Bienvenidos. Este es un libro que he escrito recientemente y, tras las continuas sugerencias de un amigo, he decido colgar. La historia es original mia, aunque me he basado en el juego de Soul Reaver, como en personajes de ciertas peliculas sobre vampiros (Vampiros de Jonh Carpenter, Van Helsing y Underworld Evolution). Aunque los nombres y descripciones se acerquen bastante a los originales, la psicologia es completamente distinta.

Con esto no intento conseguir ni notoriedad ni beneficio alguno. Simplemente es una obra completamente amateur y para amateurs. Espero que disfruten de ella, tanto como yo escribiendo.

Gracias por pasar.

Narthelos.

PROLOGO

Me llamo Sarah Von Schoëder Weschler y esta es mi historia. Como toda vida, la mía empezó con mi nacimiento, aunque no normal. Por culpa de un vampiro, nací medio humana medio vampiro. Esto hizo que mi familia me rechazara y abandonara. Estuve vagando por Europa durante casi un siglo, pasando por varias familias que me acogían y que posteriormente, o veía morir, o por temor, me echaban de sus casas.
Todo fue así hasta que conocí a los caballeros Vaticanos, una orden masónica de Roma.
Todo empezó una noche, en el año 1202, en las montañas nevadas de Alemania, cuando estaba viviendo con una familia de campesinos. Hacía frío y nevaba de una forma agobiante e infernal, y para mi vulnerabilidad al agua, era mortal. El agua es como ácido para un vampiro. Alguien atacó el pueblo donde yo vivía, pero no eran humanos. Eran unos seres horribles y de aspecto inhumano que mataron a todos los que había allí, incluyendo los que vivían conmigo. Yo maté a uno, y los demás, por no se que razón, huyeron. Cuando vi a la luz a los seres responsables, no podía creerlo. Yo solo los conocía por los cuentos antes de dormir. Licántropos, o también conocidos como hombres-lobo.
Vestida solo con un camisón de noche, y armada solo con un cuchillo de cocina, me escondí en la cuadra y esperé a quien se atreviera a cruzar la única puerta por la que se podía entrar. Cuando por fin se abrió, no era un Licántropo, sino un humano. Un hombre, de unos cincuenta años, pelo canoso y largo, bastante alto y vestido en armadura, de cintura para abajo cubierta de seda negra, y un casco que tenía un penacho largo de color negro.
Me puse a la luz y él, al ver mi color de ojos, (Azul pálido. El color de ojos de los vampiros) alzó su arma contra mí, pero entonces, un Licántropo apareció detrás de él y yo, para salvar a mi verdugo, lancé el cuchillo contra el monstruo. El caballero se quedó perplejo ante mi acción. Como haría cualquier otro, le daría igual y me mataría. Yo no le tenía miedo porque ya controlaba mis poderes vampíricos, aunque no quería usarlos contra un humano. Para mi sorpresa, el bajó la guardia, y lo siguiente que hizo fue contarme quien era y porque estaba aquí. Se llamaba Viktor y era un caballero Vaticano.
Luego me tocó el turno y así, me gané su confianza. Como lo hice fue con una habilidad vampírica que consistía en transmitir recuerdos mediante el tacto. Esta habilidad consistía, en el caso de personas, en la visión, me convertía en la persona de la que absorbía y hacía lo que hizo esa persona exactamente igual. Otras veces, revivía el momento, y en la visión, yo estaba de observadora mientras el recuerdo proseguía, como un ente invisible. Incluso podía moverme por el lugar en el que se daba la visión sin alterar nada y tocar a otras personas o cosas para tener más visiones dentro de la misma. Toda una telépata. Esta habilidad también podía funcionar a la inversa. En vez de absorber, transmitir. Luego lo hice con palabras. Estuve casi una hora hablando con él.
Me dio una armadura, como la que tenía él y que llevaba en su caballo, y una espada (). Aunque al principio, las armas me resultaban complicadas y sobre todo, las detestaba, aprender a usarlas no me era difícil, sobre todo si alguien las había usado antes que yo. Con mi poder, pude absorber las habilidades del o los dueños de dicha espada. Si no era así, mi fuerza y mi rapidez compensaban la inexperiencia. En cuanto a la armadura, ponérmela fue de lo más simple. Era muy robusta y fuerte.
