-Valor-

Pitido. Inicio del partido.

Mi cabeza es un hervidero de ideas confusas, ideas que se entremezclan, se pelean entre ellas. Pensamientos que chocan entre ellos buscando un primer puesto, queriendo convertirse en una de mis prioridades. Empiezo a correr, lento al principio y rápido después intentando no prestar atención al torbellino de voces que puedo escuchar dentro de mi cabeza. Suspiro y sigo corriendo.

Primer toque de balón.

Intento ir hacia delante pero me paro cada dos por tres. Nunca he sabido como hacer frente a los sentimientos, soy un completo inútil, un paleto, un analfabeto... Y creo que cada vez sé menos de eso porque ella sabe lo que quiere y sabe lo que quiere de mí. Sin embargo, yo estoy muy por debajo de ella, todavía analizando el primer roce de labios que compartimos hace un par de días y que no me he atrevido a volver a rememorar. ¿Por qué? Porque me siento confuso y me cuesta aceptar que mi mejor amiga, la que que me ha acompañado toda mi vida, ya no es solo eso, ya no es solo una amiga más. Y aunque me cueste reconocerlo porque soy más terco que una mula tengo miedo de equivocarme, de meter la pata hasta el fondo porque no soportaría perder a mi mayor tesoro.

Pase rápido.

Respiro hondo y me percato de que en mi cabeza las ideas se van asentando a medida que voy desgranando mis sentimientos. Hace años, todo era mucho más sencillo y no nos preocupábamos por cuestiones amorosas, no nos importaba cogernos de la mano o abrazarnos porque sabíamos que aquello solo era un signo de amistad. Pero... ¿y ahora?

En mi mente, aparece la voz de mi mejor amigo, animándome, instándome a que de el primer paso con la que hasta hace poco era su novia. Sus ojos azules me miran y me amenazan de manera silenciosa, advirtiéndome de que como no lo haga me caerá una buena lluvia de golpes. Así es Matt. Yo arrojé a mi mejor amiga a sus brazos para que fueran felices y ahora él me devuelve la jugada.

Driblo al contrario.

No sé en qué momento, la voz de Matt es ahogada por una voz mucho más potente y chillona. La de la mi amiga que vive a kilómetros de distancia en Nueva York y que me recrimina que no me haya lanzado porque hasta mi hermana ha tenido el valor suficiente para confesarle sus sentimientos a su mejor amigo y no se ha acabado el mundo. Respiro hondo y sigo adelante y mientras la voz de Mimi se desvanece veo a mi dulce hermanita, mi hermana pequeña protegida en los brazos de otro, concretamente en los de T.K. Y confieso que me pongo un tanto celoso al ver que me han quitado el puesto pero bueno... ¿Qué se le va a hacer? Lo importante es que ella sea feliz. Pero volviendo al tema... creo que yo aún no he crecido y que sigo siendo un niño que no quiere meterse en problemas amorosos.

Regate.

Pero, por otra parte, cada vez que la veo me entran ganas de lanzarme de cabeza a la piscina y decirle que soy un tonto y un inmaduro pero que por ella haré lo que sea. Me paro y respiro hondo al darme cuenta de que cada vez tengo las cosas más claras y una fuerza empieza a crecer en mi pecho al compás de los latidos de mi corazón. Valor. Fuerte, palpitante. Y siento que me otorga fuerzas porque ese valor es mío, es lo que me hacer ser como soy, ¿no? Por algo soy el Digielegido del Valor. Pues es hora de utilizarlo, pienso para mí mismo. Me vuelvo hacia atrás y dirijo una mirada al gentío, allí esta ella. Capta mi mirada y me saluda con esa sonrisa tan suya. Su pelo pelirrojo brilla bajo la luz del sol, me encanta. La miro directamente a esos preciosos ojos rubíes que me devuelven una mirada clara y llena de afecto. Llena de amor. Me golpeo la cabeza con la mano, ahora es el momento.

Dejo el balón. Salgo del campo. Salto la valla.

En mi cabeza las ideas ya están todas en su sitio, el fútbol siempre me ha ayudado a aclararme. Y ahora es mi momento porque tengo el valor para hacerlo. El entrenador me grita desde el campo pero yo lo ignoro y subo por las gradas, a grandes zancadas entre la gente hasta llegar hasta el lugar donde están sentados mis amigos, todos en la misma fila. Avanzo hasta ella, mi pelirroja, la tomo del rostro y le doy un beso en los labios.

Llamadme impulsivo pero necesitaba hacer aquello, tanto como respirar. La hice sonrojar con aquel gesto y aunque al principio tardó en reaccionar, luego me abrazó con fuerza y me dijo que me quería. Ése "Te quiero, Tai" me sonó a gloria y me seguirá sonando a gloria cada vez que me lo diga.

Vuelvo al campo. Pase rápido. Chuto y... ¡GOL!

Taichi Yagami.