No soy la dueña de Slam Dunk ni de ninguno de sus personajes, aunque la verdad es que me encantaría

La intrusa que ocasionó un desastre

Capítulo Uno: Aquella que siempre veía y aquél que lo veía todo

Rukawa se miró al espejo cuando un solitario rayo de sol se filtraba por la ventana del baño. Parpadeó varias veces, mientras sus ojos aún no se adaptaban a la luz de aquella mañana de viernes. De manera automática, su mano alargada alcanzó la llave del grifo de la ducha, mientras con la otra se desprendía de la camiseta raída con la que solía dormir. Luego de unos segundos, cerró los ojos mientras el flujo de agua se deslizaba desde su cabeza hasta sus pies. Sus pensamientos, usualmente lentos a esa hora de la mañana, estaban sorprendentemente alerta a cualquier sonido que se filtrara por el resto de las habitaciones de su casa. Tanto así, que hizo que alzara una ceja bajo el agua con incredulidad.

Aquella mañana, pensó, era como cualquier otra. Se levantaba exageradamente temprano, producto de aquella obsesión que tenía con entrenar en cada minuto libre que tuviera dentro del día. Se vistió con lentitud, mientras observaba el uniforme de su equipo de secundaria, el cual estaba colgado en su pared a modo de recuerdo. Aún no tenía muy claro por qué había decidido conservarlo como un recordatorio de sus inicios en el basketball. Sin embargo, sí podía darse cuenta de lo increíble que resultaba el hecho de que prácticamente nada más lograra entusiasmarlo más que el ver un balón y el estar en una cancha. Comprendía que la mayoría de las personas tenían un objetivo en la vida, pero no necesariamente dedicaran cada segundo de libertad a ello. Por ejemplo, no recordaba la última vez que había decidido hacer algo distinto a jugar basketball un fin de semana. De hecho… ¿Alguna vez había hecho algo que no fuera jugar? ¿Había ido al cine en compañía de alguien, había salido una noche de sábado, había conversado con alguien fuera de la cancha?

Cerró la puerta de su casa lo más silenciosamente que pudo, ya que sus padres aún dormían. Caminó calle abajo, sosteniendo con una mano el maletín en el que llevaba sus escasos apuntes de clases, mientras que con la otra llevaba el bolso con el uniforme de la escuela. Frunció el ceño, recordando que aquella tarde debía ir a buscar su bicicleta, una vez más destrozada por el hecho de haberse quedado dormido mientras la conducía, con el triste final de haberla chocado contra un poste de luz. Le molestaba en exceso tener que caminar, ya que estaba mucho más acostumbrado a acortar la distancia entre la escuela y la pequeña cancha de la playa en la que solía entrenar por las mañanas, de manera tal que podía quedarse hasta un poco más tarde. Sin embargo, producto del pequeño "incidente" con el poste de luz, tendría que entrenar hasta temprano, puesto que no podía darse el lujo de llegar tarde a la escuela una vez más. Estaba a dos atrasos de ser suspendido por dos días. Y sus padres le habían dado la advertencia de que no podría haber una segunda vez, puesto que ya habían asociado sus atrasos con el basketball, y peor aún, ya sospechaban que la caída de sus calificaciones tenía el mismo nombre.

Se detuvo cuando se encontró frente a la cancha de basketball. La luz de la mañana y la brisa marina lograron que sus ojos se encendieran con aquella súbita emoción que experimentaba cada vez que se le presentaba la oportunidad de jugar. Comprobando que no hubiera nadie en los alrededores, comenzó a botear el balón, como siempre. De repente, varios oponentes imaginarios aparecieron frente a él, por lo que tomó el desafío como algo personal el aplicar todas sus nuevas técnicas para la próxima vez que se encontrara con ellos. Primero, logró burlar la defensa del inmenso Jun Uozumi que estaba frente a él, mientras luego avanzaba hasta encontrarse con la pequeña, pero ágil figura de Kenji Fujima. Logró pasar por el lado de ambos, mientras sus pies se despegaban del piso para destrozar el tablero con una imponente clavada. Sin embargo, ensanchó sus ojos cuando una mano imaginaria se alzó frente a él, lista para bloquear su intento de tiro. Se tambaleó un poco, mientras rechinaba los dientes con furia. Su mano se estrelló contra el aro, anotando aquella canasta con todas sus fuerzas. Sin embargo, en el segundo en que volvió a erguirse sobre el suelo de la cancha, entrecerró la mirada con enojo.