Viktor me acompañó con los suyos, aunque ocultándoles mis orígenes. Era el primer ejército que veía en el que aceptaban mujeres. Tuvimos suerte, sobre todo yo, porque la ventisca que azotaba la noche había acabado y la armadura de Viktor me protegía del agua derretida.
Estuvimos caminando durante una hora entera y en ese tiempo, me contó porque estaban en esta parte de Europa. Buscaban a William, el primero y más poderoso de todos los Licántropos.
Y yo que no creía en esas leyendas.
También me contó que estos licántropos no eran como los de los cuentos. Los verdaderos eran monstruos furiosos que, con o sin luna llena, de día o de noche, seguían siendo bestias salvajes con una sed de destrucción y devastación insaciables. William era el peor.
Llevaban meses siguiendo su rastro, pero siempre que se acercaban, solo encontraban los resultados de los retrasos en su búsqueda. Llegamos al lugar donde se habían emplazado los hombres de Viktor, en el denso bosque que rodeaba el pequeño pueblo donde yo vivía, ahora cubierto por la nieve. Cuando estuvimos a unos pasos de ellos, se percataron de nuestra presencia y llegaron a coger sus armas. Su nerviosismo evidenciaba que no estaban en su territorio. Hice que mis ojos volvieran a su color normal para no levantar sospechas.
- Vaya, Viktor¿ahora recoges vagabundos? – me dijo un hombre pelirrojo, con el pelo largo, rizado y recogido en coleta. Cara redonda, y altura media tirando a alta. Portaba una espada. Su actitud le convertía en la clase de persona que se cree por encima de los demás.
- ¡Un respeto, Markus! Es de los nuestros. Nuestra nueva rastreadora. Mucho mejor que el anterior, ya asesinado por nuestro enemigo – dijo. Esa frase parecía más bien un cumplido que una valoración. Markus se acercó y me miró más de cerca, como evaluándome. Tuve cuidado con él desde el principio porque también intuí en él habilidad para descubrir engaños.
- Por tu bien, y por el de todos, espero que no haya una razón más para haberla escogido, a parte de ser eficiente en su función – dijo y siguió mirándome –. Muy bien. De todos modos, ya hemos esperado demasiado – dijo y fue a donde los hombres de detrás él –. ¡Levantamos el campamento¡Seguimos adelante! – dijo Markus y todos los hombres se levantaron. Eran unos veinticinco y llevaban la misma armadura que yo, Viktor y Markus. Sus armas eran para todos las mismas. Espadas y hachas () y en algunos casos, ballestas. Vi también a una mujer. Pelo rubio y largo, una cara algo afilada, ojos marrones, de altura media y unos treinta años. Tenía una espada envainada en el cinturón de su armadura y una ballesta colgada a la espalda.
Mientras los hombres se organizaban y los que la tenían, subían a su montura, Viktor me dio unos cuantos consejos útiles, si no quería problemas con ellos.
- ¿Qué? – le pregunté cuando me puso la mano en la hombre de mi armadura. Me habló en voz baja.
- ¿Sabes rastrear?
- Bueno. Se me da bien acechar a un lobo sin que éste se entere.
- Bien. Entonces, escucha con atención. Asimílalo bien, porque solo te lo diré una vez.
- Te escucho – le dije en el mismo tono de voz.
- Como norma, el rastreador debe ir siempre delante de un acaudillador del ejército. Ve delante de la mujer. De Markus no me fío. Si quieres dirigirte a ella, se llama Amelia.
- Bien.
- Recuerda que las decisiones que tomes nos afectarán a todos. Si vas por un camino erróneo, nosotros te seguiremos al desastre. Recuérdalo.
- Aja.
- Y por último, y esta es la parte más arriesgada para ti, debes ir cinco metros por delante de nosotros.
- ¿Cinco metros?
- Si.
- De acuerdo. Pues voy a mi lugar – le dije, aunque algo acobardada. Teniendo en cuenta lo que perseguíamos…
- ¿Quieres montura?
- No. Prefiero mis pies en tierra – le dije y fui hasta Markus –. ¿Tenéis alguna pista de William?
- Aah – suspiró –. Solo esto – me respondió de nuevo con su tono de superioridad, y me enseño un mechón de pelo blanco –. Por si no lo sabes, es muda de hombre-lobo. Solo la de William es blanca – me explicó. La cogí de entre sus manos y me transmitió un recuerdo de William moviéndose hacia norte de donde estábamos.
