Crepúsculo no me pertenece… aunque me gustaría
TODAVÍA NO ES TARDE
Seattle. Lunes, 9 de noviembre de 2009
EDWARD POV
– ¿Dr. Cullen? – Oí que me llamaban a mi espalda. Era mi asistente que venía un poco agitada desde la otra punta del pasillo.
– Dime Claire
– Han solicitado su presencia en el piso octavo. Por lo visto su padre le está buscando –. Me dijo en voz baja y confidencial mientras caminábamos a la pequeña recepción del pabellón infantil para dejar las últimas recomendaciones de los pacientes a los que acaba de visitar.
– Muy bien, gracias. – le contesté regalándole una sonrisa. Debía ser algo urgente si no podía haber esperado a que yo me acercara al despacho.
Termine de firmar las altas correspondiente a la mañana y le tendí los expedientes antes de dirigirme al encuentro con mi padre. El piso octavo era el destinado a oncología pero no me extrañaba que me llamaran de otras áreas ajenas a la mía, ya que por desgracia no eran pocas las ocasiones en que el cáncer se cebaba con los más inocentes y de vez en cuando solicitaban la opinión de los pediatras.
Hacía allí me encaminaba tranquilamente mientras organizaba la agenda del iphone para el resto de la semana. Llevaba varios días sin salir del hospital encadenando guardias y operaciones y no pensaba aparecer por allí por lo menos hasta el miércoles. Apenas había podido dormir unas cuantas horas seguidas, desde luego que aquel fin de semana había sido una auténtica mierda. El viernes había organizado con unos compañeros de trabajo un sencillo plan de cena y cine, pero ni siquiera habíamos podido hacer la elección de los entrantes cuando mi busca me exigió mi presencia inmediata en el quirófano.
A esa operación le habían seguido otras urgencias que me tuvieron el resto del fin de semana totalmente ocupado, no es que hubiera habido grandes emergencias, de hecho eran cosas bastante sencillas: una epidemia de gastroenteritis, una apendicitis, unos cuantos huesos rotos provocados por la reciente ola de frío y la afición de los peques por lanzarse cuesta abajo por la nieve sin medir las consecuencias… no eran cosas de gran importancia pero, desde luego, entre todas juntas no me habían dado un respiro. Y precisamente, por todo ello, en esos momentos, mientras me encaminaba al encuentro de mi padre, lo único que anhelaba era en volver a mi casa, comer algo caliente y recostarme en mi mullida cama a dormir y soñar con los angelitos, muy seguro de que hoy tampoco necesitaría tomarme un somnífero.
Al menos ese era mi gran plan cuando vi a mi padre de espaldas a mí, hablando con unos colegas. Los conocía a todos. Parecía que estaba dando una serie de disposiciones por la forma en que movía los brazos. Adoraba esa actitud en él, como demostraba su autoridad y su experiencia a través de pequeñas y bajas órdenes. Nada me hacía sospechar lo que había detrás de aquellos movimientos.
– Papá, me han avisado…– le pregunté obligándolo a darse la vuelta. Cuando vi el gesto atormentado de su rostro algo dentro de mí se removió angustiosamente, fue en ese momento cuando caí en la cuenta que mi padre no llevaba su habitual bata blanca y fue este pensamiento el que me hizo recordar que su periodo de vacaciones aún no había terminado ¿Por que está aquí, habrá pasado algo con algún paciente especial?. –¿Qué haces aquí?
– Edward tu madre… –me empezó a decir con una voz que no reconocía en él cuando se calló de repente. Mamá ¿qué? por qué te callas, qué le paso… Antes de poder materializar mis preguntas pude ver como su mirada se desviaba por encima de mi hombro. Giré unos grados mi cabeza para observar que era lo que le había despistado y así ver como mi pequeña hermana salía del ascensor y venía corriendo hacia nosotros con el aire fuera.
–Papá, ¿qué pasó, por qué nos has hecho venir aquí? –. Dijo entrecortadamente mientras nos daba un beso en la mejilla a cada uno.
Mi padre todavía en silencio nos rogó con la mirada que le siguiéramos hacia el interior de la sala de enfermeras donde cerró la puerta antes de sentarse en una de las sillas. Pacientemente esperó a que Alice y yo tomáramos asiento para reiniciar la conversación.
– Chicos, tengo que hablar con vosotros –. Comenzó nervioso jugando con su alianza de boda.
– ¿Qué pasa, por qué estamos aquí?–. Se apresuró mi hermanita tomándome la delantera. Mi subconsciente se estaba haciendo una idea que a penas pretendía considerar.
