Un cálido atardecer pintaba el cielo en tonos rosados mientras dos muchachos descansaban, apoyados en un muro de un callejón. El más pequeño de ellos fumaba un cigarrillo.

–Vaya paliza que te dieron –dijo al fin, exhalando el humo en sus pulmones.

El joven que le acompañaba estaba cubierto de tierra, sangre y golpes. Nada grave para una pelea de barrio, pero que se burlara el tonto que estaba en la misma condición, lo irritaba.

–Pude acabarlos solo, pero te metiste en el camino... –se encogió de hombros–. Tenía que cuidar a Bon-ten-ma-ru-sama~ –terminó entonando las últimas sílabas.

Sintió un puñetazo en su brazo. El castaño detestaba que le llamaran así. Sólo pudo reír en respuesta.

Estuvieron en silencio unos minutos más, siendo ahora el mayor el que hablara con un semblante serio.

–¿Cuándo se irán?

–Kojuurou esta encargándose de los papeleos de la escuela, parece que partimos en menos de un mes –contestó el otro, alejándose de la pared para estirar su cuerpo y relajar la tensión que la pelea dejara en sus músculos.

Un "Hmmm" fue todo lo escuchó después.

Hacía ya muchos años que los muchachos eran amigos. A pesar de que iban en grados diferentes, asistían a la misma escuela. Ya que el padre de Date aparentemente corría un negocio muy fructífero, se irían a vivir al extranjero por un par de años.

Pasó un auto lujoso por donde estaban, acabando con la emoción del día cuando se detuvo y vieron que era Katakura Kojuurou, el tutor y guardaespaldas de Date. El sujeto bajó del auto.

El joven de cabello castaño suspiró, resignado.

–Me tengo que ir. ¿Quieres un aventón?

–Nah… Me quedare por aquí un rato más… No es como si alguien me esperara –dijo el otro, despreocupadamente.

Date se encogió de hombros y caminó hacia el auto.

Al ver a los dos jóvenes heridos, Kojuurou les lanzó una mirada reprobatoria pero no dijo nada, volviendo al auto después de que el muchacho entrara.

–Masamune-sama, ya se le ha dicho muchas veces que no se aprueba en la familia su amistad con un vándalo semejante –la voz de Kojuurou sonó fría y distante.

–Vaya –el chico chasqueó la lengua–. Así que ahora ni me preguntas cómo estoy o dónde me hice daño, vamos directo al sermón.

–Masamune-sama... –continuó, resignado–. Ya hemos tenido esta conversación demasiadas veces... Sabe que un vándalo como…

Fue interrumpido por la voz sarcástica del muchacho.

–Oh, claro... Olvidaba que mi familia está llena de gente elegante que se dedica a hacer el bien en la comunidad.

Kojuurou detuvo el coche de manera repentina, girando sobre sí mismo para ver a su señor directo a la cara.

–No volverá a ver a ese mocoso, y se acabó.

El ojo azulino del adolescente se amplió imperceptiblemente. Sus dientes castañetearon dentro de su boca.

–No way –susurró–. No puedes prohibírmelo.

–Ya está decidido, no necesito hacer más... Partimos en una semana –tras lo cual reanudó la marcha del auto.

Masamune se aferró al borde de su asiento con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

–Detén el coche –ordenó con voz fría.

–Tengo órdenes de llevarlo a casa, su padre desea tener una cena familiar –contestó Katakura, sin siquiera tomar en cuenta el tono autoritario.

–Kojuurou... No me hagas repetirlo –amenazó el chico, transformando el aire que salía de su boca en cristales de hielo.

El tutor detuvo el auto, bajando los seguros para no permitirle bajar, y volteó de nuevo.

–¿Es una amenaza?–dijo, fingiendo sorpresa.

–¿Crees que sólo mi padre puede meterle miedo a la gente? –respondió Date de forma brusca, relamiéndose el labio herido–. Déjame salir, ahora. No tengo problemas en pasar por encima de ti.

Kojuurou, al límite de su paciencia pues ya iban tarde por estar buscándolo, quitó los seguros y bajó del auto, abriendo la puerta del joven.

–Adelante –dijo, separando las manos en forma de reto.

Date no se hizo esperar y saltó rápido sobre su guardaespaldas, que con un par de movimientos lo dejó de cara al suelo y con las manos atrapadas.

–Shit...! –rugió el adolescente, sintiendo el polvo del suelo en su nariz.

–Masamune-sama, su padre nos espera desde hace media hora... –suspiró–. Tiene cinco minutos.

