Carta a Casa I:

—¿Así que usted y el sargento son del mismo pueblo? — preguntó Manabu Yukimitsu, uno de los últimos reclutas, a Sena Kobayakawa, otro chico que acababa de llegar. Sena había estado en el ejército algo más que algunos de los reclutas, pero era, al fin y al cabo, un novato a pesar de la experiencia que ganó.

—Sí. — Sena asintió con la cabeza sin hacer contacto visual. Era tímido y la única vez que miraba a alguien a los ojos era cuando estaba saludando o en posición de firmes.

—¡Oh, qué pequeño es el mundo!— comentó Manabu sinceramente sorprendido en sus pensamientos. —¿Cómo es él?

—D-da miedo. —respondió Sena. Hiruma Youichi, el sargento, siempre había sido alguien que asustó a Sena durante mucho tiempo. Aunque, a diferencia de los demás en el pueblo, Hiruma nunca le había pedido hacer ningún recado y nunca le intimidó directamente. (Hiruma intimidaba a Sena simplemente con su personalidad).

—¿Cabrones, de qué diablos creéis que estáis hablando? — exigió Hiruma cuando salió de detrás de una de las tiendas de su campamento. Hiruma no había tenido un regreso a casa muy feliz, por lo que su padre le alistó cuando fueron en busca de voluntarios para luchar. Desde entonces se dedicó a la guerra y logró ser ascendido a sargento.

Para Sena el hombre no había cambiado mucho, tenía las orejas puntiagudas, dientes afilados, y el vocabulario más grosero que había escuchado nunca. Sena en posición de firmes, con las piernas temblando, le saludó como era apropiado. Manabu también se cuadró y saludó.

—¡De nada, señor! — respondió Manabu. Pese a ser débil físicamente, Manabu era muy inteligente y un manitas.

—N-nada, señor. — había logrado responder Sena con voz humilde.

—Necesitas pensar en ti, maldito canijo. — señaló Hiruma a Sena con una mirada.

—Lo intentaré, señor. — aseguró Sena.

—No más chismes de mierda. — les dijo Hiruma rotundamente. —Volved a vuestros malditos puestos o tendré que quitaros el jodido desayuno ¿he sido claro?

—¡Señor! ¡Sí, señor! — Con dos saludos más, los dos soldados rasos se apresuraron a su próximo destino.

—¿Ya estás asustando a los novatos? — preguntó una voz divertida a la izquierda de Hiruma.

—No pedí tu maldita opinión, Cabo. —contestó Hiruma a Gen Takekura, uno de sus segundos al mando, con acritud.

—Ya sabes, en privado Kobayakawa me dijo que su hermana mayor se considera tu novia...— comentó Gen causalmente.

—¡Jodido canijo!— susurró Hiruma, mirando en la dirección de los pobres y confiados soldados. —¿Y qué?

—Deberías escribirla. — dijo simplemente Gen. —Estoy seguro que ella te lo pidió.

—¡Eso no es de tu jodida incumbencia!— susurró Hiruma mirando a Gen —¡y no se permiten chismes de mierda en mi maldito campo!

—No estoy chismorreando, sólo te estoy dando algunos consejos porque soy tu asesor—. Gen tenía una sonrisa perpleja en el rostro.

—¡Tch!— Hiruma chasqueó la lengua. —Ve a mostrar a los malditos reclutas los alrededores.

—Sí, señor. — Gen saludó y a continuación se alejó casualmente mientras Hiruma entraba en su tienda.

El Sargento se sentó y tomó una hoja de papel y un bolígrafo. Antes de escribir cualquier palabra que le viniera a la mente, recordó la llamada "promesa" que había hecho a Mamori Anezaki la última vez que estuvo en casa de permiso.

...

—¡Hiruma!— Mamori se quebró cuando golpeó con su puño sobre el mostrador al lado de su taza de café. —¡Deja de seguir ignorándome!

Hiruma levantó la vista del periódico con desgana, a sabiendas de que acababa de enfadarla aún más. —¿Nmm?