Un detalle era que la luna estaba cubierta por el cielo nubloso que ahora, sobre nosotros, estaba despejado. Viktor se acercó a mí y Markus subió a su caballo.
- ¿Sabes por donde puede haber ido?
- Al norte.
- ¿Estás segura?
- Por allí creo que hay un pueblo. Si quieres encontrar al cazador, hay que localizar la presa. - Bien pensado. ¿A cuanto está?
- A unas dos horas caminando… a través del bosque.
- Es mucho tiempo, pero no tenemos nada más con lo que empezar. Está bien. Ya sabes. Delante – me dijo y me alejé mis cinco metros –. ¡Todos preparados¡No la perdáis! – dijo y todos se pusieron en marcha detrás de mí.
En el camino, oí una conversación entre Markus y Viktor.
- ¿Has reclutado a esa vulgar campesina porque intuiste que encajaría bien en nuestra orden¿O tal vez porque se parece mucho a tu preciosa Sonja? La hija a la que William asesinó.
- Ambas cosas.
- Deberé informar sobre ello y sabes que en cuanto lo haga, la echarán. No se pueden mezclar los sentimientos, Viktor¿o lo has olvidado?
- No lo he olvidado, y créeme, Markus, no la echarán.
- Pareces muy seguro de ti mismo. Por una simple guerrera, crees que nuestros amos se van a ablandar.
- Quizá tengas la oportunidad de ver por que estoy tan seguro, Markus. Pero hasta entonces, mantén esos comentarios fuera de lugar tras tus labios. No me gustaría que un día te atragantaras con ellos – le dijo y Markus se calló. Esa última frase puso firme a Markus. Viktor sabía defenderse de sus subordinados.
Un rato más tarde, dejaron de aparecer mudas de hombre lobo en las ramas de los árboles y yo me detuve. Markus, decepcionado y furioso, se bajó de su caballo y vino hacia mí, y a juzgar por la expresión de su cara, no con buenas intenciones.
- ¡Te has perdido¡¿verdad?! – me preguntó frenético. Viktor meneó la cabeza.
- No, pero William sabe que le seguimos.
- ¿Qué?
- Ve esas marcas en los troncos de los árboles.
- Usa los árboles…
- Por esa razón, no hemos encontrado más muda suya. Muy listo, la verdad. - Deja de adorar a ese monstruo y dinos por donde seguir.
- Seguimos al norte – respondí conteniéndome otra respuesta más grosera.
- Bien – dijo y se volvió a subir a su caballo.
Al cabo de otro rato, volví a parar la marcha. Pisé algo que había bajo la nieve y necesitaba ayuda para desenterrarlo.
- Amelia. Venga aquí, por favor – le pedí y ella se bajó de su caballo y vino hacia mí.
- ¿Qué pasa?
- ¿Quieres ayudarme? – le pregunté y moví la cabeza señalando la nieve que acaba de remover. Ella asintió y empezamos a cavar.
- ¿¡Qué está haciendo ahora!? – se preguntó Markus, agobiado por el cansancio y las paradas de la marcha.
Cuando descubrimos lo que había debajo, Amelia y yo nos quedamos de piedra. Nos miramos la una a la otra, totalmente impactadas, y luego ella se volvió hacia sus amos para, con una simple mirada y asentimiento, decirles que ya estaban cerca. El cadáver de un hombre, aparentemente un campesino, destrozado y mutilado. Aquí fue donde aprendí otra técnica de lucha contra los licántropos, a parte de la fuerza bruta: "Si encuentras a un humano o el cadáver de un humano mordido por un Licántropo, quémalo o decapítalo antes de que se levante de nuevo, porque entonces será más difícil matarle.
Amelia volvió a su caballo y yo a mis cinco metros de distancia, y reanudamos la marcha. Cada guerrero que pasaba delante del cadáver mutilado, y ahora quemado, mostraba una expresión de pena, y a la vez de miedo por acabar como él.
Poco después, localizamos el borde del bosque y unos pasos más adelante, una luz resplandeciente. Caminamos hacia esa luz y al ver lo que la producía, comprobamos lo cerca que estábamos de William. Yo fui la primera en llegar y luego llegaron Viktor, Markus y Amelia, y luego sus tropa. Excepto algunos, nadie hizo siquiera una mueca. Estaban tan acostumbrados como yo.
