Capítulo 1: Nuevo día, nuevo cuerpo
Era una soleada mañana. Los pájaros cantaban, las flores se abrían y la gente comenzaba su rutina diaria. Incluso cierto francés pervertido empezaba a abrir sus azulados ojos.
Se revolvió entre las sábanas de la gran cama matrimonial, quejándose. Pero claro, tenía muchas cosas que hacer. Entre ellas perseguir a dulces jovencitas por todo París. Se sentó en la cama aun un poco somnoliento, y se sorprendió al ver que su pelo rubio ahora le llegaba hasta casi la cintura.
-¿Eh?...- se preguntó –tengo que cortarme el pelo, me ha crecido demasiado-. Le sorprendió oír su propia voz. Más aguda que antes. Se sujetó la garganta y carraspeó un poco – ¿Me habré resfriado?- se preguntó.
No le dio importancia, la monotonía de la rutina le obligaba a levantarse de su mullido colchón, así que se puso las pantuflas blancas con el estampado de la Torre Eiffel y fue directo al baño.
Al entrar bostezó, y se estiró para desperezarse totalmente. Hasta que vio a una mujer allí dentro.
-¡Oh! Lo siento mucho mon amour. Esperaré fuera- sonrió. Optó por empezar a preparar el desayuno. Un buen desayuno francés sería perfecto después de una alocada noche. Empezó a memorizar los ingredientes que tenía en la nevera para ver si le faltaba alguno cuando se paró en mitad del pasillo. Que recordara no había compartido cama con nadie anoche, más bien, había ido directamente a casa después de una agotadora reunión…entonces… ¿cómo es que había una mujer en su baño?
Extrañado regresó a la habitación y asomó la cabeza por la puerta esperando ver a alguien. Pero estaba vacía.
-¿Hmm?- murmuró extrañado –habrán sido imaginaciones mías. Maldito resfriado- maldijo. A continuación, como cada mañana hizo lo más importante, mirarse en el espejo.
-¡SACRE BLEAU!- se sobresaltó.
Delante de él se encontraba mujer de cabellos dorados y ojos zafiro mirándole sorprendida.
Se movió a un lado. La mujer imitó el movimiento. Levantó un brazo, otra vez la misma reacción por parte de la dama. Entonces el chico abrió mucho los ojos.
-Mon dieu….soy….¡UNA CHICA!-
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Francia se tocó la cara con una mano. La pasó por toda su piel. Abrió su boca, tocó sus párpados, incluso se pellizcó para confirmar que no estaba soñando.
-Soy una chica…¿Pero cómo…cómo es posible?-Se preguntaba una y otra, y otra, y otra vez, cada vez más confuso.
Siguió así un par de minutos, hasta que sonrió pervertidamente.
-Soy una chica~ - dijo sonriendo de oreja a oreja.
Entonces alzó su mano al techo para después agarrarse uno de sus nuevos pechos.
-Una teta- dijo.
-Esta…..esta es MI teta- comprendió un poco.
-¡Puedo tocar una teta cuando yo quiera!- cantó de alegría comenzando a dar vueltas por la habitación. Ya no importaba que le llamaran afeminado por ello. La curiosidad le atormentó ¿cómo sería el resto de su cuerpo? Sin ningún tipo de vergüenza se quitó la parte de arriba del pijama y comenzó a mirarse desde todos los ángulos.
-Pues no estoy para nada mal- se alagó –me invitaría a salir, pero claro, ¿quién no me invitaría a salir? Soy encantador –calló -¿O debería decir encantadora?- rió sarcásticamente mientras iba a la cocina.
Seguramente debería estar impactado por el hecho de levantarse siendo mujer, pero no le afectaba para nada. Él amaba a las mujeres, seguro que ser una de ellas por un tiempo no le haría mal. Podría descubrir dónde le gustaba que las tocaran.
Llego a la blanca cocina y se dispuso a preparar el desayuno. Le apetecían dulces, más concretamente chocolate.
