Disclaimer: Los personajes de Hetalia Axis Powers pertenecen al Gran Señor Hidekaz Himaruya.
Mertalia es una idea del fandom.
Les recomiendo escuchar la canción a lo largo del capítulo.
Capítulo uno.
Las agresivas olas golpeaban, se rompían intranquilamente y sin cesar, contra el navío, que delicadamente deslizaba por sobre las aguas, grácil y silenciosamente, con su bandera negra ondeando ante la presencia de la brillante luna y el bello mascarón coronando el viaje.
Y cuando el barco hubo desaparecido entre la neblina, la expresión hostil y solitaria e imperturbable del capitán pareció solidificarse.
¿Cuándo había ese pirata dejado de sonreír?
La cajita musical volvió al comienzo por quinta vez consecutiva. Con su canción desgraciadamente dulce y triste. Y el carrusel nuevamente retomó su girar, como tantas interminables veces.
Unos atentos ojos color oliva descansaron su vista sobre él, y los caballos con la pintura tan descuidada; disfrutando, gozando de su baile.
Y esa melodía, que en incontables ocasiones había endulzado sus oídos, ahora se volvía un dulce martirio para su corazón.
…
I
―Por favor, ya no lo niegues, Lovino. Se te nota en los ojos cuando lo mencionas… en el rostro… ―su hermano exhaló el suspiro que había retenido desde hacía algún tiempo―. Admítelo de una buena vez, por tu propio bien.
―Olvídalo ya, Feliciano. ¿Acaso no puedes entender que es imposible? ―Él, por su parte, parecía resignado. Enterró sus pertenencias dentro de su bolso cruzado: su caracola y la caja musical―. ¿No entiendes que amar a un humano, es un error?
―Pero, no importa lo que diga el abuelo… ni las leyes de este reino, ni del océano entero siquiera ―El hermano menor no se atrevía a acercarse más de donde estaba, en realidad; por temor a que su acompañe estallase en furia o algo similar. Tantas veces lo había repetido, conociendo su falta de paciencia, que habría posibilidades de que eso ocurriera. Sin embargo, debía hacer que lo comprendiese―. No puedes seguir así, no llegarás a ninguna parte con esto…
Pero él no quería saber absolutamente nada respecto a lo que su hermano menor repetía sin cansancio, día tras día; palabras que se habían grabado en su mente como un tatuaje. Debía hacerse el desentendido hasta que al fin renunciase con su insistencia. Mas no se trataba un capricho o un comportamiento egoísta... Simplemente, Feliciano no debería pensar de la manera en que lo hacía; defender con tanto fervor el amor que él, su hermano mayor, sentía por un humano, pues era tabú, rompía las reglas antiguas y eso se pagaba muy caro. Bien sabía él lo que le esperaba a la gente que conservaba ideas como tales; que su abuelo era capaz de deshacerse de cualquier ser viviente, fuese quien fuese, si significaba una amenaza para la paz y el equilibrio de su reino, y lo hacía con tan solo chasquear los dedos.
Lo había visto con sus propios ojos.
Y despidiéndose del otro muchachito con simple ademán, apresuradamente escapó de las paredes que le rodeaban día tras día, oprimiéndole. Sabía el camino de memoria, aquel que había recorrido tantas veces antes, jamás podría olvidarlo. Así, con la fuerza de su aleta de matices violáceos, se desplazó con apresurada urgencia y rapidez hacia las costas cercanas al puerto del pueblo.
II
Cuando el reloj marcó las diez de la noche, una majestuosa embarcación hizo presencia en el horizonte. «El Discordia», uno de los barcos piratas más impresionantes y con una de las tripulaciones más temidas del siglo. Eran inculpados por saquear barcos ingleses en el Mar Caribe e incluso en el mismo Mediterráneo; y por este mismo motivo era que las personas huían a su paso. Los comerciantes e incluso otros piratas. No muchos se atrevían siquiera hacerles frente por temor a recibir un simple disparo de mosquete1 en la frente o por temor a ser asaltados y despojados de todas sus pertenencias, en especial, de sus monedas de oro.
Pese a que Lovino conocía todos y cada uno de esos rumores, él no temía de aquellos bucaneros, pues a su vista eran sumamente insignificantes… aún más cuando había tenido oportunidad de verlos de cerca en incontables ocasiones. Sin duda, podía reafirmar con absoluta seguridad que no eran más que unos brutos y unos bárbaros; pero no significaban una amenaza.
