Todo en Inuyasha pertenece a la gran Rumiko Takahashi. ¿Cuántas veces se los voy a tener que decir, eh? ¿EH? ¡¿EH?!
Necesidad
Había sido una noche de mierda, ¿sí? Larga. Porque está perfecto que yo sea un mitad demonio y toda esa estupidez, pero aún así tengo necesidades, ¿saben? Las normales, las que tiene todo mundo, no por nada me convierto en humano una vez al mes.
Como decía, había sido una noche de los mil demonios y ni siquiera tuvimos encuentro alguno con Naraku. Ahora Miroku se ríe sin parar (¡y es tan molesto!) y yo sólo quiero golpearlo hasta que me sangren las manos (o se muera, en su defecto). Sango y Kagome no entienden nada e intercambian miradas. Y... arg, ¡me hostigan!
¿Y qué mierda van a entender de todos modos, si el estúpido monje no hace más que reír y mirarme y volver a reír? Luego niega con la cabeza y sigue riendo. Así, sin más, no importa cuántas amenazas le suelte. Shippō salta de acá para allá y pregunta «¿Qué tiene Miroku, Kagome? ¿Y por qué mira a Inuyasha?». Maldito zorro del demonio, a él también voy a golpearlo. Y Kagome niega con la cabeza, con el gesto curioso.
Esto apesta, ¿saben? Quiero irme de aquí; nunca debí aceptarlo en nuestro grupo, sabía que traería problemas, ¡y mírenme ahora! Si el monje habla… no hay otra opción, voy a tener que matarlo.
Kagome frunce el ceño y me mira fijamente. Trago duro y siento un fuego subirme hasta el rostro. Conozco las miradas de Kagome. Esto solo puedo empeorar.
Todo es una mierda.
—¿Qué le pasa al monje Miroku, Inuyasha?
—Feh, ¿y cómo voy a saberlo?
El monje sigue carcajeándose, cada vez más alto, más fuerte. Sango bufa y rueda los ojos.
—Sea lo que sea, ya me está cansando. Ya cuenten.
Miroku intenta hablar, pero se atraganta y sigue riéndose. Se lleva la mano a los ojos y se limpia las lágrimas que están por salir.
Maldito monje, ¡voy a matarlo! Se lo advertí.
Kagome alza las cejas.
—Monje Miroku, ¿podría…?
—¡Ya, Miroku!
El monje aminora la risa y me mira con los ojos húmedos.
—Lo siento, Inuyasha. No reiré más, si así lo quieres.
—Así es. Ya cállate.
Asiente, pero la risa aparece en sus ojos. Yo debería hacer aparecer una patada en su trasero, pero aún no. Todavía no es tiempo. No dijo nada, y mientras todo siga así no tendré porqué asesinarlo cruelmente.
—De todos modos, es muy interesante, Inuyasha —comentó, con media sonrisa dibujada en su rostro—. No tenía idea de que aún después de quinientos años, seas tan humano.
—¡Ya cállate!
Sango y Kagome vuelven a intercambiar miradas, mientras yo intento fulminar al monje. Shippō se rasca la cabeza. Las miradas de las chicas presagian problemas.
Lo de fulminar no sirve ni de mierda, como el imbécil de Naraku.
—No sé de qué hablan.
—Yo tampoco, Shippō.
—Estúpido monje.
Él vuelve a soltar una risa y mira a Kagome. Si suelta la lengua, juro romperle la cara. La cara o lo que tenga más cerca.
—Inuyasha es más... ¿cómo decirlo? Mm... simplemente eso, más humano de lo que cree, señorita Kagome. —Le sonríe, cómplice.— Anoche…
Sango pasa a mirarme con los ojos desorbitados. Feh, ¿acaso esta mujer es bruja o qué? Y ni que estuviera tan mal, ¡es algo natural! Este maldito monje. Tenía que estar despierto. Todos dormían, ¡pero él no!
¡Qué estupidez, maldición!
—¿Qué? —pregunta Kagome, ya irritada—. ¿Qué pasó anoche?
—Anoche… —Y vuelve a reír. Siento que no va a pasar mucho tiempo para el desastre y mi sangre yōkai solo puede salir para matarlo. Y sacarle la lengua. Y tirársela a los perros.
—¡Ya, monje libidinoso, como si nunca te hubieras dado placer!
Sí, tenía que gritarlo. ¡Es que me hierve la sangre!
Silencio y las miradas clavadas en mí. Miroku ríe aún más fuerte y se sostiene de su báculo como si fuera a caer.
¿Ya dije que todo esto es una mierda? Lo es.
Sango aún mantiene una expresión extraña y Kagome ya adoptó ese tic tan suyo.
—¿Qué?
—Inuyasha —empieza Kagome y ya presiento algo malo, ya siento mi sangre subiendo al rostro—, ¿te... masturbaste?
Solo se escucha la risa de Miroku (sorprendentemente, cada vez más fuerte).
—¿Qué?
Las palabras de Kagome son tan extrañas. Pero si se refiere a lo que yo pienso que se refiere... Feh.
—No importa, tengo que irme. —Intento frenarla, pero me mantiene alejado.— No es nada. Pero... necesitas tiempo. Para... yo... nos vemos.
No entiendo nada, pero eso me pasa muy seguido con Kagome. Ella y Sango se incorporan y se alejan caminando tranquilas, intercambiando miradas y susurros que no llegan a mis oídos.
Observo a Miroku, que aún respira agitado por la risa. Lo golpeo porque se lo merece (y sigue riendo). Feh, yo no le debo explicaciones a nadie.
Soy mitad humano y estas estúpidas necesidades no son mi culpa.