– Ha vuelto a pasar… ¿verdad? – Intenté adivinar negándome a mí mismo haber acertado.
– ¿Qué paso?– Interrumpió mi hermana
El silencio y las miradas que mi padre nos dirigía confirmaron mi temor. No hizo falta que me dijera más. – ¿Desde cuándo?
– Desde cuando ¿qué?, ¿de qué va esto?–. Sin embargo Alice, todavía no había adivinado de que iba todo esto. Lo había pasado tan mal la vez anterior, que en el momento que mi madre supero su enfermedad escondió los recuerdos y el sufrimiento en el baúl de los recuerdos como si nunca hubieran existido, como si solo pasara en las películas y desde luego como si todos nosotros fueramos inmunes al dolor.
– Tres meses.
Dios, tres meses desde que se había vuelto a reproducir, tres meses de secretos y de misterio. Ahora empezaba a cuadrar todo. Que tonto había sido, no se como había podido sacar la carrera de medicina y la especialidad de pediatría y no saber distinguir entre una anemia y un cáncer y mucho menos en mi madre. Será que solo vemos lo que queremos ver: su palidez, su debilidad, sus continuas llamadas e invitaciones a cenar… que ciego había estado, que ciego había querido estar.
– Tres meses ¿qué? ¿Se puede saber de qué coño estáis hablando…? – preguntaba desesperadamente girando su cabeza de uno a otro. – ¿me estáis ignorando?
– Oh Alice –. Le dije levantándome y colocándome a su lado, obligándola a que me abrazase, a que me consolase y a intentar decirle todo lo que ella se negaba a ver.
– Me estas asustando, paso algo con mamá. – Dijo ella separándose bruscamente de mis brazos para volverse frente mi padre. Tenía los ojos brillantes a punto de desbordarse.
– Cariño… – le dijo mi padre mientras intentaba acercarla hacia él.
– No papá, no… otra vez no – le conseguí entender ahogando su chillido en el pecho de mi padre. Al ver esa escena fui consciente realmente de todo lo que estaba pasando.
A diario veíamos esas escenas en el hospital, la gente lloraba, gritaba y se derrumbaba delante nuestro… pero por algún extraño motivo a nosotros solo nos permitían sentir empatía. A medida que las escenas se repetían nosotros teníamos que crear una película antidolor que nos rodease y protegiese del dolor externo. De no ser así pocos, y todos ellos sin corazón podrían sobrevivir a aquellas jornadas luctuosas. Al menos era lo que por defecto nos recomendaban al salir de la universidad. Yo sin embargo me negaba a distanciarme emocionalmente de los pacientes. Quería sentir su dolor. Era la única manera de sentirme responsable de ellos, viéndolos como seres vivos, padres, hermanas, hijos… no como un número más al borde de su cama que solo nos permitía reconocerlos por sus enfermedades. Eso no era justo para nadie. A los enfermos no se les podía reconocer por sus enfermedades, ellos eran algo más que una apendicitis, una endocarditis aguda o un hueso roto.
No quise interferir en la burbuja en la que se hallaban mi padre y mi hermana, ni tampoco hubiera podido hacerlo. Quería regodearme en mi propio dolor y poco a poco me fui hundiendo en la silla que durante unos instantes me había sostenido. Si notaba como el aire entraba y salía de mi pecho era porque este se movía, no porque de verdad me llenara los pulmones. De hecho por la manera en la que empecé a acelerar el ritmo de mis inhalaciones cualquiera pensaría que no había suficiente oxígeno en la sala para mantenerme con vida: necesitaba más aire, mucho más y más rápido. No me di cuenta de que estaba empezando a sufrir un ataque de ansiedad hasta que mi padre se acercó con un vaso de agua que inmediatamente recogí y empecé a beber a pequeños traguitos.
– Dónde está? – Escuché a mi hermana preguntar, mientras yo intentaba salir de mi estado catatónico.
– Le estaban haciendo unas últimas pruebas, supongo que no tardarán mucho en llevarla a la habitación –. Respondía mi padre si apartar su mano de mi hombro.
– Bien. Contestó Alice ensimismada.
– ¿Por qué?–. Pregunté a mi padre una vez que pude volver a hablar.
– No os quisimos preocupar –. Contestó sabiendo a que se debía mi pregunta. Entre los miembros de nuestra familia siempre habíamos presumido de nuestra poco común forma de comunicarnos mediante preguntas a medio hacer, respuestas silenciosas... estábamos tan unidos y compenetrados que parecíamos estar conectados telepáticamente, o al menos eso yo había pensado hasta entonces.