Finalmente, a la cercanía del puerto, consiguió ver con detalle la poderosa proa, coronada por su mascarón: una encantadora sirena de largos y traviesos cabellos ―que ocultaban su pecho desnudo― y una solemne expresión, de una belleza singular. Esa era, la que había llamado la atención del tritón desde el primer instante. Miró complacido la espléndida figura por un par de minutos, los suficientes para que el navío se anclara a varios metros de la costa y se hubiese visto obligado, a su pesar, a esconderse. Aunque, para su suerte, la oscuridad le era una ventaja.
Si llegaban a descubrirlo, sería pez muerto. Lo tenía más que claro. Su mera existencia era uno de los secretos mejor guardados de toda la historia. Un secreto tan cuidadosamente reservado, que naturalmente se habían vuelto en una leyenda, un mísero mito, un misterio de los mares. Claro que había gente que creía en su existencia y otros que la negaban rotundamente, afirmando que eran criaturas inexistentes, creadas por la imaginación de un viejo marinero borracho que no tenía nada mejor que hacer.
Los pensamientos del tritón fueron interrumpidos cuando unos gritos de regocijo y risotadas se escucharon, haciendo eco, desde la embarcación. Segundos después, los marinos habían saltado hacia sus botes con único el fin de bajar en la costa y correr salvajemente hacia las tabernas para llenar sus venas de alcohol. Lovino puso los ojos en blanco. Aquella gente le desagradaba totalmente. Pero era mejor así, si no estaban en el barco podría acercarse y oír lo que lo que los hombres que se quedaban haciendo guardia hablaban sin que repararan en su presencia.
Y así fue como eficazmente se acercó al barco, pegándose al babor2 con el fin de oír con más claridad.
―Buena noche para saborear uno de los licores de la bodega, ¿no creéis? ―la voz gruesa y la tosca pronunciación de uno de los hombres llegó hasta sus oídos, y pudo distinguirla fácilmente: era uno de los grumetes3 que había pasado a formar parte de la dotación hacía casi un año. Le hablaba a uno de los dos piratas, pero no fue capaz de distinguir de quiénes se trataban porque sus voces eran demasiado débiles.
―¡Muchachos! ―cuando una sonora y alegre voz pronunció aquella palabra Lovino fue removido de todos sus pensamientos―. No os preocupéis por el licor, bajad a la bodega y tomaros lo que queráis. ¡Pero no os emborrachéis desde tan temprano!
Lovino escuchó las exclamaciones de aquellos hombres seguidas por pasos apresurados golpeando con la madera del barco y unas risas exageradas que fueron disminuyendo. No podía verlos, pero supo que habían bajado a la bodega casi a tropezones desesperados.
En cambio, el capitán del navío, apoyó su bota de cuero sobre la parte baja de la barandilla de madera. Su mirada parecía morir en un punto desconocido, cuando en realidad se hallaba perdido en sus pensamientos más profundos.
―Ah... ¿Qué voy a hacer? ―la voz volvió a emitir palabra, pero fue seguida por un melancólico suspiro. Lovino se llevó un dedo a su boca para morder su uña. ¿Qué le ocurría...? Jamás le había escuchado suspirar así.
―Eh, jefe... ¿Todo en orden? ―el de cabello castaño oscuro pudo escuchar una nueva y serena voz. Era, seguramente, el lugarteniente4; uno de los compañeros más cercanos y de confianza del capitán.
―No, al parecer ―la voz del susodicho sonaba menos vivaz de lo habitual, y era para preocuparse―. Mi madre... se ha contagiado un tipo de enfermedad, no le queda mucho tiempo.
―Oh… es una lástima, Capitán ―respondió con aparente preocupación, pero con frío tono―. Pero, ¿acaso hay algo más? He de sospechar que no es su único motivo, ¿estoy en lo correcto?
