Advertencia: tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de George R.R. Martin.

White Prayer

Estaba amarada de sudor. Su cabello rubio se pegaba a su rostro y caía sobre los pechos. La respiración se agitaba, el corazón se aceleraba. Y dolía, como si la rompieran desde dentro, arañando su piel hasta rasgarla, hasta despedazarla y no dejar nada.

Sus gritos se mezclaban con el clamor de fuera, amortiguado por las pieles de la tienda. La sangre brollaba de ella, resbalando por los muslos, hasta impregnar el suelo, mezclándose con el escarlata que emanaba de fuera, pintando de rojo la pureza de la nieve. Sentía sus huesos quebrarse, su cuerpo contraerse. Estaba cerca, pronto llegaría el final; el dolor cejaría, cesaría ese tormento, esa lenta agonía que la partía. Y la sangre seguía fluyendo, formando un torrente bermejo que escapaba de dentro. Las palabras huían de sus labios, débiles, susurros al viento; una última súplica, una blanca plegaria para su hijo que nacía y al que no podría ver.