Buenas aquí estoy una vez más con una nueva historia titulada "El Bosque", donde como siempre digo: "Nada es lo que parece" espero les guste.


Prologo

La tarde caía sobre el horizonte y con ella las alegres voces de los niños que jugaban despreocupadamente en las praderas, lograban arrebatarles más de una sonrisa a sus madres, quienes apartaban por breves instantes los ojos de los pequeños para centrarse en su labor de recolectar plantas y tubérculos que podrían utilizar luego para preparar medicinas. De entre todos los niños que en aquel lugar jugaban, dos pequeñas niñas no mayores de siete años, casualmente se encontraron mientras jugaban a explorar el bosque que se encontraba al este de las praderas y maravilladas por las similitudes entre ambas, decidieron seguir explorando juntas aquel fascinante lugar, lo cual las llevo a sumergirse cada vez más y más en lo profundo del bosque, ajenas al peligro que en éste las asechaba. No fue hasta que la luz del sol se esfumo por completo que ambas niñas cayeron en cuenta de que entre juegos y risas no solo habían perdido la noción del tiempo, sino que también habían perdido de vista el camino que las llevaría de regreso a las seguras praderas.

Asustadas se tomaron de las manos, buscando darse valor mutuamente con este sencillo gesto, luego conteniendo las ganas de llorar que en ese momento sentían, dieron media vuelta y trataron de regresar sobre sus pasos, logrando seguir a duras penas las huellas que ellas mismas habían dejado en la tierra. Con la mirada siempre en el suelo buscando seguir su propio rastro, las dos niñas no eran conscientes de cuanto les rodeaba, por donde realmente caminaban o hacia donde se dirigían en realidad, por lo tanto no eran conscientes del peligro que entre las sombras del bosque las asechaba sigilosamente, atento a cada uno de sus movimientos, esperando el momento propicio para atacarlas. De repente una de las pequeñas se detuvo junto a su compañera, quien no entendía porque su nueva amiga se había detenido tan bruscamente hasta que diviso, como dos imponentes y atemorizantes figuras se alzaban por encima de sus cabezas observándolas fijamente con aquellos fríos y atemorizantes ojos dorados que parecían ver a través de sus almas.

— Lobos —Dijeron en un leve susurro ambas al reconocer a las dos bestias que se encontraban frente a ellas, escrutándolas con la mirada.

Eran dos los lobos con los que se habían encontrado, uno de ellos poseía un pelaje tan negro y brillante como la noche que contrastaba con el de su compañero, cuyo pelaje era tan blanco y puro como la nieve. Las dos aterradas pequeñas se desplomaron en el suelo cuando ambos lobos acortaron de un salto la distancia que los separaba, rodeándolas antes de que pudieran hacer cualquier cosa, lo cual ocasiono que irremediablemente una tras otra las lágrimas se deslizaran sobre las enrojecidas mejillas de las pequeñas y que en poco tiempo dio inicio a un llanto incontrolable producto del temor que esas criaturas les infundían. Alarmadas ambas criaturas empezaron a dar vueltas alrededor de sus aterradas presas gruñendo y resoplando mientras las observaban con gran curiosidad, como si fueran algo extraño y nuevo para ellos; sólo el crujir de unas ramas los hizo detenerse abruptamente, volteando en dirección al sonido de un salto, erizando su pelaje y gruñendo amenazadoramente. En respuesta, un gruñido más potente se hizo presente de entre las sombras que reinaban en el interior del bosque, de entre las cuales surgió un tercer lobo de maltrecho y alborotado pelaje gris, el cual era mucho más grande y aterrador que los dos pequeños cachorros que habían aparecido antes que él.

