientras no muevas ese brazo en los próximos días, sobrevivirás —le dijo, con una pequeñísima sonrisa en los labios. Harry también sonrió. Malfoy podía llegar a ser agradable cuando se lo proponía, pero al parecer en su época de clases no se lo había propuesto mucho.

—¡Ya déjenme pasar! —oyó la voz de Ron fuera del cuarto e intentó incorporarse. Ron entró como un bólido a la habitación, con la túnica de Auror ondeando arrugada y sucia de polvo. Una sanadora lucía realmente molesta junto con otro sanador aún más molesto, con la túnica aún más arrugada, alisándosela con las manos extendidas—. Harry, ¿cómo te encuent...? —y sus ojos se detuvieron en el sanador junto a Harry—. ¿Malfoy?

—Sanador Malfoy, no pudimos detenerlo —se excusó la sanadora. Harry la reconoció: era la sanadora Amy Leans, y había atendido su caso cuando había llegado con el brazo roto hacia un mes. No reconocía al sanador junto a ella, pero por su edad parecía recién haber salido de Hogwarts.

—Déjenlo estar —dijo Draco, con la mano extendida suavemente—. Harry necesita unas pociones para el dolor y tomar reconstituyentes durante dos semanas, todos los días. Las contusiones cerebrales pueden volverse feas si no se tratan —dijo esto último mirando de reojo a Harry, informándole parte de su estado. Sin embargo, Ron se había vuelto rojo: su rostro pecoso brillaba, enfurecido.

—¡Maldito mortífago! ¿¡Te crees con el deber de jugar con la salud de Harry, tú...!?

—Weasley, por favor —si Harry no hubiera visto la expresión de Draco, no lo hubiera creído. Fruncía levemente el ceño a la vez que alzaba las cejas, en una expresión que era tanto de molestia como de perplejidad—. Te he dejado pasar, pero manten tus palabras dentro de tu boca. ¿Quieres ver a Potter? Se encuentra bien, está aquí, no le he hecho más daño yo que los brujos que intentaban atraparos. Así que deja de gritar y cálmate, o me veré obligado a expulsarte de la habitación.

Hablaba con dignidad y educación, y en ningún momento había insultado, o bajado la cabeza. El rostro de Ron seguía ardiendo, pero asintió, con los labios blancos de tan fuerte que los apretaba.

—Amy, Jack, por favor, iros. Todo está en orden —pidió Draco, y ambos sanadores abandonaron la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas. Ron pareció encontrar la forma de calmarse unos instantes y avanzó hasta estar junto a Harry.

Harry tenía una expresión casi cómica en el rostro.

—¿Cuando cambiarás, Ron? —preguntó, rodando los ojos burlonamente. Él ya no tenía prejucios. Había conocido a Slytherins que habían estado en el lado equivocado, en el momento equivocado, y ahora eran realmente buenos Aurores, Sanadores o incluso trabajadores de la comunidad. Era su trabajo y el de Ron inspeccionarlos una vez cada año en visitas sorpresas, aunque luego de seis años de la guerra y que el Mundo Mágico se encontrara en paz nadie creía que el mal pudiera volver a caer sobre Inglaterra, e incluso el mundo.

—No cambiaré hasta que todos los mortífagos estén en Azkabán —siseó el pelirrojo en voz baja, y Harry negó con la cabeza, pero no dijo nada. De nada servía discutir con su amigo: era completamente necio en ese tema, y en muchos otros más. Pero seguía siendo su amigo, el tiempo no había cambiado eso, y estaba feliz por ello. Podrían discutir, pelear tantas veces como quisieran, pero siempre seguirían apoyándose mutuamente.

Ron incluso le apoyó cuando terminó con Ginny, y eso no había sido algo fácil para él, pero lo había hecho. Había apoyado su decisión y calmado la furia de su hermana, por sobre todas las cosas.