– Ha, que tontería –. Le dije haciendo un chasquido de disgusto en mi boca.
– Papá, por favor, basta de secretos y dinos la verdad –. Le rogó mi hermana.
– Bien, ella no quería, pensaba que no era nada… pero…
– Pero qué? – le interrumpió Alice sin poder contener ya las lágrimas.
– ¿Cuánto? – monopolicé la conversación mirando exigente a mi padre. Sabía que no iba a ser fácil que me contestara. Pero de todos modos ahora esa era la única cuestión que realmente importaba y la que desde que se había iniciado esta maldita conversación me punzaba la cabeza por salir.
– Papa ¿cuánto? – Insistí, sosteniéndole duramente la mirada antes que encontrara una excusa para evitarla.
– No lo se. Tu precisamente sabes que es complicado –. Me contestó desviando la mirada hacia Alice que todavía sollozaba en silencio.
– Una puta mierda! se perfectamente de lo que estamos hablando–. Le volví a exigir. –¿Cuánto?–. Pero mi padre se negaba a contestar. Bien, lo tendría que hacer por las malas. – O me lo dices tu o me cojo ahora mismo su expediente y lo averiguo yo mismo–. Le espeté perdiendo por completo la paciencia. No quería ser brusco, era consciente de lo difícil que tenía que ser toda aquella situación para él, más que para ninguno de nosotros, pero era imposible controlarme. Aunque lamentaba haberlo pagado con mi padre, ya que precisamente él más que nadie tenía que estar sufriendo, ni siquiera pude enviarle una leve sonrisa de consuelo. Pude ver el dolor en sus ojos ante la respuesta que él me negaba y yo le obligaba a expresar en voz alta convirtiéndola de este modo en una realidad irrefutable, y me sentí avergonzado hasta el extremo. Nadie negaría la especial relación que había entre mis padres. El profundo amor y respeto que se profesaban estaba muy cerca de la adoración. Era la nada típica relación que todo el mundo envidiaba y quisiera para uno mismo.
– Un mes, quizás, con un poco de suerte, dos– dijo casi inaudiblemente, enterrándose ahora él en el pequeño cuerpo de mi hermana.
Un mes, quizás dos. Quería gritar, chillar… quería romper algo, pegar a alguien, hacer algo útil o inútil, pero no pude hacer nada, no pude abrir mi boca para consolar a mi padre y hermana, ni cerrar mis ojos para olvidarme de todo, ni moverme de mi posición para salir corriendo. Solo podía ver a mi padre y a mi hermana abrazados sollozando quedamente y pensar, pesaba en todo y en nada. Recuerdos de mi madre con nosotros cuando éramos pequeños inundaban mi cabeza como si de una película se trataba, en la piscina, en nuestros cumpleaños, en navidad, como tiraba de mi brazo obligándome a agachar mi cabeza para que me pudiera dar su característico beso en la coronilla, como me daba la cuchara de mezclas después de hacer un pastel para que yo la relamiese, como se sentaba en silencio a mi lado para escucharme tocar el piano…. Todos eran recuerdos felices porque mi madre estaba en todos. Ella siempre estaba ahí para mí incluso en aquella época en la que había muerto en vida. El recuerdo más doloroso de toda mi existencia ahora era un recuerdo cálido y amable porque mi madre había estado allí para tenderme la mano, para pasar conmigo las noches de insomnio, para darme de comer y secarme las lágrimas. Una época dolorosa que todavía me producía pesadillas y que desde luego todavía penaba sus consecuencias pero que con gusto volvería a pasar con la condición de que ella estuviera allí conmigo.
No se cuanto tiempo estuvimos paralizados en aquella posición absortos cada uno de nosotros en sus propios pensamientos, ni siquiera se cuanto tiempo hubiéramos podido seguir así de no ser por Maggie, una veterana enfermera conocida y querida en todo el hospital que nos sacó de nuestro ensimismamiento.
– ¿Carlisle? – llamó con voz afectuosa. Ella era la única persona del hospital al que mi padre le permitía ese trato. – Esme os espera ya en la habitación.
– Gracias Maggie– le contestó mi padre dándole un suave apretón en el brazo que ella respondió con una sonrisa. – Vamos chicos.
