Disclaimer: Todos los personajes de Harry Potter pertenecen a J.K. Rowling y a la Warner. Yo no tengo ningún derecho sobre ellos, lamentablemente no son míos( Ojalá lo fueran... ¡¡¡¡Míos... Mi Tesssssssoooorrrroooo! Jajajajajajaja!)

Nota de la autora: Esta es la segunda parte del fan-fiction Heredera de la Muerte. Si no has leído aquel, te recomiendo que lo hagas, pues si no me temo que no entenderás de dónde salen muchas de las cosas que aquí se cuentan. Para leerlo, ve a mi profile y allí lo encontrarás. Un saludo, Bea.

Heredera de la Muerte 2.

Los que traten de ver alguna intención en este relato serán demandados; aquellos que pretendan encontrarle una moraleja serán desterrados, y quienes busquen en él una trama serán fusilados.

Mark Twain

Capítulo 1: Un traidor, San Mungo y la "casita" de Severus.

En una fría sala con forma circular y excavada en la roca, un hombre, de pie en lo alto de los escalones que llevaban a lo que parecía ser una especie de trono de piedra, vestido completamente de negro, con la piel pálida, las facciones como esculpidas en piedra, apuntaba con su varita a un hombre ante él que se retorcía en el suelo. El primero levantó la varita y el otro dejó de chillar.

- Murt, Murt, Murt. No sabía que pudieras gritar tanto.- dijo el hombre con una cruel sonrisa.- ¿Sabes? Me has decepcionado.

El otro hombre apoyó las manos en el suelo y trató de incorporarse.

- Mi señor, os juro que yo no he...

Una horrible carcajada resonó en la sala.

- ¿Crees que eso importa realmente? ¿Que me importa que hayas ayudado o no a esos niños a escapar? Sé que no lo has hecho, que todo corresponde a un plan fijado de antemano. Como dijo mi querida hija en una ocasión, sólo sois las piezas de una enorme partida de ajedrez cuyas dimensiones nunca lograréis conocer. Y el rey negro sacrificará a uno de sus peones por el juego.

El pobre mortífago le miró con ojos desorbitados, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

- Dijiste que nos protegerías... cuando nos unimos a ti... que nunca nos ocurriría nada si no te fallábamos...

Voldemort movió la mano con ademán teatral y sonrió levemente.

- Promesas, vanas promesas. ¿Realmente os lo creísteis? Veo que tengo más poder de persuasión del que pensaba.- La ironía envolvió sus palabras.- Bien, creo que esta conversación ha durado demasiado.- Levantó su varita y apuntó al hombre, que se había arrodillado en el suelo.- Avada kedabra.

Un rayo verde salió de su varita e impactó en el pecho del hombre, cortando el grito de terror que éste había proferido. Voldemort, con una sonrisa demoníaca, se volvió hacia la pared y, con un silbilante susurro, invocó a una viscosa criatura, que salió reptando de un agujero de la pared..

- Nargiri, aquí tienes tu cena.

Un hombre, vestido con pantalones y una bata blanca, con un estetoscopio colgando del cuello estaba sentado en una silla junto a un hombre inconsciente tumbado en una cama, en una blanca y limpia habitación. La claridad del día se filtraba por una gran ventana. Terminó de inflar el esfigmomanómetro y anotó la medición en una tabla. Seguía igual.

La verdad era que todos aquellos aparatitos inventados por los muggles para sobrevivir sin magia no sólo eran graciosos, si no también muy útiles allí donde la magia no podía actuar. Como en este caso. Cuando trajeron a aquel hombre de cabellos de un rubio tan claro que parecía blanco, con esa tez tan pálida que en un principio les había hecho creer que ya nada podrían hacer por él, había sentido la descarga de adrenalina que siempre sentía en esos casos. A fin de cuentas, era su trabajo el curar a los demás. Era todo un reto, pero con el tiempo se había sentido frustrado. Ninguno de los remedios curativos que habían utilizado, ninguna de las pociones, nada había funcionado.

