Disclaimer: A song of Ice and Fire no me pertenece, todo es de Martin.

Este fic participa en el reto #37: Drabbles de Casas Mayores del foro Alas Negras, Palabras Negras

N.A: habría preferido hacerlo con más consistencia, pero tuve diligencias qué hacer. Disculpen de antemano.


Entre la Gloria y la Traición

~O~

Hubo gloria alguna vez. Reinado vigoroso que gobernó con firmeza por sobre los Siete Reinos el tiempo suficiente para conquistar la confianza del pueblo. Acrecentó el poder, despojó tierras, haciéndose con ellas y se enlazó intensamente con su Mano. El largo tiempo presentado, había sido fructífero para el reino que aún padecía los últimos asedios surgidos.

Un día, todo cambió. La transformación en la Corte fue abrumadora. Miradas que se suponía, debía ser admiración hacia su persona, ahora iban dirigidas hacia la Mano del Rey cuyo poder estaba por debajo del suyo.

El tiempo había transcurrido, con ello los días escoltados de eternos inviernos. Una suave sombra destilando un tenue aroma seductor que embriagaba a los sedientos de poder. Sombra cuya oscuridad no era más que una bruma nebulosa llena de deseo y ambición. Nublaba su mente, el raciocinio cegándose ante la idea de una perfidia inminente.

Casi con desesperada lentitud, succionaba todo, como si la energía que él poseía no mermara el hambre voraz que padecía.

Yacía respetable en el trono, taciturno. Las horas pasaban y aún reposaba con la mirada perdida en una desdibujable esquina del recinto solitario. La corona de Aegon IV quedándole grande; el peso sobre sus hombros acrecentándose con el pasar de las traicioneras jornadas.

La flor de su juventud desdeñaba el agua recibida y, con prontitud, fue marchitándose.

Lo que un principio fueron simples rumores, pasaron a transformarse en una entidad proterva que alimentaba a aquella sombra que parecía perseguir con desquicio los pasos que daba. Movimientos que fueron fluidos, una sombra que sólo vigilaba, y sin notarlo siquiera, ahora ésta le controlaba.

«Quién es el regente... ¿la Mano o el rey?»

Él veía, sus ojos escrutadores atravesando el alma de quienes le seguían y la sombra adherida a su espíritu avejentado susurraba traición en contra de su sangre. El temor acrecentó, la desconfianza formó parte de los días que con lentitud traspasaban el viejo cuerpo del Señor de los Siete Reinos, como si la temporada ignorara toda juventud que en un principio se vio, y ahora no había más que profunda amargura llena de inconsolable dolor.

Para el regente, el tiempo se congeló, un invierno surgiendo en su interior tan frio como la sombra que absorbía una energía marchitada. Las fuerzas se le habían acabado, y toda su triste existencia, no era más que una sombría marioneta.

Lo que una vez le supo a gloria, ahora la amargura ahogaba sus entrañas, turbándose de un sentimiento inicuo del que a todos hacía responsable. Sobre todo, a su Mano.

«¿Quién era el rey realmente?»

Para Aerys, las victorias acaecidas perecieron ante el Trono de Hierro usurpado.