―Sí, tienes razón ―respondió, desplegando una pequeñísima sonrisa. El muchacho de la cola de pez se acercó aún más hacia el sector donde estos se encontraban para lograr escuchar con más claridad―, es cierto. Ella me expresó sus deseos de desposarme con una muchacha de prestigiosa familia ―y nuevamente, un profundo suspiro brotó desde el fondo de sus pulmones―, que obviamente desconoce los motivos por los cuales desparezco por tanto tiempo en el mar. Mas ya sabes, Rodrigo ―dijo dirigiéndose al hombre―, si aceptara lo que mi madre me ha pedido, me vería obligado a renunciar a mi vida, aquí, en El Discordia…
Lovino cubrió su boca para evitar expresar la naciente sorpresa en un agudo jadeo, que de no haberlo evitado, se hubiese oído parecido al de Rodrigo.
Y en ese momento, no terminaba de asimilar las palabras que resultaban, para él, incluso más hirientes que mil cuchillas clavándose en su pecho. No podía aceptar desdichada idea de imaginarle con otra mujer, compartiendo una vida, una familia, una noche de pasión. ¡No podía! Incluso aunque nunca pudiese llegar a ser cercano a aquel humano comenzó a sentir un confuso e irremediable miedo a perderlo. No debía, no debía, no debía. Por su bien, no debía pensar en ello. Pero, el hecho de perderlo aunque no fuese suyo... ser arrebatado de cualquier posibilidad de poder oír su voz, de poder observarle... todo aquello le causaba un miedo inevitable. ¡Tonto! ¡Tonto que él era! Toda la culpa era propia, por enamorarse de ese cruel hombre de sonrisa encantadora, por ir en contra de sus propios paradigmas, por engañarse con ilusiones imposibles, absurdas…
Lovino era un tritón, una criatura marina, el personaje de una leyenda, él… él no existía para los humanos.
―Mi capitán, entiendo el aprecio que tiene usted por su madre; pero permítame decirle que no debería renunciar. ¡Es usted reconocido en todo el inmenso océano como el pirata español más grande de todo el siglo! ―el lugarteniente hizo una prolongada pausa―. Pero queda en sus manos la decisión y confío en que tomará la más adecuada ―aseguró, palmeando con desbordante fuerza y confianza la espalda del de más alto rango.
―Dalo por hecho ―dio como respuesta―. Oye, asegúrate de que no se estén acabando todas nuestras reservas ese par de brutos ―murmuró, obviamente refiriéndose a los anteriores piratas.
―A sus órdenes. ¿Nos acompañará a la cantina más avanzada la noche, capitán?
―Sí. Pero no os olvidéis que zarpamos amanecer, ¡no quiero a ningún borracho para esas horas! ―ordenó, con tono autoritario.
El lugarteniente dio una respuesta afirmativa y marchó a cumplir las órdenes que le habían sido impuestas. Lovino, por otro lado, continuaba atento, aunque aturdido; intentando calmar la angustia que amenazaba con desbordar desde su pecho.
―¿Qué debo hacer?
Volteó sigilosamente hacia su derecha para toparse con su capitán; su corazón se encogió al ver su rostro iluminado por la redondez de la brillante luna. Su cabello castaño, rebelde, que yacía amarrado con un lazo rojo; su tez morena que resaltaba claramente entre los demás tripulantes y sus ojos... verdes esmeralda. Aquellos que le dejaban anonadado con tan solo observarlos. Tan cautivadores. Se sentía realmente estúpido observándole de aquella manera tan… lamentable.
―¿Cuál es la decisión correcta?
No podía permitirse no volver a verle nunca más.
―Necesito una señal.
Quería seguir observándole a la distancia... quería continuar perdiéndose en sus ojos verdes.
―Necesito ayuda.
Lovino volvió se hundió en las tranquilas aguas del mar hasta la altura de la nariz, perdido en sus pensamientos.
Definitivamente debía estar loco por lo que estaba planeando hacer.
Loco de remate por aquel pirata español.
III
La obscuridad en la que se sumía el mar no resultaba una dificultad para él. La rapidez con la que se desplazaba era poco recomendable y causaba un zumbido incómodo en sus oídos; empero, debía apresurarse antes de que su abuelo reparara en su ausencia y mandara a los «vigilantes» -los tritones más fuertes del sector que se encargaban de hacer guardia en el castillo y que estaban bajo las estrictas órdenes de su abuelo- en su búsqueda.
