A veces -muy contadas veces-, practican entre ellos. No por necesidad, pues cada uno es llevado a apropiados extremos por cada devoto tutor, pero por darle ocupación al cuerpo, por extender una conversación que saben las palabras siempre les van a llevar a cortar, a trabar.
Así que hablan un poco, dejan que este combate-que-realmente-no-es haga el resto.
(Los puños de Lee son directos en su ataque, implacables, imparables; Xing acostumbra su cuerpo a evadir, doblarse, adaptarse. Donde su hermano mayor avanza un paso, él cede dos, y cuando Xing retrocede el doble, él retoma esos dos perdidos, y de alguna forma compensa)
Yue por lo general observa, demasiado flojo o caprichoso para sumar este juego a la practica que tanto se empeña por saltar.
(Es Xing quien se inclina ante el poder bruto que carga Lee, pero es Lee quien termina siguiendo el ritmo de Xing. Es extraño, y no siempre funcional, pero hacen un buen espectáculo)
Estos momentos son escasos. Y cortos. Pronto es uno o el otro o los tres quienes están siendo reclamados, quienes deben despedirse y dar la espalda. Por lo general, es Yue el primero o el último en marcharse, risueño y juvenil, oh tan despreocupado.
Esos son los días que atesorarán cuando el mañana les alcance. Sólo que aún no lo saben.
***
Xing lo sabe.
Las manos de Visul son engañosamente suaves tratando sus heridas (Visul nunca es suave) y su rostro sereno, casi gentil. Xing sabe que está enfadada.
-Fue estúpido de su parte dejarse atrapar así-. Llevan cuarenta días de viaje.
Realmente enfadada.
-Lo sé-. Quiere decir que este dolor no se compara a otros viejos-pero-no dolores, pero Visul presiona, sus manos profundas en su carne, y la hemorragia para. Su cabeza deja de pensar un momento también, y es necesario agarrarse a lo primero que encuentra y morder para no gritar, delatar su locación, seguir forzando pelea.
Con pequeñas, firmes manos, Visul sangra para él, lo sujeta de vuelta.
-Visul le ruega poner más cuidado-. Mareado, ve sangre correr desde las diminutas, paralelas marcas que han dejado sus dientes sobre la blanca, blanca piel de su hombro. Cierra sus ojos, y el suave rubor sobre sus blancas, blancas mejillas no sabe si es realidad o ilusión suya.
Pero siente cuando es vuelto a acomodar en el suelo, cuando sus manos comienzan a limpiar, vendar la herida, rápidas y precisas y eficientes y nada suaves o gentiles.
Quiere decir que lo lamenta, que no volverá a pasar, pero no puede mentirle.
-Descanse ahora-. Sus manos se sienten tan frías entre las suyas.
(Su nombre cae como una oración desde sus labios, pequeña, rota, incondicional)
Tan frías.
