El sol de invierno
Sus casas estaban unidas por lazos de sangre y honor. Habían compartido linaje, gloria y muerte. Y ahora él era lo único que le quedaba, el único que podía evitar el destino que le habían erigido.
La larga trenza castaña reposaba sobre sus hombros, gruesa, fuerte, como ella. Era una maraña de huesos y ángulos, delgada, extenuada, pero conservaba su valor, su orgullo en su interior. Había recorrido un largo camino, perseguida y acosada, a través de bosques salvajes, de nieve que no dejaba de caer. Su caballo llegó tan flaco y moribundo como ella misma, pero lo había logrado; había comido de su mesa, compartido la sal y el pan.
Y el último hijo de Lord Eddard Stark juró protegerla, como su invitada, su amiga, liberándola de la traición que caía sobre su familia, de la deshonra de casarla contra su voluntad, permitiendo que el sol de invierno brillara de nuevo, plateado sobre negro.