Soltó al muchacho. Su trabajo le exigía cuidar y examinar a todo aquel que se acercara a Masamune, y Chousokabe Motochika no era nada más que problemas. Pero después de casi seis años con su constante presencia, sabía que era alguien importante para su señor.

Levantándose y sacudiendo la suciedad de su ropa, que de todas formas no podía ponerse peor de lo que ya estaba, el chico miró sobre su hombro una sola vez, dubitativo, pero echó a correr hacia el callejón.

–¡Chika...! –llamó–. ¡Oi, Chika! ¿Dónde rayos te metiste? Shit, no tengo tiempo para esto...

Motochika se había quedado un par de minutos, pensando en lo aburridas que se pondrían las cosas con la ausencia del Dragón; pero no siendo alguien que gustara de la depresión, caminó en busca de algo divertido que hacer.

Masamune respiraba agitado, desconcertado y afligido al no encontrar a su amigo. Algo comenzó a picarle la nariz, por lo que se la restregó fuertemente con el dorso de la mano. Previendo que Kojuurou se iba a enojar de verdad si no regresaba, no le quedó más opción que devolverse.

El chico se metió al auto con una cara que daba miedo. Su tutor lo observó largamente por el espejo retrovisor y arrancó luego de unos segundos.

Llegaron a la mansión de los Date y al chico se le ordenó que se arreglara rápido, pueslos esperaban en un lujoso restaurante y no podía llegar con esas fachas.

Las cosas se habían acelerado mucho para el gusto de Masamune y su intuición le decía que algo no estaba bien. Hacía tiempo que sabía a la perfección a lo que se dedicaba su padre verdaderamente, y los motivos del viaje no eran más que por protección.

–Iré así –espetó, pasándose el dorso de la mano por la mejilla ensangrentada–. Después de todo, ésta es mi realidad.

Los criados sintieron un leve resquemor al escuchar esa respuesta impertinente. Realmente nadie podía dominar el temple del joven Dragón y tenía tanta autoridad sobre ellos como su padre, pero si se contrariaban las órdenes de Terumune-sama, los que pagaban el pato eran ellos.

–Kojuurou–sama... –llamó una de las sirvientas. El hombre se hallaba en el porche, fumando con tranquilidad un cigarrillo–. Bontenmaru-sama no quiere vestirse, dice que irá así a la cena.

El hombre parpadeó pesadamente y rompió su cigarro, caminando al interior de la casa para ver qué demonios pasaba ahora.

Cuidaba del pequeño desde hacía muchos años y conocía a la perfección su actitud, era el único que podía lidiar con él.

–Por favor, Bontenmaru-sama –rogaba otro criado–. Haga el favor de cambiarse de ropa al menos, si no quiere asearse.

–¡No lo haré, demonios! ¿Por qué no me dejan en paz? Ni que me quisieran allá realmente –protestaba el adolescente, arrojando la ropa limpia a los criados.

Kojuurou esquivó un par de prendas que salían volando por la puerta al acercarse.

–Le di tiempo de hacer sus cosas, he pasado por alto gran parte de actitudes que no deberían estar presentes... –lo miraba severamente–. ¿Por qué no coopera con esto al menos? Es algo importante, Masamune-sama...

–¡A nadie le importa mi opinión! –rugió el chico–. ¿Por qué debo colaborar, si a mí nadie me hace ningún favor? Si a mi padre le importara lo que pienso... Si así fuera, no habrían puesto primero a mi hermano en la línea de sucesión, si yo soy el primogénito. ¡Si así fuera, no me obligarían a irme, ni a dejar la escuela, ni a separarme de Chika!

–Déjennos solos –ordenó Katakura a los demás sirvientes, que se retiraron cerrando la puerta tras ellos–. Masamune-sama, sabe que no es seguro quedarse aquí ahora...

Evito el tema de la sucesión deliberadamente, no conocía la respuesta tampoco y, en lo personal, también le molestaba.

El muchacho lo miraba fijo, con la vista llorosa.

Hacía mucho que no veía esa expresión en el niño, cosa que le hizo bajar muchas de sus defensas. Dio unos pasos para acortar la distancia y continuó en un tono más confortante:

–Sabe que lo de la sucesión no está decidido aún, y con este tipo de berrinches no creo que llegue a ser suya –respiró hondo y puso su mano sobre el hombro del muchacho–. Me encargaré de que Chousokabe sepa de nuestra partida... Por favor, ponga de su parte.

Date bajó la cabeza y respiró fuerte, con la nariz tapada.

