Ninguno de los personajes me pertenecen, todos ellos son creación y propiedad de Sunrise
¿Estás... bien?
Capítulo 1
Agua
-¿Estás bien?-
-… ¿Qué?-
-Dime, ¿Cuántos dedos tengo levantados?- Intentó enfocar la mirada, difusa, a la mano delante de ella. Las luces subían y bajaban de intensidad, con el sol oculto, los faroles sólo temblaban levemente en la noche iluminada por los faros de los autos. -¿Cuántos?- Insistió, perforándole los oídos con cada palabra. Cada palabra con un toque más elevado entre la preocupación y el pánico.
-No… no lo sé- Quería que guardara silencio. El mundo seguía girando, no había sucedido nada, ella seguiría caminando, seguiría caminando por la larga vereda hasta su casa, solitaria, pero a fin de cuentas su casa. Por fin logró enfocar algo su vista, sólo un dedo se erguía ante ella, burlón. O por lo menos eso le pareció. –Uno, sólo uno- Malluscó de mala gana, ¿Ahora por fin dejaría de molestarla?.
-Ven, déjame ayudarte- Su cabeza bajó de nivel, y fue la primera vez que notó cómo la mujer le sostenía la cabeza contra sus muslos, elevándola unos centímetros de suelo. Se quitó, dedujo, la chaqueta que traía encima y haciéndola un pequeño atado la puso a modo de almohada bajo su cabeza. Algo se posó en sus labios, fijando nuevamente la vista distinguió el rostro de la extraña, iluminado sólo de lado por la luz del coche de paso. Parpadeó antes de notar cómo extendía algo hacia su boca, sin preguntar, sin siquiera pensar, abrió los labios. Era dulce, un caramelo. –Voy a levantarte las piernas, te sentirás mejor en un momento- Aseguró, levantándose y tomando sus tobillos. Volvió nuevamente la vista al cielo. El mundo giraba, daba vertiginosas vueltas a su alrededor, ¿O quizás era ella la que giraba interminablemente?. Sintió como sus piernas subían y cómo la extraña obstaculizaba la luz parcialmente. Por fin sus oídos dejaron de punzar, su cabeza empezaba a estar más despejada, lo suficiente como para pensar nuevamente.
¿Qué había estado haciendo ese día?
No… más allá.
¿Qué había estado haciendo?
¿Desde hacía cuánto estaba allí, así?
Cerró los ojos, buscando la respuesta.
Sólo el suave toque del pasto bajo ella y el firme presionar de la extraña en sus tobillos era lo que podía sentir.
Ya recordaba… había estado perdida. Tres días seguidos.
¿Qué había sido?
Hierba… sí, eso había sido, pero de la mala.
La que inevitablemente con el abuso conducía al desmayo, al desvanecimiento.
Y eso le había pasado solo a cuadras de su casa.
-¿Estás mejor?- Parpadeó un par de veces para estar segura. Destellos rojizos le sonreían desde arriba, muy arriba. Era irreal, la mujer la miraba, aún preocupación en su rostro, con un par de ojos rojos cómo jamás había visto. Detrás de ella distinguía la luna casi nueva que asomaba tímidamente entre los edificios de la ciudad.
-Sí… sí…- Se dejó caer sobre la improvisada almohada, respirando profundamente. Ya estaba mejor, aunque las alucinaciones al parecer seguirían un buen tiempo más. –Gra- gracias- Tartamudeó, sin despegar la vista de su rostro.
-Esperemos unos momentos más antes de bajar tus piernas…- La joven escrutó su rostro, al parecer. Desde su posición no podía distinguir sus rasgos con claridad, sólo una vaga sombra mal iluminada. –¿Hace cuánto no comes algo…?- Inquirió, una voz cargada de velado reproche. La mujer morena se sorprendió, era la primera vez en años que alguien le reprochaba algo, era la primera vez en años que escuchaba ese tono de voz. Para su sorpresa no le molestó, ni siquiera sintió el deseo de patearle el rostro como solía hacer a quien se inmiscuyera en su vida. Levantó los hombros, había olvidado cuándo había sido su último bocado. Sinceramente no creía haber comido algo en medio de esos días olvidados.
Bajó sus piernas suavemente, cuidando que las botas pesadas no golpearan el suelo. Se acercó otra vez hasta quedar a la altura de su cabeza. Una mano solícita acarició su frente, sintiendo su temperatura, dejando una suave caricia que le quemó la piel. –Ya estás mejor… ¿Puedes levantarte?- Inquirió, sentándose a su lado. La sonrisa de medio lado que le respondió era un claro signo de que lo haría, incluso aunque tuviera que levantar al demonio para ello. Apoyó las manos en la suave hierba mojada, pensando en la ironía de los nombres antes de hacer un esfuerzo y quedar en cuclillas. El mundo giró nuevamente, tres vueltas en las que creyó caería otra vez hasta el fin del mundo. Pero logró mantenerse en su lugar, estoica.
-Déjame- Susurró a su lado la extraña, levantando su brazo izquierdo y pasándolo detrás de su cabeza, por su hombro. Un aroma cargado a vainilla le golpeó la nariz, como si hubiera sido enterrada súbitamente en ellas.
La descolocó.
Lo suficiente como para no reclamar ni rechazar la ayuda que le brindaban.
Aspiró una vez más, antes de juntar las margas fuerzas que aún tenía y levantarse. La mujer sostuvo parte de su peso, cruzando su brazo libre a su cintura. Iniciaron una marcha lenta y vacilante. Silenciosa, acompañada de la luz de los autos que no dejaban de pasar por la calle.
-Natsuki…- Susurró, mientras guiaba la marcha hasta su casa.
-¿Disculpa?-
-Me llamo Natsuki… ¿Tú?- Preguntó de manera brusca. Estaba desacostumbrada a la ayuda, no la requería, no la pedía. Pero ese olor la mantenía en ese lugar, a su lado, llevándola lentamente a su casa. Y aún no entendía por qué mierda lo hacía.
-Fujino Shizuru, un placer- Respondió la joven, siguiendo todo el protocolo que exigía la buena educación. Siguieron caminando a paso lento, poco a poco la mujer morena sentía que sus fuerzas volvían. Había sido un descuido, un gran descuido. Consumida en medio del éxtasis de las drogas se olvidó de sí misma. Y ahora pagaba el precio.
Aunque debía agradecer haberse desmayado en una calle iluminada, cerca a su casa que en medio de uno de los callejones que frecuentaba.
-Gracias…- Susurró, dando por terminada la conversación. Era más de lo que solía hablar en un día. Las siguientes calles las recorrieron en silencio, aumentando poco a poco la velocidad hasta alcanzar un ritmo normal. Natsuki consideró, a una cuadra de su casa, seguir sola, abandonar a la extraña ahí. Después de todo, ¿Qué más tenían que decirse?, ¿Qué más tenían que contarse?
Sólo había sido un encuentro fortuito.
-¿Vives cerca de aquí?- Los ojos rojos, sí, ahora estaba segura, eran rojos como la sangre y eso la desconcertaba, la inspeccionaron, leyendo en los suyos al respuesta antes de que saliera de sus labios. La mujer asintió, y luego señaló una de las antiguas y altas casas que se perfilaban a mitad de calle. –Bien, vamos- Sonrió, era una sonrisa cálida, pero algo en ella le disgustó. Cómo si fuera un niño siendo reprendido… cómo si esa sonrisa le perteneciera a todos y a nadie a la vez. Natsuki no quería sonrisas así, no, la mujer quería seguir sola que recibir ayuda de gente que actuaba por cortesía más que por verdadero interés. La mujer abrió la boca, para despedirse y agradecerle por su ayuda, no requerida, pero algo en los ojos de la joven a su lado cambió. Aspiró nuevamente la fragancia extraña que la embaucaba y simplemente asintió. ¿Qué daño podía hacerle?
La puerta se abrió con un quejido, las llaves tintinearon en su camino de regreso. Natsuki se adelantó unos pasos, ayudada por la pared, buscando el interruptor de la luz. Una luz amarillenta parpadeó un par de veces antes de iluminar por completo el largo pasillo. Las paredes estaban pintadas de un blanco cal, manchado por marcas de manos que las recorrieron año tras año. Algunas pilas de papeles y cosas en mal estado se amontonaban apoyadas en ellas. Un recordatorio de lo abandonado que parecía el hogar. Shizuru se adelantó hasta la peliazul. Su cabello largo le acarició las manos cuando sostuvo sus hombros, al verla tambalearse peligrosamente. Necesitaba comer algo y descansar. Y, por el perfil que veía en la casa seguramente la joven no se prepararía nada. La mujer la miró de reojo, sus ojos verdes habían por fin recobrado vida y parecían inquietos, como si no estuviera totalmente segura de lo que ocurría a su alrededor. Le sonrió, intentando relajarla, pero simplemente la mirada decantó por un alejamiento y un rechazo algo velado. La sonrisa se esfumó, aunque aún cosquilleara en los bordes de sus labios. Supongo que si hay algo que no quiere es caridad…
La mujer le indicó con la cabeza el camino a seguir. Se abrieron paso por el largo pasillo de madera crujiente hasta el final de la casa. Nuevamente una luz parpadeante y caprichosa las recibió. La habitación, tapizada con baldosas blancas, tenía el aspecto de un triste domingo. Había loza sin lavar, cajas de comida rápida dispersas sobre la mesa, dos sillas altas y un refrigerador algo desvencijado. La castaña se detuvo un momento, haciendo tropezar a Natsuki quien siguió la marcha aún con su cintura abrazada por la mujer. Era un desastre, no comería allí, Natsuki ni siquiera había considerado comer algo ese día, seguramente.
-¿Puedo usarla?-
-¿Qué?- Se volteó, alcanzando una de las sillas y dejándose caer pesadamente. Pareció no procesar su pregunta, sus últimas fuerzas menguando y dejándola otra vez al borde de una inconsciencia.
-La cocina, ¿Puedo usarla?- Inquirió, preguntándose a sí misma qué diablos tenía en mente. Alimentar y ayudar a una total desconocida. Recogerla de la calle era una cosa, cocinarle y velar porque se repusiera era otra totalmente distinta. Natsuki asintió con aire vago, aún sin entender totalmente el significado que cargaban las palabras. La castaña se acercó al refrigerador, buscando algo azucarado que inyectarle a la peliazul mientras ella hacia algo con lo que lograra encontrar en esa selva. Botes de mayonesa, latas de cerveza y algo de bebida fue lo único que encontró el aparato. Sacó la bebida, registró cada estantería, vigilando con el rabillo del ojo la que la mujer no se desvaneciera de nuevo. Sirvió un vaso lleno y se lo puso frente a su nariz. No se necesitaban palabras para captar el mensaje. Luego puso manos a la obra para limpiar el desastre. Lavó rápidamente la vajilla, las cajas las lanzó a un costado, luego las metería en una bolsa y las echaría a la basura. Limpió el piso y el mesón. Luego buscó algo en la alacena. Un poco de arroz y algunos condimentos era lo único comestible. Pronto el arroz se cocía a fuego lento y bien sazonado. Todo bajo la mirada atónita de la peliazul.
-Provecho- Sonrió, colocando el plato humeante de arroz frente a ella. Una cena pobre, pero mejor que quedarse con el estómago vacío hasta el siguiente día.
-Gr… gracias- Natsuki tomó los palillos y devoró el plato ante ella. Extendió el plato, pidiendo más. Su apetito al fin se había despertado, podría comerse la olla completa y no sentirlo. Shizuru rellenó diligentemente el plato, y la cena siguió en silencio, sólo gestos para comer más era la comunicación que se daba entre ellas.
¿Qué diablos estamos haciendo? Era la pregunta que les rondaba a las dos. Esa no era una escena típica, para nada. Ninguna había estado en una situación así antes. Ni siquiera esperaban estar en alguna.