Ya no podía creerse a sí mismo lo que estaba haciendo... Muchas veces había oído hablar rumores sobre aquel hechicero, ese tal "Arthur", pero en realidad no estaba seguro de si lo encontraría con tanta facilidad. Además, faltaba aclarar, que su ubicación se hallaba en las afueras de su reino, y él jamás había salido de allí en ninguna ocasión.
De todas formas, se deslizó en las aguas del profundo océano cuidándose de no ser visto por nadie, aunque ya a esas horas no había ni un mísero krill5 andando por allí, no debía confiarse.
El castaño oscuro suspiró con ahínco, deteniéndose brevemente para orientarse. Estaba cerca, lo sabía. Se encontraba frente a una especie de peñasco de forma bastante irregular. Se suponía que eso le indicaba la dirección, y que ahora debía desplazarse hacia la derecha. Así que avanzó, sintiendo su aleta levemente renegada a continuar por el cansancio de estar andando por dos horas sin descanso.
Según los rumores, el hechicero se ocultaba en una zona apodada «La ruta de los olvidados», bautizada así gracias a que normalmente en ese tramo se establecían los desterrados; viviendo entre una cantidad innumerable de puntiagudas y afiladas rocas, las cuales se extendían varios kilómetros en dirección al sur, un trayecto contrario al de cualquier sector habitado por sus semejantes. Las habladurías describían al lugar como uno realmente aterrador, oscuro y sombrío… y pudo comprobarlo con sus propios ojos, cuando a los quince minutos se encontraba frente al célebre camino. Una corriente helada que se acercaba desde la lejanía le hizo temblar como en un escalofrío.
A Lovino le fue inevitable sentirse aterrado con la idea de cruzar por allí teniendo la intención de ir con un hechicero que había sido desterrado por su propio abuelo, quien había inculpado al tritón de usar magia oscura -terminantemente prohibida- y romper las leyes de su reino. Y es que la valentía no era su fuerte, sin mencionar la falta de fuerza de voluntad; por lo que tuvo que recordarse y repetirse con vehemencia cuales eran los motivos por los cuales había acudido allí, obligándose a sí mismo a avanzar entre la oscuridad.
―Bastardo, todo es tu culpa, ¡maldición! ―habló para sí mismo, aferrándose a la cuerda de su bolso y observando alerta hacia todos lados, como si estuviese a punto de ser atacado, o peor… a punto de ser devorado por un horrible tiburón. ¡Ay! ¡Y esos filosos dientes desgarrando su cuerpo! …Definitivamente, no era una buena idea pensar en ello justo en aquel momento―. …Este lugar es horrible… ―susurró, siendo interrumpido por el eco de una piedrita chocando contra una superficie plana. Ruido que hizo exaltar al muchacho, el cual pegó un respingo―. ¿¡Q-quién es-está ahí!? ¡S-si eres A-arthur, muéstrate ahora mi-mismo, m-maldición! ―chilló, pero no hubo respuesta alguna.
Hasta que una extraña burbuja brillante apareció flotando frente a Lovino, que aun temblando, inclinó una ceja debido a lo extraño. ¿Una burbuja en un lugar como ese, en un momento como ese? ¡Que locura! Incluso hasta extendió su dedo para reventarla, pero la burbuja se alejó instintivamente, cosa que le extrañó aún más.
― ¡No me toques, damn! ―gruñó el pequeño y brillante redondel, con aire irritado y gruñón.
Y si antes estaba extrañado, ahora su boca se había abierto en una perfecta 'o', creándose un tic en su ceja casi al instante. ¡Chigiii! ¿¡Qué ser extraño era aquel!?
― ¡U-una burbuja que habla! ―señaló lo obvio.
La burbuja no respondió al comentario del tritón:
―Si buscas a Arthur, deberías seguirme ―Y volvió por donde había aparecido, flotando con lentitud frente a los ojos oliva de Lovino, que aún observaban sin creer lo que acababa de ocurrir. Hasta el momento en que finalmente reaccionó, alcanzando a la burbuja parlante. Claro, debía tratarse de la magia de aquel hechicero… aunque, ¿una insignificante burbuja? Parecía ridículo. ¿No se suponía que un mago debía resulta aterrador…? ¿Por qué no una anguila o una medusa? ¡Incluso un caballito de mar era más temible que una condenada burbuja, por el amor de Poseidón!
