Disclaimer: Con la excepción de Personajes Originales (OCs) y la trama de este fanfic, todos los personajes, lugares, criaturas y nombres integran la propiedad intelectual de JRR Tolkien, el Tolkien State y el Tolkien Trust. Todo aquello relacionado con la trilogía de películas sobre el Señor de los Anillos, pertenece a New Line Cinema.
Este es un trabajo de aficionada, por lo que al escribir y publicar este fanfic no tengo ánimo de lucro alguno, solamente el mero divertimiento.
Nota de autora:
Mi intención al escribir este fanfic es ser lo más fiel posible a los libros del señor Tolkien.
Por ello, agradezco mucho si quieren ayudarme con los posibles errores que cometa al escribir (si me alejo de los libros sin querer, por ejemplo). Atentamente, SlyStar.
Capítulo 1: El Viaje a Edoras
119 CE:
Rohan = Marca de los Jinetes
Una brisa cálida mecía suavemente los altos pastos verdes, haciendo que las interminables praderas parecieran mares de esmeraldas.
Con paso distendido, una comitiva recorrían el Camino Oeste rumbo a Edoras. Habían tomado la ruta que partía desde Minas Tirith hasta Anorien y luego por el Folde Este hasta Edoras, un total de quince días a paso regular.
Montado en su caballo, aunque un poco alejado del resto de los viajeros, Eldarion, heredero aparente al Reino Reunido de Arnor y Gondor, cavilaba sobre el paso del tiempo.
A pesar de que contaba con sólo 89 años, no podía evitar pensar que había vivido demasiado.
Su padre le había dado indirectas en los últimos meses, de que consideraba que estaba ya lo suficientemente capacitado para gobernar en su lugar.
La idea lo aterrorizaba. Aunque tomaría el lugar de su padre con orgullo, consciente del honor que esto representaba, también sentía que nunca estaría preparado para reinar.
Cada día el peso de las responsabilidades futuras se incrementaba, parecían dominar cada uno de sus pensamientos e incluso algunos de sus sueños.
Las botas del rey parecían difíciles de llenar.
Era consciente del arduo esfuerzo de su padre por mantener la paz, por lograr la unión del Reino y recuperar la prosperidad de tiempos pasados.
Su gobierno había sido largo y próspero, y pronto llegaría a su fin.
No sabía cuándo sería el momento, su padre no lo había decidido, pero sabía que era inminente; y sabía que su madre lo acompañaría poco después, porque la pena sería demasiada para su delicado espíritu.
Era ante estos hechos que se sentía solo, prácticamente abandonado a su suerte. No se sentía preparado y dudaba de que alguna vez lo estuviera. Tal era su abatimiento.
Según su madre le había dicho hacía unas semanas antes de partir de Minas Tirith, a su padre sólo le quedaba una tarea: garantizar el futuro del Reino Reunido.
Por esa misma razón, se dirigían en estos momentos a Edoras.
Sus padres habían decidido que si debía casarse y tener un heredero, lo mejor sería fortalecer, a su vez, los lazos de Gondor y Rohan, una alianza que había sido de gran ayuda para Gondor en tiempos de necesidad y que podría serlo asimismo en un futuro.
La idea no le atraía en lo más mínimo. La ventaja de ser un dúnedain era que viviría más que un hombre normal. Aún tenía tiempo para pensar en desposar a alguna dama o, lo que más temía, empezar a tener hijos. Ya tenía suficientes preocupaciones sin ser responsable de una familia propia.
Sus padres lo habían tenido a él y a sus hermanas después de treinta años de gobierno, ¿por qué razón debía él tenerlos inmediatamente?
O mejor, ¿Por qué tenía que casarse con alguien que apenas conocía? Entendiendo conocer como haber visto a la otra persona una vez, hacía décadas, cuando su futura esposa era una cría de cuatro años.
Aun más, el recuerdo no era muy memorable en verdad.
