Era un trabajo rutinario. Ya Dereck había tenido doscientos años para acostumbrarse.
Llevaba un pantalón azul oscuro, un tenis converse, una camisa manga corta blanca y su habitual cazadora. Era letal, no solo por las dos glock que llevaba en los brazos bajo su chaqueta, o por los cuchillos y granadas que llevaba alrededor de su cintura. Tenía una misión en la vida, era todo a lo que se dedicaba, y no importaba de cuánto tiempo pudiera disponer, eternidades tal vez, los malditos chupasangres jamás se extinguirían. Pero ahora solo quedaba él, el último de su letal raza, el último de los cazadores. Y sabía que sería así, solo él, nunca habría otro después de él.
El no era su padre, el no estaba preocupado en procrear descendientes, simplemente sabia que él nunca moriría por lo que estaba seguro de que la raza a la que cazaba tendría un enemigo para siempre.
Si el bastardo de su padre no se hubiera enamorado, estaría vivo. Si hubiera tenido dos dedos de frente, habría dejado morir a su madre y preocuparse por seguir cazando, exterminando. Siempre creyó que su padre pensó con la cabeza equivocada, que fue una mala decisión lanzarse detrás del amor de su vida, y gracias a eso ahora Dereck era el último de la estirpe.
El era diferente y lo sabía, no había humanas que lo ataran, nunca las había, no perdía el tiempo pensando en familia y niños, el estaba decidido a ser lo que era, una amenaza andante.
Entro a su habitación, encendiendo las luces con su voluntad. Odiaba admitirlo, pero tenía cosas en común con sus víctimas. Nunca había podido dormir fuera del sótano.
Oh vamos, tu padre se enamoro de una humana, se lanzo tras ella aunque sabía que no iba a sobrevir, eso un comportamiento de chupasangres ¿porque te sorprende heredarlo?
- maldito bastardo, fuiste un bastardo papa - resoplo y fue hacia al baño, quitándose las armas, comprobándolas y metiéndolas en un armario, nunca estaba de buen humor, y compararse con un vampiro no arreglaba las cosas, se quito la ropa y se metió a la ducha, sacándose de encima la sangre de los que había asesinado esa noche.
Golpeo la pared con un puño. Cada vez encontraba menos bichos que matar, y no era precisamente porque se estuvieran extinguiendo... no, los malditos se estaban escondiendo.
Salió de la ducha y se acostó en su enorme cama matrimonial desnudo, no se cubrió, y en cuanto sintió la ventilación se perdió en la inconsciencia, dormiría toda la mañana y se despertaría en la noche, listo para acecinar. Para hacerle honor al título que llevaría siempre, el de cazador de vampiros.