–Me voy a duchar –fue todo lo que dijo, comenzando a desvestirse mientras se dirigía al baño.

Cuando los sirvientes vieron salir a Kojuurou después de un rato, seguido por un Date en ropa de vestir no tan formal, suspiraron con alivio.

–¿No quiere que le curemos las heridas? –preguntó una de las sirvientas.

Masamune no respondió nada. Estaba ofendidísimo con sus criados. Kojuurou contestó en su lugar.

–Ya vamos retrasados, será después de la cena.

Subieron al auto y llegaron al lugar de reunión unos cuantos minutos después; llevaban una hora de retraso.

El restaurante no era elegante, era fabuloso. Largas mesas llenas de hombres de traje y mujeres en vestido de noche se sucedían a lo largo del enorme salón.

Terumune presidía una mesa rectangular ubicada al fondo del restaurante, vestido con un kimono exquisito que dejaba ver parte de sus tatuajes. Era un hombre bien parecido, de ojos azules y destellantes y cabello oscuro y corto, que llevaba amarrado en una coleta baja. Su rostro, de facciones alargadas, se contrajo imperceptiblemente cuando vio aparecer a su hijo mayor. El resto de la familia sólo dirigió miradas reprobatorias al jovencito, que avanzó sin mirar a nadie hasta que llegó a la silla que estaba a la derecha de su padre, sentándose sin ninguna ceremonia. Kojuurou llegó hasta su jefe y se dobló en una respetuosa reverencia antes de tomar asiento, en la silla libre que quedaba junto al joven Dragón.

–Parece que Masamune ha decidido honrarnos con su presencia –comentó el patriarca, con una sonrisa irónica.

Date desvió los ojos con fastidio, odiaba estas reuniones.

–Bueno, es obvio entonces por qué no merece la sucesión –reflexionó uno de los yakuza, en la otra punta de la mesa.

El chico volteó a mirar a aquel insolente, con el hielo instalado en su único ojo. La maldita sucesión... Sólo de eso se hablaba en esa maldita familia.

Su madre sonreía plácidamente mientras bebía silenciosa una copa de vino, estaba sentada a la izquierda de su esposo, después de su hijo menor.

Masamune odiaba aquella sonrisita hipócrita, esa mujer tenía que ser la más despreciable fémina existente en el planeta.

Kojuurou estuvo por excusar su tardanza pero Terumune lo detuvo con un gesto de su mano. Muchas cosas lo estaban agobiando como para continuar esa discusión.

Cuando Terumune empezó a hablar, todos guardaron silencio al instante.

–Como muchos sabrán, estamos pasando por momentos críticos... Los cité a ustedes aquí por ser en quienes aún puedo confiar.

Su hijo mayor se cruzó de brazos, desviando la mirada hacia un costado.

–The hell you trust me –pensó, molesto.

El hombre, ajeno a todo lo demás, continuó hablando de los problemas que estaban sobre su "asociación": infiltrados que amenazaban desmoronar todo desde la base, otras familias buscando expandirse, el peligro para los más inexpertos...

–La Familia del Sol se está haciendo más poderosa en el oeste –intervino uno de los yakuza, cuando su jefe le cedió la palabra–. Ya tienen controlados todos los burdeles del lado occidental.

–Así es... –Terumune se pausó un momento–. Hoy, con el temor de hundirme hasta el fondo, les ofrezco a todos la oportunidad de irse y vivir del mejor modo que puedan.

Susurros y miradas confundidas se generaron entre los yakuza.

–Mi familia partirá en una semana al extranjero, los demás tienen la misma oportunidad... –se detuvo para mirar a sus hombres–. Pero quien quiera quedarse a mi lado y pelear, no se quedará con las manos vacías.

Sus dos hijos abrieron grandes los ojos, volteando a verlo fijamente. ¿Él no iría con ellos?

Todos, indignados por semejante propuesta de cobardía, levantaron el puño en señal de apoyo.

–Papá –llamó Masamune, nervioso.

–Calma, calma –pedía Terumune–. Todos ustedes me son muy caros, y no quiero que mueran y dejen familias destrozadas sólo por mí. Eso es todo.

Las protestas no se hicieron esperar. La gran mayoría declaró que se quedaría, y sólo unos pocos parecieron analizar la proposición. El patriarca aseguró entender a quienes no quisieran quedarse, pero advirtió a los que sí lo harían que las cosas no iban a ser divertidas ni fáciles.

–¡Papá!

El súbito grito de Masamune cortó todos los comentarios.

