¡Hola! Bueno cuelgo el segundo fic que escribo ya que una amiga insiste en poder leerlo, así que lo dejo aquí para que pueda comenzar :P
Y bueno, lo de siempre, esta historia se la dedico a mis amigas que son las que me descubrieron este sitio y las quiero con locura :)
La historia la comence a escribir hace muy poco, pero la tengo toda estructurada, así que espero acabarla cuanto antes, ya que me gusta bastante ^^ si alguien la lee, agradecere cualquier comentario :D:D
El viejo cadillac avanzaba por el camino de tierra levantando una polvareda a su paso. Con las ventanillas abiertas y el coche a treinta kilómetros por hora, Bella jadeaba acalorada en su asiento de copiloto. A los bordes del camino se veían todos los campos de trigo, que se extendían kilómetros allá, donde no le llegaba la vista. Miraba al cielo, intentando encontrar una nube o un resquicio de aire que tapara el Sol y apartara el calor durante un buen rato.
La radio estaba estropeada, y finalmente, su mp3 se había quedado sin la última ralla de batería que le quedaba, así que no tuvo más remedio que fingir que seguía escuchando música de su reproductor para no tener que mantener una conversación con su madre.
Llevaban días en el coche, cruzando el país desde Nueva York hasta Texas, donde las había enviado el programa de protección de testigos. Sinceramente, Bella estaba hasta las narices del traqueteo del coche, y más aún de ese calor, que le dejaba el cuerpo pegajoso y la nuca sudorosa.
Dio un respingo cuando notó la mano de su madre en su pierna. Su madre la iba mirando con una dulce sonrisa.
-En cinco minutos estamos allí, ¿eh cielo?-decía alegremente. Bella le devolvió la sonrisa muy a su pesar. Su madre tampoco quería ir a Texas, pero dadas las circunstancias, lo consideraba una buena opción, e intentaba ser optimista ante su hija.
Durante los últimos meses, Esmeralda Swan había envejecido. Al ser una madre joven, todavía tenía la piel bien conservada y el cabello sin una sola cana, pero después de los acontecimientos ocurridos últimamente, se le habían formado unas arruguitas al lado de los ojos y de las comisuras de la boca, e incluso alguna cana había aparecido en el cabello chocolate de Esme.
Pocos minutos más tarde, se divisaron pequeñas casas coloniales, y algún kilómetro más allá se divisaba una gran casa oscura, con un establo y un granero a las espaldas. Todo era rústico y antiguo, como si hubieran retrocedido treinta años atrás, pensaron madre e hija. A Esme le pareció volver a su niñez, y a Bella a su peor pesadilla.
Bajaron del coche cuando un hombre rubio salía de la casa.
-¡Hola! Debéis de ser Esmeralda e Isabella.-decía mientras se acercaba a ellas y les estrechaba la mano. Su mano era bastante suave para vivir en el campo, pensó Bella. A diferencia de su mano, su aspecto estaba totalmente acorde con el ambiente: unos pantalones tejanos bastante antiguos, unas botas marrones y una camiseta blanca algo manchada. Se acercó el coche y las ayudó a descargar las maletas
-¡Edward! ¡Emmet!-gritó hacia el granero. Bella arrugó la nariz extrañada, y Esme se encogió de hombros a modo de respuesta. Cargaron las pesadas maletas cuando dos chicos llegaron sudorosos. Uno de ellos era moreno, con el cabello rapado y unos poderosísimos músculos en todo el cuerpo. El otro tenía el cabello color cobrizo, con algo menos de forma física, pero igualmente bastante imponente. Vestían como Carlisle, el hombre que había salido de la casa: el moreno llevaba unos tejanos de color claro y una camiseta marrón; mientras que el otro llevaba unos pantalones marrones, una camiseta blanca y una camisa desabrochada de color caqui. Se acercaron a ellas, y tras saludarlas, cargaron con facilidad lo que quedaba de equipaje, adentrándose en la casa con ello.
La casa por fuera era antigua, pero por dentro era absolutamente igual: muebles viejos en el comedor, una cocina cincuentona, una chimenea en la sala de estar y una alfombra bastante sucia en la entrada. Por suerte, subieron al piso de arriba y olvidaron la vista del primer piso.
El segundo piso era un pasillo que daba a diversas puertas, donde detrás se escondían tres habitaciones y un baño. Bella y Esme entraron en la puerta más alejada, siguiendo a los tres hombres, que llevaban su equipaje como si de plumas se tratara. Cuando dejaron el equipaje, salieron de la habitación y Bella se desplomó sobre una de las camas.