Las niñas asustadas y confundidas dejaron de llorar al ver como ese tercer monstruo lentamente se aproxima hacia ellas, con las fauces entreabiertas y un brillo asesino en los ojos que las hizo temblar de miedo, pero para su sorpresa los dos cachorros al percibir el peligro en el que se encontraban dieron un salto hacia ellas y sin dudarlo ni un segundo las alzaron por sus vestidos sosteniéndolas con sus fauces, como si se trataran de un par de sacos de harina, para luego emprender una frenética carrera para huir de aquel monstruoso lobo gris, el cual furioso los seguía de cerca tratando desesperadamente de acertarles un zarpazo o una dentellada a los dos cachorros que se habían atrevido a arrebatarle descaradamente a su presa de esa noche.

Sintiendo el peligro en cada minúscula fibra de su ser, los dos cachorros corrieron sin detenerse y zigzagueando ágilmente entre los arboles del bosque lograron confundir y entorpecer aunque fuera un poco la carrera de su perseguidor, lo cual les permitió marcar al menos cuatro cuerpos de distancia de éste. Luego, los dos "pequeños" lobos siguieron corriendo frenéticamente hasta que lograron salir finalmente de aquel sombrío y aterrador bosque.

— ¡Ran, Aoko! —Los gritos alarmados de sus padres les hicieron ver a las dos pequeñas que habían vuelto a las praderas, donde los aldeanos armados con mosquetes, tridentes y antorchas, se preparaban para adentrarse en el bosque para buscarlas. Se sintieron a salvo por un breve instante, pero al ver que los cachorros que las cargaban no detenían su frenética carrera, comprendieron que aquel aterrador lobo gris aun los seguía de cerca y que en el campo abierto de las praderas éste los alcanzaría en cuestión de segundos, sí se detenían aunque fuera por un mísero instante.

— ¡Es el lobo! —Grito el padre de Ran furioso y con la preocupación reflejada en su rostro, a la vez que tomaba su mosquete y le disparaba a la amenazadora bestia sin dudarlo— ¡Mátenlo!

En el acto los aldeanos obedecieron la imperante orden de aquel hombre y sin pensarlo dos veces atacaron a la aterradora bestia con todo lo que tenían a la mano, logrando evitar que éste pudiera alcanzar a los dos lobeznos que aun corrían desesperadamente por sus vidas, llevando consigo a las dos niñas; así, viéndose superado en número, el viejo lobo gris gruño furioso mientras se veía obligado a volver una vez más al interior del bosque derrotado. Al notar como por ahora se encontraban fuera de peligro, los dos cachorros se detuvieron finalmente en una zona despejada de las praderas y jadeando pesadamente por el agotamiento, dejaron caer a las dos pequeñas al suelo.

Por fin a salvo, las dos niñas se abrazaron la una a la otra aliviadas de aun seguir con vida, para luego dirigir sus inocentes miradas hacia los dos cachorros, que habían evitado valientemente que ese monstruoso lobo las devorara; por otro lado, los dos pequeños lobos aun agitados y alterados observaban con recelo todo a su alrededor, alertas a cualquier indicio de ataque en su contra. Fue entonces cuando las dos inocentes niñas, sin percatarse del estado alterado de las dos bestias que se encontraban frente a ellas, extendieron sus manos hacia ellos para acariciarlos en señal de agradecimiento por salvar sus vidas, pero los dos alterados lobos al divisar sus pequeñas manos acercándose "peligrosamente" hacía ellos, hicieron lo mismo que haría cualquier animal cuando se siente amenazado y, por instinto, las atacaron para defenderse.

El desgarrador grito de dolor de las dos pequeñas alarmo a sus padres, quienes al ver como sus hijas eran atacadas salvajemente por aquellos dos monstruos, corrieron desesperadamente hacia ellas, disparándoles una y otra vez a los dos cachorros obligándolos a soltarlas a la fuerza cuando un par de balas se impactaron en sus cuerpos haciéndolos gemir de dolor; luego estando heridos y asustados los dos cachorros huyeron desesperadamente de las praderas siendo perseguidos por una horda furiosa de aldeanos que siguieron atacándolos hasta que estos se internaron una vez más al lugar al que pertenecían. El bosque.