-Chocolate ¿eh?-Se dijo. A continuación corrió rápido hacia un cajón de la gran cocina. De este sacó una libretita en forma de bandera francesa que tenía apuntadas miles de recetas y posibles platos. Pasó rápidamente las páginas hasta dar con una en blanco. Cogió un bolígrafo que tenía como decoración la foto de una mujer en bikini en una pose más que provocativa. Lo miró con añoranza. Se lo había regalado España por unas navidades graciosas que pasaron Gilbrert, Toño y él juntos. Se habían regalado cosas fuera de lugar para aquellas fiestas. Por ejemplo el regalo de Gilbert fueron un par de tetas vibradoras que recibió por parte de un servidor aquí presente.
Pensando tanto en sus amigos…si le veían así…..tan…..femenino…..
Francis temió por su castidad como mujer.
Alejó todos esos pensamientos de su cabeza. Ya les daría una patada en ciertos sitios si intentaban tocarle, aunque fuera de broma.
-¿Por dónde iba?...¡Ah, sí! Chocolate, chocolate- y apuntó en su libreta:
"Darles chocolate por las mañanas"
Esto lo puso debajo del título "¿Cómo comprender a las mujeres?"
Suspiró satisfecho, ese mini manual que se había propuesto hacer seguro que le serviría más adelante con las mujeres, jovencitas y, si se da el caso, colegialas de último año.
Dejó la pequeña libreta sobre la mesa para disponerse a hacer el desayuno de una vez por todas.
Se haría un pastel. Un grande y suculento pastel de chocolate negro y mermelada de frambuesa casera.
Se dispuso a prepararlo. No le importaba llevar la parte de arriba del cuerpo completamente al desnuda. Se puso un delantal y todo solucionado.
Tardó más o menos una hora en preparar toda la tarta, y aún le quedaba media hora más para que se horneara.
Bufó. Aprovecharía para vestirse. Así que puso el temporizador, se enjuagó las manos, se quitó el delantal y se dirigió a la habitación.
Abrió el armario dispuesto a elegir un conjunto que ponerse, pero no encontraba nada de su agrado.
-Este no- tiró la ropa a un lado.
-Esto tampoco- la volvió a lanzar.
-Y definitivamente este no- la tiró más lejos.
Al final se vio sin ropa en el armario, y eso ya era MUY difícil con la cantidad de prendas que tenía.
-Ahhh- suspiró –¿y qué hago yo ahora?-. Miró desanimado el montón de ropa a unos metros de él, después volvió la vista nuevamente hacia el armario. –¡Aja!- sonrió.
Abrió un cajón. Este estaba lleno de prendas femeninas de todo tipo. Desde los más lujosos vestidos de gala hasta simples camisas.
-A ver que hay por aquí~- canturreó emocionado. Después de milenios llevándose mujeres a la cama había aprendido, después de cierta paliza, que nunca, pero nunca, había que tirar, quemar, manchar o romper una prenda de ropa que se dejaran en tu casa. Si venían a por sus pertenencias y se enteraban que te habías desecho de ellas se enfadarían más que Rusia si le hubieran quitado el vodka y le hubieran hecho disfrazarse de muñeca Matrioska mientras miles de estadounidenses le sacaban fotos.
En resumen, la muerte instantánea.
De pronto su mano dio con algo interesante. Lo agarró y tiró.
De aquel cajón salió un vestido azul fuerte. Era pegado hasta la cintura y después suelto y ligero hasta las rodillas. Las mangas eran largas y se ajustaban a las muñecas gracias a dos botones negros que contrastaban con el final blanco de estas.
Francis dobló el vestido y lo colocó a un lado. Ahora necesitaba otro tipo de ropa. Volvió a introducir la mano en el cajón, aparentemente sin fondo.
Movió un poco la extremidad buscando con esmero hasta que palpó lo que buscaba. Tiró fuerte para sacar un sujetador negro de encaje.