Shizuru dejó vagar la mirada, mientras Natsuki terminaba de devorar el último plato. Se fijó en su reloj, la hora marcaba las 00.13 horas. Se sorprendió. Habían pasado cerca de dos horas desde que encontró a la mujer y ella no se había dado siquiera cuenta del paso del tiempo. Miró hacia afuera, buscando alguna ventana. La noche cerrada se veía oscura en el jardín de la casa. Y su propia casa estaba lejos, muy lejos. Una duda empezó a inquietarla.
-¿Qué haces?- Natsuki habló con la boca llena. Sentía que debía conversar algo con ella, lo que fuera, simplemente tener algún tipo de conversación para relajar la situación.
-¿Disculpa?-
-¿Estudias, trabajas, qué se yo…? Algo- Tragó el último bocado, mirándola, examinándola completamente. ¿Y para qué quería saber?, no lo sabía, pero quería saberlo.
-Astronomía…- Genial, me 'rescata' una miradora de estrellas… -¿Tú?-
-Música…-
¿Estudio en realidad?
¿Estudia en realidad?
¿Y qué seguimos haciendo así?
Pronto la conversación se animó, alimentada por los datos básicos que necesitaban la una de la otra. Se hacía fácil la conversación, fluía como agua entre piedras redondas, sin mucho ruido, pero con mucha fuerza y rapidez. Sentadas frente a frente en la cocina mal iluminada empezaban a sonreírse de verdad.
Lo curioso es que sus datos básicos no eran considerados los datos básicos usuales. Luego de una hora de estar conversando animadamente sabían sus compositores preferidos, los instrumentos que más apreciaban y distintos ámbitos de la música, pero aún seguían sin saber su edad, su universidad, algo, lo que fuera. Shizuru se dio cuenta que la casa estaba vacía además de ellas. Se preguntó si Natsuki sería de provincia o viviría sola desde hacía tiempo.
-Ven- La peliazul la sacó de sus pensamientos, levantándose con cuidado, aún se sentía algo débil pero la comida caliente hacía efecto. –Tengo algo que mostrarte- Sonrió, señalando el camino. Shizuru siguió su larga melena, los jeans gastados, la camisa negra algo arrugada y con mangas arremangadas. Era realmente una persona inusual. Siguió sus pasos resonantes sobre la madera vieja. Entraron a una de las habitaciones laterales, como todo en esa casa la iluminación era mala y necesitaba un buen aseo. Pero al centro un gran piano atraía las miradas. Estaba limpio, lo único que parecía estarlo, negro reluciente refulgía con vivacidad. Natsuki sonrió al acercarse, levantó la tapa y acarició las teclas blancas. –Te mostraré un poco de lo poco que hago- Susurró. Su voz había cambiado, algo más profunda, extraña. Shizuru se sentó en el dobladillo de la ventana, un resquicio que le permitía sentarse sin problemas. La morena había comentado que su instrumento era el piano, que estudiaba desde hacía tres años y que lo tocaba desde hacía mucho más. En el momento que lo dijo no pudo imaginárselo, ahora al verla sentarse, subir una pierna para cruzarla y tocar las teclas aleatoriamente para comprobar la afinación no pudo evitar sonreír. Extraño, sí.
Pero hermoso.
-Ara, ara… ¿Natsuki-han tocará para mí?- Inquirió suavemente, redondeando cada palabra sin darse cuenta. La peliazul asintió sin verla, aún absorta en el instrumento.
-Tómalo como un agradecimiento susurró- Estirando las manos y colocando los pies en los pedales.
Y la música empezó aguda y suave, como un escalofrío formándose por su columna antes de empezar a bajar. La reconoció, su padre solía escucharla cuando se encontraba de buen humor. Debussy, por supuesto que lo reconocía. Miró sus brazos, sorprendiéndose de encontrar los vellos de sus antebrazos levantados. Se le erizaba el pelo al escucharla. Esa pieza… esa pieza en especial. Terminaría bruscamente, la conocía, pero escucharla de ella era redescubrirla. Como una montaña rusa, subiría, bajaría, la pieza se hundía y volvía a resurgir siempre con una fuerza arrolladora. Y creía que tenía algo más que ver que solamente con la habilidad musical de la chica.
Abrazó sus propias piernas y apoyó su rostro en las rodillas. Simplemente dejándose llevar.
Ara ara, Natsuki, ¿Qué tienes escondido que te hace tan atrayente para mí?
Tocó el resquicio a su lado, la cama estaba vacía, solo las sabanas arrugadas le hacían compañía. La noche anterior se le antojaba más un sueño que una realidad. Se había desmayado y luego había alucinado, era la forma más acertada de verlo… estaba segura. Aunque la satisfacción de su estómago desmentía lo que su mente intentaba desesperadamente creer. Se levantó, rascando su nuca. Sus sienes palpitaban aún dolorosamente, exigiendo mayor cuidado hacia sí misma luego de esos días perdidos. Deambuló por la habitación, pateando la ropa sucia que estaba esparcida por el suelo. No sabía qué hacer, era fin de semana y no tenía panorama alguno. Dio un par de vueltas más antes de salir definitivamente de su habitación hacia el baño. Era aún muy temprano, pero tenía sed y quería sacarse la suciedad y la sensación de abandono que tenía pegada a la piel. Sus pies susurraban contra la madera casi sin hacer ruido. Descalza y sólo con la camisa negra abierta, Natsuki había olvidado que tenía una invitada en casa. Avanzó hasta el armario, al lado del baño y al frente de la sala de estar. Sacó una toalla a tientas, aún con los ojos algo entrecerrados. Volvió sobre sus pasos y cerró de un portazo la puerta del baño. Sin preocuparse por el ruido que podría levantar a la joven castaña.
De todas maneras no era necesario, Shizuru estaba despierta, y aún no digería lo que había visto. La morena se había paseado a su vista y paciencia, sin nada más encima que unas bragas mal puestas y la camisa abierta. La joven, con un solo ojo abierto, estaba paralizada. Incluso había distinguido lo que parecía ser un tatuaje en la zona de su abdomen. Ahora la mujer se bañaba, sin recordar su existencia.
Mientras Shizuru se mortificaba, pensando qué hacer, intentando mantener una línea coherente de pensamientos en su cabeza, Natsuki terminó su rápido baño. Abrió la puerta de golpe, nuevamente, y se la encontró casi de frente. En un sofá, tapada por una manta y unos destellos rojos mirándola. Una mirada algo avergonzada que no calzaba en el porte aristocrático que hasta el momento había mostrado.
Sí, la noche anterior había sido verdad.
Abrió la boca y volvió a cerrarla sin saber exactamente qué decir. Estaba semidesnuda y estilando frente a la extraña que se había alojado en su sillón. De ninguna manera eso podía tener un sentido. Un sentido digno, al menos. La castaña se giró, dándole la espalda y rompiendo el incómodo momento en que se habían quedado atrapadas. La peliazul siguió estática, pequeñas cotas de agua discurrían desde su pelo y se apozaban en el suelo. Dejarían marca, era lo único que podía pensar.
Las pequeñas gotas manchando el piso de madera, marcándolo para siempre.
Eso y la mujer que seguía sin decir palabra dándole la espalda.
-Puedes usar el baño si quieres… las toallas están ahí- Articuló al fin, señalando vagamente las puertas del pequeño armario. –Yo… vuelvo en un rato- Se escabulló de regreso a su habitación, con el corazón en un puño. No era vergonzosa, ni remilgada, pero hacía mucho tiempo que no compartía un tipo de intimidad de ese tipo. Hacía mucho tiempo que no vivía con alguien, que no experimentaba todas esas cosas. Cerró de mala manera la puerta y lanzó la toalla, sin creer aún la estúpida situación, y la estúpida emoción, en las que estaba envuelta. Pateó parte de la ropa, rebuscando en ese amasijo de mangas y tela amontonada algo usable para salir luego de allí. El ruido amortiguado de la ducha le llegó a través de las paredes, así que la mujer sí usaba su ducha, sus toallas, sus cosas. Ahora todo quedará impregnado con ese olor…
Se paró un momento, intentando dilucidar si aquello era bueno o malo.
Levantó los hombros, incapaz de contestarse a sí misma.
Finalmente salió calzándose una de las poleras que encontró limpia en el suelo. Era hora de limpiar, pero no tenía el humor, el tiempo o simplemente las ganas de hacerlo. La ducha ya se había detenido, pero, al mirar desde el quicio de la puerta, el baño seguía cerrado. Camino hasta la cocina y sacó una lata de cerveza y un bote de mayonesa. Sería su desayuno hasta que saliera en busca de algo más. Cuchara en mano atacó el magro desayuno, abstraída aún en los sucesos de la noche anterior.
-Muchas gracias por dejarme ocupar tu baño, yo… ¿Sólo eso desayunarás?- Shizuru apareció por la puerta, una toalla húmeda en sus manos y su cabello algo húmedo. La joven había tomado una ducha rapidísima y ahora miraba alternadamente el frasco y la lata en sus manos. La peliazul asintió antes de llevarse otra cucharada de mayonesa la boca. La castaña siguió los movimientos y le dio la espalda. La escuchó dar una vuelta completa por la casa, recorriendo los pasillos apresuradamente. Volvió con la respiración algo agitada a su antiguo puesto, sólo para observar como la peliazul se echaba otra cucharada de mayonesa a la boca. Ambas arquearon las cejas, en un gesto increíblemente similar pero totalmente diferente. –Ven, te invito un desayuno de verdad… lo que menos necesitas es alimentarte mal ahora mismo- Susurró la castaña, dándole la espalda y encaminándose a la salida. Natsuki levantó una ceja, en una mezcla de recelo y sorpresa, pero su instinto le gritó que no desaprovechara la oportunidad de una comida gratis. No, jamás se desaprovecha una comida gratis. Apuró el resto de cerveza de un trago, antes de aplastar la lata y lanzarla junto a las cajas en un rincón. Shizuru ya estaba abriendo la puerta, con su bolso en una mano y una mirada impaciente. La peliazul tomó las llaves del pequeño mostrador en el que las lanzó la noche anterior y la siguió hacia la mañana, ya iluminada por el sol de verano.
-¿Dos semanas nada más?, Ha roto un record, Kuga- La joven gruñó una respuesta ante el profesor mientras buscaba asiento en la última fila de la sala. Sí, volvía a clases, a las que llegaba tarde, luego de dos semanas ausente, pero su experiencia de fin de semana estuvo cercana al éxtasis religioso.
-Por decir lo menos- Murmuró, sosteniendo su cabeza contra la palma de la mano y mirando sin mucha atención el pizarrón donde se amontonaban teorías y más teorías que no le hacían sentido.
Flashback
-Si Natsuki-han come tan rápido le dará un ataque al estómago…- Observó la castaña. La joven frente a ella no respondió, se limitó a ingeniárselas para meter otro enorme bocado en su boca. Huevos revueltos, café negro y panqueques fueron la orden del desayuno matutino en el restaurante más cercano a la casa de la peliazul. Shizuru volvió a registrar a su invitada de pies a cabeza y luego, con un suspiro, dejó su mirada divagar por el local y la ventana que daba a la calle tranquila a esas horas. No era un barrio malo, un suburbio algo alejado del centro pero aún así bastante transitado. Natsuki vivía en una casa grande, antigua, una construcción seguramente diseñada primorosamente en sus primeros años, una casa que alguna vez perteneció a una buena familia y que ahora ocupaba una desordenada estudiante al parecer algo… drogadicta. Se resistía al adjetivo, no podía congeniar la imagen de la joven con la imagen que venía a su mente cuando nombraban esa palabra. Y mucho menos luego de escucharla tocar. Pero la había encontrado luego de un ataque por una fiesta demasiado larga. Se llevó la taza de té a los labios, saboreando el líquido amargo. Sacaba cuentas.