Siguió a su guía durante un tramo no muy extenso, deteniéndose frente a la entrada de una especie de cueva formada por varias rocas desmoronadas una encima de la otra. Tragó saliva con dificultad antes de aventurarse al desconocido lugar. Allí dentro, sólo podía observar a su alrededor estantes con frascos de diferentes formas y tamaño. Incluso hasta divisó algunos objetos humanos, como un ancla y un cuadro de una mujer regordeta, bastante maltratado. Al final de esa especie de pasillo, la 'cueva' se ampliaba, volviéndose levemente más extensa, aunque se hallaba en penumbras. En el centro se encontraba un caldero grande pero oxidado, y a su costado, un cofre desbordante de joyas y monedas de oro, brillantes; e incluso había gemas, de las cuales pudo distinguir una esmeralda bastante bonita.
De pronto, sin habérselo esperado, la burbuja estalló en frente de sus ojos, tomándole desprevenido.
― ¿Arthur? ―le sorprendió a sí mismo la entereza de su voz, pues no había titubeado ni por un instante. El nombre mencionado rebotó en las paredes y se multiplicó hasta desaparecer. Pero, nuevamente, no hubo respuesta alguna. Sus manos se cerraron en un puño―. He venido a hacer un trato contigo, ¡muéstrate!
― ¡Ah, pero si no es nada más y nada menos que el nieto de Rómulo! ―una voz bastante singular habló desde la oscuridad, y luego, con un chasquido, una clase de fuego azul se encendió en diversas antorchas que no había visto antes e iluminó toda la sala. Frente a él, un muchacho de cabello rubio y desgreñado, y de cejas pobladas apareció. Su aleta se encontraba en pésimas condiciones, distinguió, como si hubiese sido rasgada. Y lo más llamativo de todo eso, era que le miraba con indudable ego y poder reflejados en sus ojos verdes―. ¿Lovino, no es así? ―Lovino hizo un gesto afirmativo con un sutil movimiento de cabeza―. Supongo que me visitas a estas horas por algún tema en especial, ¿no es así? Oh, god! Please, toma asiento ―con un movimiento de manos, una silla se arrastró por detrás del castaño, obligándole a sentar―. No tengo mucho tiempo, así que háblame de aquel trato que mencionaste… ―un libro de tapa negra y evidentemente antiguo se acercó hasta descasar sobre las palmas abiertas del rubio, que le observaba desde detrás del caldero―, ¿qué me darás a cambio de mi magia?
Lovino miró con desconfianza a Arthur. Parecía muy poco interesado en su visita, como si fuese cualquiera quien le había mencionado. ÉL mismo lo había dicho: era Lovino, el nieto del rey, el primogénito. ¡Ni siquiera le temía, ni se preocupaba de su presencia! Únicamente parecía preocupado por lo que le daría a cambio de hacerle un favor. Gruñó.
―Yo… obligaré a mi abuelo a que te deje regresar al reino, si me ayudas ―respondió elevado el mentón suavemente, con seguridad, la cual no duró lo suficiente, pues Arthur se encargó de derrumbarla con tan solo fruncir el ceño, con evidente molestia.
― ¡Nadie quiere volver a ese mugroso lugar, stupid! ―gruñó―. Mira, seré claro: para darte lo que deseas, sea lo que sea, deberás renunciar a algo muy valioso para ti… y habrá condiciones.
― ¿Qué condiciones? ―soltó de golpe, interrumpiéndole.
―Es según lo que quieras, por supuesto ―anunció el rubio, frunciendo los labios en una dura línea recta.
Lovino mordió el interior de sus mejillas, cruzándose de brazos cuando el calor de su sonrojo invadió sus mejillas, adornándolas llamativamente. ¿Qué era lo que estaba haciendo allí? ¿Acaso su decisión sería reamente acertada…? Sí, tenía que ser. Él jamás había creído en todas esas tonterías del 'amor' ni mucho menos… hasta que le conoció. Y no era un simple enamoramiento. Cinco años observándole no podía tratarse de un simple enamoramiento, porque desde entonces no había habido nadie más que él y sólo él… Acompañando sus pensamientos, cada noche en sus sueños, acompañado por el sonido de una guitarra y su brillante sonrisa. Todas esas cosas que prefería mantener dentro de sí, mostrándose indiferente frente a sus sentimientos o frente a los demás, todas esas cosas que negaba rotundamente y lograba esconder. Por eso… por todo eso…
―Quiero convertirme en humano.