- Dios Santo – dijo Markus. Encontramos el pueblo campesino del que yo les hablé, solo que William había llegado primero. El exterior estaba lleno de cadáveres, asesinados de la misma forma que el que encontramos en el bosque. Las casas, unas estaban ardiendo y algunas ya habían caído por la inestabilidad creada por el fuego, y otras tenían claros signos de lucha: Manchas de sangre, zarpazos en las paredes, puertas convertidas en astillas, tejados caídos, etc. También había algunos carros de madera y cobertizos incendiados. Todo obra de un loco sediento de sangre y destrucción o en este caso, de un animal salvaje.
- Y de nuevo, llegamos para presenciar las secuelas de ese monstruo – dijo Viktor. Yo espiré algo de aire por frustración e impotencia que sentía. Viktor lo vio –. No ha sido culpa tuya. Ya hace tiempo que ha ocurrido – me dijo y me adentré un poco en el pueblo. Encontré mas muda de hombre lobo como la de William.
- Sin embargo, aún sigue por aquí – le dije y le mostré la muda. Vino hacia mí con mi caballo y la cogió.
- Es reciente… - dijo y se quedó pensativo.
- Viktor, démonos prisa, antes de que se transformen – le dijo Amelia.
- Sí – le respondió y luego se dirigió a sus hombres – ¡Quemad los cadáveres¡Registrad los edificios! – les ordenó a los hombres.
- ¡Formad dos grupos! – dijo un guerrero y todos se dividieron –. ¡Unos al lado oeste, otros al este! –. Intenté seguirlos, pero Viktor me detuvo.
- ¡Sarah! – me llamó y yo fui hacia él.
- Antes he olvidado decirte que queremos a William con vida – me dijo en voz baja de nuevo.
- ¡¿Qué!
- Verás, William no es el único al que perseguimos, ni el más peligroso. Queremos que sea la mosca que atraiga a la araña.
- Un cebo – afirmé yo.
- Sí.
- De acuerdo – respondí, aunque no muy satisfecha. Ese monstruo al que perseguíamos había matado a una familia con la que yo había pasado años. Había llegado al punto de amarles. Aún con todo esto, seguí su orden.
- ¡Tú! – llamó a un guerrero que llevaba una antorcha –. ¡Ve con ella!
- ¡Si, señor! – respondí y se puso a mi lado y ambos nos dirigimos hacia las casas del lado oeste. No le pregunté el nombre dado que podían matarle esta noche o cualquier otro día. Decidí que cuanto menos supiera de él mejor, aunque me fijé en su aspecto. La misma altura que los demás, barba, pelo negro y largo, cara redonda, y a parte de la espada, llevaba un hacha. Mientras caminábamos, veía a los demás guerreros quemar los cadáveres de los difuntos aldeanos.
Entramos en una casa pequeña, pero no quemada. Había una mesa con la comida servida. William debió sorprenderles justo cuando iban a cenar. Detrás de la mesa encontramos un cadáver con claras marcas de mordiscos.
- Aparta. Vamos a asegurarnos – dijo y cuando acercó su antorcha al cadáver, éste se levantó, con los dientes afilados y los ojos bañados en una mezcla de color azul y negro y nos lanzó un rugido igual de inhumano, antes de atravesar la puerta trasera y salir al exterior –. ¡¡SE TRANSFORMAN!! – gritó el guerrero hacia los demás del exterior.
- ¡Se están transformando! – dijo un guerrero.
- ¡Ya es demasiado tarde! – dijo otro guerrero.
Amelia vio al licántropo y antes de que escapara, se adelantó con su caballo y le disparó con su ballesta, atravesándole el cuello de atrás a delante. Entonces, otro cadáver del exterior abrió los ojos con el mismo color y su piel empezó a tornarse de color negro y a sufrir deformaciones. Salimos rápidamente por la puerta trasera al exterior y la batalla ya había comenzado. Entre nosotros, teníamos que hablar gritando por el ruido de nuestro alrededor. El guerrero y yo seguimos a Amelia y a su caballo y cuando estábamos cerca de la zona principal de combate, un licántropo atravesó la pared de una de las casas de nuestro lado. Se abalanzó sobre mi compañero, lo tiró al suelo y sin que yo pudiera hacer nada, le arrancó la cara a mordiscos. Cogí el hacha de mi compañero muerto del suelo, y con ella, atravesé la espalda de ese licántropo. Murió en el acto. Continué siguiendo con Amelia y otro Licántropo bajó del tejado y derribó su caballo. Ella quedó indefensa. Viktor lo vio y fue a ayudarla, pero yo fui más rápida. Utilizando el hacha como un bumerán, la lancé y corté la cabeza del licántropo antes de que matara a Amelia. Cuando el cuerpo de éste calló, fui hacia ella y ayudé al caballo a levantarse para que dejara libre su pierna.
