Advertencia: todos los personajes son propedad intelectual de Cassandra Clare.
Este relato es el regalo de cumpleaños para Hard Lohve.
HardLohve, si lees esto, ¡no lo hagas hasta el día que corresponde!
¡Felicidades!
Alone is not forever
Al final del pasillo Alec le estaba aguardando. Lucía hermoso, como siempre; desgarbadamente arrebatador, con sus ojos de un azul luminoso buscándole, nerviosos y aterrados, pero también esperanzados. A su alrededor todos le miraban, impacientes por verle llegar, haciendo que sus mejillas se sonrojasen deliciosamente, pintando de vergüenza sus pupilas pero, al encontrar sus ojos se tiñeron de amor, como siempre pasaba.
Recordó cómo todo aquello había empezado, algo tan inesperado como mágico, algo capaz de cambiar su vida, de darle sentido de nuevo a sus días. No había esperado nada de aquel primer encuentro, sólo la casualidad de unos ojos azules y cabello oscuro, su pequeña debilidad, brillando tras tanto tiempo en otro chico. No había creído, ni en sus más recónditos sueños, que se encontrarían de nuevo, ni que habría un momento en que lo vería cada día, que llegaría un punto en que echaría de menos el aroma a café temprano en las mañanas, ese que Alec traía consigo; la placidez de una vida cotidiana, una vida especial a su lado; una vida que recién empezaban.
Porque aquello sólo era el inicio de una aventura, el camino hacia lo desconocido; el principio de algo nuevo, algo que él jamás había experimentado. Y estaba expectante, entusiasmado, porque lo que ahora emprendían lo iba a llevar a estar para siempre a su lado.
Anduvo los metros que de él le separaban y contempló sus ojos una vez más, aquellos ojos cambiantes, que brillaban en mil azules distintos, llenos de ternura, de recuerdos, de emoción. Recorrió su rostro, aquel que ya conocía de memoria pero que nunca se cansaba de admirar, porque era simple y hermoso, porque podía leer su vida en él, todo lo que Alec guardaba dentro, expuesto para él.
Entrelazó sus dedos en su mano y esperó, con el corazón acelerado, a que las palabras terminasen, a que Jia Penhallow recitase los votos que les unirían por toda la eternidad.
Desde lo alto de la tarima la cónsul sonreía; ellos eran los primeros, el inicio de la regeneración, del cambio que tanto necesitaban. Entonces pronunció las palabras y Magnus trazó con su estela las runas de unión sobre el pecho de Alec. El negro entramó su piel, deslizándose en los recovecos de su forma, hasta latir al mismo ritmo que su corazón.
Alec no podía hacer lo mismo, porque sólo los nefilims podían recibir la fuerza intrínseca y misteriosa de las marcas del ángel, pero él no necesitaba nada de aquello para saber que lo amaba, que estaban destinados a ser, a permanecer juntos. Aún así desabrochó perezosamente la camisa, hasta dejar entrever los entresijos de negro que cruzaban su torso, en el lugar donde todo empezaba, la runa que ahora Alec dibujaba, recorriendo su contorno con cuidado, el cálido deslizar de sus dedos sobre la piel tatuada, como mariposas en arrullo, suavemente contra su tez.
Sí, acepto – la voz de Alec titiló, llena de ternura, con los ojos fijos en las delicadas formas que se trazaban sobre Magnus, quien sonreía, extasiado, toda la felicidad revoloteando en el fondo de sus pupilas de gato. Entonces sus labios se encontraron de improviso, y no importó que Magnus no pronunciase las palabras, porque ese beso contenía todo el amor que en el mundo latía, el que ellos compartían el juramento que ningún término era capaz de expresar.