Muchas veces se había preguntado qué hechizo o qué combinación de hechizos había recibido aquel hombre. Sabía perfectamente quien era, todo el mundo en la comunidad mágica lo sabía: Lucius Malfoy. Si hacía caso a la opinión de la gente, el que estuviera ahora ingresado inconsciente en el Hospital de San Mungo se debía sin duda a su relación con aquél-que-no-debe-ser-nombrado. Y, en verdad, así lo parecía, puesto que ni siquiera con la medicina muggle habían conseguido que despertara.

Con un suspiro de impotencia, dejó la pluma y el tintero en la mesita junto a la cama, le quitó el esfigmomanómetro y lo enrolló, guardándolo en su estuche. Se levantó, dejó la tabla colgada en un gancho que había a los pies de la cama del hombre y salió, sin darse cuenta de que dos sombras espiaban sus movimientos desde detrás de la estatua de un curandero.

Esperaron a que se alejara y, silenciosamente, se acercaron, y entraron en la habitación, cerrando la puerta tras ellos con un hechizo.

Lentamente se acercaron a la cama, mientras uno de los hombres no podía evitar un ahogado gemido al ver el aspecto del hombre. Más delgado y más pálido de lo habitual, con profundas ojeras moradas alrededor de sus ojos a pesar de estar inconsciente, parecía un muerto en vida. Y casi era así, como Él les había dicho cuando les encargó esta misión. Id y traedlo de nuevo, les había ordenado mientras les daba una poción de su invención. Y allí estaban, cumpliendo sus órdenes, como siempre.

Uno de ellos sacó una redoma de entre los pliegues de su túnica y con una mirada advirtió a su compañero de que estaba listo. Éste abrió con delicadeza la boca de Malfoy y el otro vertió unas gotas dentro.

Se quedaron quietos, temerosos, y por un momento creyeron que no había hecho efecto, pero después, lentamente, la respiración del hombre se hizo más fuerte, y, poco a poco, comenzó a abrir los ojos, parpadeando repetidamente a causa de la claridad. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero no pudo. Uno de los hombres conjuró con su varita un vaso de agua mientras el otro ayudaba a Malfoy a sentarse.

Tras beber unos tragos, pudo por fin hablar.

- ¿Avery? ¿Nott? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hago yo aquí- Se miró el cuerpo y no pudo evitar una mueca de desagrado al ver que tenía puesto un camisón como pijama.

El médico entró en el ascensor y metió su mano en el bolsillo. Entonces se dio cuenta de que no llevaba ni su pluma ni el tintero. Se los había dejado en algún sitio. En la habitación de Lucius Malfoy.

Con un suspiro cansado, volvió a subir en el ascensor.

- ¿Qué recuerdas- inquirió Avery.

- Estába en la mansión Ryddle, iba con la rata a los calabozos donde encerramos a Potter y a sus amiguitos, abrí la puerta y...me despierto aquí.

Los otros dos hombres intercambiaron una mirada.

- Bien, verás...- comenzó Nott – la verdad es que los chicos consiguieron que Murt les ayudara y te atacaron cuando entraste. Por eso estás aquí.

-Debemos irnos.- Aconsejó Avery.- Antes de que nadie nos vea.- Con un movimiento de varita hizo que apareciera la ropa de Malfoy, que se vistió todo lo rápidamente que su estado le permitió.

- ¿Podrás aparecerte- preguntó Nott.

- No seas idiota, nadie puede aparecerse en San Mungo.-el frío acero en la voz de Malfoy evidenció que seguía siendo el mismo.- Démonos prisa, tengo mucho que hacer.- Afirmó con una peligrosa sonrisa.

Avery le miró con una tenue sonrisa en los labios y sacó un trozo de metal de su bolsillo.

- Un trasladador. Agarráos a él.

Le hicieron caso, y con un chasquido los tres desaparecieron.

El médico abrió la puerta y se asombró de no ver a nadie. Con paso firme se acercó al baño, pero también estaba vacío. Salió corriendo de la habitación a dar la alarma.