- ¡¿Estás bien?! – le pregunté.
- ¡Sí¡Gracias! – me respondió y la ayudé a levantarse. - ¡¿Puedes andar!
- ¡Creo que sí¡¡Cuidado!! – exclamó cuando vio a un licántropo semi-formado detrás de mí. Desenvainé mi espada, la cogí al revés, y con fuerza, llevé la hoja hacia atrás. Le atravesé el torso al licántropo y luego miré hacia atrás y, en ese breve momento, tuve problemas para decidir cuando eran más horribles, sin en su forma media, con la cara deformada y la piel envuelta en negro con manchas marrones o en su forma final, con la cabeza de lobo, las garras afiladas y el torso humano envuelto en una manta pelo negro.
- Que atractivo… - dije, solté el mango de la espada, aún clavada en su torso y le rompí el cuello.
- ¡Muy elegante! – me dijo Amelia.
- ¡Gracias¡Vamos! – le dije, ella se subió a su caballo. Yo recogí el hacha del suelo y juntas, fuimos hasta Viktor. Mientras lo hacíamos, vi a un guerrero cortarle la cabeza con su hacha a un licántropo ardiendo. Seguramente se despertó cuando ya estaba envuelto en llamas.
Al llegar al centro del pueblo, donde la batalla era más salvaje, fui testigo de la transformación de un licántropo a la fase final. Dos guerreros intentaron matarle. A uno lo derribó con dos golpes y al otro, le rajó las piernas haciéndolo caer, y en el suelo le mordió el cuello, matándole por desangramiento. Después se levanto y empezó transformarse, pero cuando llegó a la forma final, un guerrero a caballo, Markus, le cortó la cabeza con su espada, en plena carrera.
La batalla que se daba ante mí, que era la primera en la que participaba, era sangrienta y brutal. Viktor derribó a un licántropo de un golpe de espada a caballo. Entonces, un guerrero a caballo llegó y habló con Viktor, no sin antes llevarse por delante a otro licántropo en la primera fase con su espada. - ¡Le hemos encontrado!
- ¡¿Y!
- ¡Necesitamos refuerzos!
- ¡Encuentra a Amelia! – le dijo y el guerrero se fue. Viktor oyó el rugido de otro licántropo en medio de jaleo que le rodeaba y vio a un licántropo derribar a otro guerrero a caballo. Fue a socorrerlo.
- ¡Amelia¡Hemos encontrado a William!
- ¡¿Donde!
- ¡En el lado este del bosque, pero necesitamos ayuda!
- ¡Traed arpones! – les dijo a sus guerreros –. ¡¿Nos acompañas!
- ¡Por supuesto! – le respondí y junto a ella y a sus guerreros, nos adentramos en el bosque de detrás del pueblo. Allí encontramos a William (). Era como en mis visiones. Su pelo, como la muda que encontramos durante todo el camino hasta aquí, era de color blanco. Su cabeza se parecía más que las de los otros licántropos a la de un lobo y era más alto que estos en su forma final. Sus garras eran más largas y afiladas. Sus ojos eran de color blanco, como si fuera ciego, pero desde luego, por la resistencia que oponía y su precisión al atacar, era obvio que no lo era. - ¡Derribadlo! – gritaba Amelia. Intentaban hacerlo caer atravesando sus extremidades y su torso con sus apones de cadena. Yo, con mi arpón, le atravesé la pierna derecha. Un guerrero le atravesó la izquierda, pero tenía problemas para llevar la cadena hasta un árbol y atarla, solté mi ballesta y fui a ayudarle. Juntos, y con mi fuerza, logramos atar la cadena a un tronco y con mi hacha, hicimos un nudo. La espada la guardé pon un "por si acaso" que llegó pronto ya que William logró agarrar a uno de sus atacantes y arrojarlo hacia el resto, con lo que pudo liberare. Se sacó los arpones de su cuerpo y mató a más de diez guerreros que había excepto a tres, incluyendo a Amelia. Luego vino a por mí. Saqué mi espada y él se lanzó a por mí. Me lanzó varios zarpazos que esquivé y luego yo se los devolví con un buen corte de mi espada. Este corte apenas le hizo parar en sus constantes ataques. Me estaba empujando hacia el borde del bosque, llevándome hasta los demás en el pueblo. Si llegaba ahí y aun quedaban licántropos sin matar, los míos estarían perdidos. No me importaba usar mis poderes vampíricos delante de los guerreros, sobre todo de Markus. En ese momento, ya no me importaba vivir o morir. Di un salto de unos tres metros de alto hacia atrás y entré de nuevo en el pueblo, que estaba a unos ocho metros detrás de mí, atravesando los árboles. Lo hice ante la atónita mirada de Amelia. William me siguió con un salto igual de largo. Yo llegué la primera al pueblo. Markus y sus hombres fueron los primeros en ver de que modo.
