NOTA INICIAL: Después de muchas ideas descartadas, otras que están en el tintero y otras que son más frases y situaciones sueltas que no se cómo ni cuándo juntar, me di cuenta de que no he escrito una "versión" sobre Karachi propiamente tal. En "En la Línea de fuego" tracé un poco, pero más que nada lo que necesitaba para la continuidad de esa historia en particular. Así que básicamente esta es mi versión de lo que pasó tras Karachi. Entr capítulos, no me odien, por fa.
INVIERNO
I. PARTE UNO
Un mensaje de texto.
Otro más, como los treinta y cinco que había recibido desde su mensaje de despedida en Karachi. Uno que decía "Feliz cumpleaños", pero que tenía esa rebeldía, ese enojo que quizás ella había acumulado hacia él durante todo ese tiempo. O sencillamente quería felicitarlo por su cumpleaños. ¿Cómo saberlo?
Volvían, él y John de la pastelería en el que el médico había insistido "celebrar" junto a Molly, el nuevo cumpleaños del detective consultor. Holmes avanzó por el pasillo hacia su cuarto, con Watson a sus espaldas, quien, tras entrar a la habitación, se quedó apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.
- Entonces, es cierto ¿Tú la salvaste? - Preguntó John, sin una pizca de duda, sin embargo, la dubitación del detective lo hizo especificar. - Irene Adler. Tú la salvaste en Karachi, ¿no es así?
- Si, así fue. - Respondió Sherlock, tratando de mantener la compostura.
- ¿Y la viste alguna vez de nuevo?
- Una vez en Sarajevo. Era una cena de gala en honor a una visita de estado, ella estaba acompañando a un embajador. No me vio. - Replicó a gran rapidez, con voz profunda, casi dolida. Como si el flashback de su espalda desnuda en contraste a la tela roja de su vestido se incrustase en su corazón.
Silencio. Holmes se desocupaba los bolsillos.
- ¿De verdad no me vas a contar? - Irrumpió John, casi risueño.
- ¿Qué cosa?
- Cómo la salvaste. Qué pasó en Karachi, Por qué ella te sigue enviando mensajes y tú no le hablaste en esa fiesta o lo que sea.
- Buenas noches, John. - Despidió el hombre, mientras caminaba a su armario, quizás en busca de un pijama.
Watson exhaló sonoramente y se retiró, dejando la puerta entreabierta a sus espaldas. Entonces, Sherlock se sentó en la cama y miró su teléfono. Obviamente, abrió el mensaje una vez más, sin saber qué decir. Sabiendo, que de hecho, no había nada que pudiese decir. ¿Cuántos años habían pasado? Ella probablemente sólo estaba siendo amable. Ella, posiblemente, había encontrado a alguien más.
Y contempló ese mensaje queriendo arrojar el teléfono a la pared; mientras que al segundo siguiente, una nostalgia casi demasiado profunda como para llamarse nostalgia se apoderaba de él. Y entonces quería salir corriendo y atravesar todas las barreras posibles para llegar a su lado. Y entonces, sentía miedo. Y fue ahí, cuando esa imagen vívida en su cabeza tomó movimiento; se recostó sobre el cobertor de su cama y con el teléfono a su lado, dejó que todo fluyese. Ella con el cabello tomado, pendientes de diamantes y un vestido rojo que la podría convertir en la fantasía de cualquier ser humano sobre el planeta, sin distinción alguna. Ella, La Mujer, con una sonrisa falsa que no aguantaba más de cinco segundos y que era tan perfecta que todos podían saber que estaba fingiendo, excepto el hombre junto a ella. Ese hombre que dibujaba su columna vertebral hasta el límite del escote, que era el límite de la espalda. Ese hombre al que Sherlock ya había matado diez veces en su cabeza. Y ese recorrido que, masoquista, el detective no podía dejar de observar.
Sherlock podía ver a través de cada una de las mentiras que Irene cargaba esa noche, y aun así, cuestionárselo todo. Casi todo. Quería saber qué secretos había detrás de la elección del vestido y los complementos; se imaginaba cuantas veces ella había llamado idiota al embajador en su cabeza. Se torturaba preguntándose si ella también era capaz de mentir acerca de sus sentimientos, de decir cosas que no sentía. De abrazar a alguien más y susurrarle al oído.
No.
Eso dolía demasiado.
Entonces, comenzaba a preguntarse acerca de su cuerpo y los límites. Si seguía siendo la dominatrix que había puesto a Inglaterra de rodillas o su estilo variaba, de acuerdo a la necesidad del cliente. Si fingía orgasmos; o quizás, fría, como se mostraba, les dejaba ver que ellos no eran suficientes. Que no eran capaces de satisfacerla.
Y en Baker Street, en medio de la noche, una pequeña sonrisa sarcástica se dibujó en los labios del único detective consultor del mundo. Y se pasó una mano por la frente. Él la conocía. Real. Él había visto a través de todos los disfraces y más allá de la coraza. Y no, no es que Irene Adler fuese vulnerable. Después de todo, quien no se quebraría ante lo que ella había vivido. No, no era la vulnerabilidad lo que Sherlock definía como real. La realidad era por lejos mucho más difícil de explicar, incluso a través de ejemplos. Incluso a través de sus recuerdos.
