Advertencias: Los personajes de One Piece no me pertenecen.

Notas: Me siento muy ilusionada de traer la adaptación (me niego a traducir) de la primera historia que escribí de One Piece, muy irónicamente, sobre Law.

Siguiendo los mismos pasos, de entrada presento el primer capítulo que ya me es un logro hacer conseguido ponerlo en otra lengua y quedarme contenta. Así que en un principio, lo dejaré como un one-shot (casi tres veces más largo que el original XD) y ya luego, si eso me pensaré en seguir con el resto y profundizar en el ligero LawOC.

Respecto a la historia... La idea surge después de darle muchas vueltas a por qué Trafalgar Law, ése mismo que es un matasanos sádico manipulador (étc.) decide salvar la vida de Luffy sin pensarlo. Tengo a Law por un tipo muy racional, que siempre ha pensado todas las probabilidades y lo que le reportarán antes de actuar. Así que, teniendo en cuenta eso, la idea de que curara a Luffy por amabilidad como buen samaritano no me terminaba de convencer... ¡Un sádico haciendo algo por amabilidad! ¿Dónde se ha visto eso, Oda? Total, decidí darle una razón más "a lo fanfiction" y todas las consecuencias que eso lleva XD

¡Espero que os guste!


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1. El Código


Observó con ojo clínico el monitor del pulso durante unos segundos. En realidad, esa línea verde que combatía en solitario entre la vida y la muerte de Mugiwara Luffy poco le interesaba más allá de saberse capaz de haber conseguido salvarle in extremis, o haber fracasado en el intento. Aunque, tampoco todo quedaba reducido a ese nimio detalle. Para él, el resultado era obvio. Evidente. Y debía admitir que haber realizado la cirugía sin anestesia le había estimulado bastante.

El resultado no se lo iba a dar esa línea brillante, ruidosa y artificial del monitor, sino el saber que él era el mejor médico surcando aquellas aguas del Red Line y los poderes que su Akuma no Mi le otorgaban. Nunca imaginó que podrían llegar a ser tan próximos a su carácter. Amén de que su paciente tampoco era un tipo cualquiera. Era un D.

Entonces quedaba claro que ahí no estaba el problema que le llevaba persiguiendo noches y días de desvelos. Era otro pensamiento el que entraba y salía de su consciencia, colándose y plantando la semilla de su presencia entre la marabunta de datos médicos con los que él mismo intentaba nublar su juicio. Oh, sabía muy bien cuál era el problema, lo sabía demasiado bien: no tener una respuesta. Al menos no una que le satisficiera.

Pero aún así, ahí seguía taladrando su mente, abriéndose hueco en cuanto bajaba la guardia, de nuevo. La duda que le mantenía en vilo le asaltaba dejándole indefenso.

Era cierto que no había recibido órdenes, que lo había hecho motu proprio; también era cierto que él era un médico al que le gustaban los desafíos y que hacía tiempo que no encontraba uno a la altura de sus habilidades.

Pero todo ello no era excusa suficiente para justificar su actuación.

No.

Entonces, por qué él, Trafalgar Law, el Cirujano de la Muerte, un Supernova buscado y con futuro por delante en la búsqueda del One Piece, un sádico con tendencia a la sangre y el sufrimiento, un frío calculador, quien no hacía nada por nadie sin esperar algo a cambio, un coleccionista de corazones que los arrancaba sin piedad para luego disfrutar torturando a sus poseedores... Por qué él, precisamente él, había salvado la vida de un hombre, de un futuro enemigo demasiado poderoso, demasiado peligroso. Y lo había hecho sin tan siquiera reconsiderarlo o pensarlo dos veces.

Cerró los ojos por un segundo, antes de tomar entre sus dedos tatuados el cable de la sonda que permitía a Mugiwara seguir vivo. Law recordaba perfectamente cuando Emporio Ivankov le había preguntado la misma cuestión, con la misma duda que él tenía ahora: «¿Por qué?».

«¿Por qué?»

No le contestó, al menos no de viva voz. En aquel momento pudo ahorrarse una respuesta inútil pasando de largo, el cuerpo más muerto que vivo del paciente requería de su atención. En aquel momento, ni siquiera recordaba que algún pensamiento pasara por su mente, sino solo actuar por un instinto que nunca creyó tener.

