Derechos: Los personajes le pertenecen a S.M, quien es la que nos hace soñar con cada uno de ellos, cualquier otro personaje que no sea identificado, es totalmente mío, como la historia.
Beteado por Sool Pattinson. Beta FFAD.
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Boston, 24 de marzo de 2010. 18:00
El joven cobrizo recogió sus cosas para irse a casa. Había terminado una jornada más de trabajo y le había prometido a su pequeña hermana -para él-, acompañarla en casa a ver una película que ella tanto deseaba.
La sonrisa no desaparecía de sus labios por el recuerdo de la pequeña que tanto le insistió en ver la película. Había tratado de persuadirla, ya que había quedado con sus amigos para salir a tomar unos tragos, pero nada de lo que le prometió hizo que la chica lo librara de "la noche de hermanos".
El repiqueteo hizo que regresara a la realidad. La última llamada, se dijo a sí mismo mientras pulsaba el botón para atender.
—Nueve uno uno, Edward Cullen al habla.
—¿Edward, hermano? —Él sonrió al escuchar la voz congestionada de una de sus compañeras—. Eres mi salvación. —Escuchó un estornudo.
—Rose, me han dicho que por cada estornudo es un cuerno. Y Emmett no está aquí. —Se burló, sonriendo ampliamente al escuchar el gruñido, no muy femenino, de la mujer al otro lado del teléfono. Alzó la mano para despedirse de algunos de sus compañeros que habían sido relevados de sus puestos por ser cambio de jornada.
—¿Está por ahí Tanya? —preguntó ella, tratando de hablar claro porque sabía que las bromas seguirían por parte de su amigo.
—Ahora está en su oficina. —Buscó con la mirada algún indicio de que su jefa, Tanya Denali, estuviera cerca, pero nada, ni siquiera se veía un cabello rubio-rojizo de ella.
—¿Puedes darle un mensaje? —Edward asintió, mirando el reloj que marcaba las 18:05, su hermana lo mataría si llegaba cinco minutos tarde—. Dile que no podré ir a trabajar —estornudo—; no puedo formular una oración completa sin estornudos de por medio.
—Está bien. Yo le doy tu mensaje, ¿algo más?
—Sí, si vez a Emmett dile que, por favor, traiga limón y canela. He arrasado con las provisiones que teníamos. —Rosalie soltó una risilla.
—Le diré, Rose. Que te recuperes pronto. Adiós.
—Adiós. —La llamada fue colgada.
Edward había amanecido con una extraña sensación ese día, pero no quería comentárselo a nadie, era creyente ferviente de que si lo hacía, se cumpliría y suficiente tenía con atender llamadas de emergencia de toda clase como para tener algún drama más.
Caminó hacia el despacho de su jefa, quien estaba con la cabeza agachada leyendo unos documentos. Con los nudillos tocó ligeramente la puerta, la mujer alzó la cabeza y sonrió al instante que lo vio parado en el marco con los brazos cruzados.
—¿En qué puedo ayudarte, Edward? —preguntó sugerentemente, se quitó los lentes dejándolos sobre el escritorio y enredó los dedos de sus manos esperando que él hablara.
—Lamento si interrumpo algo. —Edward se mordió el labio, no le gustaba la manera que esa mujer lo miraba, desde el primer día que entró a trabajar al call center ella había puesto una mirada hambrienta sobre él—. Tengo un mensaje de Hale. Ella no va a poder venir esta noche porque está enferma, al parecer la ha pillado un fuerte resfrío.
—¿Quién de tu turno está aquí todavía?
—Nadie, todos se fueron hace unos minutos. Fui yo el que atendió la llamada de Rosalie.
—Entonces... ¡cúbrela tú! —dijo la rubia, encogiéndose de hombros.
—Pero… —Se quedó sorprendido. No podía cubrir a su compañera.
—Ya lo dije, Edward. Es eso o estás despedido. —Él asintió, bajando la mirada. Mejor era llamar a su hermana e informarle que la noche de hermanos estaba suspendida.
Con un "permiso" como murmullo salió de la oficina de su jefa que, aparte de ser una acosadora, era la perra más grande del 911.