Demonios, pensó. Por supuesto que su cerebro le había traído como recordatorio aquella derrota, como una mordida a su arrogancia. Cada vez que intentaba recordarse a sí mismo que tenía las mejores posibilidades de convertirse en el mejor jugador de todo Japón, el bloqueo por parte de aquel oponente que desafiaba todos sus proyectos aparecía como de la nada. Y lo peor era que estaba consciente de su propio orgullo herido cada vez que veía la victoria cerca de él. Él era un excelente jugador, pero le molestaba la idea de que tan cerca de donde él se encontraba pudiera haber uno mejor que él. El mero recuerdo de su alta figura, de su mirada insolente, de su sonrisa confiada mientras pasaba una de sus manos por su puntiagudo cabello, le producía náuseas de pura repugnancia. Sin embargo, pensó, todavía aquello no era importante. Sabía que muy pronto encontraría la oportunidad de enfrentarse a él nuevamente, pero esta vez las cosas serían distintas. Estaba seguro de que la próxima vez…él sería quien mordiera el polvo de la derrota.

Dándose cuenta de que ya era tarde, Rukawa caminó rápidamente hacia la escuela, ya vestido con su uniforme habitual. Continuaba pensando en las distintas maneras en las que podía mejorar cada vez que entrenara, mientras recorría los pasillos del edificio principal, que lentamente comenzaba a llenarse de estudiantes. Estaba acostumbrado a la forma en la que varias muchachas lo miraban cada vez que pasaba al lado de ellas, pero ello no impedía su evidente molestia. Era increíble que no pudieran darse cuenta de que verdad no le interesaba cuánto lo observaran, cuánto rieran o hablaran más alto para captar su atención. ¿Por qué todas esas muchachas no notaban la forma displicente en la que las ignoraba? ¿Por qué siempre lograba intimidar a la mayoría de las personas que lo veían en la calle, pero no a estas molestosas muchachas?

Se detuvo frente a su casillero, y mientras lo abría, notó que su dosis diaria de enojo se incrementaba con la marea de sobre y papeles varios que cayeron a sus pies en el mismo segundo en que logró abrir la puerta de metal. Suspiró, frustrado, mientras recogía los millones de sobres de distintos colores e impregnados de distintos perfumes, que seguramente contenían las cartas de amor más empalagosas y absurdas de la historia. ¿Por qué a él? ¿Por qué precisamente a él debían llegarle todas esas estúpidas declaraciones de amor por parte de muchachas que ni siquiera lo conocían? ¿Es que no notaban que realmente no le interesaba?

Mientras comenzaba a lanzar con lento enojo todas las cartas y papeles al bote de basura que estaba a su lado, recordó lo que estaba pensando aquella mañana: Era cierto, ya no recordaba la última vez que había hecho algo distinto a jugar basketball en su tiempo libre. Pero era precisamente por eso…porque nada ni nadie lo entusiasmaba aparte de aquel deporte.

"¿Tienes idea de cuántas chicas me pagarían por poner todas esas cartas en tu casillero otra vez?"

Reconociendo ese tono agradable de voz, se volteó hacia su fuente: Parada frente a él, con las manos en las caderas, sobre su falda del uniforme, se encontraba ella. Podría jurar que ella era la única muchacha con la que había cruzado más de diez palabras seguidas por un período de casi cuatro años, contando aquél en la preparatoria y los otros tres de la secundaria. Observó con atención la expresión divertida que bailaba en sus ojos azules, junto con la suspicaz y a la vez amistosa sonrisa que se extendía por su rostro claro. Le guiñó un ojo, mientras jugueteaba con largo rizo castaño que se escapaba por el lado de su oreja.

