¡Hola! Esta es la primera ffic que escribo, (he tenido que volver a subirla porque ha habido unos problemas con el formato), pero espero que guste. En ese caso subiré el resto de lo que tengo escrito. XD
Disclaimer: I do not own anything except for this short story, the characters/stuff from the series do not belong to me.
Todos los reclusos del bloque de seguridad B la temían, notaban que no era normal en ningún sentido. Pero sobretodo era anormal de una manera realmente inquietante. A pesar de cuánto odiaban estar encarcelados daban gracias a los dioses de sus respectivas religiones por el cristal que los separaba unos escasos, pero tranquilizadores, centímetros adicionales de ella. La celda por la cual todos sentían un miedo instintivo e inexplicable estaba arriba del todo, donde los ascensores antigravitatorios no llegaban y la mirada de los valientes que se atrevían a subir se perdía por las largas escaleras. En ese pasillo maldito para quien tenía buen juicio no había más que una celda ocupada. Los presos que rodeaban a la solitaria persona que ahí permanecía habían perdido la razón y terminaron siendo trasladados al bloque especializado en los enfermos mentales. Tan solo unos pocos funcionarios se atrevían a atenderla, y no sin sus correspondientes reticencias. Nunca, en todo el tiempo que ahí llevaba, había recibido visitas de ningún tipo. Muchos se preguntaban de qué brutal crimen habría sido autora para ser encerrada de aquella forma y producir semejante pavor.
Durante la noche la escuchaban cantar. Los miembros de cada ser vivo presente temblaban, dicha reacción era atribuida a la emoción de un canto sumamente bello y sin embargo perturbador al mismo tiempo. Las hermosas notas que aquella voz producía estaban exquisitamente bien afinadas y eran de una perfección inconmensurable, por un lado. En el otro, el problema residía en el sentimiento que expandían por el ambiente, a pesar de que no estuviese articulando palabra alguna la simple melodía tenía un efecto devastador en todos. Podían percibir el apabullante poder del que entonaba la canción, que parecía imposiblemente vieja y actual y nueva a la vez. Dejando a un lado éso estaba también la tristeza que emanaba de ella, como si estuviese muriendo de soledad. Cada recluso creía volverse loco al escuchar la melodía, la canción imposible.
Cambiaba eventualmente de un ritmo binario a uno de cuatro pulsos sin apenas notarse...
Había también quien exigía que la trasladasen al bloque manicomio. Los locos no notarían la diferencia, pues su mente ya se había perdido en el cántico tiempo atrás. Así al menos no terminaría con la salud mental de todo el bloque B. No obstante, era indiferente cuántas veces hicieran reclamaciones, nadie los escucharía. Nadie era lo suficientemente valiente como para acercarse, ni mucho menos entrar en la celda para un hipotético traslado.
El que más cerca estuvo de la celda perdió el juicio casi instantáneamente, milagrosamente consiguieron sacarle algo de información al valiente mediante hipnosis. Algunas de las cosas que decía carecían de sentido pero pudo dar una descripción del estado actual del interior de la celda: "Once caen y su silencio se extiende, pero eso pasó antes y después y ahora. ¿Dónde estoy? Las paredes están llenas de dibujos y símbolos extraños escritos en muchas lenguas. ¡Arcadia cae mientras se abre la puerta del infinito que entra en sus ojos! Está sentada sin moverse, siempre expectante. Está esperando. '¿Esperando qué? Pregunta el psicólogo supervisor de la sesión'. Espera tormenta, su mente está sufriendo una tempestad. '¿Se siente usted en una tempestad? Dice el hipnotizador al tiempo que mira al psiquiatra confundido. ¿Es ésto algún tipo de simbología?' 'No lo sé, ahora mismo puede que todo lo que diga sean tan solo delirios. De todas formas prestemos atención, necesitamos desesperadamente saber algo sobre ella. Es demasiado peligrosa para quedarnos de brazos cruzados. Responde el juicioso psicólogo.' Debe volver, hay que volver, no podemos permanecer aquí. Tenemos que volver, tiene que... ¿Dónde estoy?¿Cuándo estoy? Todas las puertas se abren y todas tienen que llevarme al mismo propósito. Debo, debía salvar... está de piernas cruzadas, descalza. Unos grilletes que parten del techo se cierran sobre sus muñecas. Tiene miedo, mucho miedo, no sabe dónde está. ¿¡Dónde estoy!? ¡Ayúdame por favor, estoy aquí, estoy aquí!¡He regresado!¡Estoy perdida!¿¡Dónde estoy!?¿¡Qué año es!? ¡¿Dónde estoy!? 'El psicólogo desconecta a toda prisa la máquina que mantenía la hipnosis constante, al tiempo que ve en el monitor la disparadísima tensión de su paciente histérico. El hipnotizador ordena de forma frenética al hombre que se despierte, solo consiguiendo unos manotazos espasmódicos como respuesta.' ¡Ayuda! ¡Haz que pare, haz que pare! ¡Estoy ardiendo! 'En ese instante ambos profesionales vieron cómo la actividad cerebral del sujeto pasaba por un estado alto imposible y de pronto nada. Muerte cerebral repentina. No podían explicarse lo que acababan de presenciar. Pero si algo tenían claro es que no subirían al último piso del bloque B y que definitivamente necesitaban averiguar de una vez por todas como tratar con la reclusa más peligrosa que jamás habían visto.' ".
