Código Lyoko no me pertenece, yo tan solo escribo esta historia por diversión.

Bueno, estoy de vuelta después de mis meses perdida, sin ninguna inspiración. Esta vez es un one-shot sobre Yumi y Ulrich. Dependiendo del "éxito" que tenga, quizás sea algo más que un one-shot. Quién sabe... Yo no, por supuesto.

¡Disfrutad! ^^

~ Mika Kimura.


Algo iba mal, Ulrich lo notaba.

Los golpes de Yumi eran secos, directos y cargados de ira. Él la conocía lo suficiente como para saber que ese no era, para nada, su estilo de lucha. Yumi adoraba el juego limpio, era directa pero nunca lo bastante como para llegar a hacerle daño. Sus movimientos normales eran suaves y bonitos, calculados. Los de hoy eran bruscos, feos, raros... No eran los que la caracterizaban y los que le habían llevado a ser campeona nacional de Francia. Tenía que estar bastante mal como para que lo que le sucedía afectara sus movimientos y, lo peor de todo, era que el no sabía absolutamente nada.

¿Qué clase de mejor amigo era si no le contaba las cosas?

Sí, él también estaba enfadado.

Y, por supuesto, también se veía reflejado en su tatami. Casi parecía estar luchando contra un monstruo de XANA que con su mejor amiga. Quizás algo más, todavía no se había decidido a dar el primer paso.

Y eso le afectaba, mucho.

Sin saber muy bien como, consiguió hacerle un placaje y quedaron tendidos sobre el tatami, como tantas otras veces. Veces en las cuales podría haber pasado algo más. Un único y sincero beso, pero él nunca se había atrevido a dárselo. ¿Por qué? No lo sabía.

Esta vez mas que ninguna otra quería quedarse ahí para siempre, contemplando esos ojos rasgados que tanto le gustaban y que tantas veces lo habían mirado, cargados de amor. Y quería intentarlo, aunque hubiera más gente en el gimnasio, le daba igual. Solo quería besarla y demostrarle su amor.

Y decirle que, pasase lo que pasase, él estaría siempre ahí, para ella.

Ulrich tragó saliva. Sí, aquel era el momento perfecto. Bueno, casi...

Él nunca había besado a nadie o, por lo menos, no a alguien del que estaba tan enamorado. ¿Y sí rompía su amistad con eso? ¿Y si no le volvía a dirigir la palabra? ¿Y si no volvían a entrenar juntos? ¿Y si ella volvía a Japón? ¿O él a Alemania? ¿Serían capaces de llevar una relación a distancia? Él sí, estaba seguro. Pero, ¿y ella? Con lo guapa que era, no le faltaban pretendientes,por ahí rondaba el baboso de William Dumbar, siempre pendiente de cualquier oportunidad que tuviera.

Si fueras William, ya la habrías besado hace mucho tiempo, se dijo.

Y ahí estaban de nuevo, las dudas. Las malditas y estúpidas dudas. No podía luchar contra ellas, siempre ganaban la batalla. Además, Yumi no estaba de humor.

Bruscamente, lo apartó y se levantó, bastante enfadada. Y dio por terminado el entrenamiento tras mirar fijamente a las gradas y recoger sus deportivas. Después se dirigió a las duchas, sin el arigato que siempre le daba después de entrenar, dejándole terriblemente desconcertado. Se quedó mirándola mientras se iba, a grandes zancadas y hecha una furia, hacia el vestuario, cerrando la puerta de golpe.

Se quedó sentado en el tatami un buen rato, pensando que es lo que había hecho mal. Porque estaba claro que era culpa suya. Bueno, esa era su sensación. Finalmente se levantó y se dirigió, sin ganas, al vestuario. Una buena ducha le vendría bien, relajaría sus músculos tensos y se sentiría más lúcido. Y podría entender a Yumi, como casi siempre.

Casi sin darse cuenta, se encontró en la ducha, con el agua caliente haciéndole un masaje en la piel, calmándolo. Sin duda, era le mejor sensación del día, al ducha. Porque, claramente, había sido uno de los peores días de su vida en Kadic. Había amanecido lloviendo y no se había calmado hasta media tarde, además, hacía frío y se pronosticaba nieve. Y el odiaba la nieve, le recordaba demasiado a su infancia en Alemania, cuando su padre no era tan estricto. Eso había cambiado con el paso de los años y su relación había cambiado, para acabarse convirtiendo en lo que era ahora. Absolutamente nada.

Además, le habían entregado las notas de matemáticas y el resultado no había sido bueno, como siempre. Quizás era que él no valía para las ciencias y había pensado muy en serio eso de seguir estudiando, con dieciséis podía elegir lo que quería ser en un futuro y las matemáticas nunca habían sido parte de lo que él consideraba su futuro soñado.

¿Qué era lo que quería, en realidad? Ni el mismo lo sabía.

Los deportes se le daban bien, de hecho, era la única asignatura en la que sacaba matrícula de honor. Quizás, algún día, podría dedicarse a eso. Aunque no quería ser un mono bruto sin cerebro, en lo que único que pensaba era en complicarle la vida a sus alumnos. Vamos, que la imagen de futuro Jim no le pegaba nada. En realidad, todos en el grupo sabían, más o menos, hacia donde se orientaría su futuro. El de Jeremie, y Aelita por descontado, se centraría en la informática y en el futuro de los ordenadores. Quizás, en un futuro, dirigirían una multinacional importante, como la de Apple. El sueño de Odd estaba más orientado en el cine, su sentido artístico, aunque fuera bastante extravagante, era bastante bueno. Todos los años realizaba pequeños cortos para final de curso y todos eran un éxito. Y es que, como Odd era todo un personaje, aquello no se le podía dar mal.

Y Yumi.

Yumi podía ser todo lo que se propusiera, era una chica estupenda y trabajadora, con éxito en los estudios. Aunque él sospechaba que su talento triaba más hacia el lado de Odd, el arte. No más de una vez la había sorprendido dibujando uno de esos personajes de ojos grandes que tanto le gustaban y, las historias que creaba era fantásticas. Con ese toque de humor que tanto caracterizaba a Yumi, sus escritos eran frescos y divertidos, se leían rápidos. Además, eran unas obras maestras. O, al menos, eso le parecía a él. Lo cierto era que la chica poco le había dejado leer, pues siempre se excusaba diciendo que no eran los suficientemente buenos y reescribía y dibujaba una y otra vez, hasta el agotamiento. Y, aunque él le decía que eran simplemente perfectos, ella no le escuchaba y casi nunca le dejaba leer nada. Puede que él no fuera un gran lector, pero le gustaba leer lo que ella escribía, siempre le había gustado.

Salió de la ducha como había entrado, pensando en ella y en la razón de su enfado. Y lo peor de todo era sentirse tan idiota como se sentía, y tener la incómoda sensación de que había hecho algo mal.

Quizás todas las chicas sean así a los dieciséis, se dijo, antes de abrir mucho los ojos y soltar de golpe el desodorante.

Yumi no tenía dieciséis, es más, no los tenía desde aquella mañana. ¡Hoy era su cumpleaños! ¿Cómo había sido tan idiota para olvidarlo?

Sí, aquello explicaba muchas cosas.

Y, también, debía arreglarlo lo más rápido posible.