PUNTO DE FUEGO
PROLOGO
By kinyoubi
Corre… no mires detrás…
Aléjate…
…del punto de fuego…
Cual mantra perpetúo, en búsqueda de la milagrosa respuesta de los dioses de otorgarle la ayuda deseada, el pequeño y frágil cuerpo que corría presa de la desesperación y el caos que dominaba su corta e inhóspita vida, mantenía aquellas frases sueltas a gritos de una garganta desgarrada con melancolía y desespero.
Sus cortas extremidades apenas y alcanzaban a sostenerle el maltrecho cuerpo, sus heridas parecían abrirse con el movimiento brusco de su huida, las mejillas arrebatadas cual fuego y empapadas en lágrimas de desconsuelo e impotencia parecían brillar con algún polvo místico que casi lograba desviar la atención de las manchas de hollín y cortaduras que marcaban su dulce rostro.
Los mechones castaños de su cabello repleto de ceniza se pegaban a su frente buscando incrustarse cual agujas puntiagudas en cada una de las venitas de sus ojos hinchados. La respiración se hacía dificultosa, las rocas y múltiples imperfecciones del camino entorpecían frecuentemente su paso presuroso.
Gritos… gritos y fuego crepitando por todas direcciones…
Aun en su veloz huida, el paso cercano por las viviendas ardientes en llamas furiosas alcanzaba para ocasionarle leves irritaciones en su piel delgada, llagando las ya existentes quemaduras de menor grado.
Aun ante las súplicas por ser valiente que punzaban en su cabeza como parte de aquel mantra, sus manos pequeñas y sus deditos delgados no pudieron frenar el impulso de cubrir sus oídos ante los gemidos de dolor que fluctuaban por el aire, los desgarradores lamentos que clamaban por algún perdón innecesario, las roncas carcajadas de los hombres armados y las ordenes militares siendo expulsadas cual potentes balas de cañón. Porque aún en el intento de bloquear la entrada de sonido a su mente con sus manos laceradas, podía escuchar claramente las pisadas potentes ocasionadas por aquellas botas pesadas que usaban los soldados, potentes pasos que lo seguían muy de cerca.
El chasquido de la carga de armas era preciso y repetitivo, los disparos tirados a herirlo, dispuestos a ser los causantes de su ultimo quejido adolorido.
Sus piernas se hacían pesadas, las rocas disformes parecían clavarse en la planta fina de sus pies, quitando la piel dañada, encajándose en la carne sangrante y lastimosa.
Ya no, ya no más…
La suplica era latente, clamaba silenciosa por algún auxilio... Cualquiera, ya no importaba... La muerte misma era bien recibida... Pero no a manos de esos malditos...
La determinación llego impresionante a su cuerpo... ¡Jamás! Jamás muerto por esos miserables, la orden era bien clara... La orden y la suplica de aquella mujer desesperada que lo miraba con ojos arrasados de dolor, pero repletos de resolución potente e imperiosa, aquella resolución que su cuerpo sostenía a pesar del dolor.
Sus piernas tomaron las últimas fuerzas del cuerpo, estaba tan cerca... Con sus ojos nublados y la mente más concentrada en la inconciencia, sus pasos siguieron la inercia que lo llevó a la espesura del boscaje húmedo y tupido.
Podía percibir, aun en su estado lamentable, aquellos hombretones armados que lo seguían a pocos metros, las lianas y el follaje de los árboles y sus ramas bifurcadas les impedían el paso sencillo, a lo que su cuerpo más pequeño y mucho más ligero podía sobrepasar con avidez, en ese momento adquirida más que nada por su instinto puro y salvaje de sobrevivencia.
Pero ya no soportó aquel martirio... las heridas en su cuerpo pudieron más que su formidable voluntad. Sus piernas flaquearon y sus pies trastabillaron erróneos en el camino, los parpados cayeron pesados cubriendo sus ojos azul profundo y su cuerpo calló casi inerte por un declive accidentado, escondido entre el verdor y el ramaje espinoso.
El duro golpe contra el suelo fangoso del fondo de aquella quebradura del terreno lo sacó momentáneamente del clamado estado de inconciencia antes conseguido, su vista borrosa, sus ojos irritados y empapados en sudor y tierra solo alcanzaron a distinguir el cañón de un arma apuntándole al centro de la frente...
