Sí, lo sé, debería haber actualizado Sun and Moon, pero este es un proyecto que no pude dejar. Espero que les gusten los fic de la epoca feudal, pero este esta cargado de mucha mitologia y esas cosas. Saludos. Espero o disfruten.
¡Nuevo proyecto!
Dinasty.
-1-
El destino de la princesa.
En el momento que sus ojos se cruzaron con los de él las ansias se amplificaron hasta hacerla temblar. Los rojos orbes del monstruo frente a ella le causaron una sensación que rayaba en el pavor, estaba ahí pues, tan quieta y sin poderse defender, sin duda una verdadera calamidad.
En medio de un nubarrón oscuro, su cuerpo se hizo tan flexible e inestable, el desvanecimiento estaba en curso y era como si sus sentidos se embotaran mientras más se acercaba el susodicho. Ella, cuan presa, gimió al verse atrapada en la espantosa sensación de incertidumbre e impotencia, pues una vez que el señor demonio estuvo a escasos centímetros de su cuerpo la vista se nubló horridamente. Su cuerpo flotó, literalmente, pues unos fuertes brazos la tomaban desde sus hombros y la alzaban con delicadeza.
Hinata miró una vez más dos ojos rojos en medio de una nube color gris. Estaba tan abstraída que no se cuenta cuándo y cómo estaba totalmente recostada en una superficie blanda y mullida.
—Princesa. – susurró el ser y ella se encogió al escucharlo dentro de su cabeza. —Se mía.
—Yo… - por más que lo intentara no podía articular más de una palabra. No obstante, ante la gallarda voz su cuerpo reaccionó de la forma que menos esperó. Un calor intenso se estableció en su bajo vientre y su corazón aumentó los latidos hasta sofocarla, algo no andaba bien, nada bien. Unos pesados labios atraparon los propios y la aprisionaron hasta que sintió que algo rodaba desde su cavidad hasta su garganta. Un líquido cálido, sabor a menta y miel, que mientras más inundaba su cuerpo más calor le otorgaba. Su respiración también se agitó y la sensibilidad aumentó en cada poro de su piel.
—Shh… - susurró aquel hombre, pues su voz gruesa y transformada por la misma confusión de sus sentidos la dejaba totalmente desarmada y lánguida, sin poder hacer más que la voluntad del victimario. —Déjate llevar, princesa. – los mismo labrios que le habían besado en la boca recorrieron tranquilamente su sedoso cuello, apartando con cuidado algunas hebras de su cabello. —Se mía. – volvió a pedir y ella, no pudo contestar con palabras, pues se sentía sumida sobre un océano de sensaciones vertiginosas. El hombre continuó bajando y descubrió su yukata hasta el nacimiento de sus pechos, ella gimió cuando rozó uno de sus pezones, el cual estaba demasiado sentible y erizado.
Los besos continuaron y una de las manos del sujeto ahueco su cintura, sintiendo sus proporcionadas curvas que el tiempo y la naturaleza le habían otorgado tan generosamente. Ella gimió de nuevo cuando bajó por su cadera y le acarició el muslo derecho. La emoción asaltó al hombre, pues al creerse correspondido en aquel desfile de seducción aventuró su mano por debajo de la abertura de las ropas de la mujer hasta sentir su piel delicada y cremosa. Acarició unos segundos y condujo su vista al rostro de la chica, ella tenía la mirada perdida en un punto del cielo, pero el sonrojo evidente de sus mejillas era una señal más que clara.
La encaró nuevamente y sus ojos rojos se enfrentaron a los aperlados de ella, esta vez la chica enfocó sus ojos en los de él pero sin decir nada. El muchacho volvió a besarla y todo se volvió incierto para ella. Lo único que recordaría de aquel encuentro, además de un inusual y erótico placer, serían aquellos ojos rojos tan parecidos al de una bestia.
Se mía.
Sus palabras resonarían en su cabeza por siempre.