— ¡Ran! —Grito uno de los hombres horrorizado al ver como su hija se encontraba acostada en la maleza, con una gran herida en su hombro y un centenar de arañazos en todo su pequeño cuerpo. Bañada en sangre y con el rostro cubierto de lágrimas, la pequeña temblaba levemente conforme su vida comenzaba a desvanecerse lentamente— Resiste hija. Todo va a estar bien —Dijo suavemente en un vano intento de tranquilizar a su hija, que ya comenzaba a sentir como el gélido aliento de la muerte rozaba su piel.

— ¡Mouri! —El grito del padre de Aoko hizo voltear al desolado hombre hacia su compañero, viendo como éste con cuidado cargaba a su hija entre sus brazos para luego correr hacia él con la desesperación reflejada en su rostro— ¡Aun no es demasiado tarde para salvarlas!

Aquellas palabras lograron llenar de esperanza al desolado padre, al cual se le ilumino por un breve instante el rostro, a la vez que cargaba a su hija entre sus brazos y sin dudarlo se acercaba a aquel hombre que parecía tener la clave para salvar la vida de ambas niñas.

— ¡Kogoro debemos llevarlas con la curandera antes de que sea demasiado tarde! —Dijo el pobre padre de la pequeña Aoko comenzando a correr de nuevo hacia el bosque, cargando a su hija con un brazo a la vez que sostenía su mosquete con la otra mano— ¡Con un demonio date prisa, Mouri!

— ¡Pero ella vive al otro lado del bosque Ginzo! —Replico Kogoro, tomado su mosquete y adentrándose en el bosque junto a su compañero— ¡Seremos atacados antes de llegar con la curandera!

— ¡Entonces cállate y corre más rápido! —Gruño Ginzo mientras mentalmente rogaba al cielo no tropezar con nada mientras corría, pues mientras más se adentraran en el bosque, mayor era el peligro de ser atacado por alguna de las criaturas que en éste habitaban y si llegaba a caer, entonces sería el fin de su vida y la de su hija— ¡Dispara a todo lo que veas Mouri!

— ¡Lo sé! —Gruño Kogoro en respuesta, corriendo tan rápido como podía hacerlo con su hija en brazos, mientras se preparaba para matar a lo que sea que se interpusiera en su camino.

No paso mucho tiempo para que el olor de la sangre atrajera a las criaturas que habitaban el bosque, las cuales gruñían, rugían y aullaban con fuerza ante el paso de los dos solitarios y desprotegidos hombres, quienes más pronto de lo que creían tuvieron que abrirse paso a la fuerza por aquel oscuro sendero que conducía hacia la casa de la curandera, el cual se encontraba plagado de peligrosas bestias que no dejaban de salir una tras otra atacándolos constantemente.

— ¡Aaaaaaargh! —El desgarrador grito de dolor de Kogoro seguido del sordo sonido de un disparo obligaron a Ginzo a voltear por un instante, viendo con horror como la sangre corría libremente por el rostro de su compañero, descendiendo desde su ojo derecho hasta llegar a su cuello, al parecer una de esas criaturas había logrado acertarle un zarpazo en la cara a Kogoro— ¡Estoy bien! —Mintió corriendo al lado de Ginzo— ¡No te detengas!

Sin decir nada Ginzo asintió en respuesta, centrando su atención en el final del sendero, donde pudo vislumbrar una pequeña cabaña rodeada por un gran muro de piedra, cuya única entrada se encontraba bloqueada por una pesada reja de acero. Soltando una maldición, Ginzo comenzó a pensar rápidamente en una manera de traspasar aquella barrera que se interponía entre ellos y la única cosa que podría salvar las vidas de sus hijas así como las suyas. Lamentablemente por más que pensó y busco con la mirada una manera de llegar a la cabaña, no fue capaz de encontrar nada que pudiera servirles de algo en aquella situación.

— ¡Curandera! —Grito Kogoro repentinamente extrañando a su compañero, quien por un instante pensó que éste, irremediablemente, había sucumbido por completo ante la desesperación. Sin embargo Kogoro ignoro olímpicamente la mirada extrañada de su compañero y continuo gritando, aferrándose a la única esperanza que tenía de salvar la vida de su pequeña hija que lentamente desfallecía entre sus brazos— ¡Abre tus puertas a estos dos hombres que desesperadamente requieren de tu ayuda!