Recordaba vagamente a una niña alta para su edad de cabello dorado y ojos azules, pero ciertamente esa era la descripción de cualquiera de los descendientes de Eorl. Aunque esta descendiente tenía muy mal carácter, si no se equivocaba. Ojalá su memoria fallara.
En fin, todo se reducía a un amargo pensamiento: si sus padres se habían casado por amor, ¿por qué él no tenía derecho a lo mismo?
Unos cuernos sonaron en la distancia, haciéndolo salir de sus cavilaciones. Se apresuró a dirigir su caballo hacia sus padres y hermanas. El rey Elessar sonreía ampliamente.
En lo alto de una colina cercana, un grupo de aproximadamente veinte jinetes vestidos de verde aparecieron de repente. Cabalgaban a gran velocidad en grandes caballos de batalla, formados de dos en dos. A la cabeza iban dos jinetes, uno de ellos obviamente de cargo superior, con un casco adornado con una senda cola de caballo. El jinete movió su brazo y el grupo se acercó hacia la comitiva real.
Apenas los alcanzaron, los veinte jinetes desmontaron y se inclinaron respetuosamente.
El jinete de mayor cargo se sacó el casco y sonriente estrechó el brazo del rey.
"Westu hal, su majestad!"- exclamó Fréaláf, hijo del rey de Rohan y Mariscal de la Marca del Este-"Reina Arwen, vuestras altezas, bienvenidos seáis a la Marca de los Jinetes. Mi padre me ha concedido el honor de permitirme acompañaros el resto del camino"
"Eso es muy considerado de su parte, joven Fréaláf"- respondió la reina mientras observaba a sus dos hijas menores, quienes sonreían embobadas al príncipe de cabellos dorados- "Me gustaría mucho discutir con vos sobre vuestra hermana, si os parece bien. Deseo que su vida en Minas Tirith sea lo más fluida posible"
Detrás de la reina, Eldarion apenas contuvo un bufido, los planes casamenteros de sus padres habían empezado.
Fréaláf sonrió malicioso mirando la expresión del príncipe.
"Será un placer, su majestad. Pero debo deciros que tal vez deberéis esperar para conocer a mi hermana. Elwine se encuentra en el Folde Oeste, pero llegará pronto a Edoras, padre mandó un mensajero hace ya cuatro días"
"¿Hubo algún inconveniente?"- Elessar se apresuró a interrogarlo, consciente de los problemas que solían ocurrir en la zona, que a su vez era la más fértil de Rohan.
"Ninguno, su majestad, Elwine solo ha ido a despedirse de su gente, ya que con motivo de su matrimonio, debe ceder su cargo de Mariscal de la Marca del Oeste a otro jinete"
¿Mariscal, una mujer? Eldarion no pudo evitar su expresión de sorpresa. Era impensable que una mujer, mucho menos un miembro de la realeza, ocupara un lugar en el ejército, ni hablar de uno de tanta autoridad. Era demasiado peligroso.
Atento a su expresión, Fréaláf suspiró para sí. Esto no iba a salir nada bien. Ahora entendía porque su padre había dicho que no creía que este matrimonio sería un lecho de rosas. El príncipe dúnedain tendría que conducirse con cautela si no quería enfadar a su muy independiente y orgullosa hermana.
"¿Partimos?" – dijo rápidamente para terminar con el tema y evitar que el príncipe dijera algo que pudiera llegar a oídos sensibles.
Ante una orden del rey, el grupo, ahora acompañado de los rohirrim siguió su camino hacia Edoras.
"Preséntate en Edoras tan pronto como te sea posible. Antes de cuatro días"
¿Antes de cuatro días? ¿Qué era ella, un Nazgul de leyenda? Con mucha suerte, llegarían en una semana y si el tiempo era bueno.
Elwine espoleó a su mearh y se acercó a su segundo al mando. Pronto llegarían a Edoras y serían pocos los días antes de verse obligada a dejar su país.
Había pedido a su padre permiso para visitar el Folde Oeste por última vez. Tal vez pasarían años antes de que volviese a la Marca, ya que dependería de la voluntad de su esposo en autorizarla o no.
