Era la una de la mañana. Se suponía que varias personas devian de estar vigilandolos. Dos muertos, tres desaparecidos.
El rubio bebe de ojos azules estaba en su cuna, mientras su padres discutían sobre los últimos acontecimientos.
- No se por que... nuestro bebe...- la mujer no pudo terminar la frase. Su marido veía horrorizado como su amada se retorcía en el suelo de dolor.
Su estado de shok no duro mucho, el se encontró bajo las mismas circunstancias segundos mas tarde. El dolor era indescriptible, no podía soportarlo. Sabia que era, y quien lo provocaba.
Un fogonazo de luz verde fue lo ultimo que vieron, antes de dejar de respirar. El pálido hombre subió las escaleras asta la habitación del bebe, el cual estaba llorando por los gritos de su madre.
Del bolsillo de su túnica saco un viejo pedazo de pergamino. Lo desenrollo cuidadosamente, dejando rebelar la imagen de un zorro de nueve colas.
Acercándose al rubio niño, saco una rama de madera, y apunto con ella al bebe. Ambos brillaron con un resplandor rojizo durante unos segundos, para luego ver como la imagen del zorro se trasladaba desde el papiro hacia la cara del niño. Sus nueve colas se enrollaron por todo su cuerpo, envolviéndolo dentro de el, dificultándole respirar.
Moviendo de nuevo el trozo de madera, encendió el pergamino, ya vació, asta hacerlo desaparecer. El extraño fuego verde que quemaba el papel, solo hizo que su cara, de una extraña forma de serpiente, pareciera mas sadica.
Apunto su varita al niño, con una sonrisa triunfal en los ojos, y su tranquila pero potente voz pronuncio un Obvliviate.