- ¿¡Pero qué¡Disparadla! – dijo, pero los hombres no hicieron caso –. ¡Es una orden¡Hacedlo! – insistió y mis ojos se volvieron de color azul pálido. Antes de que dispararan sus ballestas, apareció William y entonces, retrocedieron. Se abalanzó sobre mí, pero yo le agarré de los dos brazos. Me lanzó mordiscos de los que yo me alejaba y al quinto, le di un puñetazo en la cara que lo aturdió y me dejó tiempo para agarrar mi espada y hacerle dos cortes en el pecho que le hicieron retroceder. No sirvieron de nada ya que se regeneraron al instante. Me lanzó más zarpazos y al tercero, saltó hacia mí e intentó morderme de nuevo, pero le esquivé agachándome y William se estrelló contra la pared de piedra de una casa. El tiempo que tardó en darse la vuelta lo aproveché para acercarme a él, y con mi espada, cortarle un brazo. A mi espalda, alguien disparó un arpón. Lo cogí al vuelo y lo usé para atar a William por detrás desde la boca a las piernas. Para asegurar el arpón, se lo clavé con todos mis fuerzas en un muslo. Aún forcejeaba, así que le ensarté un brazo en el suelo con la espada. Dejó de resistirse en unos segundos.
Ya terminado el asunto de William, empecé a darme la vuelta para ver que opinión tenían de mí mis compañeros, pero antes de hacerlo, oí ruidos de ballestas al otro lado.
- ¡Ni se te ocurra moverte, vampiro!
- ¡Markus¡Baja las armas! – le gritó Viktor.
- ¡Eres un estúpido¡Has confiado en un demonio¡En un vampiro!
- ¡Lo se!
- ¡¿Lo sabías?! – respondió y los guerreros que quedaban se miraron entre ellos, perplejos por la respuesta de su líder.
- ¡Me dio buenos motivos para confiar en ella¡Y puede dártelos a ti también! – le dijo y yo, no pudiendo aguantar, di un rápido movimiento hacia ellos, concretamente hacia Amelia.
- ¡Ah! – se alarmó. Le cogí la ballesta del cañón, y puse la flecha apuntando a mi corazón. Los demás guerreros se quedaron confusos por mis acciones. Incluso, para ponérselo fácil, me quité la coraza del pecho.
- Sarah¿que estás haciendo? – preguntó Viktor.
- No debiste confiar en mí…
- ¿Qué? Me diste pruebas de que no eras como tus hermanos.
- Pero no te dije que estoy harta de vivir.
- Eres inmortal.
- ¡Pero yo no quiero la inmortalidad¡Nunca la quise, Viktor! – le grité con lágrimas en los ojos –. ¡Llevo cuatrocientos años viviendo aquí, aguantando la marginación y el odio de la gente¡Cada vez que encuentro a alguien que pueda querer a alguien como yo, los matan¡Solo me uní a vosotros porque esta vez podía vengarles¡Mi madre fue mordida por un vampiro y yo nací casi como ese ser¡De ése no puedo vengarme¡Y ya estoy cansada¡Quiero morir, librarme de esta existencia! – les grité llorando. No podían dar crédito a lo que oían. Un vampiro que ansiaba la muerte contradecía todas sus reglas y creencias –. ¡¿A qué esperas, Amelia!
- Me salvaste la vida. No…no puedo – dijo con el brazo con el que sujetaba la ballesta tembloroso.