Una leve mueca escapó de sus labios. Instinto. No, ni él creía tenerlo, ni los demás esperaban que lo tuviera.

Dejó la sonda, cansado de darle vueltas, entrelazó las manos y apoyó el mentón sobre ellas, siempre con la mirada fija en el monitor. No quería seguir pensando, al menos no quería seguir ese camino.

Tenía que haber una respuesta.

Porque, por supuesto, que había una respuesta, y seguramente lógica, se atrevería a añadir. Él era un hombre racional, actuaba de acuerdo a su lógica, nadie podía ponerlo en dudas. Porque siempre hay una razón, una fuerza detrás de todas sus acciones, incluso para aquellas que rozaban el sadismo, siempre había una razón, una explicación, un propósito, un motivo... Un algo.

Sin embargo, la respuesta a aquella maldita pregunta que Ivankov le hizo, y ahora no dejaba de revolverse a la fuerza en su mente, le traía a la memoria recuerdos olvidados y enterrados. Un camino que no deseaba volver a transitar.

—Capitán, la cena está lista. —La voz de uno de sus marineros desde la puerta, algo temeroso, le trajo de vuelta.

Ah, miedo. Adoraba ese aroma que inundaba desprevenido el ambiente. Una sonrisa mordaz se dibujó en sus labios, no todos los que le acompañaban disfrutaban del espectáculo que él realizaba en su enfermería, él era uno de ellos.

Con tranquilidad se levantó de la banqueta en la que no sabía cuántas horas llevaba sentado, cogió su nodachi y al llegar a la puerta posó como un mal presagio, su mano sobre el hombro del pobre marinero antes de ordenarle que hiciera la guardia del enfermo mientras comía y descansaba algunas horas.

Lo último que vio fue el escalofrío que recorrió su espalda haciendo crujir en una melodía tétrica su columna, unos pasos inseguros hacia el interior de la sala de operaciones, como si fuera una condena a muerte y cómo pálido cerraba la puerta.

Al menos eso sí le sacó una pequeña risa despreocupada.

Desechó la idea de ir a cenar, y por supuesto la de descansar. No cuando la puerta de aquellos recuerdos tan pasados estaba entreabierta en su mente. Dejó que sus pies anduvieran sin rumbo por los pasillos metálicos del submarino, hasta salir a la cubierta esperando despejarse con el aire nocturno del mar.

La luz era escasa, apenas la media luna se reflejaba en las olas, las luces del submarino también se mantenían tenues para no comprometer su seguridad; pero suficientes para identificar las siluetas de las serpientes marinas de la Emperatriz Hancock que tiraban del submarino por el Calm Belt hasta territorio seguro. Necesitaban irse lo más lejos posible de la Marina, a dónde Mugiwara pudiera recuperarse y volver con su tripulación.

Después de la histórica batalla que acababan de presenciar, de todos los sucesos acaecidos, el mundo necesitaría tiempo para volver a reorganizarse y equilibrarse. Tiempo para ellos, los piratas, y para los marines. Y para los Mugiwara.

Un nombre que escucharían pronto. Algo escondía aquel pirata más allá de sus ascendentes, incluso de la relación que compartía con el hijo del antiguo Rey de los Piratas. Mugiwara tenía algo más que lo llevaría hacia lo más alto. Lo sabía. Estaba seguro.

Y de nuevo la pregunta volvía como un fantasma a su mente, hacia ese lugar de la memoria que no deseaba abrir. Entonces... Podría asegurarse que le estaba curando para tenerlo a su merced, para que llegado el momento adecuado, recordarle que él fue quien le salvó la vida...

Una horrible carcajada profunda escapó sin querer de su garganta. Hubiera sido un bonito plan en la cabeza de otro, pero si creía que esa era la gran razón tras sus propios actos, tan solo se estaba engañando a sí mismo, Law lo sabía. Había otro motivo.

Otro más lógico.

Otro más verdadero.

Otro que no se atrevía a aceptar.

Cerró los ojos y se dejó caer sobre la baranda para abrirlos de nuevo dejándolos vagar por la oscuridad; aspiró con fuerza el aire puro que le rodeaba, y como si ese mismo aire le hubiera llevado a algún punto indefinido de su pasado, algo más allá de la memoria y de lo que él deseaba, a un lugar profundo y oscuro de su mente. Un lugar que traía a la vida a una persona tan presente y tan etérea como la recordaba. A su lado, más real de lo que jamás olvidó, fumando una maldita pipa sin despegar los ojos entrecerrados del mar y frunciendo los labios con desconfianza.