…
Hinata abrió los ojos repentinamente después de tanto dormir. Parpadeó un par de veces y después se llevó una mano a su cabeza. Desde hacía un mes tenía sueños parecidos a este. Siempre era igual, unos ojos rojos insistentes y la voz de un desconocido que le pedía en susurros que uniera su vida a la de él. El sólo pensar eso le causó un escalofrío desagradable en su espalda. No es que fuera supersticiosa o algo por el estilo pero aquello comenzaba a rayar en lo absurdo y maldito.
Giró la cabeza, aun acostada, hasta un traga luz y se dio cuenta que a juzgar por la temperatura y la visibilidad debía ser cerca del mediodía. Un horario nada usual en ella; pero es que últimamente se sentía más fatigada de lo habitual, sin mencionar que tenía mareos matutinos que en definitiva la hacían desear estar recostada un poco más.
—Onee-san. – entró con cuidado su hermana pequeña, que ya estaba vestida formalmente y al parecer acababa de pintar algo, pues tenía la mejilla manchada con tinta negra. —Ya es muy tarde, ¿Hasta qué hora planeas dormir? – se acercó a su futon. —¿Qué pasa, te sientes mal? – la inspeccionó de pies a cabeza, la chica lucía pálida, más de lo normal.
—Un poco. – confesó mientras apretaba los ojos un momento. —Estoy mareada.
—¿Has comido bien? Porque francamente te noto decaída.
—Mmm, pues, no del todo. – se enderezó y las sabanas resbalaron de su cuerpo, los ojos de Hinata contemplaron su delantera, y aprecio, por un instante, que estaba un poco más abultada de lo normal. Quizá exagerara, pero, sentía que así era, por más ligero que fuera el cambio; sin olvidar los pequeños calambres que de vez en cuando la asaltaban.
—Enserio que te ves distraída. – Hanabi se sentó a su lado de forma grácil. —¿Por qué no te vistes mejor? Papá anda algo gruñón y si se entera que sigues acostada te llamará la atención.
—Tienes razón. – se levantó lentamente. —¿Ya has comido?
—Sí, anda, te espero en el comedor. Te acompañaré a comer aunque yo ya haya desayunado. – Hanabi salió de la habitación rápidamente, dejándole sola. Hinata miró el camino que su hermana tomó y suspiró. Se desvistió con tranquilidad y al hacerlo comprobó con extrañeza que efectivamente, sus senos estaban un poco más hinchados. ¿Sería que su periodo estaría cerca? Se encogió de hombros y continuó con lo suyo.
Una vez que se contempló frente a un espejo y visualizó su figura analizó todo con sumo cuidado. No es que se viera diferente, pero…
—¡Hinata-onee-san! – volvieron a insistir y terminó de vestirse. Salió de la habitación y se topó con su padre en persona, que le mirada con el ceño fruncido. Hanabi estaba a su lado.
—Oto-sama. – inclinó la cabeza con respeto y el patriarca le miró mientras alzaba una ceja.
—Es tarde, Hinata. – reclamó. —¿Te sientes mal, acaso? Por qué te noto cansada. – ella negó rápidamente. —Bien, necesito que vengas conmigo, la ceremonia del té comenzará y no quiero retrasos. – ella asintió con cuidado. Hiashi se volteó y emprendió su camino. Alzó la vista para verlo avanzar y tras respirar con premura siguió su paso.
…
Tal como la tradición lo dictaminaba, la princesa comenzaría la ceremonia. La familia Hyuga estaba llena de costumbres y tradiciones, no en vano era una estirpe muy antigua, descendiente de los mismos dioses del antiguo Japón. Durante esas épocas, se corría un rumor sobre los increíbles ojos de los Hyuga. Este rumor hablaba de una sorprendente técnica ocular, la cual era capaz de revelar todos los secretos al usuario. No obstante, para aquellas fechas, ninguno de los Hyuga había podido obtener el poder del Byakugan. El último en tenerlo había sido un ancestro llamado Neji, pero, el joven guerrero había muerto en una batalla hacía varios años.