-Per-fec-to~-
Algo cayó al suelo, al parecer había agarrado dos prendas de una vez. Miró con curiosidad la que más conocida
-No creo que sea muy higiénico…- pensó en voz alta mientras sujetaba con asco las braguitas que iban en conjunto con el sujetador.
Hizo una mueca intentando recordar quién era su dueña, un acto imposible. Arrojó lejos la prenda y se apresuró a vestirse.
Se puso el sujetador con dificultad. Su especialidad era desabrocharlos, así que no sabía mucho cómo debía ir.
En el primer intento se puso la prenda al revés haciendo que las hebillas de este le dañaran molestaran en la espalda, además de que le picaran los pechos por el diseño que este tenía.
La segunda vez no acertó al ponerse las tiras. Estas le quedaban demasiado ajustadas y le molestaban en los hombros. Tardó diez minutos en descubrir cómo se ajustaba.
Como bien dice el dicho "a la tercera va la vencida". Por fin nuestro querido francés pudo colocarse el sujetador como es debido. Sintió cómo el peso que sus pechos le causaban disminuía notoriamente.
-Así que por esto los usan…- fue hacia la cocina y escribió en la libretita:
"El sujetador es importante, si aguanta bien, mejor que mejor"
Volvió a dejar la libreta encima de la mesa. Se volvió y, en vez de volver a la habitación, se dirigió a la cocina. El pastel ya estaba listo.
Se colocó los guantes de cocina en sus manos y se dispuso a sacar el humeante pastel del horno.
El chocolate se había derretido y cubría por completo toda la estructura. La mérmela dentro ardía con fuerza advirtiendo con su color rosa brillante que podría quemar las lenguas de aquellos que se atrevieran a intentar comerla.
Francis se relamió los labios mientras sonreía feliz. Dejó el pastelito encima de la repisa mientras sacaba sirope de chocolate.
Se lo echó por encima al alimento haciendo zic zac para dejar partes libres de ese nuevo componente. Al terminar guardó el sirope y abrió la nevera. De esta sacó un taperbuare con frutos del bosque en su interior. Cogió algunos arándanos, unas moras y algunas cosas más y las colocó con maestría encima del pastel haciendo que se pegara con el sirope. A continuación lo metió en la nevera para que se enfriara más rápido.
Suspiró satisfecho, ahora solo quedaba esperar para poder disfrutar del más que deseado desayuno.
Se encaminó nuevamente hacia la habitación.
Sujetó el vestido con ambas manos y lo examinó bien, por suerte no se había arrugado. Se lo puso sin ningún problema. Aunque hacía ya muchos años que no vestía nada parecido. Desde que era aún un pequeño preadolescente que se dedicaba a molestar Inglaterra. Aish, que recuerdos. Como adoraba vestir esas largas túnicas de fina seda y claros colores.
Se contempló en el espejo. Aquel atuendo le favorecía bastante su figura y le resaltaba los pechos, pero le faltaba algo…..el cuello era muy soso. Meditó durante unos segundos para después abrir un cajoncito en la mesilla de noche al lado de su cama y sacar una cinta le color rojo que solía usar para atarse el pelo. La colocó alrededor de su cuello e hizo un lindo lazo. No lo suficientemente apretado como para parecer una pajarita. Más bien caía delicadamente sobre el pecho, como su fuera un colgante.
-Magnifique- sonrió después de dar una palmada. –Ahora a comer~ corrió hacia la cocina por el hambre. Tenía un antojo de chocolate tremendo.
Abrió la nevera apresuradamente y se sirvió un trozo de pastel en un plato para después dirigirse a la mesa a pocos metros de él.
Se sentó rápido como un rayo y engulló el primer trozo mientras sonreía con una plena satisfacción. Saboreó el amargo sabor del chocolate negro mezclado con la dulzura de la mermelada y la textura de los frutos. Todo sabía mejor que nunca, como si en su boca se estuviera celebrando un baile de sabores.