La habitación era de un azul muy claro, y era algo amplia. Pocos muebles la ocupaban: dos camas, dos armarios, una cómoda con un espejo, un escritorio y una silla. Las camas eran de muelles y tenían una manta algo rasposa de color granate.
-Bueno, ya estamos en casa.-dijo Esme sonriendo. Bella puso una mueca y se tumbó en la cama de cara a la pared.- ¿No vas a deshacer tu equipaje?-Bella sacudió la cabeza.-En algún momento tendrás que hacerlo, ya que necesitarás ordenar tu cuarto un día.-decía mientras abría sus maletas y comenzaba a distribuir su ropa, sus libros y otras pertenencias en los diversos muebles de la habitación.-Cojo los cajones superiores de la cómoda, ¿te parece bien?-Bella no contestó, así que Esme se adueñó de ellos.
Media hora más tarde ya había ordenado todos sus objetos y su ropa, y después de meter la maleta debajo de la cama, volvió a hablar a Bella, que no se había movido.
-¿Todavía no deshaces tu maleta?-preguntó. Bella volvió a sacudirse y su madre suspiró.- Está bien, yo iré abajo a comenzar a ayudar. Suerte en tu enfurruñamiento con el mundo.-y dicho esto salió de la habitación.
Un buen rato después, cuando el Sol ya no iluminaba tanto, Bella se levantó perezosamente de su cama. Puso una maleta sobre su cama, y después de abrirla, se quedó mirando el contenido mientras se rascaba la cabeza y se acariciaba el cabello.
Poco a poco, comenzó a sacar sus pantalones y colgarlos del armario, al igual que las chaquetas y las faldas. Después puso los zapatos en el cajón inferior del armario y lo cerró a duras penas, ya que el mueble era viejo y su cajón estaba a rebosar. Metió sus camisetas en los cajones de la cómoda, y entre ellas escondió su viejo diario. Guardó su portátil en un cajón del armario, y en otro cajón metió su ropa interior y su neceser, repleto de maquillaje y esmalte de uñas. Metió cuidadosamente su guitarra acústica en el armario. Acabó de guardar todas sus pertenencias en los otros cajones y finalmente guardó su viejo teléfono móvil debajo de su almohada.
Cuando acabó, tuvo la mala idea de mirarse en el espejo. Vio su figura delgada, con sus converse negras, sus mayas ajustadas y su camiseta larga de color blanco y de tirantes anchos. Su cabello de color chocolate seguía liso y despeinado, sus uñas pintadas de negro, y sus ojos pintados excesivamente de color negro. Se arregló el maquillaje que se le había corrido y suspiró. Su aspecto no pegaba nada con el de la casa ni con el de la región, pero era lo último que le quedaba de su vida anterior.
Llamaron a su puerta, y ella dio un respingo. Como acto reflejo se lanzó sobre la cama y volvió a la posición en la que su madre la había dejado. Nadie entró en la habitación.
-Bella, la cena estará lista en unos minutos, así que debes ir bajando.-dijo una voz de hombre. Debía ser uno de los dos chicos, ya que la voz de Carlisle no había sido así anteriormente. Oyó unos pasos que se alejan y las escaleras crujir al paso de alguien. Se levantó sin ganas de la cama y con sigilo comenzó a bajar los escalones. Al final de la escalera, giró a la derecha y entró en la cocina, donde estaba la mesa donde iban a desayunar, comer y cenar.
Carlisle y su madre habían preparado una ensalada y algo de carne de ternera al horno. Emmet y Edward parecía que hubieran puesto la mesa, pero ahora estaban sentados en dos sillas contiguas, charlando animadamente sobre caballos.
Carlisle vio a Bella ante la cocina, e hizo un ademán para que se sentara mientras le dedicaba una sonrisa. Poco a poco se acercó a ellos y se sentó en frente del chico de cabello cobrizo. Los dos se callaron. Esme se sentó entre Bella y el dueño de la finca.
Comenzaron a comer mientras todos charlaban animadamente. Su madre contaba como era vivir en Nueva York y de donde había sacado la receta de la salsa que le habían puesto a la ternera. De pronto, Carlisle golpeó su vaso con un tenedor imponiendo silencio.
