Podría citar de memoria una serie infinita de proverbios que hablan sobre la sabiduría de callarse, pero eso no le explicaría a nadie por qué no hablar.

Apenas cumplimos un año y nuestros padres ya están desesperados por escucharnos un lenguaje comprensible a sus oídos -cosa de la que se arrepienten cuando cumplimos 6 años- se nos dice; quéjate, habla, contesta y luego se nos reprende, pretendiendo que creamos que incumplimos una orden, cuando es todo lo contrario.

Cierto es, que no hay nada más bello que la palabra, la palabra describe, entretiene, comunica, enamora, valora, significa, que una vida sin palabras no tiene sentido alguno ¿Entonces qué tiene de sabio el que no las utiliza? Pues no es otra inteligencia que del que las utiliza adecuadamente.

El problema no radica en saber callarse, si no en hablar lo justo y necesario. La prudencia se vuelve en ocasiones estorbo y el silencio sinónimo de idiotez o cobardía es por eso que dentro de "justo y necesario" encontramos una amplísima cantidad de cosas que deben o no decirse de acuerdo a una opinión completamente subjetiva; la nuestra.

Somos palabra, sin duda, pero también miradas, sonrisas, meneos, ajetreos, pedos, orgasmos y risas. Podemos recorrer cada parte del cuerpo y encontrar que todas comunican a su manera, "hablan", que aun sin querer imitar a Sócrates, cuando enmudecemos decimos un palabrerío complejo.