El desayunó acabó en poco tiempo. Francis se sentía satisfecho con sus artes culinarias. Muchas naciones tendían a envidiarle por ellas y, después de algún tiempo, comprendía por qué. Nunca se había percatado tanto del sabor de sus platos, era como si fuera la primera comida que probaba en su vida.
Reflexionó durante unos momentos. ¿Y si sí era su primera comida? Después de todo nunca había estado en ese cuerpo. ¿Y si era como un recién nacido? Sin conocimiento de cómo te sientes al tocas el agua fría de la ducha, o el placer de cambiar de lado la almohada para sentir el lado frío…..sin saber cómo era sentirse al hacer "eso".
Francia se paralizó ¿Entonces era…..era virgen? ¿Virgen? ¡¿Él?! ¿Significaba aquello que era un ser casto y puro que nunca había hecho algún acto impuro?...prefirió dejar de pensar en eso.
Se levantó, dejó el plato en el fregadero y se dirigió nuevamente a la habitación.
Ya allí abrió un cajón y sacó un calzoncillo de dentro. Seguía dándole vueltas a lo que pensó antes. Pero claro, Francis era un ser despistado, y un pensamiento llevaba a otro y al final acabó pensando en aceitunas. Se puso la prenda sin inmutarse, no se dio cuenta de un detalle que descubriría más adelante. Se acomodó el vestido y se encaminó otra vez al baño, después de todo no podía ir pareciendo un hipee con aquel pelo suelto y enmarañado por las lujosas calles de París.
Se miraba indeciso en el espejo mientras se agarraba la barbilla en pose pensativa. Se recogió el pelo en una coleta baja. No, no le favorecía nada. Se la subió un poco. No, No, No, imposible. Y alta ni se lo planteaba. ¿Una trenza?¿Dos quizá? Que va, ni pensarlo. ¿El pelo suelto a lo natural? Tampoco, muy vulgar y demasiado visto.
Nuestro protagonista estaba indeciso. ¿Qué opciones le quedaban? ¿Raparse? Ni loco, nunca le había gustado el pelo corto, incluso siendo hombre lo llevaba largo.
Se comió un buen rato más la cabeza hasta que dio con la respuesta. Un moño. Un simple pero elegante moño que dejara caer unos cortos flequillos por ambos lados de su cara. Perfecto.
Delante del espejo comenzó a recogerse el pelo para dejárselo con el peinado que tenía pensado, y siendo él el que se encargaba de esto le quedó como su fuera de peluquería.
Se miró por última vez al espejo. Dio unas cuantas vueltas sobre sí mismo haciendo que los vuelos del vestido volaran y sus flequillos se movieran.
-Sí que es cómodo este tipo de ropa- se dijo recordando los tiempos en los que corría por las verdes praderas de la campiña francesa, haciendo elevarse su traje como en esos momentos, mientras su pelo ondeaba al viento. Era feliz en aquella época. Sin preocupaciones.
Dejó de girar y abrió los ojos justo delante del espejo hizo una mueca de disgusto mientras se tocaba la barriga con la palma de la mano.
-No debí haberme comido ese pastel….demasiadas calorías- con los dedos acumuló la poca grasa que poseía haciendo un pequeño michelín. –Pero no pude evitarlo, estaba taaaaan bueno-. En ese momento fue hasta la cocina y cogió la libreta:
"Los dulces están buenos…..pero te sientes mal después de comerlos"
A continuación agarró la libreta y la miró. ¿Dónde la metía? Reflexionó un poco para al fin sujetarla en el lado de la cadera del calzoncillo, repitió el mismo proceso con el monedero. Total, iba con vestido.
Estaba a punto de salir cuando se dio cuenta de algo. Seguía con las pantuflas que se puso nada más despertarse. Francis recordaba perfectamente todos y cada uno de los pares de zapatos que había en su casa. Y ninguno era un tacón de mujer que pegara con ese vestido.