En una habitación del castillo, una joven vestida con un corto vestido de tirantes terminaba de cerrar su baúl y, haciéndolo levitar, lo bajaba por las escaleras. Miró a su alrededor. Hacía una semana que las clases habían terminado y que los alumnos se habían marchado a sus casas en el Expreso de Hogwarts, y en la sala común de Slytherin el silencio reinante se veía interrumpido por ecos de sonrisas, burlas, lágrimas, ilusiones y deseos cumplidos. Sonrió. A pesar de todo, no había sido un mal año. No, no sólo no había sido un mal año, si no que había sido el mejor de todos, el mejor de toda su vida.

Había descubierto que las cosas nunca son lo que parecen, que siempre existe una salida para las situaciones más extrañas. Había encontrado amigos, gente que la apoyaba y la respetaba, que la quería, y que lo daría todo por ella. Se sentía afortunada, la persona más dichosa del mundo. Quién iba a decirle que su vida podría cambiar tanto en apenas unos meses. Hacía tan sólo un año corría para salvar su vida, sintiéndose sola y con un gran dolor en el alma. Ahora el dolor se había mitigado en parte, y había vuelto a sonreír.

Apartó un tapiz que cubría una de las paredes y se internó por un largo y frío pasillo de piedra con su baúl flotando detrás. Al final, una puerta tentadoramente entreabierta la invitó a entrar en una sala en la que dos personas conversaban en voz baja sentadas en un sofá. Al verla, ambas se levantaron.

No pudo evitar sobresaltarse cuando sus ojos se encontraron con los del profesor de pociones. No habían vuelto a hablar desde su regreso de la mansión Ryddle aquella noche hacía unas semanas y ella había estado preguntándose muchas cosas. ¿Qué pensaría él de ella? ¿Qué ocurriría ahora entre ellos dos?

Extrañamente, él había pasado todo el tiempo en la sala común de Slytherin, corrigiendo los últimos trabajos, los últimos exámenes. Aquello había supuesto un acercamiento silencioso. No hablaban, pero ella tenía la certeza de que en esa semana él había estado ahí para ella, esperando a que se decidiera a hablar, acompañándola cuando oía música, leía o investigaba en los libros que Dumbledore le había permitido sacar de la biblioteca. Lo más raro había sido cuando varias veces, al levantar la vista de los libros o al mirarle, le había sorprendido mirándola con una expresión diferente a la acostumbrada, expectante, ansioso, como si quisiera transmitirle todo un mundo con tan sólo una mirada, y había visto cómo él apartaba rápidamente la mirada, azorado.

Sin embargo, otras veces había sido ella la que le observaba mientras él estaba enfrascado en su tarea. En esos momentos él parecía olvidar donde estaba y bajaba la guardia. Sus rasgos se suavizaban y una sutil sonrisa aparecía en sus labios, haciéndole parecer más joven y aportando una suave calidez a su semblante.

También se había sentido extrañada, pues no habían vuelto a recibir noticias del señor tenebroso, ni él había comentado nada.

- ¿Lista- preguntó un sonriente Dumbledore.

La joven sonrió.

- Lista.

Con un movimiento de varita, Severus encogió el equipaje de la joven hasta que tuvo el tamaño de un llavero y se lo guardó en el bolsillo de unos pantalones negros de vestir, a juego con un polo de manga larga negro, una americana marrón oscura y unos zapatos, también negros.

- Bien-continuó el director con un destello extraño en sus ojos– creo que tendréis que ir los dos solos, he recibido una lechuza esta mañana y tengo que ir a Londres.

- ¿Algún problema- preguntó Beatriz.

- No, sólo una reunión del Wizengamot.

- Entonces no nos entretengamos más. Iremos por la red flu a la Taberna del Buda.- sugirió Severus.

- ¿Y por qué no vamos directamente a su casa, profesor Snape? ¿O es que vive en una taberna- se burló la joven.

- La casita del profesor Snape aún no ha sido conectada de nuevo a la red flu y la Taberna del Buda es la chimenea mágica más cercana.- explicó Dumbledore.

