Apenas cumplí los 11 decidí venir a Japón, mi padre llevaba meses amenazando con volver a su casa, supongo que ya no le encontraba sentido a permanecer del otro lado del océano. Recuerdo el exacto momento en que anuncié mi decisión, si papá volvía yo me iba con él. Preparamos el viaje en pocos días, escogió el departamento porque estaba cerca de la playa y lejos de su madre (la vieja casi nunca abandona Tokio), al aeropuerto llegaron mis abuelos y mi hermano, como era de esperarse: ni rastros de mamá. La despedida fue triste, ansiosa, los mayores esperaban mi arrepentimiento, mis lágrimas, los nervios de partir hacia lo desconocido, la ansiedad de sobresalir, de no encajar jamás en un mundo que no me pertenecería ni en toda una vida de intentos. Besos, abrazos, recomendaciones, despedidas, llantos, consejos, promesas, nostalgia.
Un recuerdo que lo vale todo, un sueño recurrente en los años de distancia.
Me levanté furiosa de mi asiento, no es NO, sencillo pero difícil de entender para un hombre. Salí del salón, bajé corriendo por las escaleras, pero en el descanso me alcanzó, me arrinconó, quise salir pero no había salida, de un lado: la muralla y al otro: un idiota. ¿Cómo librarme?.
-¿Qué carajos no entiendes retardado?, no es NO.
- Por qué me rechazas a mí, si según cuentan no rechazas a nadie.
Suficiente, más que eso: demasiado. Un tarado se atrevía a tratarme de cualquiera, de fácil, si lo era o no, no era asunto suyo, ni de mi padre, ni de mi madre, era asunto mío y que el mundo se fuera al diablo. Levanté la palma de la mano y le golpeé la nariz con todas mis fuerzas, todo se volvió rojo. Retrocedió unos pasos y aproveche de desaparecer de la escena. Volví al salón luego de recuperar el aliento, era tarde, exageradamente tarde según la profesora.
Cuando fui a dirección por el atraso terminé castigada por una nariz rota. Sin poca o mucha posibilidad de defenderme. Al parecer no había excusa para la violencia en la preparatoria, ni espacio para la conducta de una niñita mimada y menos para los retrasos de aquellos que deberían actuar como ejemplo, al parecer este era el último.
-Señorita Tanaka, mañana la quiero a primera hora en mi oficina.
-Yo no tuve la culpa.
-¿lo golpeó?
-Sí, pero se lo merecía.
-No pretendo seguir escuchando sus explicaciones, fue suficiente- la directora respiró profundamente, tomó asiento, me miró a la cara con seriedad ritual y en el tono más severo continuó.-. Quiero que tenga claro que cuando permití que usted misma actuara como su apoderado fue porque sus referencias eran excelente, sobresalientes. Pero su conducta deja mucho que desear, he ignorado sus conflictos con varios profesores, con un sin número de compañeros, pero la violencia no. En esta ocasión no puedo prestar oídos sordos a sus faltas.
-Mis calificaciones siguen siendo las mismas, en gimnasia mi rendimiento puede ser mediocre, pero donde busque solo va a encontrar notas perfectas.
-Lo sé, señorita Tanaka, puede ser que usted sea la mejor estudiante que haya pasado por la preparatoria Shohoku, pero insisto, su conducta es el problema. Enfrenta a sus profesores, continuamente los corrige y los ignora. Esas son faltas de respeto que no puedo permitir en mis salones de clase. No se relaciona con sus compañeros, prácticamente no habla con nadie del plantel estudiantil, no pertenece a ningún club. Y ni hablar de lo que hace una vez que se encuentra fuera de la preparatoria.
-¿es broma?- escupí la frase antes de pensar siquiera, entendía que esta altura del día no era buena idea provocar, pero mi vida privada es PRIVADA.
-Le recuerdo con quien está hablando.