Para sorpresa de Ginzo aquella pesada reja de acero, ante el potente grito de Kogoro, lentamente se abrió frente a ellos permitiéndoles el paso hacía la morada de la curandera, para luego cerrarse rápidamente detrás de ellos, impidiéndoles el paso a las bestias salvajes que de cerca los perseguían. Luego sin detenerse a pensar en lo que había pasado, los dos desesperados padres terminaron de llegar a la pequeña cabaña, donde una hermosa mujer de largo y lacio cabello castaño oscuro y enigmáticos ojos de color Iolita, los esperaba en la entrada.

— Coloquen a las niñas juntas en la cama que se encuentra en la habitación del fondo —Ordeno con voz neutra, señalándoles el pequeño pasillo que conducía a la habitación que había mencionado. Kogoro y Ginzo la obedecieron sin chistar ni hacer preguntas, haciéndose a un lado una vez que acostaron a las pequeñas en el lugar indicado— Pueden sentarse donde quieran mientras yo me ocupo de sus hijas. Luego lo atenderé a usted.

Dando por finalizada la conversación, aquella enigmática y hermosa mujer se sentó en la cama cerca de las niñas, extendió sus manos hacia ellas y manteniéndolas suspendidas a escasos centímetros de las heridas más graves que cada una poseía, comenzó a recitar en una lengua extinta un conjuro de curación. Las manos de la curandera de repente se vieron envueltas en un tenue manto de luz blanquecina a la vez que dibujaba pequeños círculos sobre las heridas, sin tocarlas en ningún momento; lentamente el sangrado se detuvo, luego el tejido interno comenzó a regenerarse rápidamente hasta llegar a sellarse por completo, dejando al final una marca oscurecida tras de si. La curandera repitió este proceso sólo en las heridas más graves y profundas que tenían los cuerpos de ambas niñas, logrando salvarlas a duras penas de una muerte segura.

Luego de terminar con las pequeñas Ran y Aoko, la curandera se dirigió hacia Kogoro y lo atendió deteniendo el sangrado y regenerando el tejido hasta sellarlo por completo, pero a pesar de todo no hubo nada que la curandera pudiera hacer para evitar que Kogoro perdiera la vista del ojo derecho.

— Lamento no poder ser de más ayuda —Se disculpo sinceramente aquella mujer haciendo una leve reverencia ante los dos hombres— pero el don que poseo no me permite recuperar lo que ya esta perdido. Sólo he podido salvar las vidas de sus hijas porque todo el daño que sufrieron podía ser reparado.

— Bah. Mi ojo no importa, puedo atraer a más mujeres hermosas diciéndoles que es una herida de guerra o algo así—Bufo Kogoro restándole importancia al asunto, acercándose a su pequeña hija que ahora dormía plácidamente al igual que la pequeña Aoko, se sentó a su lado y esbozando una leve sonrisa aliviado, acaricio suavemente la mejilla de su pequeña — lo que importa es que ellas están bien.

— Si. Tienes razón —Asintió Ginzo acariciando con sumo cuidado el cabello de su pequeña hija que ahora dormía plácidamente. Estaba feliz de haber recuperado a su hija, pero a la vez no podía evitar que una profunda tristeza afligiera su corazón ante la amarga decisión que se había visto forzado a tomar después de todo lo que había pasado esta noche— por eso deben irse lo más pronto posible.

Ninguno de los dos quería separarse de sus hijas, pero tan poco querían que algo malo les sucediera a las dos por su terquedad y egoísmo, es por eso que tras pasar la noche resguardados en aquella pequeña cabaña del bosque, decidieron a la mañana siguiente enviar a las pequeñas en el primer barco que saliera del puerto hacia las tierras del este donde tenían un par de amigos que podrían recibir a las dos niñas, educarlas, enseñarlas a defenderse y que por sobre todas las cosas se encargarían de protegerlas hasta que fueran capaces de valerse por si mismas.

