-Prólogo-
El cuatro de julio de 1905 llegaba Alfred a los Estados Unidos, con más pena que gloria, en la que sería la primera de sus ideas de cabecita loca. Con las que vendrían después tenía varias cosas en común, sobre todo los gritos de su madre y los suspiros de su padre, la compañía de las manitas blancas de Amelia, por el momento idénticas a las suyas, y las sonrisas de su tía, una mezcla entre las que dejaría escapar un hada madrina y las que le pegarían más a la bruja mala.
Como un fuego artificial, de los que estaban previstos para más tarde, con menos luces pero el mismo ruido y alegría, los mellizos de los Jones, demasiado importantes como para tener un solo primogénito, nacían en un hospital demasiado pequeño para el dinero que tenía su familia.
Era noviembre de 1918 y hacía frío, pero la costumbre de su cuerpo y el grosor del abrigo, negro, áspero y heredado de su madre, protegían a Yekaterina bastante bien. Le temblaban las piernas casi tanto como las ideas al andar por aquella tierra que, bueno, por el momento se parecía lo suficiente a su casa.
"Quizá no esté tan lejos", se sorprendió pensando mientras pedía disculpas, en inglés para ir acostumbrando a la lengua, a una niña con la que había tropezado. Ella la miró con sus ojos grandes, azules como los suyos.
"Quizá no esté tan mal."
Los veinticinco dólares de su bolsillo pesaban como una promesa difícil de cumplir y, aunque lo único que la esperaba en el Poste de los Besos era el aire nuevo y ligero del invierno americano, Yekaterina consiguió sonreír mientras se agarraba con fuerza al asa de su maleta.
La sensación de la boca del estómago era exactamente la misma a la de el momento justo antes de dar un regalo a sabiendas que a la persona que lo recibe le va a gustar, pero ahora Toris tenía dieciséis años, las manos aún vacías y cierto nerviosismo burbujeante de "¿Y si no nos dejan pasar?" en el estómago.
No podía dejar de sonreír, aunque a medias, apretando un poco los labios.
–Cálmate un poco, hijo.
Por algún motivo siempre le había calmado que su padre le llamase "hijo" tan a menudo. Le recordaba que, en ese momento, había sido una suerte que su familia fuese tan pequeña que se redujese sólo a ellos dos. Tan pequeña como su casa en casa, tan pequeña que había cabido perfectamente en el barco.
Toris llevaba puestos unos zapatos casi de vagabundo, pero caminaba por América -que de momento aún no tenía las calles de oro- con la misma confianza e ilusión que un novio dirigiéndose al altar.
La llegada de Feliks a los Estados Unidos debería haber sido sencilla, predecible y aburrida, exactamente igual que la camisa nueva que llevaba puesta, con los botones brillantes.
Se repetía mentalmente su trayecto, sin demasiada ilusión, junto al fragmento de la Biblia aprendido de memoria para pasar por Ellis Island. Tenía la mano de su tía agarrada al hombro como si fuese un pájaro blanco y delgaducho.
Con la tía Agniezska. De casa al barco. Del barco a... cómo era, Ellis Island. De allí a la nueva casa. De la nueva casa a casa otra vez.
Con la tía Agniezska.
Las frases del plan eran tan sencillas que ni siquiera tenían un verbo, así que, por poca gracia que le hiciera, nada podía fallar.
De todas formas, ese "con" temblaba un poco cada vez que pensaba en los problemas de corazón que tía Agniezska tenía que enmascarar con éxito. Inspección: a Feliks no podía fallarle la memoria y su tía tenía que parecer vigorosa.
Los planes de Feliks -y Feliks- titubearon un poco, respirando profundamente.
Y ambos siguieron adelante, con unas cuantas palabras de menos, con el corazón débil de la tía Agniezska en la enfermería. A Feliks le temblaban las piernas con la seguridad de que no iba a volverla a ver.
De casa al barco. Del barco a... cómo era, Ellis Island. De allí a la nueva casa. Sin la tía Agniezska.
Tranquilo, tranquilo, no pasa nada.
Nada.
Era 1920 y, junto con la década, empezaban los problemas de esa joven construcción agramatical rubia y polaca que era Feliks Łukasiewicz.
A Cesare siempre le habían dicho que tenía buen ojo; había adivinado que el hermanito de Lovino iba a ser un niño, que lo de su mujer no era sólo una gripe, y que lo mejor que podía hacer mientras Mussolini subía al poder era bajar con sus sobrinos del barco que los llevaba a Estados Unidos. Incluso aunque ninguno de ellos hubiese hecho un intento serio de aprender inglés y que Feliciano se había pasado medio viaje llorando y preguntando por qué no podían venir sus padres.
Bueno, por eso mismo se iban a América. Cesare se buscaría alguna forma de hacer dinero y traer a su hermano y a su cuñada.
El aire de verano estaba cargado de sal y humedad y a Cesare le recordaba a casa. Después de todo, aunque los Estados Unidos no resultasen ser como los había imaginado, si se había llevado a Lovino y a Feliciano, y si lo primero que veía al llegar era la estatua de una mujer bonita, uno podría sentirse demasiado solo allí.
Ahora es noviembre de 1925. Después de un golpe de suerte que lo sacó de trabajar limpiando el local y los lavabos de una floristería, Toris se toma el último vaso de agua antes de su actuación en un local que oficialmente no debería existir.
En la conjunción de todas las líneas de antes, en ese choque, está a punto de empezar un pequeño y fantástico accidente en su vida relacionado con una persona con zapatos de tacón bajo que está sentada, entre aburrida y curiosa, en la barra estrecha del lugar, pero la amistosa palmada de Alfred en el hombro lo distrae de cualquier corazonada que pueda advertirlo.
¡Bueno!
La verdad es que no sé muy bien qué decir aquí; he estado trabajando en este fic dos años (más que nada porque soy horriblemente lenta escribiendo, porque no es tan largo), y estoy muy contenta de empezar a publicarlo ya. Es mucho más bonito de ver en mis documentos originales, y tendré que hacer algunos cambios de formato aquí. ¡Espero que no pierda mucho!
Además de esto, aunque me ha hecho ver que el formato largo no es lo mío, ha sido divertidísimo de escribir y me lo he pasado genial. No lo he documentado tanto como quizá debería y no tengo excusa, porque los años 20 son una época famosa y con un montón de literatura, así que espero que podáis perdonarme los ocasionales anacronismos (si los pilláis, ¡avisadme!).
El fin en sí ya está terminado; como en el prólogo apenas pasa nada, colgaré el primer capítulo mañana o el lunes, y desde entonces quiero actualizar una vez por semana.
Nota final: esto está escrito especialmente para Fresi y me sentiré feliz con ello si a ella le gusta porque realmente no habría podido empezarlo, seguirlo o terminarlo sin ella. ¡Muchas muchas gracias!
¡Y gracias a vosotros también por leer! Espero que os guste este pequeño primer intento tanto como a mí me ha gustado escribirlo.
