ESTA HISTORIA NO ME PERTENECE YO SOLO LA ADAPTO LOS PERSONAJES SON DE STEPHANIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE JEAN BRASHEAR

Titulo: Proposiciones a medianoche
CAPITULO 1

A Bella Swan le gustaban los horarios, el orden y las cosas meticulosamente planeadas. Tenía un novio sensato y su relación iba sobre ruedas, pero mantenía firmemente controlada su parte romántica, la parte que adoraba las novelas de amor y soñaba con un hombre que la hiciese perder la cabeza.
Hasta que conoció a Edward Cullen. Edward era sexy, travieso y desconcertante. Desordenado, salvaje, conducía una poderosa motocicleta y la sacaba de sus casillas. En resumen, era absolutamente, cien por cien… perfecto para ella.

Bella Swan colocó sus cuatro lápices a exactamente seis centímetros del borde del cuaderno, centrado en su ordenadísimo escritorio.
–Me ha pillado un atasco, lo siento. Necesito urgentemente el archivo de MacMillan –su jefa, la abogada Jessica Stanley, entró en tromba en el despacho.
–Sobre tu archivador, con una etiqueta verde que indica que el caso se ha reactivado –dijo Bella.
–Toma –Jessica dejó sobre su escritorio una taza de té–. Una oferta de paz.
–¿Por qué? –Bella observó la adormilada y satisfecha sonrisa de la otra mujer. Algún hombre debía tener la misma sonrisa en ese momento, pero el pobre no sabía que Jessica era una experta en el arte de "ámalos y déjalos".
–Porque sabía que tú me salvarías el cuello. Aunque sé que desapruebas mi comportamiento.
Bella frunció los labios.
–No es asunto mío…
Jessica soltó una carcajada.
–¿Desde cuándo trabajas para mí?
El teléfono sonó en ese preciso instante.
Tres años, cinco meses, seis días, pensó Bella mientras descolgaba el auricular, moviendo el cuaderno para colocarlo exactamente paralelo al borde del escritorio.
–Bufete de Jessica Stanley, buenos días.
–Eso depende, cariño –respondió una voz perezosa y burlona.
Bella colocó la regla.
–Ah, señor Cullen.
–Chère, habíamos quedado en que me llamarías Edward.
Ella no le hizo caso.
–Estoy trabajando, señor Cullen.
–Lo sé, cielo, al fin y al cabo te he llamado al trabajo –dijo él.
Bella podía ver a aquel hombre que la sacaba de quicio: sus traviesos ojos oscuros rodeados de largas pestañas, el cabello ondulado que caía sobre su frente haciendo que sintiera el absurdo deseo de echar el flequillo hacia atrás
Jessica carraspeó entonces, recordándole su presencia, y Bella bajó la voz.
–¿En qué puedo ayudarlo, señor Cullen?
–Podrías cenar conmigo.
–¿Cenar? –repitió ella–. ¿Por qué?
–Porque tenemos que hablar de tu preciosa carrocería.
Bella se quedó boquiabierta.
–¡Edward!
–Eso está mucho mejor, cariño, nada de señor Cullen. Después de todo lo que hemos pasado juntos…
Bella empezó a toser y cuando por fin pudo llevar aire a sus pulmones, le espetó:
–No hemos pasado por nada. Tú… tú eres mi mecánico.
Y una amenaza. Una amenaza muy atractiva.
–Arreglar la transmisión de alguien es una relación muy íntima, chère. Y fui yo quien encontró esas braguitas…
–Ya te expliqué que mi… ropa interior se había caído de la cesta –lo interrumpió Bella.
–Eso es lo que tú dices y mi madre me daría un azote en el trasero por hablarle así a una señorita –la risa al otro lado del teléfono la volvía loca. Edward Cullen le llevaba la contraria desde que se conocieron… eso cuando no estaba flirteando con ella.
–Bueno, hablemos de tu bonita carrocería. Tengo que hacerte una proposición…
–Voy a colgar ahora mismo. No eres un caballero y no pienso hablar contigo nunca más.
–Oye, que yo me tomo mi trabajo muy en serio –replicó él–. La única persona a la que le confiaría tu coche está disponible mañana, así que necesito que lo traigas al taller.
–¿Mi coche?
–Pues claro, chère –dijo él, con falsa inocencia–. ¿De qué creías que estaba hablando? Bella colgó el teléfono.
Jessica levantó las cejas.
–Vaya, vaya, vaya, ¿qué está pasando aquí?
–¿No tenías una reunión?
–No me iría de aquí por nada del mundo. Le has colgado el teléfono a ese hombre, tú, la perfecta Bella –su jefa sonrió–. Y te has puesto colorada. ¿Quién es? ¿Y qué ha sido del bueno de Jacob, tu prometido dentista?