Soy horrible para encontrar títulos. Gracias a Bielo que esto tiene uno (aunque al final deje el mismo, gracias por escucharme darte la tabarra). No termina de convencerme pero es bonito y a falta de nada mejor... xD. Decir que esto surguió de un flash de inspiración anoche que fui corriendo a encender el portátil para escribir y todo. Me gusta como ha quedado.

Ambientado en la Guerra de la Independencia. Ya sabéis que Francia apoyó a las Trece Colonias para independizarse y estas recibieron una gran inspiración del clima que se vivía en Francia.


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Balance de fuerzas

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-¡¿Se puede saber qué estás haciendo, Francia?

El rostro de Inglaterra le miraba furibundo desde la entrada de su casa y aunque, si se paraba a pensarlo, no era tan extraño, en un principio si le sorprendió encontrárselo nada más abrir la puerta en su umbral. Era rara la vez que Arthur iba a visitarla y aquella no parecía de buen humor. En absoluto.

-¿Qué quieres decir, Arthur? –preguntó el francés con un tono cándido y despreocupado que solo encendió más la rabia que había en los ojos del inglés.

-Idiot! –exclamó Inglaterra-. Sabes perfectamente a lo que me refiero.

-Non, me temo que no es así –negó Francis. Invitaría a Arthur a pasar pero sabía que se negaría y esta vez sí parecía enfadado de verdad.

-¿No? ¡Pensé que estabas de mi lado!

Al fin y al cabo Francia también era un país con colonias, por mucho que en su capital ahora soplasen vientos revolucionarios.

Vientos como los que soplaban en sus colonias americanas ahora mismo.

Los labios del francés formaron una pequeña "o" de sorpresa al caer en lo que debía estar pensando Inglaterra.

-¿Te refieres a Alfred?-preguntó aún con calma.

-En efecto –gruñó el otro.

-Pero… Iggy… Yo no he tenido nada que ver en eso –dijo aún en el mismo tono Francis, apartándose el pelo de la mejilla. Lo tenía especialmente brillante ese día. Le gustaba cuidarse el pelo.

En la puerta el inglés bufó, claramente incrédulo de sus palabras. Francis suspiró.

-Es la verdad, Arthur –respondió de nuevo, con mayor seriedad ahora-. Que esté enamorado de ti no significa que vaya a consentir algunas cosas. No puedes hacer lo que quieras, Arthur. ¿Has visto cómo tienes a Alfred? No sabía nada de lo que hacías en sus territorios… Yo no le he obligado a nada, solo le he mostrado lo que tú no le dejabas ver. Lo que tú habías hecho –las palabras del francés tenían un cariz acusador que no agradó a Arthur.

-Ha sido culpa tuya –siseó el otro igualmente y Francis sabía que iba a costar quitarle aquella idea de la cabeza. Inglaterra era, ante todo, terco y orgulloso. Nunca admitiría que había sido él mismo el que había propiciado aquello. En opinión de Francia aquello iba a ocurrir tarde o temprano, colaborase él o no. Y… simplemente no podía dejar que la situación se prolongase, sostenida por aquel fino hilo que era la ignorancia de Alfred.

Que Inglaterra comprendiese aquello era otro asunto.

-Así que esa es tu opinión –comentó con frialdad Arthur. Su voz sonaba calmada pero sus ojos seguían ardiendo de rabia y furia, Francis podía verlo bien.

-Sí, esa es –repitió, sin retroceder un paso en su postura.

-Ya veo. Está bien. Ya veremos cuando todo esto termine. Si crees que vas a salirte con la tuya estás equivocado, Francia.

Francis no añadió nada más, tampoco habría tenido tiempo: para entonces Arthur ya había dado media vuelta y se marchaba de allí.

Él simplemente lo observó irse, frunciendo el ceño, preocupado en el fondo.