Recuerdos que mantenía intactos en el rincón más íntimo de su palacio mental.
KARACHI, PAKISTAN – 5 AÑOS ATRÁS[i].
- Cuando diga "corre", ¡corre! - La frase que después del sonido inconfundible de su teléfono ante los mensajes de la Mujer, iluminó de esperanza su rostro.
Irene seguía de rodillas, en el piso de tierra, preguntándose si tendría la fuerza para levantarse y correr. Intentó concentrarse en ella, aislar los sonidos de los golpes, el acero de los cuchillos enfrentándose y buscar entre todo eso la única señal.
- ¡Ahora, corre! - La voz del detective consultor funcionó como una especie de acelerador en ella.
Irene afirmó ambas palmas en el piso, y apoyándose con todo lo que le restaba de energía sobre ellas, estiró las rodillas y se puso de pie, intentando correr tan rápido como sus piernas temblorosas le permitían.
Sherlock peleaba casi mano a mano con dos de los hombres que restaban, de los otros que yacían inconscientes. Entonces uno de ellos, sacó un arma de fuego, que, afortunadamente, el detective alcanzó a arrebatar y arrojar a una distancia de unos cinco metros. Le propinó un par de golpes de puño en la quijada y cerca de la sien, para luego acuchillarlo en el estómago. No lo suficiente para matarlo, bueno, no de inmediato; pero si para quitárselo de encima e intentar, una vez más, buscar la figura de Irene. Saber que ella estaba a salvo, después de todo, por eso estaba ahí. No obstante, no tuvo tiempo, ya que el segundo hombre lo atacó y se enfrascaron en una pelea cuerpo a cuerpo, que el detective consultor terminó con un knock out. Entonces, su instinto le clamó que se diese vuelta una fracción de segundo antes de escuchar un disparo. Alerta y con todas las emociones a flor de piel, Sherlock distinguió a Irene frente a él, de pie. El arma cayó de sus manos y a escasos metros de ella, entre ambos, un cuerpo sin vida. El hombre, al que Holmes había herido previamente en una pierna, tenía un machete en la mano y pretendía atacar al detective por la espalda. Sin embargo, todo lo que él pudo notar fue a la Mujer a la que había ido a salvar. Corrió hacia ella y la sostuvo por los hombros con fuerza.
- ¡Te dije que corrieras! - Le reclamó, molesto. ¿Cómo se atrevía a salvarlo? ¿Cómo se le había ocurrido exponerse para salvar su vida?
- Lo hice. -Replicó ella, con voz temblorosa.
Entonces, Sherlock miró a su alrededor. Efectivamente, estaban como a veinte metros de dónde ella había estado arrodillada. En efecto, Irene había corrido todo lo que su cuerpo malgastado por quien sabe qué clase de torturas, le permitió. Y Sherlock la miró a ella, para al segundo siguiente, abrazarla con fuerza.
Ella lloró amargamente.
Ahora, era momento de pensar.
- ¿Tienes más ropa bajo el chador[ii]? -Preguntó el hombre, alejándola un poco de su cuerpo.
- Si… la ropa que llevaba puesta cuando me capturaron. Pero no tengo zapatos. - Replicó Adler, limpiándose las lágrimas de la cara.
- Bien, eso… eso se puede solucionar. Salgamos de aquí. - Contestó el detective y ofreció su brazo como apoyo.
Al poco andar, Sherlock revisó su teléfono y marcó un número, para colgar luego del primer tono. A los segundos, llegó un mensaje de confirmación y miró a Irene, entonces, casi pidiéndole permiso, la tomó en brazos, mientras ella se aferraba a su cuello.
- Si no fuese por los zapatos… -Reclamó ella, con voz aun débil.
- Lo sé, lo sé. - Contestó Holmes, apurado.
Avanzaron un par de calles, a oscuras, hasta que finalmente se encontraron con un automóvil bastante antiguo y discreto. Otro sujeto estaba apoyado en el vehículo y al aproximarse, Sherlock se quitó la parte de arriba de su propio vestuario, para saludarlo.
- Ahora podemos quitarte eso. - Avisó el detective, mientras abría la puerta trasera del vehículo, para permitirle a Irene la entrada.
Con ayuda del consultor, Irene se quitó el chador, dejando ver su vestido, de color azul, que – a pesar de la oscuridad- le daba un brillo especial a sus ojos.
- ¿Qué tan…? ¿Qué tan malo es? - Preguntó Holmes, refiriéndose a sus heridas.
- No tanto como parece. Nada que se pueda infectar, por lo menos. -Contestó ella, e intentó una sonrisa, que no funcionó.
- Puede recostarse en el asiento trasero y tratar de dormir un poco, mientras llegamos. - Sugirió el sujeto, que observaba la escena con cierta distancia.