Sin embargo, no por eso significaba que el secreto para despertar el Byakugan fuese un dato olvidado, más bien era una condición que hasta la fecha no habían logrado despertar, al menos no de la forma que deseaban.
Ahí se encontraba Hinata, revolviendo con delicadeza para obtener la mezcla perfecta. La tensión que causaba su padre sobre ella siempre la intimidaba y no porque fuese una mala aprendiz, sino por el humor que él se cargaba contra ella. Desde su nacimiento, Hiashi había tenido altas expectativas para con su hija mayor. Deseaba convertirla en una reina digna de respecto, educándola en artes manuales, visuales y culinarias, así como marciales. Al principio todo iba de maravilla, Hinata era sumamente inteligente y tenía potencial para las artes plásticas y musicales. También en la cocina. Pero, si había algo en lo cual fallaba estrepitosamente era en las marciales. Los Hyuga practicaban desde que eran niños hasta convertirse en guerreros poderosos y era además, por la obtención del Byakugan que muchos entrenaban sin descanso.
La fortuna les saludó cuando Hinata, a la edad de doce años desarrolló la tan codiciada habilidad y lo hizo por una razón en particular. Cuando era una niña, muy dulce y pasiva, por cierto. La caravana en la cual viajaba con su madre para visitar a unos parientes fue asaltada por monstruos de la época. Porque, quizá haya olvidado mencionarlo, pero en aquel país todavía feudal, los demonios habitaban recelosos ciertas partes del mundo.
La carne dulce de una mujer era suficiente incentivo para movilizar a los youkais y sin duda, una Hyuga era todavía más exquisito. Los ogros atacaron la caravana y devoraron a los guardias, el conductor y los caballos, ella y su madre corrieron asustadas hasta las orillas de un rio. La desesperación las invadió cuando el mayor de los ogros atacó de frente, su madre saltó sobre ella y le protegió de la estocada, hiriéndola gravemente. El sufrimiento y las ansias por proteger a sus seres queridos trastornaron a Hinata, la experiencia traumática la hizo despertar la barrera de sangre y al hacerlo muchos secretos le fueron revelados. Su campo de visión se abrió de sobremanera, esquivó de forma fácil cada ataque lanzado hasta ella.
El demonio perdió tiempo valioso intentando herirla hasta que una caravana de hombres llegó donde ellas y derrotó al demonio. Hinata tenía problemas para apagar el Byakugan, los gritos despavoridos de una realidad ampliada le atacaron y cuando observó el cuerpo de su madre en el suelo fue testigo de cómo su espíritu se apagaba por completo.
Después de eso su poder ocular se desvaneció, la tristeza invadió la mente de la chica y nubló la habilidad. No obstante, aunque esta fuera una tragedia, Hiashi vio potencial en Hinata pues contempló la técnica visual en acción. Así que, obligó a la chica a entrenar el doble, con la esperanza de despertar nuevamente el Byakugan. Le enseñó un estilo de lucha único que sólo se pasaba de generación en generación para aquellos elegidos el Juuken o Puño suave, como dolían decir los antiguos Hyuga.
Pero, conforme pasó el tiempo Hinata mostró tener poco afán por la lucha. Era demasiado gentil, no tenía motivación para luchar, siempre se preocupaba de dañar a los demás y nunca daba el cien por ciento de su capacidad. Hiashi se decepcionó por esto y comenzó a desentender a su hija mayor por la más pequeña. Hanabi logró despertar el Byakugan hacía tres meses y la atención completa de su padre era para ella en todo momento. Así que, cansado de tener que decidir entre sus dos hijas las hizo enfrentarse y decidir el destino del reino. El rey Hiashi contempló como la fragilidad y debilidad de Hinata se manifestaba cuando no pudo activar el Byakugan para luchar contra su hermana y perdió al ser demasiada suave.