Rukawa nunca había logrado comprender por qué casi siempre sentía el impulso de esbozar algo similar a una sonrisa cada vez que ella se dirigía a él. De alguna u otra forma, aquella muchacha era una especie de oasis en el medio de su apatía habitual. Él, que jamás se fijaba en nadie de manera particular, siempre se sorprendía de la manera en que la forma de ser de la joven lograba que su atención cambiara de rumbo, ya que ciertamente, nunca había conocido a alguien similar.

Como respuesta automática, al escuchar el comentario de la joven, Rukawa sólo se encogió de hombros, mientras continuaba lanzando las cartas al basurero. Escuchó la risa jovial de la muchacha, quien rápidamente se ubicó a su lado y le arrebató uno de los sobres que estaba a punto de botar.

"Para mi queridísimo Rukawa" – dijo, alzando las cejas – "Ugh" – murmuró, lanzándola al basurero ella misma – "¿Quién rayos podría llamarte a ti "Queridísimo"?" – Sonrió una vez más mientras posaba sus ojos en el rostro del muchacho – "Porque creo que, con la honrosa excepción de tus padres, dudo que alguien pueda quererte mucho a ti"

Rukawa entrecerró la mirada, simulando sentirse ofendido por el comentario, pero no pudo evitar que sus labios se alzaran levemente, lo cual provocó que la muchacha lo apuntara con el dedo.

"¡Ajá!" – exclamó, triunfante – "¡Por Dios, que alguien llame una ambulancia! ¡Si este chico sonríe es porque está gravemente enfermo!" – sin dejar de sonreír, se alzó de puntillas sobre sus pies y tocó la frente del muchacho – "¡Oh, Dios, está ardiendo en fiebre!"

Luego, sin dejar de sonreír, la muchacha consideró que ya era suficiente lo que se había reído a costas del joven.

"Deberías sonreír más, ¿lo sabías?" – dijo ella, caminando hacia su salón – "Y si te lo ordena tu entrenadora, deberías obedecer" – luego, ya lejos en el pasillo, le gritó por encima del hombro – "¡Te veré en la práctica, Rukawa!"

El muchacho, consciente de que ella ya no podía escucharlo, murmuró una respuesta afirmativa. Se sentó en su pupitre habitual, y mientras sacaba su cuaderno, trató de recordar el nombre de pila de la muchacha. ¿Cómo podía verla todos los días en el entrenamiento, y también durante la secundaria, y no recordar su nombre? Sacudió la cabeza, mientras le restaba importancia a todo el asunto, porque después de todo…ella le agradaba, era una joven simpática, pero…nada más que eso.

De repente, como si su cerebro hubiera estado trabajando en el asunto a sus espaldas, levantó la cabeza y parpadeó un par de veces.

"Ayako" – pensó – "Su nombre es Ayako"


Ayako ignoró la mirada brillante que le dedicaba Miyagi en el segundo en que cruzó la puerta del gimnasio. Suspiró, sonriendo levemente, mientras recordaba cada vez que el joven había intentado acercarse a ella de manera casual desde que lo había conocido, y sonrió aún más mientras pensaba en que él debía ser particularmente ingenuo si es que creía que ella no se había dado cuenta de sus otras intenciones. Ciertamente, le gustaba la compañía del muchacho, no podía decir que no fuera un buen amigo, pero sabía perfectamente que no ella no lo miraba de la misma forma. Y aunque a veces contemplaba con ternura las muchas atenciones que tenía con ella, la mayoría de ellas rezaba mentalmente para que la dejara en paz. Ella no era de la clase de muchachas que le gustara ir dejando corazones rotos por ahí, así que intentaba de todas las maneras posibles darle a entender que no funcionaría de ninguna manera. Sin embargo, acorde a la tenacidad que lo caracterizaba, el muchacho no se daba por aludido.