Resopló. Si que era difícil vestirse correctamente ese día. Resignado más que nunca y tragándose su orgullo de aristócrata con buen gusto para la moda salió de su casa con unos zapatos de hombre marrones que le quedaban grandes por algunas tallas.
Ya en la calle las miradas no se hacían esperar. Muchos curiosos le observaban y se reían de él, algunos adultos le otorgaban una mirada de reproche y los ancianos que pasaban por delante no le perdían de vista con esa típica frase de "la juventud de hoy en día".
Al principio Francia se sonrojó levemente. No estaba acostumbrado a ser el centro de burla de los transeúntes de las calles, en realidad solía ser a la inversa. Ya había sucedido más de una vez que Francis le había ofrecido a alguien que le acompañara a comprarle ropa nueva para cambiar de look, pero otras veces simplemente lo agarraba y le obligaba a entrar en una tienda. Estos actos le habían llevado más de una vez al calabozo.
Caminaba resignado y rápido. No quería permanecer más tiempo con esos zapatos, es más, ya los odiaba. Cuando consiguiera los otros tiraría ipsofacto aquellos.
Llegó a la gran tienda de marca. El afeminado dependiente se le quedó mirando con disgusto, bufó y se le acercó:
-¿En qué puedo servirle señorita?- preguntó mientras le observaba de arriba abajo. Francia notó esto, claro está, pero intentó no darle importancia, ya le demostraría lo hermosa que era cuando consiguiera unos zapatos como dios manda. Así que, resignada y lo más solemnemente posible le respondió:
-Me gustaría unos zapatos de tacón. Azules a ser posible-. El dependiente asintió.
-¿Y cuál es su taya?-.
Francis abrió los ojos shockeado. Su talla de hombre era un cuarenta y tres, pero no tenía la menor idea de cuál podría ser la de su yo femenino.
-No….no sé-. Dijo sonrojándose sutilmente. Era denigrante no saberse algo tan trivial.
El hombre le miró un tanto confuso. ¿No la sabía?...Quizá por ello llevaba esos zapatos tan poco favorables. A lo mejor era extranjera, pero lo dudaba, su acento era perfecto y sus rasgos idénticos a las mujeres francesas. Sonrió comprensivo.
-No se preocupe. Para eso estoy yo aquí- y se perdió en el gran almacén. Al cabo de unos minutos llegó con unas veinte o treinta cajas que contenían distintos pares de zapatos diferentes.
Francia se quedó mirando aquella gran pila de calzados. Estaba sorprendido. Era cierto que cuando era hombre y salía a comprar zapatos le traían unos cuantos, pero no pasaban de cuatro. Pensar que tendría que pasarse tanto tiempo eligiendo calzado….no le apetecía nada aquella mañana.
-¿A qué espera? Coja una- le ordenó el dependiente. Francis le miró ¿así por las buenas? ¿Al azar? Bueno, no tenía nada que perder. Estiró una mano y agarró una caja rectangular. La abrió. Pudo admirar unos zapatos lisos y celestes acabados en punta que estaban decorados con un modesto lazo.
-¿Y bien?- preguntó el dependiente. Francia los observó más detenidamente, eran bonitos, sí, pero desde su punto de vista no eran los adecuados. Hizo una mueca.
-¿No?- preguntó el hombre –pues coja otra- . Francia asintió y abrió otra caja. De ella salieron esta vez dos zapatos hasta los tobillos pero que simplemente estaban formados por tres tiras. ¿Eso era cómodo? Se preguntó.
Así pasó una hora que se le hizo demasiado larga a nuestro protagonista. Vio todos los tipos de zapatos habidos y por haber. Algunos simples y con un toque de pedrería, otros con encaje, algunos con el tacón de madera, con plumas, más brillantes que un diamante, enormes, con demasiado pico y con formas de lo más variadas. Parecía que el mundo cabía en aquella tienda.