Vi a mi padre y hermana a cierta distancia como cruzaban la puerta que debía corresponder a la habitación de mi madre. Pero no pude seguirlos inmediatamente tras ella. Me quedé durante unos segundos fuera del pasillo, intentando repasar el protocolo que la enfermedad de mi madre requería pero era incapaz de recordar nada. Sentía la cabeza como un volcán en ebullición repasando nombres de oncólogos famosos, nuevos tratamientos, medicamentos, casos especiales pero al final de cada hilo que iniciaba terminaba haciéndome la misma egoísta pregunta: Cómo me podía haber cambiado mi vida tan drásticamente en tan poco tiempo. Apenas unos minutos antes de recibir el busca de mi padre solo pensaba en llegar a casa y descansar y ahora me daba cuenta que no habría suficientes horas al día para poder estar con mi madre.
Después de unos minutos en los que había estado tratando en vano de normalizar mi todavía agitada respiración, me decidí a entrar y enfrentarme a ello. Camine despacio dentro de la habitación sin levantar la mirada más allá de mis zapatos para pararme a los pies de una cama. Mientras jugueteaba nerviosamente con el papel de un chicle que había encontrado en el bolsillo de mi bata con el único fin de evitar que las lágrimas se escaparan de mis ojos; escuchaba en silencio la conversación que las mujeres de mi familia estaban sosteniendo.
– Mamá, mamá, te quiero, te quiero mucho –. Le decía Alice apresuradamente, llenándola de besos.
– Lo se cielo, ven súbete aquí conmigo –. Le respondió mi madre mientras con su abrazo tiraba de ella para recostarla a su lado y le daba su beso especial en la cabeza de mi pequeña hermana.
– Mamá, ¿por qué no nos dijiste nada, yo quería estar contigo?
– Lo estabas cielo, aunque tu no lo supieras estabas ahí para mí. Los dos lo estabais –. Añadió mi madre. Sabía que me estaba mirando a mí esperando que yo dijera algo, pero no me sentía capaz de emitir ningún sonido sin que me desbordaran las emociones. Y desde luego, sabía por experiencia que lo último que necesitaba un paciente era tener que consolar a su familia. – Edward, perdóname… por favor dime algo –.
Su voz aterciopelada y dulce fue el revulsivo que yo necesitaba para salir de mi letargo. Perdonarla, no tenía nada que perdonarla, si acaso ella a mí, por no haber estado más tiempo con ella, por no poder curarla, por no haberle dicho todos los días cuanto la quería, por haberme enfadado cuando se inmiscuía en mi vida… por tantas cosas que hubiera querido cambiar y así hacerla un poco más feliz.
– Mamá… dime… dime lo que quieras. Lo que tu quieras… pídeme y yo te lo traeré –. Conseguí decirle. Por Dios, mi madre es tan buena, tan guapa… por que tenía que irse ella. No lo podía entender. Y apenas nos quedaba tiempo, apenas dos meses había dicho mi padre, eso no era suficiente, pero ¿Cuánto tiempo sería suficiente para despedirnos de ella?
– Edward, mi niño, ahora que lo dices… quería pedirte una cosa… pero se que no será fácil para tí –. Me dijo tendiéndome una mano que fui incapaz de rechazar. Parecía estar un poco avergonzada.
– Lo que quieras mamá, lo que tu quieras –. Le prometí sentándome a su lado un poco intrigado por el estado de su petición.
– Trae a Bella de vuelta –. Me pidió sosteniéndome la mirada. No, no me puedes pedir eso, todo menos eso. – ¿Lo harás?.
Quise decirle que no, quise negarme, quise rogarle que cambiara su petición por la luna si hiciera falta, lo que ella quisiera… todo menos tener que volver a ver a Bella. Pero como negarme. No hizo falta tener que pensar demasiado en su petición. Ella sabía mejor que nadie lo que me iba a costar cumplir esa promesa por lo que el simple hecho de que ella la hubiera mencionado se tenía que deber a una buena razón.
– Si, mamá –. Le respondí hundiendo mi cabeza lo más que podía en mi pecho. – Lo haré por ti. Aunque signifique volver a morir.
-.-
Os quiero pedir perdón por haber abandonado la historia durante tiempo, han sido muchas las cosas que me impidieron seguir aquí aunque nunca fui capaz de abandonar del todo y seguía los fics en mi cabeza, en libretas... aprovechó para agradeceros los reviews, PMs y seguimientos que de vez en cuando llegaban a mi correo y me recordaban esta deuda pendiente.
He vuelto para terminar los fics que tengo empezados por lo menos.
Para retomar un poco el tema he editado los cuatro capítulos que ya tenía de esta historia y que iré subiendo uno por día hasta el domingo cuando suba el capítulo cinco ya nuevo. Desde ahí fijaré los domingos como día de la semana en el que publicaré.
