Disclaimer: The Hunger Games le pertenece a Suzanne Collins. Pero Peeta es mío. Y el título y la letra del principio le pertenecen a The Killers (mi banda favorita).

Summary: Y esto último le hería causándole un dolor y una angustia mucho mayores que las infligidas por la tortura impuesta por el Capitolio. Ya no era él mismo, ya no era Peeta Mellark. Su mayor miedo se había convertido en realidad: Se había convertido en una pieza más de sus endemoniados juegos.

Nota: He vuelto con algo del maravilloso fandom de The Hunger Games. Una excelente historia, muy recomendable (:


Desperate.

«Now send me way out, I feel insecure and desperate.
[…] I wish I was myself again.»

Recorrió con paso indeciso la oscura y fría habitación y se llevó las manos a la cabeza con un aire desesperado. No podía soportarlo ni un segundo más. Su cuerpo se encontraba engarrotado y sentía que en cualquier momento la cabeza le iba a explotar. Se trataba de la huella de un dolor previo, de un dolor superior al que sentía en ese momento, pero no por eso se encontraba mejor.

No lo entendía. No entendía que demonios le estaba sucediendo. Sabía que se encontraba en algún lugar en el Capitolio. Una prisión oculta de máxima seguridad, quizá. Pero no entendía que le estaban haciendo, porque dudaba de todo evento sucedido en su vida. No entendía absolutamente nada.

Exasperado, pasó las manos por el cabello, arrancándoselos como si esa fuera la solución a sus problemas. Se empeñó en recordar cómo y por qué se encontraba allí, pero le resultaba sumamente confuso; sólo eran imágenes deformadas de la realidad que carecían de cualquier sentido. Lograba recordar algunos rostros que asociaba con su llegada a ese horrible lugar pero el que veía con mayor nitidez era el de una chica con ojos grises, piel olivácea y cabellos oscuros. Katniss, la chica en llamas.

Tenía sentimientos encontrados a lo que esa chica se refería: por un lado, la detestaba a ella y todo lo que hacía, todo lo que representaba, el terrible ser humano que era; pero por el otro, sabía que todo eso eran mentiras, que era un gran engaño del Capitolio, que ella estaba de su lado y que él la amaba. Notaba que debía esforzarse para quedarse con la segunda imagen de ella pero también se había dado cuenta que conforme los días transcurrían, estas ideas perdían fuerza y convicción dentro de él y eran sustituidos por el dolor, la rabia y el odio.

Y esto último le hería causándole un dolor y una angustia mucho mayores que las infligidas por la tortura impuesta por el Capitolio. Ya no era él mismo, ya no era Peeta Mellark. Su mayor miedo se había convertido en realidad: Se había convertido en una pieza más de sus endemoniados juegos.

Sus rodillas temblaban y mientras se derrumbaba en el piso, dejó escapar un alarido desgarrador cargado de coraje e impotencia. Ya no podía seguir luchando contra las torturas y el dolor; sus preciados recuerdos, e incluso su identidad se le estaba siendo arrebatada muy lentamente, siendo enterrados en el lugar más recóndito tanto en su cabeza como en su corazón. Ya no podía luchar, ya no tenía la fuerza necesaria para hacerlo.

Y se odiaba por eso, se había dejado vencer. El Capitolio finalmente lo había derrotado. Otro lamento cortó el aire, seguido por el sereno silencio que le enloquecía.