Estaba agotado. Se había tenido que sentar en un taburete que le proporcionó el dependiente. El pobre hombre se quedaba sin opciones, aún le quedaban miles de pares más, pero tenía que atender a otros clientes habituales que exigían sus servicios. Sin embargo no se daría por vencido, ninguna mujer salía de su tienda insatisfecha y, además, no podía permitir que aquella muchacha se paseara por París con esos zapatos masculinos. Así que, con motivación, le dio otra caja a Francis. Este la sujeto y con desgana la abrió, al momento sonrió lleno de alegría.
Ante él relucían un par de zapatos de terciopelo azul marino desgastado adrede. Eran simples, sin ningún adorno o complemento. Con una plataforma que no se distinguía a lo lejos que le daba un toque elegante y un tacón ni muy alto ni muy bajo recubierto también de aquella fina y sedosa tela.
Francis sonrió y el dependiente lo notó. Otra clienta satisfecha.
-¿Se los quiere probar?- le preguntó. Francia asintió decidido. Por fin después de tanta búsqueda había logrado encontrar los zapatos perfectos. Se sentía realizado. Se los probó y le sentaron como un guante.
-Al parecer su talla es la treinta y nueve señorita- le sonrió el dependiente. Francis se puso el otro zapato. Se sintió completo por primera vez, volvió a recordar la idea de que las sensaciones aumentaban en ese cuerpo, lo podía confirmar al cien por cien.
Esperó a que el dependiente estuviera despistado colocando algunas cosas para sacar su libretita discretamente y escribir:
"Las compras son duras, pero obtienes una muy buena recompensa"
Y es que en ese momento Francia estaba experimentando la sensación de sentirse guapa, pero claro está, siendo mujer. Y comprendió un poco más el por qué de esas horas que se pasaban delante del espejo antes de salir y sus eternas decisiones sobre que vestido ponerse. Cierto es que él era vanidoso y que también lo hacía, pero no se demoraba tanto.
Termino de escribir y miró al dependiente. Este se había quedado sorprendido por haber visto una libreta aparecer de la nada y al ver el tipo de bolígrafos que utilizaba aquella mujer, pero no podía parecer poco profesional así que le propuso:
-¿Por qué no se levanta? Así puede probarlos-.
Francia le hizo caso. Dejó la libreta en una mesita, cerró los ojos y se puso en pie. Se sentía invencible e imparable. Iba a comerse el mundo ese mismo día. Dio un paso y….
-Oh..oohoho..hoohh..¡OH!- decía mientras intentaba mantener el equilibrio hasta que finalmente se cayó de culo al suelo.
-¡Señorita!- exclamó el dependiente. ¿Qué le pasaba? ¿Se había mareado después de tanto tiempo eligiendo zapatos? Ayudó a Francis a levantarse del suelo.
-Estoy bien, estoy bien- le aseguró él. –Solo he perdido el equilibrio-. El dependiente se calmó.
-Ah…así que solo era eso ¿eh?- rió- casi parecía que no sabía caminar con tacones-. Soltó una carcajada nerviosa, pero al ver cómo le estaba mirando Francia se quedó de piedra.
-Porque….porque sabe caminar con tacones…..¿verdad?-. Francis dirigió su mirada al suelo.
-Yo…..es que…..verá…-intentaba encontrar alguna excusa razonable, pero la única que s le ocurría era "es mi primer día siendo una mujer" y acabaría en un psiquiátrico si la usaba.
El dependiente no se lo creía ¿cómo era posible que una muchacha madura no supiera usar tacones? Básicamente era imposible, pero claro, siempre hay excepciones.
-Tranquila, yo la enseño-. A continuación se acercó a su escritorio.
-A ver, a ver…-dijo para sí mientras se tocaba el labio con el dedo índice pensativo mientras miraba los numerosos libros. –Este servirá- dijo –tome- le ofreció a Francis. Este agarró el libro y lo miró confuso. Después contempló como el dependiente se situaba a su lado.
-¿A qué espera? ¡Póngaselo en la cabeza!- le ordenó. Francia obedeció al instante, era increíble el servicio que había en aquellas tiendas de lujo.