Necesitaría un día completo para ordenar el desastre al que Natsuki llamaba casa.
Y quizás la joven no tenía fondos para comprar algo para la despensa, no era un problema, de sus ahorros podía sacar lo suficiente para ayudarle.
Además deberían limpiar la ropa y conseguir un basurero.
La taza bajó desde sus labios y quedó estática en su recorrido, la mano que la sostenía incapaz de reaccionar.
¡¿Y por qué voy a ayudarla?, ¿En qué estoy pensando?
Fijó la vista nuevamente en la morena, enfrascada en sus platos de comida. No podía entenderlo, pero quería ayudarla, le inspiraba a ayudarla, cobijarla, cuidarla. Era la primera vez que le sucedía algo así.
Y no estaba segura de cómo reaccionar.
-¿Shizuru?- Una mano pasó frente a su vista, sacándola de sus cavilaciones. Natsuki la miraba por sobre la taza de café, aún agitando su mano para atraer su atención.
-Ara, ara… lo siento, me quedé perdida en mis pensamientos por un momento…- La peliazul sorbió un largo trago de café, sin quitarle los ojos de encima. Parecía querer leer por completo qué ocultaban los ojos rojos, qué pensamientos se tejían tras esa mirada amable pero enigmática. –Natsuki-han… ¿Dónde se pueden conseguir bolsas plásticas cerca?- De pronto un rayo de felicidad oscura atravesó la mirada rubí, provocándole escalofríos.
Fin del flashback
Maldita mujer… creí que nunca terminaría de sacar porquerías del piso. Natsuki hizo un par de anotaciones vagas en una hoja antes de seguir maldiciendo mentalmente. Les tomó todo el fin de semana dejar la casa en un estado 'presentable'. Aunque para la morena era más que suficiente, estaba segura que podría incluso comer del piso de su baño luego de refregar cuatro veces las malditas baldosas. Comida en la alacena, la pérdida de sus botes de mayonesa, su ropa nuevamente en el armario. Parecía que un huracán hubiera azotado su hogar, sólo que en sentido inverso. Mordisqueó la punta de un lápiz, deseando tener un cigarrillo al menos que fumar. No le había quedado nada en sus reservas, ni un mísero papelillo, ni un mísero cigarro. Podría comprar una cajetilla en cuanto saliera de clases, pero…
Jugueteó con los pies bajo la mesa.
Pero sentía como si estuviera traicionando la confianza que la castaña había depositado en ella.
Sentía que la molestaría y decepcionaría.
Y la sola idea la deprimía.
¡¿Pero a mí qué me importa lo que esa mujer piense?
Mordió el lápiz y siguió copiando lo que fuera que estaba en el pizarrón. No importaba, ya vería que haría luego de las clases… cuando se acabara por fin la teoría y pudiera ir a sentarse y tocar un rato el piano, donde nadie la molestara. Donde ni siquiera el profesor guía se quejara. La siguiente media siguió tortuosa, cayendo lentamente sobre ella a medida que esperaba el pasar de los minutos. Hojeó sus desbaratados apuntes sin mucha atención. Tenía los nombres de algunas piezas anotados a un costado, las que su profesor quería que siguieran trabajando. Algunas piezas sencillas, otras más complicadas. Pero aún era manejable, aún no sentía el deseo de lanzarlo por la borda y entregarse finalmente a la vagancia.
Se levantó en cuanto el reloj marcó la hora, tenía un margen de tiempo de veinte minutos, pero la siguiente sala quedaba al otro extremo del edificio y no tenía deseos de correr hasta ese punto. Registró sus bolsillos buscando otra vez un cigarrillo, un intento desesperado por conseguir algo que echarse a los labios de camino. Hundió las manos en los bolsillos y paseó malhumorada, ni siquiera estaba segura qué hacía allí. Le dijo a la castaña que asistiría ese día.
Claro ningún problema.
Asistiría a clases, y la llevaría en su motocicleta hasta su propio campus.
Después de todo le quedaba de camino.
Eres una idiota, una idiota sin cerebro. Se recriminó, mientras esquivaba las masas de estudiantes que abandonaban las salas de clase. La había dejado en su campus, había incluso conseguido otro casco para llevarla ese día en la mañana. Todo, ¿Para qué?, no era agradecimiento. Estaba segura. Las malditas hormonas aún jugaban con su cerebro, torturándola en una semi-conciencia de estupidez. Y, lo que más le pesaba, es que estaba segura que lo haría de nuevo, estaría otra vez allí, esperándola en la mañana para llevarla a su universidad… Tengo que sacarme la idiotez de encima. Se prometió, entrando a la pequeña sala. Con gruesas paredes y aislación acústica, la sala era perfecta para que los estudiantes practicaran sus habilidades sin molestar ni ser molestados.
El reloj de la pared señalaba que aún tenía cinco minutos libres antes del siguiente periodo de clase. Le sorprendió encontrar, sobre el piano, algunas partituras. Esperaba incluso que el hombre no se presentara, dispuesto a abandonar a su estudiante luego de que esta desapareciera por dos semanas. Pero al parecer seguía asistiendo a cada clase, y preparando el material que debería revisar a lo largo del semestre escolar. Leyó el nombre del compositor, levantando las cejas al notar que desde Francia su profesor había saltado hasta Rusia. No le disgustaba, el estilo que verían en el momento era algo más oscuro y sobrecargado. Una pequeña voz resonó desde su nuca.
Mamá escuchaba esto cuando trabajaba… no me extraña, ahora que lo pienso.
-¡Jo!, ¡Natsuki-kun!, Hasta que al fin apareces- El hombre cerró la puerta de un golpe, sonriéndole a su estudiante perdida mientras abría los brazos.
-Sí… Sakomizu- Se dejó caer en el banquillo, aún con la partitura en las manos.
-Sensei, te reprobaré si sigues llamándome así- El hombre se apoyó en el piano, quitándole la pieza de las manos. –Ahora ponte a leer esto y a tocarlo, quiero ver cuánto te has oxidado en tan poco tiempo- Sentenció, abriendo la primera hoja y colocándola delante de sus narices. La mujer gruñó bajo, arrancándosela de las manos y leyendo las notas. Era difícil.
Una pieza difícil.
Releyó las primeras notas y calentando las manos antes de empezar.
Tocaría aunque fuera las primeras notas bien y le cerraría el pico al viejo bonachón.
-Sabes, Kuga- El hombre se alejó, hasta uno de los extremos de la pequeña habitación, recostándose contra la pared. –Siempre podrás ganarte la vida tocando piezas para recitales de niños o de animé- Sonrió, ante el ceño fruncido que su estudiante le dirigió. La joven tenía potencial, manos grandes para tocar las partes difíciles y un muy buen oído. Pero, reflexionó, era tan inconstante que no le extrañaría que realmente terminara simplemente animando bodas, no tocando el instrumento que amaba en los grandes teatros y salas musicales. Sin darle la vuelta al mundo sólo gracias a su talento. Como solía afirmar cuando la recibió, tres años antes.
Por fin la joven terminó de prepararse y tocó, tentativamente las primeras notas.
El hombre sonrió casi imperceptiblemente, escondiendo su mirada satisfecha tras el brillo de sus anteojos. Era bueno, muy bueno. Algo inexperto, sí, escuchaba los errores y las vacilaciones a medida que la mujer se adecuaba a la pieza, pero tenía ese algo que él buscaba. Era la única razón para la que soportara sus inasistencias, sus insolencias. Muchas veces estuvo a punto de rendirse y abandonarla. Pero quería ver hasta dónde llegaría. No le había dicho, pero ese semestre era su prueba final, si por fin la mujer volvía el rumbo a sus estudios, la convertiría en una pianista de primera. Incluso, y no dudaba de ello, la mandaría uno o dos años al extranjero, a estudiar más allá de lo que él podría enseñarle.
Sí, lo haría.
Sólo por el sonido del piano al rugir cómo lo hacía con esa pieza.
-¡Kuga!, ¡Oye, Kuga!- El hombre se le acercó corriendo, a trompicones bajando por las escaleras hasta alcanzarla. Natsuki se giró, reconocía la voz y también las intenciones tras ella. No pudo reprimir una mirada de deseo a la vez que de rechazo al mirarlo. El joven sonreía, unas ojeras algo pronunciadas se acomodaban bajo sus ojos, y en la mano fuertemente cerrada tenía un pequeño liado, lo que restaba de la colilla. -¿Te vienes?- Inquirió, desde unos escalones más arriba, señalando el patio interior de la facultad. La sangre convulsionó por sus venas unos momentos, rogándole que aceptara sólo una pitada. ¿Qué daño podía hacerle?
¿Vendrás a recogerme?, ¿En serio?, ¿No será un problema?
-No…- Musitó, sintiéndose victoriosa y derrotada a la vez. –Hoy no Wong- Afirmó, con nueva fuerza. El joven la examinó unos momentos, sorprendidos, antes de juntar los hombros y darle la espalda. Ya había pasado unos días con él y su novia, no, ese día tenía otros planes. Otras cosas que hacer. Se ajustó la correa del bolso al hombro y siguió bajando de dos en dos los escalones. Era algo tarde, no quería hacerla esperar, es más, estaba segura que no esperaría, seguramente lo tomaría como una palabra al aire y se iría. Jugueteó con la llave de la moto mientras caminaba a grandes zancadas al vehículo. Sólo necesitó un momento para encender el motor y largarse de allí como una exhalación. Un rayo oscuro que atravesaba el asfalto ya tibio.
La moto era de su padre, una de las tantas cosas que le legaron. Él le había enseñado a conducirla y él, también, había pintado su color azul oscuro y, a la vez, eléctrico. En el estanque, con un color más claro y con detalle prolijo había pintado una pequeña manada de lobos corriendo. La moto ronroneaba por el camino, era antigua, pero la mantenía en perfectas condiciones. No permitiría que le sucediera nada a la posesión más valiosa de su padre. Dobló hacia la izquierda, evitando y sorteando una larga fila de autos para colarse al estacionamiento de la universidad de la castaña. Sacó su móvil y comprobó la hora rápidamente, aún estaba a tiempo, justo a tiempo según lo que recordaba.
Aparcó el vehículo y se quitó el casco, sin desmontarse del caballo metálico. El sol se escondía, pronto la noche irrumpiría de manera abrupta, tal como era costumbre en esa época, cuando los días empezaban a acotarse y el verano daba paso al frío del otoño. Cerca de ella, por la entrada principal, masas grandes y pequeñas de estudiantes se disgregaban hacia la salida, la mayoría ya hartos de un día completo de clases. Otros simplemente derrotados. Cargando pesados libros, condenados a horas y horas bajo la mortecina luz eléctrica intentando comprender teorías sin pies ni cabeza. Sonrió al sentir el poco peso que cargaba en el bolso, la partitura que debía estudiar y tocar a la perfección para tres días más. Ella también tendría que encerrarse y tocar sin parar, estudiar la pieza con cuidado, repasando cada nota, memorizándola, sintiéndola, recordándola y a la vez creándola. Pero de alguna manera la llenaba, no le producía desánimo ni la descorazonaba. Suspiró satisfecha, sin darse cuenta. Había extrañado tener algún pequeño reto que dominar. Volvió la vista al asiento trasero, donde estaba el casco extra que traía. Sonrió de manera más ancha.
No había caído en cuenta que en esos últimos días había sonreído más que en el pasado mes.
Tampoco cayó en cuenta de la castaña que se acercaba.
Cuando giró de nuevo se encontró con la mujer a unos cuantos metros. No pudo evitar que el pulso se le disparara, le golpeaba el pecho con tanta fuerza que llegó, por un momento, a dolerle. Más sorprendida por la reacción de su cuerpo que por la aparición de la mujer intentó sonreír. Una mueca nerviosa.