En realidad era difícil activar dicha habilidad sin un motivo y había que entrenar mucho para manejarla a voluntad, pero la tendencia de Hinata de no usarla era mayor por tal motivo siempre le era más difícil invocarla. Hanabi, por otro lado, siempre se esforzaba en dominarla y darle gusto a su padre, era por eso que tenía más facilidad para manejarlo.
Pero en fin, después de la decepción que resultó ser su hija mayor en ese ámbito, Hiashi calló sobre el Byakugan de su hija menor y lo clasificó como un secreto hasta que ésta pudiera controlarlo perfectamente y ser la digna sucesora familiar. Hinata por otro lado, tendría que resignarse a ser la segunda en todo, pese a que era la primogénita.
Así que, la forma más efectiva de no ser despreciada por su padre era poniendo empeño en otras actividades que no fuesen el combate. Aunque esto no garantizara que él no siguiera siendo tan pesimista como siempre.
—Mal. – Hiashi la interrumpió súbitamente y Hinata se desconcertó cuando se dio cuenta que había manchado un poco su vestido. El olor era penetrante también. Su padre carraspeó y decidió continuar, no quería decepcionarlo. Pero, fuera de sus deseos, un fuerte mareo se apoderó de ella ocasionando que esta vez derramara por completo la taza, mojando el suelo. Hinata no alzó la mirada hacia su padre, pero podía imaginar su rostro.
—Hinata-sama. – uno de sus primos y siervos intentó auxiliarla pero Hiashi lo detuvo.
—No. – miró a su hija con reproche. —Hinata, llamaré al médico para que te revise, no estás en tus cinco sentidos.
—Estoy bien padre, es sólo…
—Daremos por terminada la ceremonia. – se levantó y con él sus subordinados. —Hanabi, es hora de tu entrenamiento. – la pequeña asintió educadamente y salió de la habitación. Hinata se levantó enseguida y fue a su habitación para darse un reconfortante baño.
Reunió sales perfumadas y aceites vegetales, se hundió en la tina después haber lavado su cuerpo. Una vez ahí contempló su cuerpo nuevamente, toco sus pechos y gimió un poco al sorprenderse que estaban más turgentes y sensibles de lo habitual. Contó mentalmente y se dio cuenta que tenía apenas cuatro días de retraso, pero ya había pasado antes; además, pese a esos extraños sueños que la atormentaban cada noche no había tenido ninguna clase de contacto íntimo con algún hombre. ¿Sería posible que…? No, era en definitiva imposible.
Se relajó un poco en el agua y respiró al ras de la superficie, causando ondas en ésta. Su mirada se tornó triste tras pensar en lo que había pasado en la ceremonia del té. Era la segunda vez que debutaba y la segunda vez que cometía errores. ¿Acaso su padre sólo la exponía para que se equivocara más y así ganar su odio? Sacudió la cabeza, ¿Qué cosas estaba pensando? Tal vez sólo seguía dolido por la muerte de su madre, pues ella había sacrificado su existencia para protegerle. Hinata se llevó ambas manos a la cabeza, había comenzado a doler.
Pero entonces, tal como si fuese un terremoto, todo el palacio se sacudió al tiempo de una explosión. El agua se desparramó y Hinata tuvo que aferrarse de las orillas para no caer. Miró asustada a los alrededores y el aullido de una bestia erizó su piel.
Los guardias corrieron al jardín principal en donde, desde el bosque emergía un perro tricéfalo que destrozaba todo a su paso y acompañándolo una manada entera de perros. Los guardias saltaron sobre él, armados de lanzas y arcos, pero sus armas humanas no lograron herir a la bestia, ésta saltó en el aire y giró sobre sí mismo, formando un tornado. Arrasó con todos, incluso los guerreros Hyuga, serían incapaces de derrotarle si no podían ver sus puntos débiles. Los perros saltaron sobre los hombres en una lucha sangrienta, el monstruo ladró y aulló, su saliva era ácida y cada que abría el hocico las cercanías se deshacían en un mar fétido.