Por ello había demorado su estancia lo más posible, alargándola a dos semanas en vez de una como había convenido con su padre. El rey seguramente estaría enojado, pero no le preocupaba, tampoco querría pelearse con ella antes de que se marchara.
Realmente no deseaba abandonar la Marca.
Estaba segura de que podía ser feliz casándose con un buen hombre del Folde Oeste, donde había pasado la mayor parte de su vida.
Mundburg* parecía quedar en otro mundo.
Recordaba las historias de su abuelo, de la nostalgia de Lothíriel de Dol-Amroth por el mar y de la de Princesa de Ithilien por su país natal.
Al igual que sus antecesoras, ella viajaría a otro país para contraer matrimonio. Pero lo haría con la resignación de quien lo ha intentado todo por evitarlo, no como una mujer sumisa a los designios de los hombres.
Lo hacía porque era su deber para con su país y su gente, y en nombre de la renovación de la Alianza celebrada entre Éomer Éadig Rey y el Rey Elessar tantas décadas atrás.
Estaba dispuesta a sacrificar su propia felicidad, por la de la Marca.
Pero...si de algo estaba segura, era que jamás dejaría que un hombre la dirigiera en sus haceres y deshaceres, porque esa no era la naturaleza de las mujeres de la Marca.
Había sido criada como una orgullosa hija de la Casa de Eorl, y no pensaba dejar que eso fuera dejado de lado por la rígida etiqueta de Mundburg.
Levantó el rostro hacia el sol, dejando que la brisa acariciara su rostro. Extrañaría a su país, a su familia y a su pueblo. Dudaba seriamente de que algún día llegaría a pensar en el Reino Reunido como en un hogar.
Fréaláf le había estado contando de sus aventuras en la tierra de su prometido, tratando de aliviar su descontento, pero ella apenas lo había escuchado. No era alguien que se dejara convencer con palabras hermosas y su hermano lo sabía muy bien. Ojalá tuviera a algún amigo en Gondor, pero no conocía a nadie. Ni siquiera al que sería su esposo.
Había sido apenas una chiquilla cuando la Familia Real del país vecino los había visitado, tanto que no podía recordar nada salvo imágenes borrosas, aunque nadie le garantizaba que éstas no fueran meras fantasías de una niña que aún no conocía nada del mundo.
Hacía ya más de dos décadas desde aquellos sucesos y mucha agua había pasado debajo de ese puente. Del príncipe Eldarion recordaba que era muy alto, de cabellos negros, pero nada más.
Se rumoreaba que era muy parecido a sus parientes élficos, con la belleza perfecta de éstos y la sabiduría de los años. Elwine no dudaba que sería hermoso, no por algo su madre era famosa por ello, pero ese no era su principal temor. La diferencia de edad lo era.
El príncipe Eldarion había vivido sesenta y cinco inviernos antes de que ella llegara a este mundo, y viviría aun más después de que ella hubiera partido.
La amargura de ese pensamiento la obligó a cerrar los ojos con dolor. Él sería libre, pero ella no.
No olvidaba que debía agradecer por los muchos años de libertad y amor que había vivido en la Marca, y pedir porque los años que le tocara vivir en Mundburg resultaran lo más amenos posibles.
Con el tiempo tendría hijos, y ellos la acompañarían en sus momentos de mayor soledad y añoranza. Ese sería el consuelo que Béma le ofrecería a su aflicción.
"Mi Señora"- Elwine se volvió hacia su segundo al mando, quien había estado observando el cambio de expresiones en la dama-"No debe preocuparse, llegaremos a Edoras para el anochecer".
"Lo sé, muchas gracias por tu amabilidad, Cenhelm, hoy y siempre"
El jinete sonrió, su señora sería muy extrañada entre su gente, ojalá y la tierra de los Dúnedain le trajera felicidad.
*Mundburg: así llamaban los Eorlingas a Minas Tirith.