Casita... Beatriz se imaginó una chiquitita, coqueta y acogedora casita al borde del mar, en un pueblecito de pescadores y una sonrisa apareció en sus labios.

Tras despedirse de Dumbledore, ambos entraron en la chimenea y aparecieron en un estrecho y vacío cuarto. Salieron por una puerta sobre la que ponía privado y se encontraron en la calle, en un soleado día.

El aire olía a sales y se oía el suave arrullo del mar. Unas gaviotas volaban en el cielo, entre unas nubes gorditas que parecían algodón, como si estuvieran jugando con el sol, y varios pescadores salían con sus cañas de pescar de sus casas y se reunían en una esquina, con fuertes apretones de manos y sinceras sonrisas.

- Esto es como estar en el cielo.- pensó la joven.

Severus caminó decidido hacia el otro extremo de la calle donde había varios coches aparcados y sacó un llavero. Abrió un todo terreno verde oscuro con el mando a distancia y le indicó a la joven que subiera y se sentara en el asiento del copiloto.

Sorprendida de que el hombre supiera conducir un coche muggle, la joven se sentó mientras Severus arrancaba y salían del aparcamiento.

Salieron del pueblo y fueron por una carretera que corría paralela al mar, de un profundo y bello color azul oscuro. En un momento dado, el paisaje se hizo más agreste y la carretera se desvió hacia el interior para rodear un montículo. Severus frenó y se adentró por un camino asfaltado. Avanzaron unos quinientos metros antes de detenerse frente a unas enormes rejas sujetas a un alto muro de piedra que les impedían el paso.

El hombre detuvo el coche, hizo un movimiento con su varita y pronunció una palabra, y las puertas se abrieron, para volver a cerrarse tras su paso.

El coche avanzó por una avenida bastante descuidada, con árboles a ambos lados que impedían ver qué había detrás. Fueron ascendiendo y en uno de los recodos del camino, apareció la casa de Severus.

Casita, ¿eh? Más bien una mansión, pensó la joven.

Tenía razón. Una gran mansión de tres pisos, construida en piedra y con el techo de pizarra se alzaba imponente al borde mismo de un acantilado contra el que rompían furiosas las olas, rodeada por un descuidado jardín. Unas escaleras, cubiertas por una arcada de hierro cubierta de flores blancas, descendían hasta una pequeña calita de arena fina y aguas muy claras.

Se bajaron del coche y se acercaron a la entrada principal. Dos inmensas columnas sostenían un precioso porche y enmarcaban una enorme puerta de madera labrada. Una suave fragancia a jazmín impregnaba el aire, y ambos aspiraron con satisfacción. Severus avanzó, tocó la puerta y ésta se abrió, dejándoles pasar a un inmenso y lujosísimo vestíbulo. De él partía una gran escalera que se perdía entre las sombras debido a que las cortinas de toda la casa parecían estar echadas. Olía a cerrado.

Severus se había quedado quieto, mirando hacia una de las puertas de la derecha, que parecía pertenecer al salón, casi como si esperase ver salir a alguien por ellas. Ella notó como una tensión silenciosa parecía venir a darles la bienvenida enrareciendo el ambiente, haciéndolo casi irrespirable. Tras un momento, pareció desaparecer. Reparó en que el hombre temblaba, con los puños apretados. Pobre Severus.

Pero no había nada que ella pudiera decir.

Fuera se oía el graznido de las gaviotas y el susurro del mar. En la estancia reinaba el silencio, disipando la cacofonía exterior. Había una sensación de espacio, de pausa.

Y como no había nada que decir, ella hizo en ese intervalo lo único que podía hacer. Alargó una mano a través del espacio entre ellos, iluminado tenuemente por los rayos que conseguían filtrarse por entre las cortinas y le tocó. Fue un ademán tan infinitamente tierno y cariñoso que Severus, a pesar de tener los ojos cerrados y la cara vuelta en otra dirección, no pudo dejar de advertir su naturaleza.

Él se volvió lentamente hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. Beatriz no había apartado la mano de su brazo. Éste contacto tenía la elocuencia de una voz tonante en el silencioso vestíbulo. Poseía una profundidad imposible en la comunicación verbal.