Hiashi corrió al frente y contempló la bestia que se lanzaba a sus parientes al cielo cuan garañón salvaje. Hiashi se llevó una mano a su cintura, en donde se encontraba una katana, miró a Hanabi, dispuesta a luchar y la detuvo.
—No, eres muy joven. – salió al frente del corredor y se encontró cara a cara con el perro de tres cabezas. Era fácilmente cuatro metros más grande que él, de pelaje blanco, orejas caídas y narices negras, sus garras removían la tierra al caminar y su ferocidad era capaz de intimidar a todos.
—¡Patriarca de los Hyugas! – ladró el demonio mientras saltaba donde él. Hiashi saltó para esquivar el zarpazo y una vez fuera de su camino retomó su hazaña para clavar su espada en su pata derecha. El perro aulló, pues había logrado herirle, la cabeza de la derecha lanzó una mordida y el hombre la esquivó con rapidez.
Inmediatamente sus hombres intentaron apresarlo con cadenas de acero, pero tan sólo bastó sacudirse para quitárselos de encima. El perro emprendió el ataque y juntó sus cabezas para atacar de frente. Hiashi saltó hacia él y preparó su arma, logró acertar el corte debajo de la barbilla de la cabeza de en medio, brotando sangre, se deslizó hasta su estómago y se preparó para abrirle la barriga, mas no esperó que el perro se separara en dos cuerpos. Por una parte emergió un perro enorme, casi del tamaño de caballo de color rojo y por otro parte el mismo perro blanco, más pequeño y ahora de dos cabezas.
—¡Eran dos youkais combinados! – exclamó uno de los guerreros antes de ser atacado por un perro.
—¡Akamaru! – rugió una de las cabezas. —¡Acabemos con este sujeto! – el perro rojo lado y desapareció en el aire para convertirse en un torbellino, Hiashi cayó preso de la corriente de aire y fue lanzado lejos.
—¡Oto-sama! – Hanabi intentó avanzar donde él pero el patriarca se levantó rápidamente.
—¡No, no te atrevas a mostrarlo, Hanabi! – regañó él. Si descubrían que su hija menor también poseía el Byakugan, cosas malas pasarían.
—¡Patriarca de los Hyuga! – el perro rojo lo tomó por la espalda y clavó sus mandíbulas en su hombro izquierdo, dejándolo inmóvil. El otro perro bicéfalo se acercó lentamente, al ver a su líder caído el resto de la familia se quedó pasmada.
—Mátame, pero deja a mis hijas en paz. – pidió con firmeza el hombre.
—Qué honorable, pero no es lo que haré, yo… - las palabras se atoraron en la boca del perro de la derecha cuando un puñetazo certero era ajustado en su pecho, justo sobre su corazón. Hiashi se sorprendió de ver a su hija mayor frente a él, con Byakugan activado y proporcionando un golpe certero en el pecho de la criatura. El perro exclamó dolorido y gotas de su saliva lastimaron a la chica, no obstante no retrocedió.
—¡Oto-sama! – dio media vuelta para atacar a Akamaru, pero la sombra del youkai gigante la hizo regresar a su guardia.
—Akamaru, mata al rey. – ordenó y el hocico del perro cambio del hombro al cuello del patriarca, la respiración agitada del hombre alertó a Hinata.
—¡No, oto-sama! – su Byakugan desapareció, la determinación inicial de la chica se perdió cuando contempló lo sucedido.
—Espera, Akamaru.- el perro destensó su agarre y Hiashi logró tomar aire. —Mujer, apártate. – gruñó.
—¡Hinata! – exclamó de forma ahogada el líder de la familia. —Regresa al palacio.
—Pero, padre…
—¡Hazlo ahora! – la sangre emergía dado al filo de los colmillos del perro. Ella tembló e hizo lo pedido.