Comenzó a supervisar como siempre los movimientos de los muchachos del equipo, mientras ponía especial atención en la pelea inminente entre Sakuragi y Rukawa. Frunció el ceño, un tanto molesta, y se disponía a separar a los dos, cuando el sonido de una canción la detuvo. Hurgó en el bolsillo de su chaqueta, en busca del objeto que vibraba y sonaba al mismo tiempo, y sólo después de un segundo en que vio la pantalla, sintió que sus mejillas enrojecían. Se mordió el labio inferior, insegura, ya que no tenía claro si es que debía contestar ahí mismo la llamada o no. Sin embargo, en cuanto abrió la tapa del teléfono y lo acercó a su oído, el sólo sonido de su voz logró que las dudas se disiparan y que una sonrisa tomara su lugar.

"¿Interrumpo algo?" – la voz atractiva y seductora del otro lado de la línea hizo que su sonrisa se extendiera aún más

"Tú siempre interrumpes" – dijo Ayako, comprobando que nadie estuviera mirándola – "Así que dime de una vez qué quieres"

"Bueno, aparte de querer escuchar tu voz…quería saber a qué hora paso por ti"

"Pero…¿no íbamos a vernos en el café a las nueve?"

"Sí, pero me imaginé que sería más agradable si es que te esperara afuera de la escuela. Además, quiero ver la cara de tus compañeros cuando sepan que estás saliendo con el enemigo"

"Cállate ya" – exclamó ella, riendo – "Y te recuerdo que eres el enemigo, pero que no estamos saliendo"

"¿Tres citas y no estamos saliendo? Pero qué difícil eres…en fin, niégalo cuanto quieras, pero muy en el fondo, sabes que te mueres por decirle a todos con quién SALES. Ahora ve a supervisar a tu equipo, te estaré esperando afuera más tarde"

Sin una palabra más, cerró la tapa del teléfono, sacudiendo la cabeza. Observó que la pelea ya la había disuelto Miyagi, obviamente, con la intención de que ella no continuara pasando rabias con esos dos. Sin embargo, exhaló frustrada cuando el muchacho le guiñó un ojo, sonriendo.

Dios, esa tarde iba a ser complicada. No sólo él estaría esperándola afuera…sino que él estaría esperándola afuera. Aunque fuera una misma persona, había que separarla en dos. Para Miyagi, no sólo sería el desgraciado que estaba saliendo con la muchacha de la que él estaba enamorado, sino que era el desgraciado de otro equipo, al que todos los muchachos detestaban con todo su ser.

Sin embargo, mientras repasaba los rostros de los miembros del equipo con la mirada, se dio cuenta de que había alguien más que probablemente detestaba más al muchacho en cuestión. Sus ojos deambularon por la figura de Rukawa, quien en esos momentos, ágilmente, bloqueaba una de las jugadas de Mitsui. Sonrió levemente, ya que aquel muchacho siempre había inspirado una serie de emociones desconocidas para ella: El joven era increíblemente retraído, no conversaba con nadie y peleaba con todos demasiado a menudo. Sin embargo, cuando ella intentaba hacerlo reír con su odiosa actitud, la sorprendía la paciencia que demostraba, algo que era totalmente inusual. Nunca había intentado hacerla callar, jamás se había quejado cada vez que lo golpeaba con su abanico de papel, y soportaba todos y cada uno de sus gritos con expresión silenciosa y ojos atentos. Y además, había notado su evidente desprecio por las demostraciones de admiración por parte de todas las jovencitas que lo acosaban en la escuela, pero nunca había percibido ninguna mala respuesta, ninguna evasiva ni menos desprecio hacia ella, que a veces se dedicaba a molestarlo por su manera de ser con el sólo objeto de hacerlo enojar. Y aún así, el muchacho sólo suspiraba e incluso, como aquella mañana, a veces sonreía (o algo muy parecido a una sonrisa), demostrando una tolerancia y paciencia que no había visto jamás en otra persona.

Ayako sonrió con ternura, mientras contemplaba la figura tranquila de Rukawa mientras Mitsui y Miyagi contenían el enorme cuerpo de Sakuragi, quien estaba luchando por liberarse de ellos para lanzarse sobre él y molerlo a golpes. Sin lugar a dudas, muy en el fondo…estaba convencida de que era un buen muchacho.

Ahora bien…MUY en el fondo.


