Descargo de responsabilidad: Nakamura sensei sigue teniéndolo todo…
TIC TAC
La réplica afilada abandona tu boca, veloz y certera cual cuchillo de artista de circo.
Ves en sus ojos el destello de la sorpresa, la línea fina de los labios que se aprietan, y jurarías que antes sus manos no tenían los nudillos blancos.
Pero él calla.
Pues más te enfadas. Porque realmente prefieres que estalle, que grite, que reaccione… Cualquier cosa menos ese silencio que te atruena los oídos.
Quieres que pelee contigo. Provocarle… Quieres sentirlo vivo, que tú lo haces vivir.
Ah, es que quieres muchas cosas… Pero por encima de todo, quieres que te vea. ¡Oh, dioses!, que te vea de verdad…
Sí, un regalo. Precioso, maravilloso, perfecto.
¿Y qué?
¿Ahora?
Ahora no te vale de nada.
Tarde, bien tarde.
Sigues siendo lo último en su vida. Todo —cualquier cosa— va antes que tú. Porque no eres nada. Porque no te ve.
Y tú te mueres por que él dé muestras de que le importas. De que le importas de verdad.
No a última hora. No cuando ya te vas, cuando sales de su vida… No cuando ya es tarde.
Reacciona, por favor.
Date cuenta de que existo.
Mírame.
Estoy frente a ti.
Y tú no puedes hacer otra cosa que esperar. Con el corazón en la garganta y el alma en sus manos.
Esperas…
