Disclaimer: Harry Potter no me pertenece, es cosa de una tal J.K. Rowling.
Este fic participa en el reto "Navidades de Dickens" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Deja que nieve
Las Navidades siempre debían ser blancas. Siempre. Una Navidad no era tal sin una gruesa capa de nieve en el suelo, una chimenea encendida y mucho chocolate caliente. Al final, todas las Navidades eran una repetición de la anterior. Cambiaban las personas y los lugares, pero a fin de cuentas, la Navidad seguía siendo Navidad. Los mismos ritos, las mismas memorias.
Y era en esas fechas cuando los recuerdos acosaban a Minerva. Porque le era imposible ver un jardín nevado y no pensar en él. En él y en esa época en la que todo era posible. Mal que mal, fue el primero del que se enamoró. No el último, por supuesto. Ahora tenía a Elphinstone y había logrado empezar nuevamente.
Pero las nevadas siempre se lo recordaban. Las nevadas y el muérdago.
Había que vivir con eso.
Minerva se arrebujó en su capa y siguió caminando hacia la cabañita que compartía con su marido.
I
Caithness, diciembre de 1953.
—¡Minnie! —la joven se dio media vuelta al reconocer la voz que la llamaba. Una sonrisa iluminó su rostro. Claro que era él. No podía ser otro. Él era la única persona en todo el mundo que la llamaba así. La única persona que podía hacer que su corazón latiera más rápido y el estómago se le llenara de mariposas, como un estúpido cliché cursi. Pero así era.
Dougal.
El muchacho saltó la verja de la casa de los McGonagall y corrió los últimos metros que los separaban en el jardín nevado. Ella no pudo contenerse e hizo lo mismo. Dougal la recibió con los brazos abiertos, levantándola y haciéndola girar en el aire. Nadie que la hubiera visto en esos momentos hubiera reconocido a la seria y estricta Premio Anual.
Pero es que con Dougal las cosas siempre eran diferentes.
—Te extrañé. ¿Tienes que irte a ese internado horrendo todos los años? —susurró cuando la hubo bajado. Su rostro estaba pegado al de Minerva, permitiéndole a la chica casi contar las pecas que tenía en la nariz.
—No es horrendo —replicó ella con una sonrisa—. Y este es mi último año.
—Entonces, ¿desde el próximo año te tendré sólo para mí? —preguntó él con una sonrisa traviesa.
—No lo sé… —Minerva no pudo resistirse a bromear un poco con el muchacho—. Tal vez me vaya a trabajar a Londres, ¿sabes?
—¿Serías capaz de hacerme algo así? —inquirió él, acercándose aún más. Sus manos estaban sujetando firmemente —. ¿De dejarme aquí, con el corazón roto y desolado?
Minerva sonrió y le besó la nariz rápidamente.
—No, claro que no podría —musitó—. Sólo iré a Londres si tú vas conmigo, por supuesto.
—¿Y si no quiero ir a Londres? ¿Y si quiero quedarme aquí y vivir en la granja? ¿Te quedarías conmigo?
Su voz era intensa, como si de verdad le hubiera dedicado muchas horas a pensar qué sería de ellos en el futuro. Y Minerva no podía menos que caer en sus sueños. Porque pensar en un futuro con Dougal era simplemente perfecto.
Una sonrisa traviesa se asomó a los labios del joven, a pesar del frío que los atenazaba. Era curioso como Minerva se había olvidado por completo de que estaban afuera en un día helado. Pero junto a él no sentía frío. Cuando él sonreía así, Minerva podía ver al chiquillo que había conocido tantos años atrás y una sensación cálida se extendía por su pecho. Nada podía cambiar a Dougal.
Si tan sólo pudiera congelar el tiempo. Se quedarían eternamente ahí, paseando por el jardín congelado de los McGonagall, bajo los árboles cubiertos de nieve.
—Eso me parece bien —dijo él, sonriendo aún más ampliamente—. Trato hecho. Por cierto, ¿eso es muérdago? —añadió apuntando a un árbol tras la joven. Minerva se dio media vuelta para ver si lo era y cuando volvió a mirarlo para decirle que no, que se había confundido, Dougal la besó.
Sí, podría quedarse ahí eternamente. Con él.
Se supone que Minerva conoció a Dougal cuando tenía dieciocho años, pero he decidido estirar un poco las cosas y hacer que se conozcan desde pequeños. Más que nada porque me gustaba la idea de Minerva enamorada en sus años escolares.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina
