Para cuando tropecé fuera de mi departamento, supe que haría un frío que haría hasta el infierno congelarse. Tomé mi bolso y llaves del departamento dejándolo cerrado seguro detrás de mí.

El edificio donde vivía era de lo más clásicos y lujosos del centro de Seattle y simplemente me encantaba. Sabía que había crecido con muchos privilegios, mi padre era gerente en una compañía internacional, pero nada se comparaba con los lujos que me podía costear con mi salario actual. Sencillamente me gustaba chiflarme.

Salí, despidiéndome del portero, Andy, aquel señor era todo un galán de cincuenta años y cada vez que podía regalarle algún café lo hacía o sacarle plática. A él le gustaba eso.

–¡Tenga cuidado hoy, señorita Isabella, hay pronósticos feos de lluvia!

–Estamos en Seattle, Andy– le sonreí apurada –, siempre habrá pronósticos de feas lluvias.

Llevaba viviendo en Seattle alrededor de casi dos años y me encantaba, nada como los bochornosos y calurosos días en un pueblo olvidado de Texas en donde había crecido. No lo extrañaba para nada.

Paré un taxi y me subí a él, con las simple palabra "Simpled" el conductor no dudó ni un minuto en por dónde irse. En menos de diez minutos ya me encontraba saludando al guardia del edificio en donde las letras que se leía SIMPLED resaltaban a lo ancho de un color morado de ensueño y a un lado una extraña forma, a mi parecer parecía una estrella, de color turquesa.

Enseñé mi gafete, lo que me parecía ilógico ya que la recepción me conocía, y pasé por los rotadores en espera de un elevador.

Este edificio consistía de muchas plantas, creo que eran treinta si mal no recordaba. Me contrataron como programadora junior al terminar mi carrera y seguía siendo programadora, no a la que le decían qué hacer sino la que daba las tareas a lo demás programadores sin ser, todavía, líder del proyecto.

El elevador se abrió y un señor amablemente me dejó pasar primero, le pique al botón con el piso de mi cubículo y esperé a que el elevador se empezara a mover.

Miré a mi alrededor discretamente, siempre con la barbilla hacia arriba, sabía que en el trabajo me consideraban como algo así una perra, pero no me importaba solo había un mínimo de personas que podía hablarles de cualquier cosa y tristemente la mayoría no se encontraba viviendo en mi misma zona horaria, además, me recordé, ¿para qué hacer amigos en el trabajo si solamente te distraería de tu meta?

Hizo el tradicional ding el elevador y salí a mi piso esperando que estuvieran las demás personas ya en su lugar a las diez de la mañana, hora suficiente para esquivar la llegada tarde de la casi jefa.

Me reí para mis adentros al ver el desorden de lo que era el piso, me encantaba el olor del café que se podía oler cuando entré por las puertas de cristal y el caos que había ya que, al parecer, estaban asignando nuevas tareas.

–¡Eh, que te calles, idiota! – Escuché el fuerte acento de Rayla –. Isabella Pen ha llegado.

La miré con mi ceja levantada sin decirle directamente nada, pero todo lo que podían transmitir mis ojos era que se callara. Como había dicho antes, me conocían por perra no exactamente por hablar.

–Veo que se las han arreglado para entrar a la cuarta fase, sin mi ayuda – demandé una vez que estuve enfrente de la ventana de cristal donde mapas y tareas de procesos se encontraban rayados. –Bien, Jim, dime las salidas pasadas que han avanzado desde nuestra junta de ayer– enfaticé claramente la palabra como si fueran idiotas. Algunos lo eran, sin embargo evitaba comentarlo.

–Bueno, pues verás– no titubeó como solía hacerlo cuando recién empezó seis meses atrás –, hemos acabado esta mañana de programar en sí los submenús de todos los menús de la página principal. Por lo que pensé que sería buena idea empezar a añadirle la información que irá en la base de datos…

–Enséñame estos submenús– y ahí fue cuando tragó ruidosamente y pude notar como su manzana de adán se movía de arriba para abajo.

Le sonreí engreídamente.

Rayla se acercó con su laptop para poder ver como iba la página. No era un desastre, pero todavía no se encontraba terminada, pedí que me enseñaran la versión móvil y se congelaron en su lugar.

Rechiné un poco los dientes, esta fase, les estaba costando muchos problemas a estas personas y era en estos momentos cuando me lamentaba haber conectado con estudiantes que todavía no se había graduado.

–Olviden el avance y acaben la versión web– no levanté mi voz, aunque sabía que estaba cortando el silencio que se había formado con cemento –. Yo intentaré arreglar el laberinto que han hecho con la versión móvil–. Les dije mirando ese código.

–Y, recuerden, no más juntas sin mi supervisión– volteé a ver a Jim –. Tienen fecha límite, Erik vendrá con el cliente en tres días.

Los dejé entumecidos y me dirigí a mi escritorio, era uno alejado de los demás, sin paredes por el medio significando que no era mi oficina, pero podía decir que era jefa de este piso, o algo parecido ya que Erik era mi jefe.

Le dediqué dos horas para poder acomodar el código y hacerlo más accesible y con menos uso de memoria, todavía no acabamos la etapa del desarrollo, pero estábamos cerca y no podía esperar para deshacerme de este proyecto, llevaba siete meses en él y era demasiado pesado y exhaustivo. Levanté la mirada para ver que Rayla se levantaba y dejaba el piso metiéndose en el elevador, miré la hora casi la una, lo que significaba que no estarían de regreso dentro de una hora y media.

Recordando que tenía que actualizar las tareas que se habían adelantado, me metí al sistema y suspiré tranquila al notar que ya habían arreglado el error del diseño responsivo y que solo faltaba corregir una que otra palabra ortográficamente, por lo que lo hice yo misma.

Terminando y sin más tareas pendientes, generalmente mis tareas eran la más complejas que tardarían más tiempo el hacerlas y se tenía un muy limitado tiempo para realizarlas, las que simplemente no podían hacer el equipo o corregir errores y ayudarles, esto definitivamente no había sido mi idea del trabajo perfecto hace tres años, pero ahora era toda mi vida.

El teléfono en mi escritorio sonó y contesté al segundo timbre.

–Te necesitamos en el dieciséis, Bella, ven rápido– no tuve tiempo para responderle a Rose, una líder de proyecto, una de las más importantes en la empresa, y la persona más agradable que pudieras encontrar en este edificio. Creo que por eso éramos tan buenas amigas.

Guardé los cambios y dejé anotadas en un post-it las tareas sin terminar que me había propuesto hacer para recordarlas más tarde.

El piso dieciséis era muy parecido al que yo ocupaba, sin embargo, el ambiente era más profesional en estos momentos, todos se encontraban sentados en sus bancos mirando la ventana que utilizaban para apuntar ideas.

Era una lluvia de ideas, estaban empezando un proyecto.

–Rose…

–¡Bella! – Me sonrió y me hizo un pequeño ademán para que me sentara. –Se abrirá un nuevo proyecto y me preguntaba si tu estabas disponibles, es algo que nunca se ha hecho antes.

Me mordí el interior del cachete, tratando de no demostrar ninguna emoción en mi rostro.

–Tendría que tener la aprobación de Erik– empecé –, aunque no veo porque diría que no, ya vamos de salida con ambos proyectos…

–¡No! Nada de programadores junior o practicantes– chilló –. Este es un cliente importante, por lo que no ha pedido solo lo mejor.

–Ahora ya has captado mi curiosidad– me crucé de piernas y sonreí discretamente, esto sonaba interesante.

–Es reformar todo el sistema operativo de Ginger– abrí los ojos como platos. Ginger era una gran compañía que desarrollaba hardware con su propio software, por lo que significaba que ellos debían de tener sus propios programadores para modificarlo ellos solos… No entendía a que querían ir con esto.

–¿Ginger? Es como decir que tenemos que contratar a todo un equipo de recursos humanos para contratar a nuestro propio recursos humanos.

–¡Lo sé!– Gritó emocionada haciendo que todo en la sala soltarán una sonrisa. –Algo así me ha explicado el señor Rodd, que Ginger ha tenido problemas y quejas de la complejidad de su sistema operativo por lo que se les ha ocurrido contactar a la mejor empresa UX en el país. La paga es enloquecidamente buena, casi arriba un 30% de lo que estás ganando la hora, si aceptas estar en el proyecto eso claro.

–Como dije, tendría que hablarlo con Erik– asentí, emocionada por que hubieran pensado en mí en aquel proyecto tan importante.

Terminando aquella junta con la promesa de contactarla en cuando Erik me diera una respuesta definitiva, me tomé la libertad de tomarme mi hora libre para dirigirme al cuarto piso donde se encontraba la cafetería. No había casi nadie dado que eran las tres de la tarde, pero me dirigí y pedí mi usual ensalada sin aderezo.

Me detuve frente a la sección de pastas, hoy tocaba algún espagueti a la boloñesa que se veía y olía sumamente exquisito. Mis ojos se cerraron tratando de no respirar mientras pasaba aquella sección y me dirigía alguna mesa con vista hacia el océano.

Perdí mi tiempo comiendo despacio y admirando los ferris que iban llegando o saliendo.

Y entonces esta era mi vida, nunca en dos años había habido cambios y suponía que nunca los abría. No soy una persona que se dedique a asimilar bien los cambios o a enfrentarlos del todo, simplemente tenía una meta en mi vida, y esa era ser la mejor profesionalmente.

Les dejo una nueva historia, espero que les guste la idea.

Nos leemos, asof;