–¿Nos vas a mandar al extranjero así como así, mientras tú te quedas a morir en una absurda guerra de pandillas? –bramó el adolescente–. ¡Es lo más estúpido que he oído! O nos dejas quedar... o tú vienes con nosotros –ultimó, poniéndose de pie.

Yoshihime bajó su copa, anonadada por semejante muestra de actitud.

–Somos "la familia, los cuatro", ¿recuerdas? No puedes separarnos –añadió, con un tono menos agresivo, pues el rostro de su padre infundía terror en corazones más valientes que el suyo.

Todos guardaban silencio expectantes. Sabían que el muchacho estaba indisciplinado, ¿pero al grado de gritarle a Terumune?

–¿Lo ves, querido? Te dije que sería un pésimo líder –deslizó la madre, volviendo a tomar su copa.

El hombre no dijo una palabra a ese comentario. Sólo masajeó su sien y se dirigió a su primogénito.

–No es así de sencillo, Masamune...

Date no tenía intención de dejar ir el tema así como así, por lo que Terumune desvió su mirada hacia su fiel ayudante.

–Kojuurou...

Bastando eso, el hombre se levantó y, con una pequeña reverencia, se retiró llevándose por el hombro al joven Date.

El jovencito no podía distinguir los cuchicheos en la mesa, pero sin duda sabía que hablaban de él, del pésimo trabajo que haría como heredero, que su hermano había llegado como una bendición, blah, blah, blah.

Mordiéndose los labios, Masamune salió por la puerta de servicio del restaurante y comenzó a patear los botes de basura de la calle trasera.

–Masamune-sama...

–¿Lo sabías? –interrumpió el muchacho.

Kojurou desvió la mirada con un poco de vergüenza.

–Sí...

Masamune chasqueó los dientes en respuesta, y tras unos segundos continuo en un tono oscuro, dándole la espalda:

–¿Te quedarás aquí?

Aunque Katakura había estado a su lado desde su infancia, sabía que era fiel a su padre y, de ser requerido, se quedaría a su lado.

–Kojuurou –rugió Masamune.

–No... Mi trabajo es cuidar de usted y la familia de Terumune-sama –dijo al fin, con una expresión indescifrable. Date no podía saber si estaba contento con eso o decepcionado por tener que irse con ellos.

–Kojuurou... –volvió a pronunciar, sin darse vuelta–. ¿Me prefieres a mí que a mi hermano?

El tutor miró sorprendido al joven.

–No tengo derecho a hacer una observación de ese tipo, Masamune-sama... –cuando vio que el semblante de Date se deprimía, caminó hacia la calle y se detuvo a unos cuantos metros–. Si yo no fuera Katakura Kojuurou y me preguntaran sobre la sucesión del clan... Contestaría sin dudar ni un instante que el joven Masamune tiene un espíritu y corazón más grandes de lo que he visto en los demás, y que tan sólo necesita la oportunidad de probarlo.

Una lágrima corrió rauda por la mejilla del muchacho cuando giró el rostro hacia su más fiel sirviente y amigo.

Tras unos segundos de silencio, caminó despacio hacia Kojuurou y aplastó la frente contra su espalda.

–¿No hay alguna forma de quedarnos? Sólo tú y yo... no necesitamos a nadie más... –rogó. Iba a sujetar la ropa de Kojuurou con sus manos, pero se contuvo.

Las palabras del muchacho le estrujaban el corazón.

–Por bien que suene esa idea, realmente es peligroso permanecer en Japón...

Masamune dejó salir un resignado suspiro.

–Supongo que... lo que el sandaime dice, se hace, ¿no? –murmuró, arrancándose de la espalda de su tutor.

Katakura respiró hondo y encaró al muchacho con una sonrisa.

–Vamos, lo llevare a cenar, ya que no nos quedamos a comer aquí.

En el transcurso de la semana, Masamune ya no asistió a clases. Todo el tiempo era dedicado a empacar, llenar formas para pasaportes y visas y visitas para desearles buen viaje.

Fiel a su comportamiento rabioso, cada vez que llegaba alguien, Masamune se encerraba en su habitación y no permitía que nadie entrara. Su madre, Yoshihime, sólo protestaba por las malas maneras de su primogénito.

–Si no parece hijo mío –decía a sus amigas, mientras bebían el té.

El día decidido para partir, Kojuurou no estaba a la vista. La idea de que quizá su padre habría decidido que debía quedarse lo asustaba, no creía poder sobrevivir solo a su madre y a su hermano.

Incluso cuando llegó la hora, un chofer se encargó de llevarlos en lugar de Katakura.