— Aguarden un minuto —Los detuvo la curandera antes de que siquiera pudieran salir de la cabaña con sus adormecidas hijas en brazos— tengo un obsequio para sus hijas. Un obsequio que las protegerá de las garras del lobo durante un buen tiempo.

— ¿Qué es eso curandera? —Preguntaron extrañados los dos hombres al ver como aquella mujer despertaba con suma delicadeza a las dos niñas para luego colocarles una cadena de plata a cada una; la de Ran tenía un pequeño dije con una piedra ovalada de colores violáceos en el centro, mientras que la de Aoko era exactamente igual a excepción de la piedra del dije la cual era de un brillante y profundo color azul similar a un zafiro.

— El lobo que me describieron no es un animal, él es parte de lo que conocemos hoy en día como clanes —Explico la mujer bajo la mirada atenta de los dos hombres y de sus hijas— siendo las criaturas pertenecientes a ellos, tan inteligentes como un ser humano, siendo el caso de que algunos cuantos de ellos son capaces de usar magia inclusive, aunque afortunadamente solo pueden hacerlo de una manera muy básica. Sin estos collares esa bestia perseguirá sin descanso a estas dos niñas hasta que logre devorarlas.

Sentencio la hermosa mujer haciendo que un escalofrió recorriera la espalda de los dos hombres y que el miedo se adueñara de las dos niñas, quienes inconscientemente se aferraron a aquel collar sin dejar de ver a la curandera.

— Por eso, aunque estén muy lejos de estas tierras no deben de quitarse nunca estos collares, ni quiera para bañarse o dormir ¿Entienden los que les digo pequeñas? —Las dos niñas asintieron temerosas a lo que ella simplemente les dedico una dulce sonrisa para tranquilizarlas un poco antes de volver su atención hacía los dos hombres frente a ella— Ahora, permítanme ofrecerles un último servicio caballeros. Por su seguridad he asignado a mi buen amigo y asistente que los escolte de regreso a la aldea. Les aseguro que ninguna criatura los atacara bajo su cuidado.

— Gracias —Dijeron Ginzo y Kogoro al unisonó abordando un negro y gran carruaje frente al cual se encontraban dos imponentes y robustos corceles negros que aguardaban a su conductor para ponerse en marcha.

El conductor del carruaje era un hombre alto vestido de la cabeza a los pies de negro con el atuendo propio de un marinero junto con aquel peculiar gorro negro que identificaba a los lobos de mar, este encendiendo un cigarrillo que él mismo había fabricado mientras aguardaba, se acerco con paso lento pero firme hacia la curandera.

— ¿Estas segura de esto Akemi? —Dijo expulsando una gran bocanada de humo— No solo le estas robando una presa a esa bestia, sino dos.

— No podía dejarlas morir Shuichi —Respondió realmente convencida de que estaba haciendo lo correcto, a pesar del riesgo que para ella misma implicaba— Y tan poco puedo permitir que las encuentre. Esas niñas tienen derecho a vivir.

— Le estas declarando la guerra —Refuto llevándose de nuevo el cigarrillo a la boca mientras se dirigía de regreso al carruaje, abordándolo de un ágil salto y con el fuerte sonido de su látigo incito a los caballos a iniciar la marcha.

— Lo sé —Dijo en un leve susurro mientras observaba al carruaje marcharse a gran velocidad hasta desaparecer su vista al mismo tiempo que sentía como un par de siniestros ojos dorados se posaban sobre ella desde el interior del bosque— Y sé que tú también lo sabes… Gin.


He aquí el prologo, espero les haya gustado.

Se que se ve un tanto enredado, pero tan solo es el inicio, pronto todo se ira aclarando. Aunque como les dije al inicio nada es lo que parece.

Por último espero estar subiendo el primer capíto este jueves o el Domingo a más tardar. Hasta entonces cuidense mucho.