Por su parte Shizuru sonreía cálidamente, extendiendo una mano a modo de saludo.
Aunque tampoco ella tenía control sobre sus emociones desbordantes. Como el alud, el repentino romper del agua contra las rocas, era como intentar controlar el mar mismo. La castaña sintió como las emociones se le escapaban de las manos, no podía controlarlas, sólo enmascararlas. Incapaz, como pocas veces antes, de mantener la sangre fría sólo logró sonreír. Dejar una pequeña válvula de escape para ese incierto e inesperado remolino caótico y vertiginoso que la golpeaba.
-Entonces- Iniciaron, al mismo tiempo. Se cortaron, sonriendo nerviosamente. Natsuki se rascó la nuca, buscando algún lugar dónde poner la vista sin sonrojarse. No podía ser, no podía ser, parecía una chiquilla de quince años en plena ovulación, se reprochó. Aspiró para volver a intentar mantener una conversación con la castaña.
-¿Cómo…?- Volvieron a interrumpirse, perplejas.
Genial, ahora ni siquiera podemos tener una jodida conversación decente.
La peliazul hizo un gesto, invitándola a hablar primero y romper por fin el incómodo momento. Pero la castaña guardó el silencio, registrando sus ojos verdes. Entregada por un momento a sus emociones desbocadas. Se dieron un segundo, silencioso, honesto, en el que lo entendieron. No lo asumieron, no lo dijeron, pero lo entendieron.
Sus vidas, les gustara o no, se encontraban ya encadenadas.
-¿Vamos?- Inquirió al fin, suavemente, la morena. Le alcanzó el casco y la invitó a subir en el poderoso animal metálico. La castaña cruzó los brazos por su cintura, hundiendo su cabeza contra la espalda de la conductora encomendándose a alguna divinidad, la mujer no había demostrado ser una conductora imprudente, pero subirse tan desprotegida, tan falta de una sensación de seguridad la hacía sentirse nerviosa. Nerviosa e, incluso, algo religiosa. Natsuki se colocó su propio casco y arrancó la motocicleta. Sin ponerle aún frenos o cadenas a su corazón descontrolado inició la marcha hacia su barrio.
-Fujino… ¡Fujino!- El golpe en la mesa la sacó de sus ensoñaciones. Frente a ella una molesta rubia la miraba, con una hoja llena de cálculos en una mano y una vena lentamente palpitando en su cuello.
-Ara… lo siento, Haruka-chan, por un momento quedé perdida en mis pensamientos…-
-¿En tus pensamientos?, más parece que quedaste atrapada en esa monstruosa motocicleta…- Dejó la hoja sobre su escritorio, señalándole el punto en que la ecuación estaba aún irresuelta. –Ten, algo para que te entretengas en casa-
-Así veo…- Ojeó la hoja sin mucho interés. Su compañera tenía razón, su mente estaba fuera del salón de clases, aún atrapada entre el acelerar de la moto y las caricias, violentas caricias, que el largo pelo de la morena depositaba en sus brazos. -¿Para?-
-La próxima semana… ya sabes, estamos con tiempo- Se sentó en el escritorio, aún mirándola inquisitivamente. Hacía una semana que la mujer llegaba y se iba, casi todos los días, con la motociclista azul. Eso era todo lo que sabía al respecto, sólo la impresión que le había provocado verla descender de ese armatoste de fierros doblados. –Fujino…- Comenzó, dispuesta a atacar el punto de manera directa, tal como era su costumbre. Pero algo en los ojos rojos de su amiga la detuvo. Todo estaba oculto inclusive para ella, Shizuru no ahondaba en ello, simplemente se dejaba arrastrar por la corriente de sucesos que la llevaba hasta esas extrañas situaciones. Si le preguntaba no tendría respuestas, no haría más que ocasionar una sonrisa extraña y un consecuente alejamiento. La castaña no reconocería, ni si quiera ante ella, que había situaciones que la desconcertaban, que no podía manejar. -¿Cómo se llama?- Preguntó, girando el curso de sus interrogantes a preguntas más simples, preguntas que no pusieran en riesgo el mundo que la castaña construía a su alrededor.
-Kuga Natsuki- Contestó, agradeciendo en silencio la inusitada muestra de tacto que su amiga le demostraba. La vio abrir la boca, para seguir el largo cuestionario, por lo que se apresuró en añadir los demás datos 'reales' y evitar cualquier divagación. –Vive sola, no sé nada sobre su familia, estudia música… más bien piano y maneja bastante bien esa motocicleta-
-¿Estudia?, creí que te habías conseguido una delincuente- Comentó la rubia, recordando el aspecto de la morena. Shizuru sonrió, sin levantar la vista, disimulando la calidez que extrañamente la embargó al escucharlo. Natsuki, de hecho, encajaba perfectamente en la descripción de 'delincuente' según su amiga, sobre todo considerando los antecedentes con… sustancias ilícitas que la mujer tenía. No sabía casi nada de ella, no le había contado a nadie sobre ella. Había estado exenta de las conversaciones que sostenía casi a diario con su madre vía teléfono, exenta de las conversaciones con sus compañeros, inclusive con su amiga. Nada, no, no lo hablaba ni con ella.
Aún no sabía que tenía entre manos.
Qué tenían entre manos.
Todos los días la esperaba en la esquina de su pequeño departamento. Vivían cerca, muy cerca. La llevaba, le sonreía, la dejaba, y luego la buscaba de regreso. Más de una vez Shizuru se adelantó cerca de tres horas antes del inicio de sus clases. Pero no quería perder esa oportunidad. Simplemente la hacía feliz.
¿Qué más quería conseguir de ello?
Era una pregunta que seguramente no tenía una respuesta.
-¿Y esto?-
-Creí que sería buena idea…- Dejó el metal caliente en su palma. –Por si alguna vez me quedo fuera… otra vez- La copia de la llave refulgía suave en medio de la mano cóncava. Una cuna rosada, tibia, muestra de una piel casi impúdica, una muestra de una piel demasiado bella para ser real.
-¿Estás segura?-
-A fin de cuentas… esto ya se ha convertido en tu segunda casa…- Subió las piernas a la mesa, mientras repasaba una de las tantas hojas que tenía la partitura que estudiaba. Habían pasado tres meses desde que se habían encontrado por primera vez. Y el cambio operado en las dos era visible, en algunos aspectos más que otros, pero el mundo que giraba junto a ellas a su alrededor lo sentía. Shizuru miró la llave en la palma de su mano, era una muestra de confianza que no esperaba. Una muestra de confianza que poca gente había depositado en ella, que realmente no sabía bien cómo afrontar. Esto iba más allá de llamarse sólo por su nombre de pila, más allá de la rápida confianza que ambas habían desarrollado en la otra. Guardó la llave en su bolsillo para seguir en lo que estaba. Cocinaba en la casa de la peliazul. Empezaba a pasar más tiempo allí que en su propio departamento. Primero fue la limpieza de la casona, luego cocinar una vez para dejarle algo de almuerzo saludable, comida que por cierto compartieron, luego sólo a conversar un poco luego de clases. Y después empezó a formar parte de su rutina. La castaña volvió la vista, buscando la mirada verde que se escondía en la partitura.
Natsuki sentía que sus orejas ardían, rojos, la vergüenza y el desconcierto también bullían dentro de ella, sus emociones disparadas ante el acto. Registró sus bolsillos, buscando deshacerse de su propia incomodidad, se sentía pequeña y apretada dentro de su propio cuerpo. Era la primera vez que sus sentimientos establecían un conflicto así dentro de ella de tal modo. Sacó una cajetilla de cigarros y encendió uno, pasándolo de un extremo al otro de su boca. La castaña se giró y volvió a lo suyo, rebuscando en la alacena las últimas provisiones que le quedaban. El humo del cigarrillo no le molestaba, estaba muy asociado ya a la morena.
-Tene… Tienes que comprar más mercadería- Se contuvo, mordiéndose la lengua al escucharse a sí misma.
-Mmhh…- Dio vuelta la página del gran libro –Mañana iremos…- Levantó la vista, para botar la ceniza del cigarro, sólo entonces cayó en cuenta de lo que había dicho. Shizuru le dirigió una mirada divertida y a la vez extrañada, mientras se secaba las manos para empezar a picar verduras. –Claro, si no tienes nada que hacer y quieres acompañarme… y…- Murmuró, bajando la voz a medida que hablaba más y más rápido con la vista baja.
-Claro- Respondió, claramente, sacándola de su ansiedad y su vergüenza.
La morena volvió a su libro, sin leer realmente. Había pasado muchísimas obras en esos últimos tres meses. Por la costumbre de llevar a la castaña a su universidad su propia asistencia había sido ejemplar. Y Sakomizu sonreía, encantado, tras la nuca de la morena que lo insultaba pieza tras pieza, obligándola a avanzar a paso de titán. Leyó un par de notas sueltas, las moscas negras que formaban cada una de ellas resaltabam contra el lápiz azul que usaba para las anotaciones, marcando cada pausa, cada enlace, cada punto que encontraba importante. Buscó algo que decir, una frase para llenar el silencio que le pesaba.
Extraño.
Usualmente podía estar en silencio sin problemas, para ella no eran tan importantes las palabras.
En la secundaria Mai y Tate llenaban su mundo de palabras sueltas. Al final de cada día no recordaba exactamente qué habían dicho, pero, aún en ese momento, si cerraba los ojos podía escuchar sus voces. Era lo que prefería, no entendía, ni siquiera hacía un esfuerzo para entender lo que decían, pero las voces lo eran todo. Fluctuaban, subían y bajaban, eran realmente ellas las que hablaban.
Luego abandonó la región natal y sus amigos se perdieron lentamente en el tiempo, tragados por la vorágine de la ciudad, de la fatiga, el cansancio y la despreocupación.
A veces los extrañaba.
Y mucho.
Hasta la llegada de la castaña, reflexionaba, había estado muy sola.
Pero con Shizuru era distinto. No importaban tanto las palabras, ni siquiera la voz de la mujer. Una voz melodiosa y medida, una voz que prefería en la sorpresa, cuando Shizuru no tenía el tiempo para enmascararla a la perfección. Su presencia llenaba el espacio, su espacio, que otros llenaban con palabras. Y eso la hacía sentirse cómoda, demasiado cómoda en ocasiones.
Rebuscó algo que decirle, algo con que salir de sus meditaciones. El piso de baldosa brillaba opacamente con la luz fluorescente. No había respuestas en ese brillo suave y gastado, demasiadas pisadas habían marcado esa cocina. Vidas que ella no conocía, pero que en cierta manera seguían conectadas allí. De tantas cosas que habrían ocurrido. ¿Cómo no tomar el valor para sacar un simple tema ocasional, pasajero, algo liviano con lo que seguir la cena luego de un agotador día?
El pequeño móvil interrumpió su decisión, vibrando y sonando la llamada entrante. Shizuru se acercó a contestarlo, mientras Natsuki sonreía, de cierta manera, tal vez, ayudada por alguna divinidad benevolente o borracha.
-¿Madre?- La castaña se apoyó contra la pared, intercambiando los saludos de rigor. Había olvidado la hora, su madre llamaba siempre a la misma hora. Casi nunca tenía por menores interesantes que contarle, pero era fiel a la llamada, a las preguntas rutinarias que mantenían el contacto estrecho entre ambas.
Natsuki se levantó, apagando la colilla. No había una olla al fuego, por lo que se sentía con libertad para dar vueltas por la cocina sin ser un peligro en potencia. Mientras la castaña reía y le comentaba a su madre que estaba, nuevamente, en casa de su amiga, la morena sacó una lata de cerveza del refrigerador y rebuscó entre los estantes más elevados, junto a la alacena, una botella de vino junto a dos copas. No le gustaba el vino demasiado. Pero Shizuru se había resistido a beber algo más y la joven quería beber con ella. Dejó la botella al lado de la cocina y volvió a sentarse. Tendría una buena temperatura para cuando la comida estuviera lista.