—Muy bien —interrumpió Draco, mientras le pasaba un pequeño pergamino enrollado; parecía haberlo hecho mientras sucedía la discusión con Ron—. Puedes levantarte y cambiarte. Cuando la sanadora Leans le traiga las pociones dile que debe firmar ésto. Luego serás libre de irte cuando gustes, Potter.

Harry tomó el pergamino y lo abrió. Ahí decía qué poción y qué cantidad debía tomar durante tanto tiempo y en qué horarios, además de que debía pedir baja médica entre los Aurores como mínimo por un mes. La firma de Draco en el pergamino era una estilizada curva junto a una M luego de un remolino de tinta.

Draco lo estaba mirando fijamente leer y cuando Harry alzó la vista el rubio apartó la vista con rapidez para centrarla en sus pergaminos.

—Ron, te espero afuera —dijo Harry de improviso. Ron se sobresaltó.

—Oh, no viejo, no te voy a dejar a solas con ese hurón que...

—Ron —silenció Harry— te espero afuera.

Ron apretó los labios y asintió. Salió de la habitación con la cabeza en alto y la túnica púrpura arrugada en su espalda, que además le llegaba a los tobillos y dejaba parte de sus medias al descubierto. El pantalón también le quedaba algo corto.

—Aquí están tus cosas, Potter —Malfoy movió su varita y una pila de ropas se movieron desde un mueble hasta los pies de la cama de Harry. Sobre todas sus cosas estaba su varita. Harry asintió y se descubrió con las sábanas. Llevaba una túnica larga, blanca, y la ropa interior debajo de ésta. Se deshizo de la bata sin importarle que Draco Malfoy fingiera no mirarle, porque fingía, claramente: podía sentir sus ojos sobre su piel como había aprendido a detectar algunos sutiles movimientos.

Cuando ya se había puesto los pantalones e iba por la camisa Draco apartó la vista de los pergaminos y lo miró fijamente, con los ojos desmesuradamente abiertos y un brillo errático en la mirada.

Harry siguió su vista y jadeó.

Al principio no la tenía, pero una gran mancha violeta se marcaba debajo de su clavícula y por el brazo derecho. No dolía como había dolido al despertar, pero sí molestaba, fastidiaba bastante cuando movía el brazo.

Se tocó con dedos curiosos y, tan pronto tocó la carne, sus dedos se hundieron allí. Un aroma oscuro y extraño emergió de la carne hundida, y cuando retiró los dedos ésta seguía así, hundida, marcada.

El estómago se le retorció.

—Joder —siseó Draco, acercándose y moviendo desesperadamente su varita sobre la extraña herida—. Joder. Por Salazar. Esto es...

—Un Púdrete —simplificó Harry. Ya conocía la maldición, su nombre real era "Carnibus Putri" y se conjuraba con un Putrus. Su comido era pudrir la carne, y si no se detenía en sus primeras horas podría extenderse hasta los órganos y encargarse de ellos también.

Draco no parecía tan calmado como segundos antes.

—Se supone que los Putrus son color rojo oscuro. No violeta. Será un maleficio con el mismo objetivo y distinto... —dudaba, completamente ofuscado, pero observó atentamente lo que estaba haciendo Potter y jadeó—. ¡Por Merlín, Potter! Deja de tocarte.

Harry había intentado emparejar la piel en vano. Ésta se había hundido aún más, y Draco jadeó.

—Métete en la cama ahora mismo. Iré por Leans. No me tardo.

Draco desapareció por la puerta en unos segundos. Harry suspiró. No era la primera vez que le aplicaban el Putrus, era un maleficio bastante nuevo y difundido entre magos y brujas oscuras que querían darles muertes lentas y dolorosas a sus víctimas. Nunca un Putrus había abarcado tanto de su piel, pero ahora se extendía a cada minuto un poco más.