-Primer paso- comenzó a explicar el hombre –tiene que tener presente que con tacones llamas e doble la atención, así que tiene que caminar como si la estuvieran persiguiendo tres mil fotógrafos de revistas del corazón-. Francia asintió, si él supiera las veces que había sido acosado por aquellos molestos paparazzis al salir de las reuniones. – A ver cómo lo hace-.
Francis comenzó a caminar, pero el libro se le cayó al medio segundo.
-Buen comienzo- dijo el dependiente, se acercó a Francia quien ya había recogido el libro y se lo había vuelto a poner en la cabeza.
-Tiene que tener la espalda recta- explicó el hombre a la vez que arqueaba la espalda de Francia con sus manos. –Los hombros para atrás, así, sacando pecho. Y el trasero ligeramente sacado, ni mucho ni poco, no queremos que parezca una prostituta- exageró el dependiente mientras colocaba todas las partes del cuerpo como debían ir.
Francia estaba reflexionando acerca de todo eso, siempre le había encantado lo elegantes y majestuosas que eran las mujeres que llevaban tacones y siempre pensó que era algo natural, que se tenía o no. Pero ahora se estaba dando cuenta de todo el esfuerzo que debían hacer para estar guapas, ellas y todas las mujeres.
-Camine- le ordenó el hombre. Francis lo hizo, y esta vez el libro ni se movió, siempre había sido muy rápido aprendiendo y aquel momento no iba a ser una excepción.
-¡Magnífico señorita!- exclamó el dependiente orgulloso de su trabajo mientras le aplaudía. Francia sonrió complacido y alagado quitándose el libro de la cabeza con una mano mientras con otra cogió la libreta de la mesita. Escribió.
"Para presumir hay que sufrir"
Y volvió a guardarla debajo de su falda.
Al darse la vuelta se encontró con la mirada sorprendida de su acompañante.
-Es que no tengo ningún bolso y…..bueno….necesitaba llevar las cosas en algún sitio- excusó.
El dependiente sonrió. –Espere un momento- le dijo antes de volver al almacén. Al poco subió con un bolso de mano rojo.
-Cortesía de la casa- pronunció mientras le entregaba el bolso.
-Yo…yo no puedo aceptarlo- le rechazó Francis al observar la marca a la que pertenecía aquel complemento. Quince mil euros como mínimo.
-Insisto- dijo el hombre –me ha caído bien, madame- sonrió, Francia le devolvió la sonrisa.
-Pero si nos acabamos de conocer- le advirtió. El dependiente negó con la cabeza.
-Es que…..no sé… me inspira confianza. Además, es muy inocente en esto de la moda…en todo lo que concierne ser una chica. Es como…como una niña pequeña. ¡No! Como si fuera un hombre-.
Francis sonrió, si él supiera, pero igualmente aquel personaje que apenas conocía le había agradado mucho, sin conocerlo le había tratado como a un amigo, ahora entendía por qué a las mujeres le gustaban tanto los homosexuales, eran como una amiga que te podía dar la perspectiva de un chico. Porque sí, Francis se había dado cuenta a primera vista de que ese tipo era gay.
-¿Cómo se llama, buen hombre?- le preguntó educadamente, cuando volviera a la normalidad le invitaría a unas copas.
-Louis Boissieu- le respondió -¿y usted?-.
Esto tomó por sorpresa a Francia ¿su nombre? No le podía decir el masculino…..exacto, el masculino.
-Francin- respondió -Francin Bonnefoy-.
-Bonito nombre-. Le alagó. –Pero venga, use el bolso.- le apremió. Francis asintió y de los sitios más extraños que se podía imaginar el hombre sacó todas sus pertenencias para depositarlas en el bolso.
Después le pagó los zapatos y se quedaron un poco de tiempo más intercambiaron los números de teléfono y todo. Pero claro, lo bueno siempre acaba, y llegó la hora de irse.
-Espero volver a verle- le dijo Francia antes de dirigirse a la puerta.