La nube espesa que cubría su mente se disipó lenta y tortuosamente, la suave capa de piel que caía cual manto sobre sus ojos ausentes de brillo, se levantó sin entusiasmo, más por la incomoda sensación de pesadez que por el deseo mismo de hacerlo.
Todo su ser se sentía adolorido y punzante, una presión, para él inexplicable, se cernía sobre algunos de los dañados miembros de su cuerpecito.
Al abrir completamente sus gemas ultramar pudo ver una manta en tonos pálidos verdosos, cuyos extremos cocidos burdamente con soeces hilos negros caían a su alrededor formando el hueco donde reposaba. Una improvisada tienda de campaña sin duda.
Intentó levantar su cuerpo, con alarmante dificultad apenas y logró acomodarse de rodillas, recargando todo su peso en las partes menos dañadas de su cuerpo. Respiró hondo y su mente se preparó para poner en marcha su organismo; sabía que el dolor lo hallaría desgarrante, pero lo que importaba era salir de ahí con la mayor presteza posible.
Estaba a punto de ponerse en píe cuando la sensación de un impulso mandándolo al suelo nuevamente se hizo presente, frente a sus ojos aparecieron otro par esmeraldas, mirándolo con desolada apatía.
"No digas nada, sólo queda la conformidad"
Las palabras resonaron recias en su mente, estampándose y botando miles de veces entre las paredes de su cabeza. De pronto todo se sintió tan irreal, las cosas se movían con vertiginosa rapidez y ya no supo el porqué se dieron las cosas.
Sin más se encontró siendo arrastrado hacía fuera, un par de jóvenes de ojos rudos y toscos gestos lo miraron sin emoción alguna. Labios moviéndose mientras su cuerpo se negaba a escuchar las palabras sueltas por ellos, un arma extendida... y sus manos puras ya jamás fueron lo mismo.
Ese día hubo otro golpe, ya no fue una más de las víctimas, el arma en sus manos le impedía se le otorgase tal nominación.
Yo… nunca quise…
Sus dedos jamás se movieron del estropeado gatillo, sus piernas solo seguían el paso de los más grandes... y él no podía detenerlas.
Y la vio, ahí entre el montón de desaliñados aldeanos tomados como prisioneros del último ataque, estaba aquella mujer de castaños mechones lacios. Sus pies quisieron correr a ella, sus brazos cerrarse en torno a su delgada cintura... pero no pudo.
Sus ojos se cristalizaron inmediatamente y todo su cuerpo fue presa indefensa del pánico. Sólo la vio gritar desesperada, y sus ojos posarse sobre los suyos aterrorizados... más nunca dejó caer aquella arma que se posaba expectante sobre su mano, y su cuerpo nunca se acercó a aquel sangrante en el suelo.
Mamá…
Los días pasaron, las heridas sanaron, sin dejar nada más que las crueles cicatrices que se empeñaban en recordarle su tangible infelicidad. Las heridas de su corazón seguían abiertas, nada fue capaz de curar aquel dolor que lo desgarraba parte a parte...
Ya no, ya no más…
Yuy! Yuy! Levanta!"
De un tirón su cuerpo estuvo alerta, la insistente llamada terminó por sacarlo de aquel recuerdo que se había hecho tan inaguantablemente repetitivo. La costumbre le obligaba a actuar después como si todo fuera indigno de su atención.
Nos encontraron
La frase le valió para salir de su recinto sin mayor retraso, la figura alta del joven de ojos verdes siempre cuidando su espalda.
¿Dónde está Quatre?- La pregunta del joven de mirada cobalto fue hecha sin desviar la atención de su equipo, preparando con eficacia su M16 y la Beretta de 9 milímetros que había sido desde hacía varios años su más fiel protectora.
El alto joven tras él no respondió, se limitó a señalar con un gesto de su cabeza a través de los enormes árboles que se alzaban alrededor de aquel pequeño prado.
El ruido de la batalla se hizo presente, y sin mirarse siquiera marcharon a enfrascarse en lo cotidiano de sus vidas, en la guerra que se había vuelto tan común... donde la muerte y el dolor se habían convertido en sus fervientes seguidores...