Irene y Sherlock lo miraron y él intentó armar una especie de almohada con el velo, para acomodarla en la parte más lejana del asiento. Cuando salía, Irene sostuvo su mano. La apretó, de hecho, con fuerza. Aun estaba asustada, porque quizás, aun no podía creer que fuese real.
- Todo va a salir bien, ¿ok? Ahora vamos al aeródromo y en algunas horas, Karachi sólo será un mal sueño.
Ella asintió y se recostó, encogiéndose lo suficiente para ajustarse al tamaño del asiento y permitirle a Sherlock cerrar la puerta. El detective tomó su lugar en el asiento del copiloto, mientras el otro hombre se ubicaba como chofer. Cuando el vehículo arrancó, Irene apretó los ojos y sus propias manos contra su pecho e intentó dormir, sin mucho éxito.
-oOo-
Cerca de media hora después, el auto se detuvo completamente y La Mujer abrió los ojos. Creyó distinguir una avioneta, mientras escuchaba a los dos hombres de los asientos delanteros, descender. Luego de unos minutos, alguien abrió su puerta y la mano del detective consultor se posicionó con suavidad sobre su tobillo. Tobillo que hace un día, había estado atado durante muchas horas, por lo que ella se estremeció un poco.
- Lo siento. - Se disculpó el hombre, mientras le extendía una mano para ayudarla a incorporarse. - Creí que…
- Está bien. - Se adelantó ella. -Es sólo que… está un poco… delicado. - Ya sentada cerca de la puerta, Irene sonrió y se acomodó el cabello. - Pero tú… No me molesta que me toques.
Sherlock la miró, sin saber muy bien cómo responder a eso y le enseñó un par de zapatillas.
- Sé que no es lo que acostumbras a usar, pero teníamos que improvisar un poco. - Explicó, mientras le ponía los zapatos.
- Están perfectas. Gracias.
El detective nuevamente ofreció su hombro como apoyo, esta vez para que ella pudiese descender del vehículo y la condujo algunos pasos, dónde había dos hombres más, y a pocos metros de una avioneta.
- ¿Dónde vamos ahora? - Preguntó Irene, sin soltar al detective.
- Bakú, Azerbaiyán.
- Sigue siendo un país de tradición musulmana.
Holmes hizo un pequeño gesto de desacuerdo antes de responder.
- Si, pero si es que existe alguna chance de que nos busquen, sería uno de los últimos lugares. Tienes que confiar en mí un poco. Sólo concédeme eso, ¿puedes?
La Mujer asintió y luego de ajustar algunos detalles con el resto de sus acompañantes, abordaron la avioneta. Allí, le ofrecieron a Irene una cabina privada, para que pudiese descansar sola, sin embargo, ella se negó, sin separarse del detective ni un segundo. Era estúpido, y ella lo sabía, pero la única forma en que podía sentirse segura y ligeramente más tranquila, era apegándose lo más que pudiese a Holmes, a quien, parecía no molestarle en lo absoluto la insistencia de Adler por permanecer junto a él.
Cuando por fin se estabilizaron en el aire, Irene levantó la separación entre sus asientos y para sorpresa del detective, se acomodó junto a él, descansando su cabeza en el hombro de Holmes. Aunque extrañado por el gesto, él no tardó en acomodar su brazo para darle mayor confort a La Mujer y abrazarla, apretándola un poquito (y con suavidad) hacia su cuerpo. Y cuando ella cerró los ojos, él dejó un beso en su cabeza. Entonces, Irene se dio cuenta de que existía la chance de que no oliese muy bien. Había pasado varios días, quizás más de una semana sin cambiarse de ropa y sin más aseo que el que le proporcionaba un trapo húmedo, que a los pocos días, ya estaba más sucio que ella. Que además de olor, el sabor que su pelo debe haber dejado en los labios del hombre no era el mejor. Y que en general, su piel y ella, eran, en ese momento, lo último que alguien pudiese querer tan cerca. Y aun así, cuando ella estaba a punto de acomodarse lo más lejos que su temor le permitía, Sherlock la abrazó un poco más fuerte, presionándola ligeramente aun más contra su cuerpo. Como si no le importase. Porque de hecho, no le importaba.
Porque, por una vez en su vida, se había dejado llevar por su corazón.
[i] Mi cálculo se basó más que nada en los post en el blog de John (bendita guía para fickers) y en cuentas al azar, considerando, que por ejemplo, el blog se dejó de escribir luego de la boda de los Watson. Según yo (y es un headcanon que usaré constantemente) los hechos que se relatan entre T6T y TLD abarcan un año.
[ii] Hay muchos tipos de velos en las culturas musulmanes y árabes. Si se dan cuenta, el que usaba Irene en ASiB, dejaba todo su rostro al descubierto, pero no era solo un pañuelo (hiyab), sino que cubría todo su cuerpo, o sea, un chador. Aquellos que cubren además la cara, se llaman "burka".
