"¿Por qué estás con ella?"; "¿De qué hablan?"; "¿Cómo la soportas?"; "¿Ya has visto su colección de armas y herramientas de tortura?"; "¡Es un milagro que sigas vivo, Jellal, Erza es como un monstruo!".

Ésas y otras expresiones peores eran lo que hacía que Jellal reafirmara su amor por Erza Scarlet, la presidenta de la clase de tercer año de la Academia Fairy Tail y su novia. Las personas pensaban que tenían la razón sobre ella, creían conocerla simplemente por ver su carácter diligente y firme –y algunas veces bastante intimidante-. Pero no podían estar más lejos de la realidad.

Muchos de ellos eran callados, inquietos e incluso agradables; pero por dentro podían padecer tristeza y no estar conformes con lo que eran. Hasta Erza, en las largas y maravillosas horas que pasaban juntos, dejaba al desnudo su verdadera forma: la chica que necesitaba de una opinión o de una mano amiga al tomar una decisión importante, la que lloraba conmovida por alguna escena triste o cursi de una película, la chica sensible, la que se preocupaba por el bienestar de sus amigos pasara lo que pasara o las idioteces que hicieran para ponerla furiosa.

La pelirroja era una persona bastante compleja, un universo lleno de sorpresas, una caja de pandora que podría destruir a cualquiera que se pusiera en su camino, ella misma lo reconocía; pero el chico de cabellos azulados veía mucho más que ese lado bruto, veía tantos atributos magníficos –de los cuales ella afirmaba poseer menos de la mitad-, notaba muchas maneras de ver el mundo solo en los ojos de ella, y algunas formas de cómo empezar una pelea también.

Y Jellal jamás hubiese podido ver el sol brillar cada vez que Erza sonreía si ella se hubiera mostrado altiva y orgullosa todo el tiempo. Si ella se hubiese levantado un día y decidido vivir una vida falsa. Él siempre la esperaría, porque estaba harto del palabreo insulso de los demás. Si ella lo hiciera sentarse o callarse, él se calmaría y se quedaría su lado.

Algunos de sus amigos nunca reconocían lo que tenían enfrente y sus amigas se quejaban de eso todo el tiempo. Había miles de maneras de agradar a su chico o chica, y ninguna de ellas necesitaba un gran plan; cualquier persona, en cualquier lugar extraño o común de la Tierra, o perteneciente a la más singular religión podría afirmarlo, no importaba cuál, era como una forma rara de darle la espalda rápidamente al tema y para ser sincero, Jellal solía intentarlo y ahora lo negaba o le daba poca importancia.

Porque de la forma que fuese, él quería ver el sol brillar en la sonrisa o en el cabello escarlata de su chica, dejar de lado lo brusco de ella, calmarla y quedarse a su lado siempre.