Se metió nuevamente en la cama sin quitarse los pantalones y jugueteando con su varita. Ya casi no sentía el brazo; lo bueno era que no sentía dolor, lo malo era que el maleficio estaba llegando a los nervios. Si tan sólo Draco se apresurara...

Casi cinco minutos después entró junto con Amy Leans. Draco estaba ligeramente despeinado y un poco agitado, signo de que había corrido por los pasillos de San Mungo en busca de la sanadora con más experiencia en pociones que él conocía. Ella lucía ciertamente conmocionada.

—¡Otro Putrus! Longbottom llegó con otro hace unas horas. También era violeta —se acercó y le alzancó un vial con una poción de color fango y con unas burbujas bastante desagradables a la vista—. Bébela. Luego Malfoy te hará el contrahechizo.

Harry la bebió sin preguntar. Sabía que la poción sanaría lo que había sido afectado por el proceso de putrefacción, y luego Draco haría el contrahechizo, estaría en observación un día más hasta que pudiera decir que estaba completamente estable, sin órganos afectados, y podría irse.

Harry bufó. El día no pintaba para ser peor.

Corium sanares —apuntó con la varita Draco a la herida, mientras pronunciaba las palabras del contrahechizo—. Musculi sanares. Nervi sanares. Carnibus sanares. Curare totallum. Inputrus.

Era un hechizo común de sanación. Harry lo había aprendido en su segundo año de Auror, cuando les habían enseñado cosas básicas sobre la sanación corporal para cuando debían ir a misiones largas y sin asistencia.

Luego de haber pronunciado Malfoy buscó en su túnica y le dejó caer en la herida unas gotas de un líquido transparente. Díctamo, según le parecía a Harry, que por el momento no sentía absolutamente nada en la herida, pero tampoco nada desde el hombro hacia abajo y hasta el codo. La mancha todavía no había avanzado lo suficiente, pero sí había avanzado interiormente, al parecer.

—Deberás quedarte en observación hasta que la herida termine de sanar —le informó la sanadora Leans, con una sonrisa pequeña en sus labios—. Le diré al Auror Weasley tu nueva situación. Estaba bastante preocupado cuando Malfoy salió corriendo del cuarto.

Malfoy puso expresión de no tener idea de qué le hablaban.

Cuando finalmente Leans salió del cuarto Draco se volvió hacía Harry con expresión de ruego en el rostro pálido, ahora levemente sonrojado.

—Potter, por favor —pidió, y a Harry le llamó terriblemente la atención el que pidiera algo por favor, y el que hubiera tanta urgencia en sus ojos—, si pudieras abstenerte de comentar que casi te dejo ir sin revisarte el brazo... Estoy en mis primeros meses de sanador, debo estar bajo supervisión pero Leans está muy ocupada. No sólo me perjudicarías a mí, sino a ella principalmente. Si pudieras...

Harry podía ver cómo el orgullo se rompía frente a sus ojos. Si algo quedaba del antiguo Draco Malfoy en ese que estaba frente a él acababa de irse. La dignidad seguía allí, no así la arrogancia, la fuerza del orgullo que lo había guiado durante años. Harry asintió. No pensaba decírselo a nadie.

—Seguro, Malfoy. No hay problema.

Malfoy suspiró y sonrió a medias. Le ofreció la mano, y Harry recordó años atrás, años en los que Malfoy se había comportado como un pedante y él había rechazado su mano. Ahora no tenía por qué rechazarla. Las cosas que habían sucedido y la nueva actitud del rubio dejaban mucho que pensar; Harry se había enterado de las atrocidades que la familia Malfoy se había visto obligada a hacer, las cosas que los demás seguidores de Voldemort hacían y decían en sus narices cuando Draco no consiguió matar a Dumbledore... se había enterado de todo, y le perdonaba todo a Draco. Su madre, después de todo, le había salvado. Tenía una deuda de vida con ella, con la familia Malfoy, en cierta forma.