Rukawa esperó a que los demás dejaran el gimnasio, mientras recogía su bolso del piso y comenzaba a caminar hacia la salida. Nunca le había agradado que lo acompañaran, incluso si es que no decían nada. Era impresionante que los demás aún no notaran la evidente indiferencia con la que observaba a todos.

Era increíble, la verdad, que la gente…aún no se diera cuenta de que a él no le gustaba la gente.

Caminó con lentitud por las canchas vacías de la escuela, mientras el último rayo de sol comenzaba a esconderse entre medio de las nubes. Comenzó a repasar mentalmente las jugadas que había visto en sus compañeros hoy, tratando de encontrar alguna que pudiera modificar para adaptarla a su manera de jugar. Sin embargo, cuando el cansancio comenzaba a apoderarse de su cuerpo, una imagen captó su atención: En el medio de la oscuridad que empezaba a desaparecer por las luces de los faroles que ya comenzaban a encenderse, Rukawa vio dos figuras que conversaban animadamente, mientras sostenían sus manos. Una de ellas logró que sus ojos se entrecerraran de pura furia, provocando aquellas sensaciones de asco y repugnancia que su sólo recuerdo generaban, a pesar del tiempo que había transcurrido. La altura de su figura le recordó que no podía estar equivocado: Era él, su enemigo completamente declarado, el primero en su lista de rivales. Pero lo que lo sorprendió fue que ella se encontrara junto a él. ¿Desde cuándo ellos dos eran tan amigos? O en realidad, la pregunta correcta era ¿Desde cuándo ellos eran más que amigos?

La verdad, es que jamás se lo habría imaginado. Y otra verdad era que jamás se lo habría esperado de ella.

Caminó lentamente calle abajo, ignorando intencionalmente a los dos jóvenes. No pretendía acercarse a ellos ni tampoco que notaran su presencia en aquel lugar. Sin embargo, era un tanto ingenuo de su parte pensar que ninguno de ellos se diera cuenta de que alguien que superaba el metro ochenta y cinco caminaba frente a ellos.

A pesar de su intento de pasar desapercibido, no pudo evitar captar la mirada sorprendida, y a la vez asustada, de la muchacha. Evidentemente, ella esperaba no ser vista por ningún conocido en presencia de aquel desagradable sujeto, por razones que no escapaban a su comprensión: Aunque sabía que no era su asunto, ni tampoco de ellos, podía entender que los demás miembros del equipo pensarían que ella se encontraba unida a alguien que ellos detestaban más allá de la simple rivalidad entre equipos, más allá de la cancha. Y por lo menos respecto a él mismo, la muchacha había llegado a la conclusión acertada: Sí, realmente, Rukawa lo detestaba.

"¡Pero qué es esto!" – exclamó, con su voz petulante – "¿Te vas sin saludar ni despedirte de mí o de tu entrenadora, novato?"

Rukawa rechinó los dientes, sintiendo una furia perfectamente conocida recorrer todo su cuerpo, con el sólo sonido de arrogancia que percibió en la voz del joven. Se volteó lentamente, mientras entrecerraba la mirada y la fijaba en su rostro suspicaz, que en esos momentos tenía una expresión que mezclaba la diversión con el desafío. Sin embargo, bajó la mirada hasta encontrarse con otro par de ojos que lo observaban atentamente, con evidente nerviosismo ante la tensión que había caído en el ambiente.

No entendió, sin embargo, por qué una suerte de comprensión se apoderó de él. Algo en la mirada de la joven logró que evadiera sus planes de desafiar a su acompañante, pero no de la manera en que él lo esperaba: Sabía, desde hacía mucho, que si volviese a encontrarse con aquel muchacho, tendría problemas para controlar su ira si es que él desplegaba nuevamente aquella actitud, lo cual, como siempre, llevaría a una pelea, pero fuera de la cancha. Sin embargo, en esos momentos, cuando tenía unas ganas casi incontrolables de golpearlo hasta la inconsciencia por el sólo hecho de estar ahí, decidió no hacerlo. ¿Por qué? No sabía, pero sabía por qué no.

Desviando la mirada levemente del rostro de la joven, Rukawa, antes de voltearse, simplemente murmuró:

"Buenas noches, Ayako"

Continuará…