-Mi madre dice que empezará a pagarte por recibirme tan a menudo…- Dejó el celular sobre la mesa. -¿Estás segura que no quieres más verduras? Natsuki debería ser más prudente con su alimentación…-
-Un poco de carne no mata a nadie…- La morena miró con anhelo el horno de la cocina, donde se cocía a fuego lento un gran corte de vacuno. El olor a la carne cocida empezaba a filtrarse por la cocina, haciendo que su estomago rugiera suavemente.
-Ara ara… si Natsuki sigue así tendré que cuidarla por mucho tiempo más…- Lo que realmente no es una molestia. Usó un tono de voz neutro, pero tras la oración ella leyó, en sus propias palabras, una intención oculta. Natsuki fijó en ella sus ojos, un rayo verde traspasándola, asombrado e indeciso, sin saber cómo reaccionar. Finalmente desvió la vista, adelantando el labio inferior en un puchero que mal disimulaba una sonrisa.
-No me molestaría…-
-¿Natsuki?-
-No me molestaría… que 'cuidaras' de mí durante mucho tiempo más- Explicó, las puntas de las orejas de un rojo brillante. Enfatizó la palabra cuidaras, con el fin de hacerla sarcástica, con el fin de plantear un tema pero no ahondar en él. Antes de que pudiera responder algo más la morena se levantó sonoramente, haciendo chirrear las patas de la silla contra las baldosas. Se adelantó hasta los cajones para sacar un par de cubiertos. –No es necesario que tu madre me de algo…- Comentó, dándole la espalda. –Según lo que me has dicho es posible que intente hacerlo… y yo no quiero dinero, tengo dinero suficiente para vivir y estudiar bien- Sacó los platos, del estante superior y se giró. Shizuru tampoco la miraba, su atención al parecer concentrada en la carne que terminaba de cocinarse y perfumarse dentro del horno.
-Nunca me has hablado de tu familia, Natsu-
-¿Está listo?- Interrumpió, dejando la mesa ordenada y acercándose.
-Creo que sí…- La observó extrañada. Hasta el momento la morena jamás había hecho siquiera el amago de quitarle la palabra. Natsuki recogió la botella al lado de la cocina y le apretó un hombro, sonriendo.
Una sonrisa increíblemente triste.
Y solitaria.
Si no quieres estar sola… ¿Por qué tienes tanto miedo a salir de allí?
-Entonces a comer, tengo hambre- Se alejó, sentándose y destapando el vino. Sirvió una generosa porción a cada una mientras Shizuru dejaba el plato humeante entre las dos. Y nuevamente, luego de que cada una tuviera en su mano una copa de vino y un bocado de cena el silencio incómodo se instauró. Dos veces eran demasiadas veces en un día. El ligero tintinear de los cubiertos sobre el plato y entre sí resonaba en el lugar. La morena contó, las veces que su tenedor subía y bajaba. ¿Y cómo habían llegado a una situación así?. Apuró su copa de vino y se sirvió otra, ávida de alimentar tanto su confianza como su estómago.
-¿Me acompañarás?-
-¿Qué?- Natsuki levantó la vista, sin tener la más mínima idea a lo que la mujer frente a ella le hacía referencia.
-A mis prácticas en el observatorio de la universidad… los estudiantes tenemos paso libre para realizar las observaciones según más nos acomode… ¿Te gustaría acompañarme?- Claro, las estrellas. Lo había mencionado… ¿Para qué lo nombra ahora?. La morena asintió vagamente, provocando una velada sonrisa en su compañera. –Bien… espero que pronto tengamos un día más despejado, las condiciones actuales no son adecuadas…- Natsuki perdió el resto de la conversación en un murmullo. Shizuru agregaba detalles técnicos que sinceramente ella no entendía. Aún se preguntaba el por qué de la castaña para proponer un tema así de la nada. Creía que la pregunta por su familia seguiría bullendo en su mente, molestándola e incitándola a preguntarle más. Presionarla hasta que finalmente le contara algo de su pasado.
Pero para Natsuki esa sencilla forma de cortesía era un misterio. No la usaba, y no se había hablado con alguien que la usara en el futuro. El cambiar los temas que se consideraban molestos o incómodos… con las pocas personas con las que hablaba la joven había pasado por un asiduo interrogatorio, hasta que finalmente, hastiada, contaba parte de su historia y podía sentarse en silencio a escuchar cómo los demás discutían sobre su vida. Le pareció extraño el actuar de la castaña, e incluso un poco cobarde. Cobarde de parte de ella, dispuesta a dejar pasar las oportunidades de acercamiento, a pesar del riesgo de desastre, y cobarde de parte de ella misma, cobarde al sentirse tan aliviada cuando las preguntas incómodas y el tema cesó de manera tan brusca.
-Avísame, creo que me gustará- Agregó, cuando sintió que el ligero y suave murmullo cesaba. Shizuru la miró, una media sonrisa se escondía en sus labios, pero tras los ojos rojos también se escondía la incertidumbre. –Está demasiado bueno…- Señaló el pedazo de carne que se llevaba a los labios, zanjando el tema anterior. –Pero hay un problema- Añadió, adoptando un aire serio.
-¿Ara?- La castaña se sorprendió, usualmente lo único que recibía por su comida eran alabanzas. Era una buena cocinera, había aprendido. Y dado que sus padres pasaban la mayor parte del tiempo fuera cuando ella era una niña, tuvo mucho tiempo para aprender.
-Vino, ¿Para qué me haces abrir una botella si no lo bebes?- Acusó, señalando la copa intacta de la castaña sobre la mesa. Shizuru rió suavemente, por un momento realmente intrigada y algo asustada ante el aire serio de su compañera.
-Eso tiene una rápida solución- Respondió, levantando el recipiente y tomando un sorbo. –Ara, por un momento pensé que Natsuki tenía quejas, sería la primera comensal en tenerlas…-Bebió un sorbo más largo, ante la mirada satisfecha de la joven música.
-¿Quejas por esto?, por favor, Shizuru, eres una de las mejores cocineras con las que me he topado- Tal vez sólo Mai puede superarte…
-Siempre es bueno escuchar halagos, Padre y Madre siempre concordaron que mi comida tenía demasiada sal- Colocó una de la punta de sus dedos sobre la barbilla, suavemente, haciendo uso de su memoria que la transportaba años atrás, hasta los primeros platos que les servía a sus padres.
-Pues que la cocinaran ellos entonces- Rezongó la morena, atacando otro pedazo de lo poco que quedaba en su plato.
-Estoy segura que mi madre lo hubiera hecho de haber podido- Shizuru alcanzó la botella y se sirvió otra porción de alcohol. –Pero pasaba muy poco tiempo en casa como para poder cocinar algo, sin embargo, cuando lo hacía eran realmente platos deliciosos…- Su lengua cosquilleó al traer a la memoria la comida casera del fin de semana, la única que su madre preparaba luego de una semana agitada.
-¿Eh?- Natsuki levantó la vista, interrogante. -¿Sólo cocinabas tú en tu casa?-
-Desde que tuve la edad suficiente, sí. Estoy segura que es lo que más extrañan mis padres de mi presencia en Kyoto.- Sonrió, al recordar como ambos casi lloraban al encontrarse con la cena de su hija en las primeras vacaciones que esta tuvo en su primer año de universidad. –Papá y mamá trabajan demasiado como para tener el tiempo. Así que desde los últimos años de primaria yo me preocupaba de esas cosas, ya sabes, el almuerzo y la cena…-
-Vaya hija ejemplar- Comentó Natsuki, alejando su plato ya vacío y acompañando el gesto con un trago. –Seguramente tus padres están muy orgullosos… habrías sido la pesadilla de tus hermanos si los hubieras tenido- Bromeó, apoyando la cabeza en una mano y sonriendo despreocupadamente. El alcohol empezaba, lentamente, a invadirle el cerebro, lentamente a liberarle la conciencia. Sonreírle cálidamente ahora a la mujer era algo totalmente normal. Shizuru tomó otro trago a la vez que ojeaba la botella, cerca de la mitad ya estaba vacía, supuso que Natsuki se había servido otra copa cuando ella estaba distraída. Miró el líquido rojo y le dio un par de vueltas, meciendo la base de la copa de vidrio. Marcas rojizas se mantuvieron unos segundos en las paredes, atestiguando la buena calidad del líquido. Siguió las pequeñas corrientes que se formaban, alternando los colores de rojo oscuro y burdeo que corrían por la superficie iluminada débilmente. La morena, sin embargo, prefirió perderse en el reflejo de las corrientes en los ojos de la castaña, más vivos, más rojos, increíblemente más poderosos. Escalofriantes y a la vez cálidos. Para cuando Shizuru levantó la vista de nuevo se encontró con la mirada verde examinándola detenidamente. Sonrió, y Natsuki se sonrojó, farfullando algo que simplemente no entendió y girando la cabeza, intentando ocultar el color de sus mejillas y orejas.
Es muy linda.
-Tal vez lo hubiera sido…-
-¿No estabas triste?- La pregunta le hizo girar levemente la cabeza, desconcertada y perpleja. –Digo… sin ir a jugar, sin ensuciar, preocupada de esas cosas durante tanto tiempo… ¿No estabas triste de no ser una niña "normal"?- Inquirió. La castaña leyó, tras sus ojos, que la pregunta implicaba mucho más. No era inocente, y mucho pendía de su respuesta, aunque no sabía exactamente qué. Volvió la vista nuevamente a la botella, pensando detenidamente antes de responder.
-No… tal vez no era lo ideal, pero no me molestaba. No estaba triste.- La miró, sus ojos sonreían y mantenían la atención de la morena. –Mis padres hicieron lo que pudieron, nuestra situación económica, cuando nací, era precaria. Mis padres eran demasiado jóvenes- Sonrió más anchamente, recordando cómo reían sus padres al recordar el escape de sus respectivas casas y la vida alocada que llevaron después, cuando ella era una niña demasiado pequeña para recordarlo. –Trabajaban y estudiaban a la vez, y no teníamos parientes cercanos con los cuales pudiera crecer. Según mi madre muchas veces me llevó a la sala de clases, con un permiso especial. Gracias a los cielos al parecer era bastante silenciosa- Más que silenciosa educada… y lo sigues siendo. –Así que siempre me vale más por mí misma, y prefería leer un libro o sentarme a mirar el cielo a correr con los demás… Ara, ara, desde pequeña he sido una sedentaria y ratón de biblioteca- Agregó lo último con cierto tono de reproche. Natsuki sonrió, sintiéndose increíble y extrañamente orgullosa. Shizuru tenía una beca por excelencia académica, su alto rendimiento académico era lo que le permitía estudiar y vivir sola en la gran ciudad, la capital. La castaña tomó otro sorbo, refrescándose la garganta antes de continuar. –No lo recuerdo como algo infeliz… y la vida aún es larga como para hacer alguna de esas locuras adrenalinicas. Como subir a tu motocicleta- Bromeó. La morena levantó la copa, brindando por ello. Tomó la botella para servirse nuevamente, pero estaba vacía. No se había dado cuenta de cómo se había acabado. Pero supuso que era lo que les soltaba la lengua y el cuerpo. Se levantó en busca de otra botella, había comprado tres, siempre prefería que sobrara a que faltara. Shizuru se levantó con ella, para llevar los platos al fregadero. Un mareo la hizo agarrar la mesa y mantenerse allí por un segundo. Era la primera vez que se daba cuenta que el mundo giraba lentamente a su alrededor.
Debía dejar de beber para evitar algún desastre.
Pero la morena ya se devolvía y no sé si es ella la que vacila al caminar o es mi vista al enfocarla con una botella más en las manos.
