Día 1.
Primera carta de amor para mi Katherine.
La que tengo no es lo que podría llamarse precisamente una silla cómoda, más bien a ésta podría describírsela utilizando toda clase de adjetivos contrarios a ése, pero no me importa. Y el cuaderno de hojas rayadas que me trajo Alexis ni siquiera tiene tapas de cartón duro, y el bolígrafo es azul y no negro como a mí me gusta, pero no me importa. El café de la máquina ubicada al final del pasillo tiene un sabor que ni siquiera un hombre con un vocabulario tan amplio como el mío podría calificar, y probablemente si no reduzco el consumo voy a terminar con una úlcera en el estómago, pero ¿sabés qué?: no me importa. No me importan ninguna de esas cosas tan insignificantes y absurdas en este momento, porque te tengo a vos.
Estás viva, Kate. Sobreviviste a un disparo, sobreviviste al paro cardíaco del que los paramédicos te sacaron cuando íbamos en la ambulancia desde el cementerio hasta el hospital, sobreviviste a doce horas de cirugía, sobreviviste al pico de presión que vino después de que salieras de la sala de operaciones… Sobreviviste, mi amor, y por eso voy a agradecerle a Dios todas las mañanas al despertar y todas las noches antes de irme a dormir hasta que ya no me quede aire en los pulmones.
Llevo casi cuarenta minutos tratando de familiarizarme con esta silla, mi silla. La llamo mía porque es en ella que voy a pasar todos y cada uno de los segundos que le falte transitar al reloj hasta que llegue el momento de que puedas regresar a tu hogar. No voy a dejarte, Kate, no voy a apararme de tu lado ni un segundo; éste es mi lugar, es aquí a donde pertenezco, a tu lado, cuidándote, escribiéndote cartas de amor para que las leas cuando despiertes. Ya no voy a ocultar más lo que siento, Kate: te amo con locura y eso no cambiará jamás. Te amo y no existe fuerza humana o sobrehumana que pueda arrancarme de esta habitación mientras debas morar entre estas cuatro paredes.
Antes de que Esposito lo llevara a casa para que descansara un poco antes de regresar mañana, tu papá y yo nos abrazamos. Me contó en secreto que cuando eras chiquitita y algo te angustiaba o preocupaba tu mamá frotaba sus nudillos muy despacito contra el dorso de tu mano, y eso hacía que inmediatamente te sintieras mejor. No creo poder dormir esta noche, tampoco siento estar realmente en condiciones de seguir escribiendo (estos renglones, seamos honestos, carecen de sentido; mis pensamientos e ideas están tan confusos que no sé cómo acomodarlos, no sé cómo expresarlos, al menos no ahora… quizá pueda más tarde); todo lo que quiero hacer es escuchar el dulce sonido de tu respiración, que para mis oídos es la música más hermosa del mundo, y frotar muy despacito mis nudillos contra el dorso de tu mano, porque tengo la necesidad emocional y física de transmitirte de algún modo este mensaje que no cabe en palabras: estoy esperándote, Kate, esperando a que despiertes, esperando a que vuelvas a mí, y aquí voy a estar siempre, porque si hay algo que puedo prometerte es que voy a amarte por toda la eternidad.
Te amo, mi extraordinaria KB. Siempre, siempre, siempre.
Hasta la próxima carta de amor.
Richard Castle.