Arthur, en cambio, no se vio sorprendido ante su petición. Parecía ya haberlo anticipado.
―Lovino, escucha ―el mencionado clavó sus orbes en las contrarias, sin sentir temor por primera vez en toda la noche―. Sólo te pediré una sola cosa a cambio de este deseo, pero habrá más de una condición… ¿estás seguro de que quieres hacerlo? Una vez formulado el hechizo, ya no habrá vuelta atrás. Es tú decisión.
―Jamás he estado tan seguro de algo hasta hoy día ―remató.
―De acuerdo, well… ―las páginas del libro del mago se deslizaron rápidamente hasta detenerse en una página en particular―. Lovino, a cambio de este hechizo deberás entregarme la caracola que se te ha asignado al nacer. Al hacer esto, no solo dejarás de pertenecer al mundo del océano y perderás tu identidad aquí, sino que todo tu poder será arrebatado y me pertenecerá ―anunció, gravemente, poniendo énfasis en cada una de las palabras―. ¡Habrá tres condiciones! La primera: No podrás revelar el secreto que nosotros, las criaturas del mar, hemos conservado por centenares de años. ¡Segundo! No volverás a acercarte al mar, ni siquiera podrás tener contacto con él en lo más mínimo. Y tercero… durante la presencia de la luna, conservarás tu madurez, pero al salir el sol, conservarás una figura de juventud ―elevó una mano sobre el caldero, y con un elegante movimiento, diferentes frascos se acercaron, vertiendo su contenido dentro del recipiente. El rubio comenzó a girar su muñeca suavemente, provocando que los líquidos se mezclaran y crearan una especie de vapor brillante―. ¡Si alguna de estas tres condiciones es incumplida, tú cuerpo se convertirá en simples granos de arena y tu alma vagará eternamente sin descanso! ―pausó―. ¿Tú, Lovino Vargas, aceptas estas condiciones con la recompensa de volverte un humano?
Lovino no titubeó, abrió su boca y sólo nació una palabra:
―Acepto.
Arthur sonrió tétricamente:
―Recuerda que los humanos no pueden respirar debajo del agua, Lovino.
Las palabras retumbaron en sus oídos, pero no pudo dar respuesta. Un calor abrazador envolvió su cuerpo al igual que un brillo enceguecedor, entumeciendo su aleta y dejándolo sin aliento. Ya no podía ver nada, siendo despojado de su única identidad y de todo lo que había conocido alguna vez; sólo atinó a aletear sus últimos instantes hacia la superficie, en busca de un poco de aire que acariciara sus pulmones.
DICCIONARIO PIRATA:
Bucaneros: Piratas.
Mosquete: Arma de fuego antigua parecida al fusil, pero mucho más larga.
Lugarteniente: Persona con autoridad y poder para sustituir a otro en algún cargo / Segundo al mando / Mano derecha del capitán.
Babor: lado izquierdo del barco. Estribor: lado derecho.
Grumete: Muchacho que en un barco ayuda a la tripulación en sus tareas para aprender el oficio de marinero.
Tritón: Contraparte masculina de una sirena, para los que no sabían. En la mitología griega es un dios, mensajero de las profundidades marinas. El atributo especial de Tritón era una caracola que tocaba como una trompeta para calmar o elevar las olas del mar.
¡Buenas, buenas!
Bueno, he aquí un nuevo proyecto. Esta idea surgió con una charla en un grupo de whatsapp, hace ya un tiempo atrás. Tenía un poco de miedo de subirla ya que vagando por internet encontré una historia con la misma idea de personajes/pareja, pero finalmente me decidí a hacerlo. Lo aclaro para que no piensen que es un plagio o algo por el estilo.
En fin, este capítulo es una breve introducción; lo demás se irá desarrollando a lo largo de la historia, teniendo como personajes principales a Lovino y Antonio junto a su tripulación, que constará de OC's y, si se puede, algún personaje original.
Es la primera vez que escribo un Spamano en serio, así que apiándese de mi obre alma principiante ;;
¡Sin más, me despido! Ojalá haya sido de su agrado.
Recuerden, sus reviews me inspiran a continuar; si tienen sugerencias o críticas constructivas, hágamelo saber.
¡Gracias!