Aceptó la mano de Draco con cierta dificultad. Fue un apretón débil, ya que su brazo aún no estaba del todo sano. Sabía que dentro de poco comenzaría a doler y cómo dolería, pero lo peor pasaría en las siguientes horas. Además, si Malfoy seguía allí, podía pedirle una poción para que dejara de doler: de todas formas, según su pergamino, debía tomarla.

Acababa de soltar la mano de Draco cuando una mujer se asomó por la puerta sin tocar ni preguntar. Harry alzó ambas cejas, asombrado. Era joven, y llevaba una túnica negra abierta sobre un vestido rojo que tenía un largo tajo a lo largo de la pierna izquierda que dejaba su piel blanca y tersa a la vista. Su cabello era del color del caramelo, sujeto en un elegante peinado de ondas y trenzas. Aquellos ojos eran sorprendentemente negros, en contraste con la piel cremosa y el cabello claro.

—Draco —murmuró ella, con una voz clara y con una dulzura embriagante—. ¿Recordaste, por casualidad, que debía tomar un traslador a Francia hoy? El traslador sale en quince minutos y debo estar allí antes que... —y sus ojos se posaron en Harry, y una extraña sonrisa curvó sus labios pintados de rojo sangre— Oh, Potter. Qué gusto volver a verte.

Era Astoria Greengrass. La había conocido unos meses atrás cuando fue a buscar a su novio, Leon McDouglas, a la Oficina de Aurores. Le había parecido una mujer bastante amable, con una voz tranquila e ideas claras. Además, recordaba que se había divorciado de Draco Malfoy casi un año antes, esa noticia había afectado mucho a la prensa del Mundo Mágico: la mujer harta del mortífago lo deja por un Auror. Ni Astoria ni Draco habían dado declaraciones, y quién sabe gracias a qué suma se había dejado de hablar de ellos en los periódicos.

—El gusto es mío, Greengrass.

—Como decía, Draco... —los ojos de la mujer volvieron a su ex marido. No había acusación ni ningún sentimiento negativo en ellos, ni en su voz, ni en nada. A Harry le sorprendía. Ginny le miraba con rabia y desprecio cada vez que se encontraban, y eso que solamente habían sido novios; si se hubiera casado con ella...—. Scorpius está aquí. Deberás llevarlo a casa tú; no podía dejarlo solo. lo lamento.

Draco sonrió de lado.

—No hay problema, Astoria. ¿Dónde está? —estiró la cabeza para intentar ver detrás de ella. Astoria negó.

—Amy lo tiene. Está encantada de volver a verlo.

—¿Puedes pedirle que me lo traiga apenas se desocupe? Yo estoy algo ocupado aquí —Draco hizo un ademán que abarcaba a Harry, y aclaró—: debe estar en observación constante hasta que se recupere.

Astoria fijó sus ojos en la fea mancha de carne podrida en el brazo de Harry y asintió.

—Sí, será mejor que le cuides —se adentró en la habitación para abrazar a Draco y besar su mejilla con ternura—. Volveré en unos días.

—Adiós, Astoria. Cuídate, suerte.

—Adiós, Draco —se despidió ella con los ojos cargados de cariño—. Adiós, Potter —se volvió hacia Harry con una mirada más relajada, una sonrisa pequeña en el rostro sonrosado—. Recupérate pronto.

—Gracias —le dijo Harry, y Astoria sonrió antes de irse, regalándoles una expresión de amabilidad que muchas brujas soñaban con tener. Astoria parecía completamente inofensiva, y realmente dulce con su ex marido y con las personas. No parecía ser del tipo que acusa y ataca, ni del tipo que guarda rencores; a pesar de ello había sido una Slytherin, lo que le demostraba a Harry que la diferencia de clases que tanto se había mostrado en su adolescencia no significaba realmente mucho.

Draco aún tenía una sonrisa dibujada en el rostro.

—Es una buena mujer —le dijo Harry a Draco, y él asintió.