Beatriz se quedó pasmada al ver que él había llorado, y que, por si esto fuera poco, su acción le había inducido a revelárselo. Ésta aceptación por parte de él la conmovió profundamente y las lágrimas subieron a sus ojos, pero las contuvo con un esfuerzo de voluntad.

Ahora deseaba hablar, pero parecía incapaz de romper la frágil tranquilidad que les envolvía como una concha. Sentía que, solamente con su contacto, había aliviado mucho la angustia de Severus.

- Si he vuelto aquí- murmuró él – ha sido deliberadamente.- Cerró los ojos para sentir mejor la energía que le transmitía ella a través de la palma de su mano y de sus dedos.

La joven le atrajo suavemente hacia ella y él enterró la cara en su cuello y su pelo, mientras ella le mecía dulcemente.

- Esta era la casa de mis padres. Todavía puedo sentir su opresiva presencia.- su voz era velada y suave, como si hablase en sueños.-Como corresponde a una de las más longevas familias de magos, practicaban las artes oscuras, defendían la pureza de la sangre y eran partidarios de Voldemort. Siempre me educaron para seguir con la tradición, y el día que me hice mortífago organizaron una fiesta con sus amistades para celebrarlo. Por fin el joven Snape hacía algo de lo que podían sentirse orgullosos.- terminó con amargura.

- ¿Qué... sucedió?

- Murieron, mi padre en un enfrentamiento contra la Orden, mi madre tiempo después, en un accidente con unas pociones. Se envenenó a sí misma y el antídoto estaba mal preparado.

- ¿Les echas de menos?

Él la miró fijamente a los ojos, tomándose un tiempo para responder.

- No. No lamento su muerte, ellos mataron a muchas personas inocentes, gente que no tenía nada que ver con su causa, tan solo por el placer y la diversión de poder hacerlo. No tenían corazón ni alma.

- Demasiados recuerdos en esta casa.

- Demasiados. Aún puedo oír sus gritos, sus peleas. Nunca se amaron, se casaron por interés de ambas familias. ¿Y qué se puede esperar de un matrimonio de conveniencia? Nunca fueron felices, siempre estaban reprochándose sus vidas separadas el uno al otro, y yo... estaba siempre en medio. Era el continuo recordatorio de sus desgracias. Nunca les importé demasiado. Ni a nadie.

Finalmente, ella le entendió. Entendió que todo el miedo, ira y frustración que descargaba con todo el mundo no era más que los recuerdos de su niñez que empleaba como tapadera, para no volver a sufrir, para evitar que le ocurriera lo mismo que a sus padres: una vida completamente infeliz, sin darse cuenta de que era precisamente eso lo único que conseguiría comportándose así.

Beatriz le abrazó.

- A mí me importas. Mucho.- susurró en su oído.- Eres mejor que ellos en todos los sentidos.

- No en todos. A decir verdad, en casi ninguno.

- En todos.- rebatió ella.- Fuiste y conseguiste volver, te diste cuenta de lo que era fácil y lo que era correcto. Hay que tener mucho valor y mucha valía para hacer lo que tu haces.

- O estar completamente loco. O ser un bastardo.

- No es cobardía, ni una locura, si no algo grandioso. Y te admiro por ello. Ahora bien, no voy a permitir que te compadezcas a ti mismo, así que deja ya de pensar que eres un auténtico... eso, porque no lo eres. A pesar de lo mal que te portas a veces, no lo eres.

Él se quedó callado, sin saber qué responder, sopesando sus palabras. Ella aprovechó para cambiar de tema.

- ¿Qué te parece si aprovechamos para poner un poquito de magia buena en esta casa- preguntó con una sonrisa traviesa.

Con un movimiento de la mano hizo que se descorrieran todas las cortinas, dejando pasar la gran claridad del exterior, haciendo que la casa apareciera en todo su esplendor y dejara de ser un lugar tan lúgubre.

