Edward Cullen saltó desde la ventana de la habitación de Bella a la calle, feliz al comprobar que ni ella ni su padre lo habían escuchado entrar o salir de la casa, antes de empezar a correr lo más rápido que podía a la casa donde vivía con su familia.

Nada más llegar, que fue en pocos segundos gracias a sus poderes vampíricos, se dio cuenta de que pasaba algo raro. La casa estaba demasiado silenciosa y todas las luces parecían estar apagadas, con la única prueba de que había alguien en casa siendo que la chimenea estaba echando humo.

Preguntándose si su familia estaba esperándole para hacer una broma, Edward intentó mirar a través de las múltiples ventanas de la edificación. Sus esfuerzos, al igual que su intento de usar sus poderes telepáticos para ver si percibía los pensamientos de algún miembro de su familia, no le sirvieron de mucho porque que no podía ni ver ni oír a nadie.

Decidiendo que, por alguna razón, habían decidido salir de casa y se habían olvidado de avisarle, Edward abrió la puerta y fue inmediatamente asaltado por un intenso olor a quemado que lo dejó confundido. Entonces escuchó dos disparos y cayó al suelo con sus piernas atravesadas por dos agujeros de bala.

Edward estaba tan distraído preguntándose cómo podían hacerle tanto daño unas balas, ya que las pieles de su especie eran lo bastante duras como para impedir que la atravesasen, que no se fijó en el hombre alto de piel oscura y con gafas de sol que estaba caminando en su dirección hasta que este desenvainó su espada.

Era demasiado tarde entonces, dado que el hombre le cortó inmediatamente la cabeza, con lo último que Edward vio antes de que su cerebro dejase de funcionar siendo las llamas de la chimenea y los huesos carbonizados que se encontraban entre las mismas.


Eric Brooks, muy disgustado por el estado de su espada, agarró la cabeza del vampi... de la cosa por el pelo y la lanzó a la chimenea, donde aún estaba quemando lo que quedaba del resto del aquelarre.

Durante mucho tiempo no había creído posible que algún día llegase a odiar algo más que a los vampiros, pero esas abominaciones le daban tanto asco que estaba dispuesto a dejar tranquilas a las sanguijuelas hasta que hubiese acabado con todas ellas.

Todavía recordaba su primer encuentro con las criaturas dos meses antes, cuando se encontraba en Italia siguiendo un rastro de desapariciones de turistas hasta llegar a un castillo en una ciudad llamada Volterra. Allí se había cruzado con la familia conocida como los Vulturis, quienes casi lo habían matado tras pillarlo por sorpresa cuando, en lugar de convertirse en cenizas, la criatura contra la que luchaba brilló como un diamante al ser expuesta a la luz del día.

Tras lograr escapar a duras penas de la fortaleza, y darse cuenta de que no podían perseguirlo en persona porque llamarían demasiado la atención, se pasó el resto del día moviéndose por las zonas más soleadas que pudo encontrar. Recordando que uno de sus contactos, un traficante de armas al que había salvado de un par de chupacuellos cinco años antes, operaba en la zona, decidió contactar con él para testar una teoría.

Poco antes del atardecer volvió al castillo y confirmó que disparar a sus piernas con balas perforantes los incapacitaba lo suficiente como para permitirle acercarse a ellos y decapitarlos, un proceso que repitió con las treinta y dos criaturas que infestaban el edificio.

Tras encargarse también de los siervos, humanos que voluntariamente servían a esos monstruos con el objetivo de ser recompensados con su transformación en otro miembro de su especie, exploró el castillo y encontró los archivos del aquelarre. Cuando terminó de leer llegó a la conclusión de que, a pesar de también beber sangre, los Vulturis no eran verdaderos vampiros, sino miembros de otra especie distinta que parecía haber salido de una novela romántica barata hecha por alguien que deseaba tener su cuello desgarrado.

Aunque le habría encantado destruir todo lo que tenían en sus archivos, Eric había encontrado algo muy útil en los mismos, un registro informático de todos los aquelarres conocidos de la especie, sus localizaciones actuales y cualquier habilidad especial que sus miembros poseían. Él había descargado toda la información en una memoria USB antes de incendiar el edificio para asegurarse de que los Vulturis se quedaban muertos.

Tras ello había comenzado a cazarlos, empezando por un pequeño clan rumano antes de aniquilar otro en Francia y un tercero en Irlanda, los cuales le permitieron experimentar y descubrir que él, junto con los verdaderos vampiros, aparentemente era completamente inmune a cualquiera de los poderes no físicos que esas criaturas podían desarrollar cuando dejaban de ser humanos. Tras ello viajó a Alaska, donde había exterminado a un grupo formado mayoritariamente por mujeres, y recientemente se había trasladado al estado de Washington para eliminar a uno de los clanes más grandes, los Cullen.

Eric se había pasado una semana siguiéndolos discretamente y, tras ver al acosador que acababa de matar, un tal Edward, persiguiendo a la hija del jefe de policía, decidió que necesitaba matarlos antes de que añadiesen otro miembro más a su familia.

Una vez que había cortado y introducido todos los restos de la abominación en la chimenea, limpió su espada de lo que fuese que las criaturas tenían en lugar de sangre con un trapo, lanzó este a la chimenea, la envainó, encendió el gas y escapó corriendo del edificio, que no tardó en estallar en pedazos. En pocos minutos los bomberos y policías locales se encontraban allí, con la explosión y los huesos de la familia que encontraron siendo la noticia de portada en los periódicos locales a la mañana siguiente.

Satisfecho al ver su trabajo en las noticias mientras desayunaba en una cafetería local, Eric Brooks abrió su ordenador portátil y comprobó que el siguiente en la lista era un aquelarre que controlaba una porción importante de México, aunque le llamó mucho la atención que su líder, una tal María, matase a todas las personas a las que convertía tras un año antes de transformar a otras personas para sustituirlas y repetir el proceso otra vez.

A Blade, sin embargo, no le importaban sus razones para comportarse de esa forma, solo que sus acciones mataban a muchas personas que probablemente no se lo merecían y arruinaban muchas vidas. Con eso en mente se preparó para irse cuando percibió a un trío de falsos vampiros pasar a su lado y decidió que María podía esperar un poco más antes de morir, ya que primero tenía que asegurarse de que esos tres no llenaban el vacío que los Cullen habían dejado con sus muertes.