Tomó rápidamente los platos y, dando pasos largos y estudiados, logró dejar los cubiertos y los platos en el lavadero sin mayores problemas. Una ráfaga helada la hizo estremecerse. El invierno empezaba a colarse por las puertas y las ventanas. Miró hacia fuera, la noche cerrada y se preguntó si la morena tendría algún tipo de calefacción para seguir conversando en un lugar más cómodo. Como si le leyera el pensamiento, Natsuki tomó ambas copas y le señalo con la cabeza que la siguiera. El largo pasillo de la casa estaba pobremente iluminado por la luz que se colaba desde la cocina, pero no encendieron ninguna luz. Apoyada en la pared, siguiendo el largo pelo de la morena. Shizuru caminó contando los pasos, fijando los ojos en el contonear de caderas involuntario que su amiga llevaba al frente. Doblaron hacia la derecha y se colaron por la puerta hasta la sala estudio de la mujer. Natsuki prendió las luces y le señaló el pequeño sofá que usaba para descansar cuando pasaba días enteros allí. Mientras la morena afanaba buscando algo en uno de los closets laterales, Shizuru se dejó caer, observando el piano negro que brillaba tenuemente al centro de la habitación. Una manta cayó sobre ella, Natsuki dejó encima de ella otra más y arrastró una pequeña estufa lo más cerca posible al sofá. La encendió, sobre ella colocó la botella y las copas y, por fin, se dejó caer al lado de la castaña, cubriéndose con las mantas que esta ya había dispuesto ordenadamente.
-Aquí sí…- Susurró, acomodándose y suspirando de agrado. Alargó las manos, destapó la botella y sirvió las dos copas. Alcanzándole una a Shizuru tomó otro sorbo, aún consciente de que el alcohol empezaba a subírsele a la cabeza.
-Sí…- La conversación decayó, ambas miraban fijamente los filamentos rojos de la estufa. Una modorra pesada se extendía sobre sus miembros, pronto el sueño caería sobre ellas si no hacían algo. Shizuru apuró la copa y dejó el recipiente vacío sobre la estufa. Luego, estirándose brevemente descansó la cabeza en el hombro de la morena, cerrando los ojos y dejándose llevar, adormilada. Distraídamente, Natsuki le acarició la cabeza, rascando como a un animal, tras las orejas. El suave olor de la castaña se extendió hasta su nariz.
-¿No peleaste con ellos?- Preguntó de la nada, con la vista todavía perdida al frente.
-¿Mmhh?-
-Con tus padres, ¿No los reprochaste o algo así?- Esta vez giró algo la cabeza, ahora el cuerpo recogido de la castaña contra el suyo entraba en su campo visual.
-Algunas veces… lo usual, muchas veces estaba cansada y no quería más… pero no es algo por lo que los odie, simplemente a veces estaba demasiado cansada como para escucharme incluso a mí misma…-
-¿Escucharte?-
-Si me hubiera escuchado habría comprendido lo irracional que resultaban en algunos momentos mis peticiones. Todos hacíamos lo que podíamos. E incluso más-
-Sí…- Bebió otro sorbo y rellenó su copa. Su resistencia era mejor que la de la castaña, quien ya tenía las mejillas rojas y la mirada chispeante que provoca el alcohol. Su corazón se calentó, verla así le provocaba ternura. Shizuru no era una mujer débil ni frágil, pero cuando bajaba la guardia se acercaba más a lo cálida que la castaña podía ser.
Una alarma saltó al fondo de su cabeza, algo sobre encontrar tiernas a sus amigas, pero no le prestó atención. Tenía mejore cosas que pensar en el momento.
-Mis padres se ríen a veces, dicen que tengo la cabeza en las nubes y por eso estudio lo que estudio… pero estoy segura que ellos están orgullosos de lo que he hecho a lo largo de mi vida… eso es suficiente como para que no los culpe por la loca vida que llevamos cuando era pequeña- La castaña giró algo más el rostro, pero no miró a la morena, estaban demasiado cerca, verla directamente casi les haría chocar los rostros. Además, estaba suficientemente cómoda así.
-Ya veo…-
-Ara, ara, he hablado demasiado tiempo, mucho me temo haber aburrido a Natsuki- Bromeó la castaña, alejándose un poco, apoyando la espalda contra el respaldo y bromeando. El pequeño puchero que hizo la morena cuando sintió que su compañera se alejaba no se escapó de la vista de la castaña, pero prefirió guardarse ese pequeño detalle para examinarlo después.
-No- Se apresuró a responder Natsuki, asustada de que su rostro reflejara exactamente lo contrario a lo que sentía. –No… me gusta escucharte…- Miró el piso de madera, rascándose la nuca. –Es… agradable-
Demasiado linda.
Shizuru sonrió y acarició levemente el hombro de la morena.
De pronto no necesitaban agregar nada más.
-Esta casa…- Natsuki levantó la vista, abarcando la habitación con los ojos. –Era de mis abuelos, la heredé cuando ellos fallecieron hace años…-
-Vaya, … lo siento-
-No, no hay problema…- Shizuru sintió el cambió en la voz de la morena, se hacía más pesada, más ahogada, más desesperada. –No los conocí, no sabía que existían siquiera. Llegó todo a mis manos junto con la muerte de mis padres- Pareció detenerse allí, como si el relato se cortara súbitamente. Pero la castaña comprendió que buscaba las palabras para seguir y no la apuró. Una de sus manos, inconscientemente, se alargó hasta alcanzar la mano libre de Natsuki y apretarla, intentando reconfortarla. –Eso tampoco importa… murieron cuando yo era una niña y tampoco los conocí-
-¿Qué?- La castaña la miró incrédula. Sin sus padres, sin sus abuelos, ¿Con quién se había criado entonces la niña?. Natsuki sonrió tristemente antes de seguir. –Mis padres también trabajan mucho, no tenían tiempo para cuidarme, así que me encargaron a los pocos meses a un "amigo de la familia". En realidad contrataron a un hombre, que, por suerte, fue lo que necesitaba para crecer. No era exactamente un amor de persona, incluso algunas veces me golpeaba cuando creía que lo necesitaba, pero era lo que necesitaba para crecer.
Cuando mis padres murieron tenía siete años y no sabía exactamente quienes eran los que estaban en esos cajones de madera blancos. Me pusieron un vestido negro, me dijeron que debía llorar cuando me preguntaran algo y me soltaron en medio del gentío. No conocía a nadie, por más que todos dijeron que formaban parte de la familia. Un hombre grande me tomó en brazos y me acercó a uno de los ataúdes. Vi a mi viejo. Era un hombre flaco y enjuto, pero él se había tomado la molestia de visitarme, de preguntar por mí. Pero no lo reconocía con mi 'padre'. Ese título lo llevaba el viejo Yamada, el hombre que me crió. Luego del funeral nos cambiamos de casa, muchas veces, a los quince llegamos a este lugar. Yamada salía todos los días sin decirme nada, me iba a dejar y buscar al colegio religiosamente y nada más. Yo no entendía que estaban peleándose la herencia. Al parecer mis viejos hacían algo importante, porque todos querían una buena tajada de su patrimonio. Y la consiguieron. Al mes después papá volvió a casa derrotado. Me llamó y me explicó la situación. Había perdido la mitad de mi herencia. Era mucho aún. Me alcanzaba para vivir de buena manera por muchos años, sí, pero el hombre se sentía decepcionado consigo mismo y sentía que me había fallado. Seguimos los dos, unos años más… Yamada murió de un ataque cardíaco hace años. Yo tenía quince, fue poco después de llegar acá. Y lo único que me dejó ese viejo perro fue la motocicleta. Seguí sola. Aún no sé cómo, pero seguí sola. No recuerdo el nombre de mis padres biológicos. Tampoco dónde están enterrados. Y si me preguntas, no he ido a ver al viejo en muchos años. Aún así, creo que la única razón para que no me hubiera perdido totalmente era su recuerdo. Era él enseñándome a montar esa vieja salvaje, era su recuerdo enseñándome a seguir aunque fueran algunos preceptos de vida "honorable".
Natsuki bebió otro largo trago de vino. Al parecer no seguiría. Su historia tal vez estaba incluso oscura para ella. Después de todo, la morena no había querido nunca averiguar sobre ella. Así estaba bien, así había vivido por años.
O mejor dicho, había sobrevivido.
-Natsuki…- Shizuru intentó leer el rostro impasible de su amiga. Pero se hacía una máscara inmutable, impenetrable.
-Ahora que lo pienso creo que debería sentir penar por ello, pero no puedo sentirla. Creo que el resto ha sentido toda la pena y la lástima que yo me he rehusado a tenerme. Y así está bien… Shizuru- Levantó la vista y la miró, sus ojos estaban firmes y decididos. –No es necesario que me recuerdes esto… es suficiente con saberlo, ¿no?- Y dos túneles vacíos se extendieron sobre sí misma cuando lo afirmó. La castaña asintió ligeramente. Era consciente que esa historia no estaba ni por asomo acabada y, si seguían así, la escucharía de nuevo tarde o temprano, la escucharía de los mismos labios pero con emociones muy distintas esa vez. La morena registró sus bolsillos, buscando ávida un cigarrillo. La castaña siguió sus movimientos con una mirada cargada de tristeza. La mujer estaba muy herida, y no dejaría que nadie le ayudara a sanar. Lamía sus heridas sola en un rincón con tal obstinación que las volvía a abrir. Sin poder evitarlo subió una mano y le acarició suavemente la cabeza, ganándose una mirada incrédula de la morena.
Muy linda
Eso fue lo que inundó los pensamientos de Shizuru al observarla. Sus ojos verdes centelleando de sorpresa, los labios entre abiertos para sostener el cigarrillo, las cejas finas pero firmes y oscuras semi levantadas. Una bola de fuego le subió por la garganta, casi la hizo estremecer. Acarició un momento más su cabeza, sonriéndole.
-Entiendo- Susurró la castaña, volviendo a colocar la manta, que se había caído a lo largo de su explicación, sobre su regazo. –Entiendo…- Natsuki la miró largamente, sin agregar nada más, antes de encender el cigarrillo y fumarlo con parsimonia. Shizuru cruzó sus piernas bajo la manta, sintiendo algo de frío en sus pies. La miró, juguetona, y envalentonada por el alcohol en su sangre las subió, depositándolas con cuidado en el regazo de la morena.
-Oi, oi ¿Shizuru?- Natsuki observó el bulto sobre sus muslos, la castaña sólo sonrió pícaramente, acomodando mejor las piernas bajo la frazada. La morena suspiró y acarició suavemente una de las piernas. –Sácate esto, no sé cómo puedes vivir con ello- Sentenció, tomando el taco medio que sobresalía de su bota.
-Ara, ara, ¿Natsuki no me hará el favor?- Inquirió, bajando el mentón y sacando el labio inferior en un pequeño puchero. Natsuki bufó por lo bajo y, con manos ágiles, sosteniendo lo que quedaba del cigarrillo sólo con la boca, le sacó las botas. Liberando sus pies luego de un largo día. –Gracias, Nat-su-ki- Arrastró la lengua, como si realmente estuviera ebria. Y no lo estoy… sólo algo mareada.
La morena levantó una ceja, al escuchar su nombre silabeado. –No me llames así en público… por favor- Comentó, sin dejar de acariciar suavemente las piernas de la castaña. La habitación ya estaba tibia, la pequeña estufa hacía su trabajo, las adormilaba en el agradable calor.
-Natsuki… ¿te gustaría tocar algo para mí?- Era así como solían terminar sus conversaciones, Shizuru admiraba, adoraba, el piano de la morena. No se cansaba de escucharlo, y esa noche, como otras, deseaba escucharlo de nuevo. La morena suspiró, apagó la colilla en un cenicero que manejaba cerca del sofá y se levantó, acomodando con delicadeza las piernas de su amiga sobre el lugar que antes había ocupado.