-Perdonad chicas, pero antes me he olvidado de deciros algo muy importante.-dijo mientras sonreía amablemente.- Hay unas ciertas normas que he olvidado mencionar.-Esme asentía mientras Bella resoplaba y dejaba caer el tenedor sobre el plato.-La primera regla es que no podéis salir de la finca.-Bella abrió desmesuradamente los ojos.-No os preocupéis, porque se extiende bastantes kilómetros a la redonda, y en ella hay otras familias que tienen algún pequeño comercio. Y la segunda y última regla, es que está prohibido cualquier tipo de sustancia nociva, tanto como alcohol, como drogas o como tabaco. Dicho esto, podemos cenar en paz.-dijo mientras se sentaba otra vez. La charla se reanudo, y Bella se mantuvo en silencio hasta que Emmet, el chico moreno, le habló:
-No te preocupes, no somos los únicos chicos de la finca, más lejos tenemos unos amigos, entre ellos chicas, así que podrás tener compañía femenina.-dijo en un intento de ser amable.
-No me importa, no pienso quedarme mucho tiempo en este sitio.-dijo con una mueca. En la mesa se hizo el silencio mientras Esme se tensaba.
-¿Qué dices, Bella? Este es nuestro nuevo hogar, y pasaremos bastante tiempo.-Bella soltó una mueca burlesca.
-O eso es lo que tú quieres.-dijo mientras se levantaba de golpe de la mesa y su madre la cogía del brazo con firmeza.
-Bella, siéntate.-ella la miraba con desafío.-No me obligues a repetírtelo.
-¿O qué? ¿Me pegarás, mamá? – su madre soltó su agarre y dejó que su hija volviera a subir escaleras arriba y soltara un portazo al entrar en su cuarto.
En la mesa se hizo un incómodo silencio, hasta que Esme, actuando como si esa escena nunca hubiera tenido lugar, les dijo a los chicos que les había traído una cosa de Nueva York. Se levantó un momento de la mesa y cogió una bolsa que había dejado en la encimera, tendiéndosela a los chicos. Abrieron la bolsa y sacaron dos nuevas pelotas de baseball, que les arrancó una sonrisa y un sincero agradecimiento hacia Esme, que les dedicó una sonrisa.
EDWARD POV
Debo reconocer, que en cuanto la vi, me causó una sensación muy extraña. Hacía tiempo que no salía de la finca, y las únicas chicas a las que veía eran Alice y Rosalie, pero ellas nunca vestían como campesinas. Siempre se compraban ropa nueva y en las películas que veíamos no se veían chicas vestidas como Isabella.
Ella tenía un aura distinta. Parecía triste.
Durante las pocas horas que la vi el primer día, parecía triste y decaída, y no le dedicó ni una sonrisa a nadie. Ni siquiera como agradecimiento. Nada la hizo reír. Ni siquiera parecía que estuviera escuchando a los demás. Estaba encerrada en su propio mundo.
Esme, al contrario que su hija, siempre sonreía, e intentaba ser amable con nosotros. Me pregunté si algo horrible había sucedido mientras habían estado en Nueva York, pero cabían tantas posibilidades que dejé de pensar en ello y simplemente la admiré.
Solo vestida de negro, con esos ojos tan oscuros por dentro como por fuera, y el cabello tan liso pero tan despeinado a la vez. Era extraña, sí señor, pero no imaginaba hasta que punto. ¿Qué cosas escondes, Isabella? Me preguntaba una y otra vez.
Cuando recogimos la mesa con la ayuda de Esmeralda, ella ya se había ido, protagonizando un espectáculo, por el que mi madre me hubiera reprendido severamente. La madre de Isabella la dejó marchar mientras ella ponía buena cara e intentaba olvidar la escena que había montado su hija.
Cuando Emmet y yo subimos a nuestro cuarto, estuvimos hablando largo y tendido de nuestras nuevas granjeras.
-Sí, creo que es rara,-decía Emmet.- pero al fin y al cabo toda la gente de ciudad, lo es.-decía mientras yo asentía.- Mientras no se metan en problemas y trabajen bien, a mi me da bastante igual.-decía mientras se encogía de hombros.
-¿Qué crees que les habrá ocurrido en la ciudad?-pregunté curioso mientras me tendía en la cama y apagaba la luz. Emmet también se metió entre sus sábanas.
-No lo sé, pueden haber ocurrido tantas cosas…-decía pensativo.- Lo que sé, es que debajo de esa máscara negra hay una chica que está bastante buena.-decía soltando una risotada mientras yo le golpeaba con mi almohada.
Poco después, nos dormimos profundamente. En mis sueños aparecía una triste melodía y los ojos oscuros de Isabella.