—Patriarca de los Hyuga. – el perro gigante se trasformó en un joven youkai, vestido de pieles y tatuajes en sus mejillas, marcando su ascendencia. —Tienes una hija muy impresionante. – Akamaru aflojó el agarre y retrocedió para que pudiera encararlo. —Hablemos claro, aquí yo pongo las condiciones.
—¿Qué quieres, bestia? – escupió dolorido.
—¿Qué no lo dije antes? A tu impresionante hija mayor, por supuesto.
—¡¿Qué?! – lo miró incrédulo, pero el demonio no flaqueó. —Estás bromeando.
—¿Te parece que lo hago? – lo tomó del cuello, lastimándolo más. —La deseo, es hermosa y huele bien. La quiero para mí.
—¡Jamás!
—Puedo hacer que pienses lo contrario. – apretó su agarre.
—¡Padre! – las hijas se removieron asustadas.
—En realidad no me importa si mueres o no, de igual forma, si me niegas ese capricho te mataré igual, pero… no tiene por qué ser así, te daré hasta el atardecer, de lo contrario, devoraré a tu hija menor y te aplastaré la cabeza. – lo soltó y llamó a sus perros, luego retrocedió. —Vamos Akamaru. – desaparecieron de la misma forma que aparecieron.
Hiashi fue trasladado a su alcoba y fue visto por el médico inmediatamente. Cuando estuvo mejor pidió que Hinata fuese a su habitación.
—Padre. – ella sabía la razón por la cual la había citado y le dolía que fuese así.
—Hinata. – su padre le miró con tristeza. —Yo… - soltó un suspiro. —Lo siento mucho, en verdad.
Las lágrimas se agolparon en el rostro de la chica. ¿Tan poco valía para ser entregada de esa forma?
—Lo entiendo. – apretó sus manos, nerviosa.
—No quiero exponerte a esto hija, enserio. Pero… no sé qué hacer, el ejército no será suficiente, intenté comunicarme con nuestros aliados pero no han querido participar en la lucha, realmente…
—Entiendo, de verdad. – se limpió las lágrimas. —Seré… útil al menos, ¿No? Protegeré a mi familia a costa de mi vida.
—Hinata. – su rostro se congestionó con tristeza pura y es que Hiashi sabía que… entregar a su hija a un youkai significaría una muerte segura. —Lo siento, lo siento tanto. – finalmente lloró. Hinata tomó su mano y negó con la cabeza.
—Majestad. – un hombre los interrumpió. —El demonio está aquí.
Hinata se puso de pie inmediatamente y miró por última vez a su padre, caminó fuera del pasillo, dejándole inconsolable y en un mar de lágrimas. Hanabi estaba parada enfrente y le tomó de la ropa, asustada. Ella se volteó y le besó en la frente.
—No lo hagas, por favor. – suplicó con lágrimas en los ojos.
—Protege a Oto-sama por mí. – pidió ella, en un sollozo.
—Te amo onee-san. – la abrazó fuertemente.
—Y yo a ti, Hanabi. – acarició su espalda. Un rugido la hizo removerse asustada, el demonio demandaba por su novia. Hinata tomó aire y caminó con firmeza hasta la salida.
Su destino estaba pactado.
—Te estaba esperando, princesa. – el hombre sonrió maquiavélicamente. Se acercó a ella y la vio temblar, no pudo evitar pasar la lengua por sus labios. —Nos casaremos y serás mía, no hay nada más que decir. – ella tragó saliva. La tomó entre sus brazos y repentinamente cayó en un sueño profundo.
Lo último que estucho en su mente fue la voz de aquella bestia que siempre la visitaba en sus sueños y cómo jadeaba en una ola de oscuridad.
Hinata, tu destino es estar a mi lado.
Y tras esto… nada.
Continuará…
Las cosas no se ven bien para Hinata e irán de mal en peor. Espero que lo hayan disfrutado, en el proximo capítulo más de estas increibles criaturas y una historia llena de intriga.
¿Merece un comentario?
Yume no Kaze.