-No lo he olvidado. Entiendo su malestar y puedo llegar a disculparme por el uso de la violencia, por lo demás, simplemente no puedo. Le aseguro Señora Kimura que si he llegado a a mantener alguna diferencia de opinión con el cuerpo docente se debe a la certeza sobre la validez de mis argumentos, nunca discuto sin tener la razón. Y si alguien se ha sentido llevado a pasar por mis opiniones o mi manera de expresarme, lo lamento, pero no puedo quedarme callada simplemente porque a alguien le duele el amor propio cuando se equivoca. Respecto a mis compañeros y mis actividades extra-programáticas, entiendo que eso no es tema que tenga que ser discutido en su oficina, y esto se lo digo con todo respeto.- tenía claro que por más que cuidara el lenguaje lo que decía seguía siendo ofensivo, pero quedarme callada, cuando debía, no era una de mis habilidades.
-Le insisto, no voy a discutir con usted. Mañana le voy a asignar un nuevo salón, así que a primera hora en mi oficina.
Me puse de pie y me despedí respetuosamente, como acostumbran los japoneses. Había tentado demasiado a mi suerte por un día, y para ser honesta el castigo me resultaba irrelevante. De verdad, me sentí aliviada una vez que lo escuché. En el mejor de los escenarios esperaba una suspensión y en el peor, la expulsión definitiva. Como fuera supuse que tendría que notificar a mi padre y de ahí fin a la vida en solitario, fin a la libertad.
Camino al departamento olvidé el tema casi por completo, tenía una lectura interesantísima esperando en el velador y un disco nuevo en la sala. La cena para uno estaba lista, la contestadora sin nuevos mensajes y mi gato: hambriento.
Pocas cosas me ponían de peor humor que tener que despertar temprano todos los días, así que adelantar el reloj para llegar a tiempo a dirección fue fatal.
Sin desayunar y mucho menos peinarme adecuadamente, me informaron que mi salón sería el de 2º año número 10. Evidentemente no conocía a nadie, pero eso no era my diferente a mi verdad de todos los días.
Parada junto a la puerta, esperando al profesor al que debía entregar la notificación de mi cambio escuché, una vez más, comentarios ofensivos y ridículos sobre mí. No puedo decir que no tuvieran asidero en la realidad, pero resulta tan absurdo pretender definir a una persona por comentarios de terceros que me sacaban de quicio. Que era promiscua, insolente, pedante, desagradable, que no tenía amigos, que era de lo más común verme en bares y clubes de mala muerte con algún chico o chica que siempre era distinto, que venía de una escuela privada, pero nadie sabía porque estaba ahí, que había golpeado a un compañero y que deberían haberme expulsado, pero bueno: mis notas, me habían salvado una vez más. Los cuchicheos de siempre. Me resultó increíble la cantidad de palabras que puede llegar a pronunciar, un grupo de chicas curiosas, por minuto. Absurdo.
Sonó el timbre y la mayoría entró al salón de clases a tomar asiento, los menos se quedaron a mirarme como si fuera un animal de zoológico o un fenómeno de circo. Un trío de chiquillas molestas y gritonas se me acercaron, con toda la intensión de saber que hacía en la puerta del salón.
-¿a quién estas esperando?- preguntó una de cabello largo.
-A ustedes no, eso es seguro.- me miraron de pies a cabeza con su peor cara, una avanzó hasta casi pegarse a mí y me amenazó.- si buscas a Rukawa te aseguro que no anda con ofrecidas como tú.
Qué diablos tenían estas chicas en la cabeza, ¿ofrecida?, creo que es la primera vez que alguien me llama así en mi cara, al menos eso era nuevo. Pero seguía sin entender lo que se estaban imaginando. Por suerte llegó el profesor justo a tiempo. Les di la espalda sin prestarles importancia y le extendí la nota al señor Koyama. Los pocos que quedaban afuera entraron a prisa y con sorpresa vieron que entré con ellos.