-¿Qué te gustaría escuchar?- Inquirió, levantando la tapa de las teclas y sentándose en el banquillo. Enfocando la vista en las teclas que se movían suavemente.
-Lo que quieras estará bien- Shizuru se estiró bajó las cobijas, acomodándose y colocando sus brazos como una almohada. A la morena se le antojó como una serpiente que se removía suavemente, una punzada de algo que no quiso reconocer le mordió el costado. Asintió, quitándole la vista de encima, buscando alguna pieza en su mente. Pronto una le llegó a la mente, una que le recordaba el suave e hipnótico ulular de la serpiente, con el brillo de sus escamas bajo el sol. Bajo un tibio sol.
Un compositor español.
Shizuru cayó en la cuenta que Natsuki tenía muchas piezas a su disposición. Muchas obras que tocar con facilidad. O por lo menos en ese momento relajada, sólo preocupada de disfrutar la música que nacía de su piano bien cuidado. Aunque, en este momento, esta pieza está dedicada para mí…
Se dejó llevar por la música. Era tibia, era cálida. Le decía todas esas cosas que la morena no podía expresar. Le llenaba el corazón, no había tristeza en esa pieza, sólo expectación y anhelo. Tomando un último sorbo de la copa de Natsuki dejó caer su cabeza, satisfecha de la vida. Suavemente, llevada por olas diligentes, se entregó al sueño. Acurrucada en el sillón la castaña se durmió, junto a los últimos acordes. La morena dejó que el sonido se perdiera, las últimas vibraciones aún atrapadas en la pared, antes de girarse y encontrarse con la mujer dormida. Se rascó la nuca, el alcohol la había dominado más de la cuenta al parecer. Se acercó y tomó la copa vacía que se balanceaba peligrosamente entre sus dedos. La dejó junto a la botella vacía y la otra copa. Revisó un par de veces más la estancia, indecisa. Ya el invierno estaba entrando, y en la noche caería la helada. No podía dejar la pequeña estufa funcionando toda la noche, el gasto era irracional y la acción peligrosa, pero tampoco podía dejar a la castaña durmiendo allí, terminaría despertándose a mitad de la noche por el frío que se colaba de las ventanas viejas y con algunas aberturas. Sólo se enfermaría. Aún dubitativa decidió tomar la única opción que veía viable. Apagó la pequeña estufa y luego levantó con cuidado a la castaña envuelta entre las dos frazadas. Era liviana, muy liviana.
Parece increíble que una mujer ya casi adulta pese tan poco…
Su habitación era el único lugar de la casa que recibía mantenimiento constante, estaba sellada del frío, con el calor de ambas sería suficiente para temperarla y pasar una noche tibia. Abrió y cerró puertas con los pies, hasta que el pasillo la condujo a su habitación, donde la ropa sucia ahora se amontonaba en un canasto al fondo y la ropa limpia estaba amontonada en el armario. No era lo ideal, pero por lo menos ya tenía un espacio para poder caminar. O eso es lo que dijo Shizuru, para mí estaba bien tal cual estaba antes. Depositó con cuidado el cuerpo de la mujer, que simplemente murmuró algo antes de acomodarse mejor sobre el colchón. Natsuki, desesperada con la tarea de estirar y ordenar las sábanas luego de cada noche, decidió olvidarlas. Su colchón tenía la sábana elasticada que lo cubría, pero las mantas las guardaba en un rincón del closet, donde las arrumaba cada día al despertarse. Sacó una más y, junto a las que había traído desde el estudio, las estiró sobre la cama. Sería suficiente para defenderse del frío de la noche. Considerando sobre todo que su cama no era grande, ella y Shizuru estarían espalda con espalda compartiendo calor. Un nudo en la garganta le impidió tragar por unos momentos. Sería la primera vez que estaba tan cerca de la castaña, o de alguien, por tanto tiempo seguido. Se sentó a su lado de la cama mientras se quitaba las botas y el cinturón de cuero. No era como si no hubiera estado en una situación así antes, no era precisamente una santa ni una abstinente. Pero… observó de reojo a su amiga que seguía durmiendo profundamente, era la primera vez que se mantendría tanto tiempo en una cama junto a una misma persona. El simple hecho, pensó, de tenderse junto a Shizuru dormida era un acercamiento más íntimo que el de mantener relaciones sexuales con alguien de paso. Deslizó el cuerpo bajo las tapas y fijó la vista en el techo. Había hecho el trayecto a oscuras, conocía el camino de memoria, y ahora también veía el techo de la casa perfectamente dibujado por su mente. Era alto y con vigas de madera expuesta. Una casa robusta. ¿Alguien más que ella había mirado ese techo en años?, no lograba recordarlo, creía que no. Giró la cabeza, el rostro de Shizuru se encontraba a unos cuantos centímetros, relajado y vulnerable en la somnolencia. Con cuidado se giró hacia ella, acomodando algunos mechones de cabello que caían sobre su frente. Despejando la piel blanquecina.
-Eres la primera… y me alegra- Susurró, depositando una imperceptible caricia en su mejilla, solo rozando la piel sonrojada con la punta de sus dedos, extrañamente torpes ante la situación. Acomodó las mantas, cuidando de tapar el cuello de la castaña, y luego se giró. Su espalda percibía el aliento tibio que su amiga hacía al respirar. Acompañada por ese cálido hálito, por el suave palpitar que podía escuchar tras ella, cerró los ojos, satisfecha.
Shizuru se despertó por la presión de 'algo' que la incomodaba entre los pechos. Intentó asimilar sus recuerdos, a medida que abría los ojos y la luz grisácea hería su cabeza. Una punzante molestia atacó una de sus sienes No más alcohol para mí por un tiempo… Parpadeó un par de veces, acostumbrando la vista antes de enfocarla en algo. Lo que encontró fue el brazo de Natsuki sobre sus pechos y la pierna de la misma sobre las suyas. Un tono rojizo le subió por el cuello a la vez que unos suave 'ara' abandonaban sus labios en franca sorpresa. Hizo acuerdo de la noche anterior, repasando y rememorando los sucesos hasta que llegó al sillón, sola y acurrucada escuchando a la joven músico tocar. Se quedó dormida en ese momento, seguramente, y en lugar de dejarla dormir en el sillón, como solía hacer, la morena la había llevado hasta su habitación y compartido cama con ella. Repasó con la vista la situación, aún dudando sobre cómo accionar. Si se movía despertaría a su amiga, y esta se veía bastante cómoda, incluso gruñendo suavemente a momentos. De hecho, si lo pensaba, ella también estaba muy cómoda, tibia y relajada. Buscó el reloj despertador que la morena mantenía al otro lado de la habitación. Un enorme armatoste que emitía un ruido infernal. Natsuki lo dejaba alejado, sobre algún escritorio, para obligarse en las mañanas a levantarse y apagarlo. Una de las maneras que tenía de asegurarse de salir a la hora. El reloj marcaba cerca de las once de la mañana, cosa que sorprendió a la mujer. Era fin de semana, pero tenía mucho que estudiar, debía volver a su casa. La noche del viernes fue una simple escapada que se concedió y, por la que sabía, pagaría con horas extras sin dormir.
Debía moverse.
Con mucho cuidado tomó el brazo que la morena tenía sobre ella y lo depositó a su lado. La cama era lo suficientemente ancha como para tenerlas a ambas, pero no lo suficientemente grande como para permitirles tener un espacio considerable. Shizuru dobló el brazo de la morena, apegándolo al cuerpo de esta. Con cuidado deslizó las piernas fuera del colchón, liberándose de la pierna aprisionadora de la mujer. Ahora, sólo necesitaba levantarse y habría salido de la cama. Miró a la mujer que se quejó un poco y se reacomodo sobre la cama. Sonriendo la cubrió otra vez con las mantas que se había sacado y cuido que sus pies no quedaran destapados. Se levantó, intentando no hacer ruido. Hizo un par de paradas en la cocina, buscó sus botas en el estudio y, dejando una pequeña nota, abandonó la casa, dejando a la morena aún perdida en el quinto sueño.
La mañana estaba nublada, pero soleada. El techo de nubes espesas no lograba contrarrestar la luz solar, que se colaba por cualquier agujero que fuera capaz de encontrar. La castaña tarareaba por la calle, girando inconscientemente al son de la música que ella misma tocaba para sí. Estaba contenta y no sabía la razón. Aunque para ser honestos tampoco le importaba. Mientras abría la puerta de su propio apartamento y empezaba a colocar agua a hervir, el calefactor encendido y torres de textos y libros que conquistar la sonrisa no abandonó su rostro. La mujer se cambió la ropa a algo más cómodo y, ahora con un aromático té haciéndole compañía, empezó a resolver y memorizar fórmulas y ejercicios. Uno tras otro como si no tuvieran principio ni final. Se perdió pronto en el estudio, olvidando el hambre, el cansancio, la rigidez y la hora. Afuera el cielo oscurecía rápidamente, y el sol perdía fuerza, dando paso a una llovizna fina y espesa.
El sonido de su móvil vibrando la trajo de regreso a la realidad.
Sorprendida miró la pantalla y no pudo evitar sonreír al ver que había estado tres horas absorta en su trabajo. Un mensaje parpadeaba en su pantalla, ansioso de ser leído. Su sonrisa se convirtió en una pequeña carcajada al ver el remitente.
"¡No me levantaste!, ¡Yo también tengo cosas que hacer!, ¡Joder!"
-Ara, ara, parece que se despertó de mal humor- Comentó para sí, dejando el teléfono y tomando nuevamente el lápiz. El aparato vibró por segunda vez, resplandeciendo de nuevo ante otro mensaje. Con una ceja levantada Shizuru revisó qué tenía la morena para decir.
"Gracias por el desayuno, estoy hambrienta… ¡Pero debiste despertarme!"
La castaña suspiró y tecleó con rapidez, enviando su respuesta.
"Ikezu"
"Ike… ¿Qué?"
"Ikezu"
Dejó el celular en modo de silencio. Sabía que seguramente la morena respondería algo, tal vez en un par de horas más, cuando terminara de comer y de estudiar fuera lo que fuera lo que tuviera que estudiar. Pero en ese momento necesitaba concentrarse. Un mensaje más, efectivamente, llegó a su bandeja de entrada. Pero permaneció cerrado hasta que por fin, luego de un sonoro gruñido, su estómago exigiera un descanso. Shizuru miró el reloj que colgaba de la pared, eran cerca de la una de la madrugada. Bostezando se levantó en busca de algo de comer, a la vez que tomaba el celular y leía el mensaje
"¡No soy una Ikezu! (Y tuve que buscarlo ¬¬)"
La castaña rió, mientras sacaba un par de huevos y ponía agua a hervir. No quería preparar nada, un par de huevos cocidos sería su solución para esa noche. Los mensajes de la morena siempre eran más expresivos que la mujer misma, al poner en palabras lo que pensaba se le hacía mucho más fácil que decirlo cara a cara. La castaña comió con rapidez la magra cena, estirando los músculos de la espalda luego con sonoros chasquidos en cada vertebra. Volvió la vista nuevamente al reloj y ordenó los papeles aún diseminados sobre la mesa. Apagó la calefacción, tomó su reloj y programó la alarma dentro de cinco horas. Era dormir poco, pero dormir poco era la regla cuando se acercaba una semana cargada de exámenes. Se retiró a la habitación de al lado. Una pequeña cama baja la esperaba, pulcra. Aún cuando la carga académica parecía sobrepasarla, cuando perdía la cuenta de los días, del día y la noche y sus ciclos de sueño se fragmentaban y descomponían en asaltos de pares de horas, alternando el estudio con el dormir, la castaña nunca dejaba de realizar esos pequeños rituales domésticos que la mantenían atada a la realidad. Hacer la cama, mantener limpia la vajilla, pequeñas cosas que le recordaban que seguía ligada a una rutina, una rutina muy poco rutina, que cumplir. Y, pensó, mientras dejaba caer las pesadas tapas sobre ella, el mantener ese contacto cálido día a día con la morena se hacía parte de su rutina también.