-Siempre estoy aquí- le aseguró el hombre mientras se despedía de ella con la mano y la veía alejarse por la gran ventana.
Francis paseaba por la calle con suma tranquilidad, como siempre hacía. Estaba sumido en sus pensamientos hasta que se percató de un molesto sonido:
-Eh belle!-. Se giró para encontrarse con un grupo de chicos de no más de diecinueve años mirándole lascivamente.
-¿No te gustaría venir con nosotros? No te aburrirás- dijo uno mientras los otros le miraban los pechos, el trasero y su cuerpo en general.
Francia les dirigió una mirada de asco.
-Ni en tus sueños imbécile- y siguió su camino.
Eso no le había gustado, más bien no le había agradado para nada. Que le trataran y miraran así, le ponía furioso, ero como si fuera...un simple objeto para ellos. Entonces pensó en todas las veces que se había acercado a una mujer solo por el físico. Se sintió un poco mal. ¡Pero al menos él la invitaba a salir y la cortejaba como es debido! No tenía punto de comparación con esos idiotas salidos.
De pronto algo llamó su atención. Una bella mujer se acercaba. Y, haciendo caso omiso a sus anteriores pensamientos, hico la pose suya típica. Le guiñó un ojo, y le lanzó un beso.
La mujer le miró extrañado y aceleró el paso.
Francia se quedó de piedra. Nadie le había rechazado nunca tan rápido. Pero entonces cayó en la cuenta de que él ya no era él, sino ella.
Un cubo de agua fría le cayó encima. Y por fin lo comprendió.
Si eres mujer te piropean los hombres. Si eres mujer no puedes ligar con mujeres. Si eres mujer (heterosexual) no puedes acostarte con mujeres. Y si eres mujer no tendrías "eso" que tan bien definía a los hombres.
Francis se quedó estático un momento, recordó que al vestirse no se fijó en ello, así que a continuación se tocó la entrepierna y…..nada. No sintió nada.
Casi se desmalla. Nada…..NADA. Él. Precisamente él. Un francés que va repartiendo amour por el mundo ¡ya no tenía con qué darlo! ¡Había cambiado su Torre Eiffel por el arco del triunfo!
Y a saber cuánto tiempo estaría con esa forma. ¿Días? ¿Meses? ¿Años? ¿Acaso para siempre?
¿Ser chica para siempre? ¿SIEMPRE? No lo soportaría. Sobre todo a la hora de tener relaciones. Él no era gay. Le gustaban las mujeres. ¿Se haría lesbiana? ¡Por supuesto que no! No quería ni probarlo. Además no podía pedirle ayuda a nadie, seguro que se reirían de él. Ya podía incluso escuchar las carcajadas de Inglaterra.
Dejó un momento de pensar para retomarlo a los diez segundos.
Inglaterra….Inglaterra y su gran odio hacia él…..Inglaterra y su sed de venganza….Inglaterra con…..con su horrible varita mágica y su maldito libro de conjuros.
Se le ensombreció el rostro.
-Ese…..ese bastardo….ME LAS VAS A PAGAR MALDITO CEJÓN- gritó en medio de la calle antes de ir corriendo a comprar el billete del vuelo más rápido a Londres.
Y fin :3 espero que les haya gustado, esto es como algún tipo de prólogo amorfo xD, es que no se me ocurría otra idea de empezar con la historia ;3; Siento decepcionar a algún pero no, el próximo capítulo no tendrá fruk (no creo que escriba sobre eso nunca), este fic no contendrá ninguna pareja. Será tal y como la serie. Y no, no se me ocurrió por el nuevo episodio de hetalia donde salen las naciones en chica ¿eh? Simplemente me aburría un día en la cama y pensé en esto xD. Lo siento si no os ha hecho reír D': cuando salgan los próximos capítulos intentaré hacerlo mejor u.u He tardado mucho en terminarlo xD añoro la época en la que tenía tiempo D'': See u~