—Es más que buena —comentó él, para sonreír—. ¿Te gustaría conocer a mi hijo, Potter?

Hablaba con orgullo. Harry asintió, con una media sonrisa en el rostro. Si el pequeño Scorpius Malfoy se criaba con la nueva actitud de Draco y con la dulzura de su madre se venían buenos días para la reputación de los Malfoy.

—Es un niño muy especial —comenzó a hablar Draco, con todo el orgullo de un padre, la voz despejada como nunca antes la había escuchado; no había resentimientos ni viejos demonios—. Muy inteligente, y realmente muy lindo.

Harry estuvo a punto de decir "al igual que su padre" pero las palabras se interrumpieron por su sentido de supervivencia. Puede que Draco haya cambiado, como mínimo en apariencia, pero no se tomaría realmente bien que le dijera algún halago que le demostrara que sentía un poco de atracción física hacia él. Que tal vez siempre la había sentido, aunque Draco Malfoy haya sido un idiota desde que lo conoció. Muchos hombres, brujos criados a la antigua, no aceptaban la nueva libertad de expresión.

Ginny tampoco lo había aceptado.

—Me gustaría conocerlo —dijo, en cambio, y Draco le regaló una amplia sonrisa.

—¿Tú todavía no tienes hijos, Potter? —preguntó Draco casi un minuto después, cuando le había examinado la herida con la varita. Había comenzado a cambiar de color, a empequeñecerse apenas por los bordes.

Era una pregunta innecesaria, y Harry lo sabía. Si tan sólo hubiera tenido un hijo, o se hubiera casado, todo el Mundo Mágico lo sabría.

—No —respondió, sin decir nada; era una táctica del rubio para seguir la conversación, para no encerrarse en el silencio o la indiferencia—. Aunque me gustaría.

—He oído que terminaste con la chica Weasley —comentó Draco, encogiéndose de hombros cuando Harry alzó una ceja, queriendo saber de quién había oído eso; hacía relativamente poco había terminado con Ginny, y aún los medios parecían no haberse enterado—. Así no estás muy cerca de ser padre de una nueva generación de Gryffindor's con complejo de héroe.

Harry se hubiera molestado, pero Draco no lo decía como insulto, si no como broma. Así que sonrió.

—No, no estoy nada cerca —dijo, encogiéndose de hombros. Ya incluso sentía el brazo derecho, y el dolor no demoraría nada en aparecer—. Pero, qué voy a hacer. Ginny no era para mí.

No sabía por qué le contaba eso a Draco. Inconscientemente lo hacía con deseos de que él preguntara: "¿Por qué no?" y Harry le diría que se había dado cuenta, finalmente, que no solo Ginny no era para él, si no que las mujeres en particular no eran su área de confort. Que había encontrado cobijo en los brazos de un hombre por una noche, y se había dado cuenta de que se sentía más a gusto así, con brazos fuertes rodeándolo, risas graves y manos grandes recorriendo su cuerpo. Claro, tal vez no se lo dijera así, le diría "Porque después de varios años descubrí que las mujeres no son lo mío". Deseaba que el rumor corriera. Ron y Hermione ya lo sabían, pero ellos no harían correr el rumor.

Ahora, más que nada, deseaba que se supiera la verdad antes de que Ginny hiciera alguna locura. La chica, en su terquedad y obsesión por él, podía hacer cualquier cosa.

Sin embargo la conversación no siguió, porque Amy Leans entró a la habitación cargando un niño de unos tres años y rostro divino. Fuera de las pequeñas cosas que había heredado de Astoria Greengrass —el cabello ondeado, los ojos grandes, los hoyuelos en las mejillas— era un calco de su padre: cabello rubio casi blanco, ojos grises platinados, piel blanca sonrosada en las mejillas. Apenas Scorpius vio a Draco extendió las manos abriéndolas y cerrándolas, pidiendo ir a sus brazos. Draco lo cargó con un brazo.