Claro que los reclusos del bloque B no eran conocedores de lo sucedido en la sesión de hipnosis. Ni deberían serlo nunca, si los directores del departamento de psiquiatría no querían causar el pánico en la prisión entera. De hecho, en los registros oficiales no constaba sesión de ningún tipo. Parecía ser que en la dimensión paralela de los documentos formales dirigidos al exterior de las instalaciones un funcionario había padecido un ataque epiléptico, casualmente en la última planta del bloque B (con una mala fama cuanto menos ridícula y sin fundamentación alguna), tras hacer su turno de vigilancia rutinario entre los muchísimos presos que allí se encontraban. ¿Por qué a nadie le llamaría la atención un, ciertamente desafortunado, acontecimiento insignificante como aquel?
La TARDIS hacía su habitual sonido de desmaterialización al tiempo que un hombre vestido con un atuendo atemporal y falto de sentido de la moda andaba de un lado a otro dando vueltas con cara de concentración. Los cordones de aquellas playeras (que el habría llamado deportivas) se agitaban violentamente cada vez que daba un salto, estiraba una pierna, o simplemente corría sobre la rejilla metálica de la inmensa nave. Él sabía perfectamente que se estaba dejando puestos los frenos, pero le encantaba aquel ruido. Ahora mismo era una de las pocas cosas que lo hacían sentirse acompañado estando tan solo. Además él era el único que sabía pilotar aquella vieja nave azul impredecible, por lo que nadie sería quién de criticar. Por un segundo esperó ver al girarse a una chica rubia, o de piel oscura y pelo moreno, o pelirroja y malhumorada. No, no había nadie mirando que pudiese escuchar la pregunta: "Bueno...¿¡a dónde vamos ahora!?". Ni el Allons-y que solía venir después, esa tranquilidad dolorosa lo dejó con las palabras en los labios. Su expresión seria volvió a colocarse en su rostro, como lo hizo cuando dejó atrás un sol que acababa de quemar, o cuando la chica que recorrió el mundo se fue... "Todos terminan marchándose". Pensó fugazmente, apartando lo más rápido que pudo esa idea de su cabeza.
Se sentó en la silla junto a la consola, mirando como los tubos ascendían y descendían con regularidad. Pensativo acariciaba la maquinaria. Era consciente de que en algún momento tendría que responder a la llamada de los Ood y averiguar qué necesitaban; sin embargo algo le decía que cuanto más lo pospusiese mejor, desgraciadamente el momento de su visita seguiría ahí, inmóvil en el futuro, podrían pasar cientos de años y continuaría teniendo que ir ahí. ¿Realmente qué podía perder? Tal vez era éso lo que necesitaba, algo de acción para animarlo. Resolver el problema que aquejase a los Ood lo pondría en marcha de nuevo.
Comenzó a toquetear los cachivaches que integraban la consola con un entusiasmo repentino, la perspectiva de una aventura era lo que, indudablemente, más lo estimulaba. Le hacía falta mantenerse en continuo movimiento, en parte para conservar su salud mental y para alejar pensamientos innecesarios de su cerebro hiperactivo. Era como si cada fibra de su cuerpo estuviera gritando "vamos, hagámoslo", jamás sería capaz de resistirse, siempre saltaba sin importar lo peligroso de la empresa que lo ocupaba. Ya lo había dicho en otra ocasión, no es el impulso de saltar... es el deseo de caer. Esbozó una sonrisa en la cual se vislumbraba una mueca de dolor, rememorando aquel peligroso día que terminó de manera inmejorable.
La TARDIS empezó a sacudirse de forma precaria repentinamente, resbaló hacia un lado a causa del temblor, por lo que tuvo que agarrarse aprisa al borde de la consola para no caerse. Ya estaba cambiando el rumbo como siempre, ¿por qué nunca me llevas adónde quiero? Se preguntó levemente molesto.
La gigante azul se revolvía en el vórtice, muy segura de cuál era el destino adecuado para él. Obstinada en negarse a obedecer a las correcciones del Doctor, para disgusto suyo, empezó a temblar todavía mas; como lanzando la indirecta de que parase y la dejara fijar el rumbo. Tras varios minutos de pelea inútil por fin se rindió aceptando ir al lugar con el que ella se hubiese encaprichado. Al rato el trastabille fue cesando e inició el proceso de materialización con su característica banda sonora.
En cuanto la TARDIS aterrizó totalmente el Doctor se dispuso a salir con irritación por la terquedad de ella y emoción por la incertidumbre de lo que afuera esperaba. Puso un pié fuera y la puerta se cerró de sopetón, qué será tan interesante para que no quieras que dé la vuelta.
