Disclaimer: Bleach pertenece a Tite Kubo


Sus ojos se cerraron

(Gin y Rangiku)

La noche caía sobre el Seireitei, pacífica y afónica como siempre se espera. La pálida luz de la luna iluminaba los jardines y tejados de los escuadrones de protección y casas nobles. De vez en cuando se colaba por alguna que otra ventana, en especial las que no tenían las cortinas corridas, dando tenue visibilidad en salones y alcobas. En estas últimas los segadores y nobles dormían, reponiendo energía para la jornada que se vendría el día de mañana.

Aunque no todos los individuos descansaban esa noche. Algunos estaban en los bares, emborrachándose; otros padecían insomnio y unos pocos traían preocupaciones en la cabeza que les impedían dormir. En este último grupo se encontraba Rangiku Matsumoto, que en esos momentos estaba en su habitación, sentada en su futón.

Ella ya no llevaba la cuenta de las noches en vela. Sólo sabía que desde la muerte de Gin Ichimaru varias eran las veces que no podía conciliar el sueño, dificultando su reposo. Y aunque la teniente tenía ese problema, nunca lo daba a conocer abiertamente hacia otros. Esto se debe a que todo seguía de la misma manera: papeleo, entrenamientos, reuniones con los amigos y beber sake. Sí, pareciera como si al Seireitei le importara un cacahuate la muerte del capitán traidor de extraña sonrisa, pero no a ella.

A veces hacía memoria, recordando alguno que otro encuentro furtivo con Gin, aquellos que se daban cuando eran jóvenes, estaban en la Academia y todavía no se unían a los escuadrones de protección. Esas reuniones en las que nada mas son sólo ellos y el mundo importa un carajo. Recordaba la manera en que esos labios, que había reclamado como suyos, la besaban, haciéndola sentir querida y especial, y ahora tales belfos no podían dar ni un ósculo más.

Otra cosa que extrañaba era su voz. Ésta, que tenía pocas pero acertadas palabras para ella en sus encuentros, jamás volvería a ser oída. Tal vez inquietante y perturbadora para algunas personas, como la teniente Rukia Kuchiki o su capitán Toshiro Hitsugaya, pero nunca para ella.

Rangiku caminó un poco y se sentó junto a una mesa, debajo de una ventana. Tamborileó un poco sus dedos en la superficie del mueble para romper la afonía presente, para interrumpir el silencio que siempre la acompañaba en las noches. Ese cruel ente que se sirve de la ausencia de sonido para penetrar en lo más profundo de la mente y sacar a flote lo más íntimo, para revivir lo vivido y provocar alegría o daño.

Dejó de hacer ruido en la mesa y una vez más se sumergió en sus memorias, esta vez para recordar el tacto de Gin. Esas manos, que si bien no eran suaves, tenían un toque especial, que se sentía en cada rincón donde se posaban. Ese toque que hacía que las penas y tristezas que cargaba en esos instantes se fueran por el momento, permitiendo disfrutar cada encuentro.

Decidió ponerle un alto al recorrido de sus memorias. Cada vez que iba al pasado, para acordarse de los pocos y buenos momentos, lo hacía en medio de la tristeza y terminaba más quebrantada. Sintió un pequeño ardor en sus ojos y se pasó un dedo, sintiendo humedad. Eran lágrimas, que sólo se retenían en sus ojos, negándose a salir. Al notar las dichosas gotas saladas quiso sacarlas de sus orbes, para apaciguar un poco su dolor, pero no, su cuerpo nunca iba a responder ante tal llamada. El consuelo del llanto le era negado cada vez que pensaba en Gin.

Siempre se hacía las mismas preguntas en sus noches de recuerdos: ¿Por qué tuvo que morir? ¿Por qué la suerte le armó esta jugarreta? No pudo ni siquiera darle ánimos de seguir viviendo, ya que la muerte lo alcanzó antes de que lo viera por última vez respirar. Este pensamiento provocaba que la herida en su corazón doliera y se hiciera más profunda. Dado que no tenía ningún hombre que la acompañase, innumerables caras, tanto conocidas como completas extrañas, querían apaciguar su dolor, darle una pequeña limosna de cariño y paz para que no siguiera atormentándose. Pero ella se negaba a aceptarlos, convencida de que todo lo que sufría era una mentira, aunque admitiera que estaba solo su corazón.

Se levantó de la mesa y miró por la ventana, en dirección a uno de los callejones cercanos. A lo lejos vio un perro persiguiendo algo pequeño, tal vez una rata. Este insignificante suceso le volvió a abrir la mente a Rangiku, ya que, al irse Gin a Hueco Mundo, las penas invadieron su mente, corriendo cuales canes de caza tras su presa, y opacando todas las cosas buenas que formó junto al hombre de cabellos plateados, dando pasos a pensamientos negativos que hacían difícil, o si no hasta imposible, volverlo a querer.

Ya que volvió a recordar más cosas de Gin no pudo evitar enumerar otra más: su mirada. Aunque aparentemente la mantenía cerradas, sus rojas orbes se mostraban pocas veces, sobre todo en momentos de sorpresa. Ella nunca llegó a creer que detrás de esos ojos la muerte estaba esperando, marcando su fatal compás que inició cuando el hombre de sonrisa de zorro se fue con Aizen a Hueco Mundo.

Ahora que pensó en la estadía de Gin en Hueco Mundo, siempre alentó una pequeña esperanza de que volviera, de que había dejado a Aizen para hacerle frente junto con los demás capitanes, pero fue en vano. Todas las ideas y pensamientos optimistas eran inútiles, y se tornaron aún más inservibles al verlo aparecer junto con Sosuke y Kaname en la falsa Karakura. Este hecho hizo que el dolor le clavara sus garras más profundo en su ser, aunque en plena batalla no debía demostrarlo.

Rangiku dio un último vistazo al callejón. Vio a un pobre hombre vomitando. Esbozó una efímera sonrisa, seguro estaba tan borracho que ya nada ingresaba a su cuerpo. Repentinamente su sonrisa se esfumó y se dirigió hacia su futón, ya que el ebrio le trajo otro recuerdo. Así de alcoholizados habían quedado la mayoría de los segadores al saber la derrota de Aizen, ya lo festejaron a lo grande sin hacer actividades durante cuatro días. En medio de toda esa algarabía y gozo, ella no pudo deja de sentir tristeza, ya que no sólo celebraban la derrota de Sosuske, sino también la muerte de Gin. Era como si el destino se carcajeara burlonamente en su cara, robándose al único amor de su vida

Al acostarse en su futón y cubrirse con las mantas, se hacía las mismas preguntas que hace rato ¿Por qué se murió? ¿Por qué la suerte le armó esa jugarreta? Ya había tenido suficiente con recordar esa noche, sólo esperaba que en las siguientes horas nocturnas los recuerdos la dejaran dormir tranquila. Porque de una cosa sólo estaba segura

Hoy está solo mi corazón― murmuró débilmente, antes de dejarse vencer por el sueño.


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