- ¡Entonces… que lo haga Markus¡Él sí tiene agallas para ello! – dije y Markus se acercó a mí.
- Antes de que lo haga, puedo sugerirte que no sería mejor buscar al que te convirtió en vampiro y hacerle pagar.
- ¡¿Cómo¡Ni siquiera sé quien es! – seguí gritando. Viktor estaba pensativo.
- Yo si lo sé – interrumpió Viktor.
- ¿Qué? – le pregunté asombrada.
- Markus, Amelia, cogeos todos de las manos. Sarah, transmíteles tus recuerdos sobre el día de tu nacimiento. Hazlo y te aseguro que podrás vengarte por la desastrosa e insufrible vida que ese ser te ha obligado a pasar – dijo y todos se cogieron de las manos. Sin quitarle el ojo de encima al prisionero William, a través de Markus, les transmití el recuerdo exacto del día de mi nacimiento. Cuando acabé, todos se quedaron más sorprendidos que nunca.
- Kain… - balbuceó Markus.
- ¿Qué?
- ¿No sabes quien es Kain? – me preguntó un guerrero.
- No – respondí y todos bajaron sus armas.
- ¿No sabes quien es Kain, el emperador de Nosgoth? – me preguntó Markus. Aquel nombre mi hizo recordar algunas pesadillas que tenía cuando dormía.
- ¿Fue… él? – me pregunté, retrocedí unos pasos y caí rendida por la realidad al suelo. Me quedé de rodillas. Markus se acercó a mí. Su actitud respecto a mí había cambiado. Los guerreros aseguraron las ataduras de William. Viktor también se acercó.
- ¿De verdad que no sabes quien es?
- ¡No!
- Pues eres afortunada.
- ¿Por qué?
- Era a él a quien queríamos atraer con William. Es un aliado suyo.
- ¿Le perseguís?
- Le persigue todo el mundo. Pero nosotros, los primeros – me explicó Amelia.
- Únete a nosotros. Olvida esa idea del suicidio. Serás bienvenida a los Caballeros Vaticanos – me dijo. No sabía que decir. En una sola noche, había descubierto el nombre del que me condenó. Una sensación de odio me recorrió las venas.
- Mi señor – se dirigió a Viktor uno de los guerreros –. Amanece.
- Será mejor que la pongamos a cubierto. - Eso no hace falta. Hay una cosa que no os he mostrado ni dicho – dije y me levanté –. Mirad – les dije todos. Cuando el sol empezó a tocar mi piel. No pasó nada. He aquí mi principal ventaja frente a los de mi especie. Mis nuevos amigos se quedaron boquiabiertos.
- Puede…ver el sol – exclamó Amelia. Esto les era todavía más sorprendente que lo demás.
- Igual que Kain. Un enemigo a la altura – dijo Viktor.
- Bienvenida a nuestra guerra – dijo Markus y los demás guerreros asistieron expresando aceptación por mí. Este fue el principio de mi servicio con los caballeros Vaticanos. En cuanto a William, lo último que supe de él fue que le encerraron en una prisión de metal y roca, con sentencia hasta el fin de los tiempos. La razón de no matarle era que creyeron que podría serles más útil en un futuro.

Ellos querían a Kain, y yo quería vengarme por los años de miseria y sufrimiento que había pasado por su culpa. A cambio de mi ayuda, me dieron un hogar… y algunas amistades.
Entré en el imperio de Kain camuflada entre sus filas con la esperanza de encontrar una manera de matarle. Nadie sabía cómo acabar con él. Era el vampiro más poderoso sobre la tierra. Estaba cerca de encontrar la solución a ese enigma cuando me descubrió. En ese momento, no supe cómo.
En el mundo de Kain, con la traición, solo había un resultado: La condenación eterna. Yo, Sarah Weschler, iba a sufrir el destino de los traidores y débiles: Arder eternamente en las entrañas del Lago de los muertos. Kain y dos de sus generales me llevaron al lugar, pero antes de arrojarme, me dijo "No fue nada personal lo de tu madre. Fueron los tiempos". Caí ardiendo en el fuego candente…hundiéndome en las profundidades del abismo…un dolor indescriptible…Una agonía incesante…El tiempo se había detenido…Solo quedaba la tortura… y el odio que sentía hacia el que me había condenado a este infierno. Hasta ese breve momento, no había deseado ni necesitado ayuda, pero ahora la deseaba más que nunca.