En pocas palabras el profesor explicó que de ahora en adelante sería alumna del salón, pidió que me presentara y al cabo de unos segundos, caminaba a mi asiento, el único disponible de todo el salón. Era el penúltimo junto a la ventana, colgué el bolso en la silla y justo cuando me senté descubrí lo peor que me podía suceder, quien resultaría de ahora en adelante mi compañero de banco, ocupaba todo su espacio y la mitad del mío con el largo de sus piernas, completamente dormido no había mucho que pudiera hacer. Es cierto que podría despertarlo a gritos o a golpes si fuera necesario, lo que resultaba ser una idea tentadora. Pero considerando que era mi primer día en ese salón, después de salvarme de una con más suerte de lo que se pudiera esperar, mejor lo dejaba para el receso.
Las clases me aburrieron, casi a muerte. La verdad estaba la molestia constante de ver mermado mi espacio personal. Sé que puede parecer mucho, pero para mí el espacio es vital, mi metro cuadrado, es casi lo único sagrado. Toda la vida había detestado la irrupción no invitada a mi burbuja. Sonó el timbre y los deseos de gritarle a un tipo me carcomían. Un chico de estatura mediana y cabello claro se acercó, me miró amistósamente y se presentó.
-Mi nombre es Hiroto Sagara y soy el mejor alumno del salón, cualquier cosa que necesites para ponerte al día, las fechas de controles, trabajos y lecturas solo tienes que consultarme.
Al parecer aún no se entera que ERA el mejor del salón, como sea, no pretendo discutir con un nerd a esta hora del día.
-¿sabes cómo se llama ese tipo?- me levanté de mi asiento y le señalé al dormilón.
-Se llama Rukawa, pero es mejor no molestarlo, tiene muy mal carácter. Y no tiene idea de nada, te aseguro que no te puede ayudar en nada.
-Con que se muévame basta.- nota mental: este es el novio de ese trío de locas.- oye Rukawa despierta, ¡despierta!, ¡despierta!- nada, no hay respuesta.
-Aiko, te recomiendo no despertarlo, tiene muy mal carácter, además de fama de peleador.
-Si te da miedo puedes irte.- tomé mi lápiz y le golpeé la cabeza.- Rukawa, DESPIERTA. Oye idiota. ¡Que fastidio!.- le golpeé la mesa, y al fin.
Apenas se irguió sobre su silla me miró como si pudiera congelarme con su molestia. Reconozco que la sorpresa me dejó muda, la amenaza sin palabras, la determinación, sus ojos. Se volvió a dormir antes de darme tiempo a reaacionar. Me harté conmigo misma por haber desaprovechado la oportunidad, pero no me podía rendir ante una mirada. Volví a golpearle la mesa, pero esta vez se puso de pie, amenazante; como si su sola altura debiera callarme, esta vez no me impresionaría hasta el silencio.
-No molestes.
-Tú no molestes, durante toda la clase te pasaste ocupando mi espacio.- le apunté mi banco.
-Nadie ocupa ese lugar.
-Antes, desde hoy es mi banco, así que evita dormirte.-mientras le explicaba que la línea que dividía su espacio del mío era el borde de su mesa, noté que no prestaba la más mínima atención a mis palabras, al parecer le entretenía mirarme de pies a cabeza y no oírme.
Cada vez que alguien me miraba con ese detenimiento me daba la impresión que la palabra "extranjera" aparecía en mi frente. La desfachatez con que me miraba era absurda, no había forma de intimidarlo, sentí ganas de mandarlo al diablo, pero terminé sentándome sin decir una palabra. Saqué de mi bolso mis lentes y un libro. Antes de disponerme a leer noté que todos habían arrancado del salón y aunque entendí porque le temían, simplemente no pude sentir miedo de él.