Un aire tan puro que podría matarte, así que ándate con ojo, mocoso. —Aquellas palabras resonaban en su oído como un eco olvidado.

Porque Trafalgar Law estaba seguro de algo, todo era culpa de ella, de aquella maldita bruja.

La única persona que había tenido el privilegio de darle órdenes sin sufrir consecuencias algunas, la persona que le enseñó a ser aún más calculador en sus palabras.

—Parece que tenías razón, Bruja-ya, una lástima que nunca me fiara de usted. —Otra vez el encantamiento le llevaba por obra de magia la risa clara de ella a través de las olas, una carcajada tan libre que después de todo ese tiempo lo único que podía hacer era darle la razón—. Genial, estoy perdiendo la cabeza.

Se masajeó el temple, asegurándose que todo aquello era fruto de su imaginación por el cansancio al que se había sometido. Y seguramente eso se tradujera en otra noche en vela, lo que le llevaría a un total de cinco noches de insomnio seguidas. Nuevo récord, se apuntó irónico. Aunque quizá, era por culpa de todas esas noches en vela atendiendo a Mugiwara que ahora estaba escuchando voces de ultratumba entre las olas y viendo fantasmas enterrados pasearse por la cubierta de su submarino.

—Capitán, debería comer algo.—Law identificó rápidamente la voz de Bepo que de alguna manera, deshizo todo el embrujo de la memoria, borrando la presencia de ella de un plumazo.

—Estaba acordándome de Bruja-ya —le dijo volviéndose hacia la mar tras unos segundos.

El oso no evitó la sonrisa corta que le traía un nombre que nunca esperó volver a escuchar de boca del Capitán. Por supuesto que se acordaba perfectamente de aquella mujer, de su forma de ser, de los quebraderos de cabeza, de cómo trataba a su Capitán y del miedo que infundía su presencia.

—Parece que han pasado décadas desde que nos la encontramos. Me pregunto cómo estará...

—Esa respuesta es fácil, Bepo: muerta.

—¡Lo siento!

Una mueca extraña a imitación de una sonrisa se abrió paso entre las comisuras de sus labios al escuchar las típicas palabras de su segundo. Aunque se lo agradecía, porque en cierto modo, se acaba de liberar de un peso que llevaba desde entonces a la espalda, de una nostalgia que llevaba mucho tiempo encerrada en una palabra que jamás quiso decir.

Muerta.

No dejaba de ser un golpe traicionero del pasado. Negó con la cabeza y se irguió mirando al cielo mucho más seguro, capaz de reconocer la verdad y dar respuesta a esa pregunta.

—Todo médico tiene un código que seguir y por el que actuar, incluso si éste le lleva a la muerte —susurraba aquellas palabras de memoria mientras tocaba inconscientemente el tatuaje de su dedos, repasando cada una de las letras—, y por ello, he salvado la vida de Mugiwara-ya.

Y como si la hubiera invocado con un hechizo, sus ojos plateados destellaron rápidos de incredulidad. Todo se detuvo, todo quedó paralizado. De nuevo, ese fantasma tornaba real con una sonrisa cálida para él.

Lo había admitido por fin. Esa respuesta de la que huía.

Una última vez, ahora que ella estaba allí, abrió la boca para terminar de recitar las enseñanzas del pasado. De terminar el conjuro de la bruja.

—Y ese código es salvar la vida de todos los pacientes que crucen tu camino, sean amigos o enemigos.

Lo dicho, todo era culpa de la maldita Bruja-ya.


N/A: En un principio mi idea era terminar el fic ahí, pero en su momento me pidieron hacer un par más de capítulos. Así que repito lo mismo: Si al llegar aquí has satisfecho tu curiosidad, déjalo, no continúes; si por el contrario, quieres saber algo más, adelante y conoce a la Bruja.

Si os apetece, no os olvidéis que podéis comentar, poner en favoritos/alert y visitarme en la Loquería... En fin todas esas cosas que me hacen sonrojar y que agradeceré hasta la eternidad ^^

También acepto amenazas, pero sólo si están recubiertas de chocolate :3

¡Muchísimas gracias por leer!

PL.