—¡Mírame!— exigió Mamori cuando extendió su mano y le agarró del mentón obligándole a mirarla. Hiruma sólo frunció el ceño y gruñó una vez a modo de advertencia, a continuación, le agarró por la muñeca con firmeza. Sabía que fácilmente podía con ella y soltarse de la mano, pero también sabía que podría romper su muñeca, algo que simplemente le causaría más problemas a la larga.

—A partir de ahora yo soy tu novia y tú me vas a escribir una carta una vez al mes cuando regreses al campo ¿he sido clara?— Mamori miró a los afilados ojos verdes con sus enormes ojos azules.

Hiruma se quitó su brazo de encima tan suavemente como se atrevió. —Tch.

...

—¡Maldita mujer...!— juró en voz baja, claramente enfadado por el desarrollo. Si no fuera por el hecho de que Mamori hacía ese maravilloso café, nunca habría tenido nada que ver con ella. Era una quejica (maternal), del tipo de mujer asfixiante que siempre se salía con la suya. Pero, a pesar de todo, Hiruma decidió escribirle una carta en broma.

Mi llamada "maldita mujer":

Por la jodida, jodida, jodida, jodida petición que hiciste, te estoy escribiendo una carta abandonado de la mano de Dios en este agujero del infierno que llaman "trinchera". Puta zanja. Maldita guerra.

¿Feliz? Será mejor que así sea.

-Sargento. Y. Hiruma

—Eso le cerrará la boca. — Hiruma sonrió burlonamente y metió la carta en un sobre sellándola. —Y cerrará la boca a su maldito viejo también. —Así que Hiruma envió la carta y se lavó las manos que evidenciaban la prueba. Nadie había dicho nada al respecto hasta que unos trece días después de que la carta fue enviada, Sena se acercó al sargento (con miedo, se podría añadir).

—¡Sar-sargento Hiruma, Señor!— Sena saludó mientras se perdía el valor en sus palabras. —¡Tengo una c-carta para que usted, señor!

El correo que solía recibir Hiruma, era por lo general, de los comandantes para entregarle mapas y otro tipo de cosas. Con un pequeño parpadeo de ojos, Hiruma le tendió la mano expectante, esperando que depositara en ella un gran sobre de manila. En cambio, para su sorpresa, había una carta pequeña, blanca, con letra cursiva cuidadosamente elaborada en el exterior, anunciando el destino de la carta para que todo el mundo lo viera.

Con un gesto perplejo, Hiruma abrió la carta de inmediato y empezó a leer.

Youichi:

Madre dijo que no me escribirías, me dijo que eras un hombre horrible, sin honor que no podría cumplir una promesa. Es probable que no puedas imaginar la expresión de su rostro cuando encontró tu carta en el correo. Padre me dijo que más bien no tuvo precio.

¡Yo sabía que podía contar contigo para demostrar que estaba equivocada!

El hecho de que me hayas enviado una carta parece ser la única cosa que ha dado para chismorrear estos días. Nadie quiere hablar de la guerra, o lo que la gente podría estar haciendo allí. Pero siempre tenemos la radio encendida, incluso durante la noche, para ver si ha habido alguna noticia.

Esta guerra realmente ha consumido la vida del pueblo. Todo el mundo está tan silencioso y sombrío. Apenas empezó cuando te llevaste lejos a todos los hombres jóvenes.

Comenzaron el racionamiento de alimentos. Es bastante confuso que ellos elijan quien va a recibir su ración y quién no. De la gasolina y la carne lo entiendo, pero lo que realmente no comprendo es por qué se ha de racionar el café...

¿Te importaría decirme cómo van las cosas por allí? La radio suele estar llena de políticos que nos hablan de por qué estamos luchando, y de vez en cuando hay algún anuncio como el del racionamiento...

Espero que estés bien y seguro allí.

Con mucho amor,

Mamori A.

—¿Qué demonios?— murmuró Hiruma, aturdido por el hecho de que Mamori se había tomado la molestia de enviarle una respuesta. Sonaba tan locuaz como siempre había sido en su tienda de café (una de las muchas cosas que le molestaba de ella).

—¿Señor?— Sena preguntó, con la esperanza de recibir su permiso para marcharse.

—No le cuentes a nadie sobre esto. — ordenó Hiruma guardando la carta dentro de su uniforme.

—Sí, Señor.