Salí del salón molesto, que chica más insoportable. Hace más de un año que a nadie se le ocurría despertarme, y lo peor no era eso: la miré. Es cierto, de primera me pareció una como otras tantas estudiantes de preparatoria: piel blanca, cabello negro corto, a lo mejor un poco más alta que la mayoría, pero las caderas más anchas, más de mujer que de adolescente; y los senos más de estrella porno que de compañera de clase. Aunque lo más atractivo de la vista resultó ser su expresión, sus ojos negros mostraban más carácter y determinación de la que esperaba, lo interesante fue que no se sonrojó ni un poco, reconoció el interés con el que la miraba, pero no le importó, no hubo pudor real ni fingido.
Volví tarde a clases, un par de minutos, el profesor de Biología me detesta, pero no me castiga. ¿Miedo?, ¿indiferencia? Tal vez se dio por vencido con mi educación, como la mayoría. Me fue imposible dormir con las piernas de esa chica donde estaban, no tenía como acomodarme, me conformé con distraerme con cualquier cosa. Lo primero a la vista: un cuello blanco, un reflejo en la ventana, el ritmo desconocido de una canción triste tamborileada en la mesa de adelante. La podía ver de perfil mirando por la ventana el cielo, humedecerse la boca y ejecutar en un piano imaginario una sonata que no pude identificar. La expresión me resultó familiar, estaba muy lejos del salón, perdida en quizás donde. Estar ausente estando presente. Es lo que hago cuando no duermo o no juego,así puedo recordar cada movimiento, cada jugada, cada punto, cada pase, cada error. Incluso en mi mente soy capaz de corregir el camino andado e imaginar las opciones hasta dar con la respuesta precisa y exacta, en esos momentos no necesito nada más para ser mejor de lo que fui.
Las palabras del profesor de biología me llegaron desde lejos, como si estuviera en otra habitación. Las instrucciones de un trabajo grupal dado desde mucho antes que llegara a estudiar a este salón. Sentía su miraba fija en mí cuando preguntó mi nombre.
Sagara explicó mi presencia antes que alcanzara a abrir la boca, y le pidió al profesor que me permitiera ser parte de su grupo.
-No es necesario, puedo trabajar sola.- respondí con urgencia, estaba habituada a trabajar sola, con el tiempo nadie que me conociera pensaba en que era buena idea establecer un grupo conmigo.
-Señorita Tanaka, los trabajos grupales no pueden ser hechos de a uno, a lo menos dos miembros por grupo. Pero no se preocupe señor Sagara, en esta ocasión podemos solucionar dos inconvenientes de una vez, la señorita Tanaka y el señor Rukawa serán el último grupo de la clase.- el silencio sepulcral fue la respuesta a la más situación absurda del día. Para mí y para cualquiera trabajar con ese chico era un imposible, y justamente esa fue la idea que todos tuvimos por unos segundos en la cabeza.- al receso ambos vengan a conversar conmigo sobre los posibles temas.
Hoy en definitiva no era mi día, ni mi semana. Y mi cabeza se negaba a quedarse en clases y divagaba por las ficciones de la literatura que leía en esos días. Sonó el timbre que anunciaba el final de la tortura, como el hambre comenzaba a molestarme me levanté deprisa y caminé hacia el pasillo, pero no llegué muy lejos cuando Rukawa me cerró el paso.
- Muévete, voy de salida.- de nuevo me miró de arriba a abajo como si fuera un pedazo de carne y no una persona, que tipo más irritante. Miró al frente de la sala como si quisiera decir algo sin abrir la boca. Biología, trabajo, profesor. Las palabras se me aparecieron sin mucho sentido, pero con el suficiente para darme cuenta que en este caso la idiota era yo.- si quieres decirme algo, sería conveniente que me miraras a la cara.
Al final del día terminé con una lista de 5 temas posibles, con hambre y sin posibilidades de una conversación civilizada con mi compañero de trabajo. La parte más optimista de mi ser me decía que mañana sería otro día y que todo era posible.