—Hola, Scorpius —dijo, mientras con su mano libre hacía dibujos en el aire—. Papá te extrañó mucho.

Harry esperaba oírlo hablar para ver si su voz expresaba tanta dulzura como lo hacía la voz de Astoria, pero Scorpius no habló. Movió ambas manos frente a su rostro formando dibujos extraños con ellas, y Harry lo comprendió: Scorpius era sordo.

Había conocido a una niña sorda una vez, cuando era pequeño, y si Scorpius no le hiciera recordar a ella ni siquiera la recordaría. Era vecina de los Dursley en Privet Drive y unos años menor que él: nunca hablaba, pero sí se comunicaba con las manos. Scorpius hacía movimientos con ambas manos, creaba figuras y formas, y Draco parecía comprender palabra por palabra lo que le decía.

—Él es Harry Potter —le dijo a Scorpius, moviendo su mano libre y creando formas; entre esas formas estaban las letras que componían el nombre "Harry Potter" pensó él—. Es un viejo compañero mío de Hogwarts.

Scorpius miró con los ojos bien abiertos a Harry y, mirándolo, movió sus manos para decirle algo. Draco le tradujo.

—Quiere saber si eres el mismo Harry Potter del que la abuela Cissy habla —beso el cabello rubio de su hijo y le contó, hablando y moviendo la mano al mismo tiempo—. Es el mismo Harry Potter, cariño.

El niño parecía completamente emocionado y empezó a hacer movimientos y dibujos con las manos extendidas hacia él, como si quisiera que Harry le respondiera.

—Dice —le fue diciendo Draco—: que está encantado de conocerte, y que le encanta que hayas vencido al señor malo que quería hacernos daño.

Harry se sorpendió de que un niño tan pequeño tuviera conocimiento de lo que había sucedio. Asintió.

—Gracias —le dijo, y Draco le tradujo al niño. Scorpius le regaló una amplia sonrisa de dientes de leche parejos y expuestos. Harry se sintió enternecido hasta el alma.

—Scorpius, ¿quieres dibujar un rato? —le preguntó Draco, bajándolo al suelo y hablando con ambas manos—. Mientras yo debo cuidar de Harry Potter.

Scorpius asintió y abrazó las piernas de su padre unos instantes para ir hacia otra parte de la habitación, junto a la ventana. Sacó de su pequeña mochila un cuadernillo muggle de dibujo y lápices, también muggles. Harry no podía imaginarse a Draco en el Londres muggle comprando esas cosas para su hijo, pero lo dejó pasar. Había muchas cosas del actual Draco Malfoy que ni siquiera se llegaba a imaginar.

Draco le sonrió a Scorpius, que ya estaba haciendo un boceto con dedos temblorosos y muchos colores. Era un niño maravilloso.

Su sonrisa llegó hasta Harry, que también sonreía mirando al pequeño. Sentía deseos de conocerlo, y no sólo a Scorpius, si no, también, a Draco. Conocer de su nueva personalidad, del cambio que había dado... ¿seguiría existiendo parte del Draco que había estado obligado a ser? ¿Sería su personalidad actual una farsa? Por cómo trataba al pequeño no parecía ser eso.

Mientras el dolor de la reconstrucción comenzaba a perforarle el brazo, sólo podía pensar en Scorpius y Draco, y en la necesidad que sentía de, de alguna manera, devolverle la deuda de vida que tenía con los Malfoy. De alguna manera.

Harry no sabría que dentro de poco tendría otra deuda, y tendría una alianza con Draco mucho más favorecedora para él mismo que para el rubio, según creía. Pero Harry solía equivocarse, y ésta vez no sería la excepción.


Espero que el primer capítulo les haya dejado una buena impresión. Esta historia (la parte romántica) avanzará un tanto rápido, pero no hay de esos "amores a primera vista" ni nada de ello; en realidad, se explicará a su paso. Espero que no les moleste.

Saludos, Grillow Z.