–¿Dónde está Kojuurou? –preguntó Date, inseguro, con su mochila colgando de su hombro.

Nadie le respondió por unos instantes. Dejando caer la bolsa al suelo, repitió su pregunta.

–¿Y Kojuurou? ¡Díganme dónde está!

Terumune, que los acompañaba a abordar el auto, le explicó tranquilamente:

–Salió temprano en la mañana diciendo que tenía que hacer algo antes de partir –aunque siempre actuaba como un ser frío, amaba sinceramente a su familia–. Sube al auto, estoy seguro de que llegará a tiempo.

El chico no se sintió nada tranquilo con aquella respuesta; pero ya había aprendido que no podía con su padre por mucho que lo intentara, así que obedeció sin quejarse.

Llegaron al aeropuerto . El hombre en cuestión no aparecía y el reloj seguía avanzando.

El hermano menor, notando la desesperación en el otro, decidió molestarlo un poco más.

–Ríndete, Bontenmaru, debe haber encontrado más divertido quedarse que tener que cuidarte en el extranjero –dijo, riendo por lo bajo.

Cuando el joven tuerto estaba a punto de saltar encima de su hermano y molerlo a palos, un escándalo en el pasillo llamó su atención.

–¡Oiga, no puede correr aquí! ¡Cuidado con las maletas! ¡¿Qué, está ciego? –también podía escuchar la voz de Kojuurou, disculpándose varias veces sin detenerse.

Date, con la frente arrugada por el enojo pero con una sonrisa de alivio al ver que al fin llegaba, lo enfrentó.

–¿Dónde demonios estabas?

Su tutor, sin aliento para responder, sólo señalo detrás de él.

El joven se asomó, para ver a un joven de ojos azules y cabello cano corriendo en esa dirección también. Su hermano se burló una vez más:

–Tu novia llego a tiempo.

–Fuck you, Kojirou! –contestó el otro, mientras se alejaba para interceptar a su amigo en el camino.

–¡Masamune! Cuida esa lengua –lo reprendió Yoshihime, que en realidad estaba más ocupada escribiendo un mensaje de texto en su celular.

El chico la ignoró totalmente mientras una gran mueca de confusión y felicidad adornaba su cara.

–¿Qué haces aquí?

Motochika, tratando de recuperar el aliento, sólo pudo decir palabras sueltas.

–Katakura, aeropuerto, tráfico, correr.

Masamune rió quedamente. Kojuurou estaba aliviando su dolor, como tantas otras veces.

–Bueno... –dijo a su amigo después de un largo minuto–. Creo que éste es el adiós...

Un poco mas compuesto de la carrera, Chousokabe rió entre dientes.

–Ni creas que te desharás de mi tan fácil... –tomó más aire–. Nunca pudimos acabar nuestro empate...

Agarró en su puño el cuello de la camisa de Date y tiró de él hasta chocar sus frentes.

–Asegúrate de hacerte fuerte y regresar a enfrentarme... Dokuganryu.

Masamune abrió mucho el ojo al escuchar aquel nombre inusual.

–S-Sí... –murmuró, levantando su mano a la altura de su pecho, donde Motochika la estrechó con fuerza.

–¿Ya terminaron las nenas? –se burlaba el hermano menor, a varios metros de distancia. Kojuurou exhaló, resignado, y le recordó a su joven amo que debían irse.

Masamune lo miró con expresión de súplica, pero los ojos oscuros de su tutor no admitían más demoras.

Motochika lo dejó ir con una sonrisa, la que tuvo que poner con todo su poder de engaño.

–¡Te estaré esperando! –gritó, dándose media vuelta antes de que sus ojos lo traicionaran y empezara a lagrimear.

Kojuurou se adelantó para cargar la maleta de su patrona, pero Masamune caminaba despacio, abatido. Su hermano se le acercó y comenzó a burlarse de él nuevamente.

–Kojirou, te lo advierto –amenazó el hermano mayor, dirigiéndole una mirada de odio. Las bromas no cesaban, así que, sin dudarlo ni un segundo, clavó un furioso puñetazo en el rostro del más pequeño y lo tumbó en el suelo.

–¡Masamune! –chilló Yoshihime.

El muchacho tuerto, habiendo descargado un poco de ira, corrió para darle alcance a su sirviente.

–Sí, sí, ya lo sé...

–¡Mamá! –lloraba Kojirou–. ¡Me pegó!

–¡Ya basta los dos! –Exclamó la madre–. Por todos los cielos, no sé cuál de ustedes me avergüenza más.