El timbre violento la arrancó pesadamente del sueño. Parpadeó un par de veces, intentando ordenar la situación en la que estaba. Su ventana dejaba pasar la luz grisácea y cortada por la lluvia. Y el timbre no cesaba de sonar, molesto, como un zumbido insistente, picazón que es necesario rascar, aunque sea necesario romper la piel, rascar sin cesar.
¿Luz?
Shizuru se levantó de un salto. Se había quedado dormida, su despertador, programado para sonar a las seis de la mañana, estaba en el suelo marcando cerca de las diez. Y el timbre no cesaba de sonar. La castaña se caló un polerón grande, el que utilizaba para moverse por la casa y se lanzó a la puerta. No necesitó ver quién era, sólo una persona tocaba de manera tan histérica a su puerta a esa hora. Abrió sin mirar a su invitada, volvió hacia atrás, estirando su pequeña cama y atándose el pelo en una cola alta, algo desordenada. Una imagen extraña en ella.
-¡Bubuzuke!- Haruka dejó sobre la mesa que ocupaba el segundo ambiente del pequeño apartamento su pesada mochila, cargada de libros.
-Lo sé- La interrumpió Shizuru, sin dejarla abrir la boca siquiera en su letanía de quejas. Atravesó el espacio en que se encontraba la mesa baja y unos pocos sillones hacia la cocina. Colocó agua a hervir y preparó dos tazas de té. –Lo siento- Agregó desde la cocina, mientras abría un paquete de galletas y lo dejaba en un pequeño platillo. Sería su desayuno, nuevamente un desayuno raquítico. Pero su estómago no emitía sonidos, esperaba paciente el tiempo de bonanza.
-Es raro…- La rubia ordenó los libros y hojeó las notas sueltas en la ordenada pila de la castaña. –No sueles dormirte, mucho menos…- La observó entrar con la bandeja que contenía el té y el pequeño refrigerio. El cabello mal atado, ese enorme polerón que le dejaba descubiertas cerca de la mitad de las piernas, la sonrisa suave que jugueteaba en la comisura de sus labios, una mirada demasiado viva ante la perspectiva de pasar una tarde esclavizadas al estudio. -¿La viste?- Inquirió de pronto, en cuanto la pregunta se formó en su mente. Era un cambio que venía operando en la castaña sin cesar, esa vivacidad que parecía reafirmar y resucitar en la mujer tantas cosas. Shizuru sonrió, sin contestar, alcanzó una de las galletas y la mordió, tomando la última hoja de apuntes que dejó inconclusa. Su mente se focalizó por última vez en la sonrisa despreocupada de la morena antes de dejarse caer nuevamente en un ir y venir infinito de números.
-¡Oh, vamos Kuga!- La mujer se puso delante de ella, bloqueándole el paso con una mirada sugestiva, algo perdida, pero sugestiva.
-Quítate, Nina. No tengo tiempo- Gruñó, empujando suavemente a la joven menuda desde un hombro. La chica opuso resistencia, levantando las manos y sujetando los antebrazos de la joven, manteniéndola en su posición.
-¿Cuándo fue la última vez que nos acompañaste?, ¿Cuatro, cinco meses?- Natsuki retrocedió levemente, cruzando los brazos y escuchando atentamente lo que su compinche tenía para decir. Sabía perfectamente hacia dónde iba, y, aún luego de meses, su cuerpo cosquilleaba suavemente al recordar la sensación. Apretó las manos, enterrando los dedos en sus brazos y manteniendo la atención sobre su compañera de facultad. –Sabes tenemos el dato de una hierba realmente buena… es cosa que juntemos el dinero y contactemos a mi amigo- Miró los ojos verdes, sonriendo –Vamos Kuga, sé que lo quieres… con Wong extrañamos tenerte como en los viejos días- Rió, bromeando. Natsuki apretó los labios, abordando el problema desde dos puntos. Si caía caería de nuevo de lleno, no era sólo un día cada cierto tiempo, era todos los días, era vivir para ello. Amarraba, a ella la amarraba. Y no lo quería.
Ahora tenía otras cosas por la cuales vivir.
Pero el cosquilleo seguía allí, dándole vueltas, deseando salir nuevamente. Una sombra de vacilación cruzó su mirada, haciendo a la chica de ojos dorados sonreír, invitándola a acompañarla en busca de su novio y luego de la mercancía. Dinero, les faltaba dinero. Esa también era una parte importante, Natsuki tenía el dinero que no lograban juntar entre todos los demás que formaban el grupo, cuando más estudiantes decidían unirse y terminaban enormes grupos encerrados en pequeños espacios, aprovechando al máximo el humo que viciaba el aire de una habitación sin ventanas.
¿Por qué extrañar todo eso?
Y sin embargo lo hacía. La morena, en ocasiones, sacaba un cigarro con los dedos temblorosos, deseando fervientemente tener algo más. Miró los ojos decididos y relajados de su compañera, sonriendo ante la perspectiva de la respuesta positiva. Luego dejó su mirada divagar por su rostro, sólo entonces cayendo en cuenta de las ojeras que cruzaban profundamente sus mejillas, el color pálido enfermizo de su piel, su pelo sin lustre. Era una forma muy placentera y lenta de aniquilarse.
Abrió la boca, aún indecisa.
Entonces el recuerdo de la castaña la golpeó como un puñetazo.
Imaginó sus ojos rojos, profundos y cálidos, los imaginó mirándola con reproche. Sus dudas se disiparon junto al nudo que se instaló en su garganta.
Cerró los labios y volvió a abrirlos, ya con su respuesta clara cuando una voz a su espalda la interrumpió.
-¡Kuga!, ¡Oye, Kuga!- Natsuki miró por sobre el hombro, sorprendida al encontrarse con la estudiante de intercambio vitalicia. Nao Zhang levantaba una mano y le sonreía, como siempre sus ojos verdes inquietantes y juguetones, sin parecer tomar nada en serio. La mujer volvió a llamarla, haciendo un gesto suave para que se acercara. La morena se excusó ante su compañera y se retiró, aliviada de alejarse de esa presencia tentadora.
-¿Qué?- Ladró en cuanto se puso a su altura, disfrutando en secreto como su mirada bajaba para encontrarse con los juguetones ojos de la china.
-Te salvé el trasero, ¿no?- Sentenció sonriendo y colocando las manos en las caderas. De pronto la autoridad que la morena sentía al mirar desde arriba se esfumó, una oleada de desconcierto e ira le subió por las piernas. Levantó ambas cejas, como si no supiera a qué se refería la mujer. Nao miró sus uñas, cortísimas. Natsuki dejó caer su vista sólo unos momentos para confirmar lo que esas manos le hicieron sospechar. Violinista, eso estudiaba en Japón la extranjera. –Fumar hierba en exceso produce cáncer- Su acento era ligero, un fluido japonés que aturdía a la morena.
-¿Oi?-
-Me debes un favor… puede que te lo cobre pidiéndote el número de la castaña- Rió, dándole la espalda y encaminándose por los pasillos en dirección contraria.
-¡Oi!- La mujer simplemente levantó una mano, a manera de despedida. Natsuki la siguió con la mirada, aún desconcertada y preocupada. ¿Desde cuándo su vida privada pasaba a ser dominio público?. Aturdida se mantuvo en su posición unos momentos más, antes de girar los pies y salir de ese lugar, ya harta. Se encaminó aturdida al estacionamiento. La guiaban sus pasos, no su cabeza, aún atrapada en las palabras engañosas que caían de tantas partes.
No veía a Nina y a Wong hacía tiempo, y realmente no los había extrañado. Días eternos fumando hierba dura… no, no quería caer en eso otra vez. Simplemente pasaba por allí, su mente estaba en otra parte, seguía unas pisadas esquivas, seguía el destello rojo que quedaba impregnado en todo lo que la castaña miraba. Observó sus manos, blancas, largas, algo temblorosas en ese momento. Ellas también tenían el brillo rojizo brillando salvajemente. Sin contenerse, sin siquiera procesarlo, levantó sus manos hasta su nariz, aspirando hondamente el aroma que se desprendía de la punta de sus dedos.
Los ojos cerrados.
Toda su concentración buscando el resquicio que dejaba la presencia de la castaña en su vida.
Sólo el olor del cuero de sus guantes y de las teclas del piano conservaban sus manos. Suspiró, moviendo la cabeza desamparadamente sin mucho ánimo. Si actuaba así por la vía pública tampoco era un misterio el por qué todos sospechaban sobre su vida privada.
¿Qué se supone que estoy haciendo?
Intentó no pensar en ello. Olvidarlo. Dejarse llevar por las olas del mar sin ser consciente, dejar que su subconsciente, su inconstante devenir pensara y se preocupara por ella. Simplemente lo dejó marchar. Atravesó los pasillos de la facultad como una exhalación, esquivando a la gente que la saludaba con un grito o una inclinación de cabeza. A lo lejos, bajo la techumbre del patio que desplegaban en invierno, distinguió las figuras de sus compañeros envueltas por la suave máscara del humo. Nuevamente un ligero cosquilleo le recorrió las manos. Cosquilleo que fue interrumpido por el vibrador de su teléfono. Sin dejar de caminar, sacudiendo la cabeza para volver a la tierra, sacó el aparato para leer el mensaje de texto.
Hoy podremos ir, me la debes.
Y un cosquilleo mucho mayor le recorrió todo el cuerpo sin compasión. Guardando apresuradamente el aparato en su bolsillo casi corrió la distancia que quedaba para alcanzar su motocicleta. Miró hacia el cielo, ya oscuro, sin poder reprimir una sonrisa. Era un día frío de invierno, pero limpio. Las estrellas brillaban con fuerza en medio de la indiferente ciudad, de la gente entumecida y desesperada por algo de calor. Sonriendo más anchamente se colocó su chaqueta y el casco, arrancando la moto con una patada salvaje. La aceleración la hizo patinar sobre el suelo casi congelado unos momentos antes de enfilar a toda velocidad hacia el centro de la ciudad, hacia ella.
¿Importaban la vista desde un observatorio, con el trasero congelado y los sabañones de las orejas picando como bestias?
No, no importaba nada de eso.
Ni siquiera entraba en la consideración de la morena. No había espacio para esas molestias o expectativas en su cabeza.
Sólo el calor que desprendía la otra mujer cuando le sonreía.
O el brillo de sus ojos al mostrarle, las noches que se quedaban juntas mirando el cielo, las constelaciones, los planetas y todas esas cosas que ella realmente no llegaba a memorizar. Pero que su castaña parecía amar.
Era todo lo que importaba.
Lo demás y los demás eran simplemente gajes del oficio.
Nao observó, desde la entrada del gran edificio, como la luz trasera de la máquina se perdía en los recovecos de las calles. Acariciando suavemente el estuche de su instrumento sonrió. Tal vez por fin era momento de acercarse a la talentosa Kuga, tal vez por fin se centraba en un punto y ella podía dejarse caer en medio. Subiéndose el cuello de su abrigo bostezo, con motivos laborales, por supuesto.
Kuga tenía dinero y talento.
Ella necesitaba los dos.
NdA: Qué puedo decir... esto iba a ser un one-shot, pero luego de rebasar tantas páginas era mejor colgarlo en dos partes. Espero les haya gustado, la idea me vino caminando xD, por parques intrincados un día frío en el que necesitaba despejarme. Espero que sólo sea un capítulo más, que, por lo pronto, estará terminado luego. El nombre del fic se lo debo totalmente a Amane (¡gracias ;D!). Espero disfruten, la continuación (y final) debería estar para la siguiente semana... Hasta entonces, ¡Saludos!