Edward se sentó en su silla, no hacía ni un segundo que lo había hecho cuando el repiqueteo del ordenador se activó. Renegando, ingresó la clave y a partir de ahí todo sucedió en cámara lenta.
Vio el número de su hogar y sin pensarlo cogió la llamada. Lo primero que escuchó fueron los gemidos y sollozos de su hermana.
—Edward, alguien intenta entrar a casa. Está en la ventana, golpeando para quebrarla. — Él se alarmo, pero intentó tranquilizarla.
—¿Bree, quién está en casa?
—Va a entrar, Edward. Tengo miedo —gimió la niña.
—¿Estás sola? —Las manos de él estaban hechas puños.
—Sí, papá y mamá se fueron al cine. ¡Edward, rompió la ventana!
—Bree, ve a la habitación de nuestros padres. Mantente en línea conmigo.
—Sí. —La niña subió las escaleras con cuidado de no hacer ruido. Con sus pies descalzos apenas pisaba los escalones—. Ya estoy —susurró.
—Está bien, princesa, lo estás haciendo bien. Ahora, abre la puerta que va al balcón, tira unas zapatillas, no importa si son de mamá. —Ella gemía y lloraba, pero aun así, con su cuerpo tembloroso, buscó lo que su hermano le había indicado.
—Ya... Edward, está subiendo las escaleras. —El cobrizo ya le había avisado a la policía, pero los agentes estaban al otro lado del barrio, demoraban 10 minutos y en ese tiempo todo podía pasar.
—Correcto, princesa. Recuerda que estoy aquí. Te prometo que no pasará nada, mañana será como una pesadilla —le habló entrecortado, tratando de no derramar lágrimas.
Edward estaba tan metido en ayudarla que no se había dado cuenta que todos sus compañeros lo observaban. Tanya negaba ante las palabras que había pronunciado, no podía prometer algo que no iba a cumplir y que sabía que podía suceder de otra manera. Siempre confiaban en él por ser uno de los policías entrenados especialmente para esas actividades; tratar de controlar o tranquilizar a las personas a través del teléfono era algo casi imposible, pero Edward podía, ningún caso de grandes magnitudes había fallado para él.
—Edward, está detrás de la puerta, ¿qué hago? —Él comenzó a darle indicaciones y entretenerla mientras la policía llegaba y la mantenía a salvo.
La niña se tranquilizó y comenzó a sonreír por las palabras tiernas y cursis que su hermano le estaba diciendo... hasta que la señal se cortó.
Edward, desesperado por haber perdido la comunicación, pulsó el botón de rellamado en el ordenador. Había cometido el peor error de su vida.
—Ya se fue, Edward. —Ambos suspiraron aliviados.
—Quédate ahí hasta que llegue la policía. No te muevas.
—Hermano, regresó. Está aquí… escucho sus pasos subiendo las escaleras.
Edward estaba tan aterrado que no podía decir una palabra.
Tanya se acercó a él y con un poco de esfuerzo consiguió escuchar la llamada. La niña seguía gimiendo y de fondo se escuchaban pisadas fuertes acercarse, también podía sentir el temblor que surcaba del cuerpo de la pequeña.
—Escúchame, Bree. Soy Tanya, ¿dónde estás? —habló tratando de modular la voz.
—De... ¡Oh, Dios! Ahí viene.
Edward salió de su trance al momento que Bree les informaba que el tipo había ingresado a la habitación.
Tanya comenzó a dar aviso a todas las unidades policíacas del sector, pero ni una estaba cerca, la más cercana demoraba varios minutos. Edward, por su lado, estaba agobiado, hablando y tratando de calmar los gemidos de su hermana.
—¡Aaaaaah! —gritó Bree al ser arrastrada de los pies—. ¡Hermano, auxilio!
—¡Bree! —Edward tiraba de su cabello, desesperado por no poder hacer nada. Los gritos cesaron, convirtiéndose en gemidos.
—Ya nada puedes hacer... —susurró una voz varonil al otro lado de la línea.
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Edward abrió los ojos sobresaltado, todo había sido producto de su memoria al recordar lo que le sucedió a su pequeña Bree hacía un par de años atrás.
Miró a su alrededor, estaba en su nuevo departamento. Aún las cajas estaban esparcidas por la habitación, esperando ser acomodadas en algún rincón, pero todo eso tenía que esperar ya que iban a ser las diez de la mañana y el turno que cubría ese día era a las doce.
Se duchó y bañó a la velocidad del rayo, incluso ni desayunó. Aquel día se cumplían dos años de la desaparición de su hermana y eso lo tenía sin ánimos, tan solo quería meterse entre sus cobijas, dormir y desaparecer del mundo.
Pasó por la casa de sus padres para dejar un oso de peluche al lado de las rosas que junto a Bree había sembrado en el jardín y que regaban a diario. Una actividad denominada de hermanos. Sus padres, Esme y Carlisle, habían viajado a Ecuador y de souvenir habían conseguido semillas de rosas ecuatorianas, una de las mejores en el mundo.
Tan solo emitió un pequeño ruego y salió del lugar, sin siquiera avisar a sus padres que había pasado. Arrancó el carro y se encaminó hacia el call center, a seguir "salvando vidas", cuando no pudo hacer algo por su hermana, según él.
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Isabella Swan aspiraba profundo a las afueras de su casa, nunca se había imaginado que regresar a Boston iba a ser altamente gratificante. La noche anterior había cenado con sus padres, como celebración de bienvenida. Había dejado todo recogido en su pequeño hogar. Su gata, Sexy, tenía comida y agua. Nadie más requería de sus cuidados.
Sonrió al acordarse que se había ganado una mascota cuando hicieron el llamado al rescate de un pequeño gatito que se había subido a un árbol muy alto. Ella y Edward, su compañero de entrenamiento especial de la policía, fueron los encargados de salvar a la minina. Ella fue la encargada de cuidarla después de aquel rescate y, al ver que nadie la reclamaba, debían enviarla a un refugio de animales; pero la primera noche Bella se la llevó a su casa, prometiendo que al siguiente día iría a llevarla para asegurarse de que estuviera bien. Sin embargo, desde ese primer día nunca más se separó de la gatita y Edward la iba a visitar, llevándole juguetes y todo tipo de cosas para gato que se le cruzaban en el camino.
Al pasar los días, ellos se habían acostumbrado a que en las noches que no estaban de turno, cenaban juntos.
Bella se dio cuenta que se había enamorado de su compañero de "aventuras", pero nada era color rosa. El día que le iba a contar acerca de su descubrimiento, fue asignada a servir en Arizona, no pudo protestar ni renegar, la orden estaba dada. Aparte, era un paso esencial para ingresar al equipo de criminología de la policía.
En Arizona lo único que hacía era trabajar y estudiar, como si no hubiera mañana. Estaba muy ansiosa por llegar a casa, aunque después del primer mes cortó toda relación con Edward, pues no le veía sentido seguir alimentando su corazón cuando ni ella misma sabía cuánto tiempo iba a estar separada de su familia y de él.
Sonrió negando con la cabeza, apostaba que Edward ya ni se acordaba de ella. Y si lo hacía ni se imaginaba que iban a ser compañeros de "aventuras".
Otra vez.
Se quejó al darse cuenta que no había ido a retirar su auto que se hallaba a tres manzanas de su casa. Observó su reloj por un corto tiempo, debatiéndose en si ir caminando o ir al trabajo en un taxi. Isabella, eres muy perezosa, se reprendió divertida. Desvió un poco su camino para seguir andando recto por la acera y se colocó los audífonos de su iPhone para escuchar música.
Iba tan distraída que no se percató que alguien iba siguiéndola, hasta que sintió un fuerte tirón de su cabellera y un paño siendo ajustado a su nariz… Intentó poner en práctica todos sus años de entrenamiento, pero simplemente su cuerpo se había desconectado de su cerebro. Jadeó cuando el poco aire se le acabó, obligándola a respirar y absorber el olor nauseabundo del cloroformo.
Todo se volvió negro…