Gracias a la luz, Severus pareció despertar de su sueño y recobró el aplomo que había perdido. Cogiéndola de la mano la llevó por la casa, recorriendo vacíos pasillos y vacíos salones, antiguas escaleras y vacías cocinas.

Finalmente, la llevo hasta una magnífica habitación con una gran cama adoselada, decorada en blanco, dorado y azul.

- Es una casa magnífica.

- Si tu lo dices... Yo duermo justo en la habitación de al lado.- comentó el hombre, señalando una puerta.

- Veo que no quieres tenerme lejos, ¿eh?

Él sonrió.

- ¿Para que me hagas alguna de las tuyas? No, gracias. Prefiero tenerte cerca, donde pueda controlarte.

- Ja, ja, muy gracioso.

Él sacó de su bolsillo el baúl de la joven, y, dejándolo a los pies de la cama, lo agrandó.

- Instálate, tarda lo que necesites. Yo estaré abajo, en la biblioteca. Cuando termines, ven a buscarme, tengo que contarte algunas cosas sobre la casa.

- Está bien.- él salió cerrando la puerta. La joven le oyó alejarse y se puso a curiosear.

Se encontraba en una espaciosa habitación, con un gran ventanal que daba al mar. Con un ligero movimiento de su mano, hizo que el baúl se abriera y su ropa comenzara a salir, colgándose ordenadamente en el pesado armario que se encontraba en una de las paredes. Sus libros y demás objetos personales se posaron suavemente en los estantes de una bella estantería, con impresionantes grabados.

Una mesa con una silla estaba situada debajo de la ventana y otra puerta en la habitación daba paso a un gran baño de mármol, con una gran "bañera", que a Beatriz le recordó mucho los cuartos de baño de los que disfrutaban los prefectos de Hogwarts.

Una vez que se hubo lavado la cara y las manos, y descansado un rato tumbada en la cama, salió de la habitación y anduvo por un largo pasillo vacío, con señales evidentes de que en sus paredes habían estado colgados numerosos cuadros. Tendré que preguntarle, pensó, anotándolo mentalmente para cuando tuviera la ocasión.

Bajó por la escaleras principales, torció a la derecha y entró en el gran salón, pasando de allí al un nuevo distribuidor que daba a la biblioteca. Con lentitud se acercó a las puertas, bellamente labradas formando una escena en la que se podía apreciar la lucha entre un basilisco y un dragón, y, antes de que pudiera llamar, éstas se abrieron suavemente, franqueándola el paso a una estancia inmensa, espaciosa y... vacía.

Al igual que el resto de la casa, lo que Severus había llamado "biblioteca" era un lugar con grandes estanterías hasta el techo llenas de polvo y telarañas, pero sin libros ni objetos para el estudio. Sobre una gigantesca chimenea, se veía la sucia huella de que un gran cuadro había estado colgado mucho tiempo atrás

Pesadas cortinas estaban echadas, dejando la habitación en semipenumbra. El hombre se encontraba sentado en una butaca de orejas junto al una de las ventanas, con lo que parecía ser un antiquísimo libro plateado en las manos. Ella se quedó quieta, observándole. Él levantó la vista y la vio, tan serena, tan hermosa como siempre.

- Veo que me has encontrado.

- No ha sido difícil.-respondió ella con una sonrisa burlona.- Bien, aquí me tienes. ¿Qué querías contarme?

- ¿Y Gizeh- preguntó él.

Beatriz se quitó un adorno plateado del pelo, lo puso en su mano y lo transformó en un cilindro de marfil grabado con jeroglíficos. Lo lanzó al suelo, pero antes de que golpeara contra él se transformó en una criatura extraordinaria, con cuerpo de león y cabeza de mujer, con grandes ojos almendrados: una esfinge. Esta esfinge era la mascota de la joven.

El animal saludó con una inclinación de cabeza.

- Lo primero de todo- comenzó él incorporándose- es hacer el "reconocimiento." Con que lo hagas tú vale, no hace falta que lo haga Gizeh también, sólo que esté presente.

La esfinge asintió con la cabeza y se acostó en el suelo.

- Vamos con el reconocimiento.- Repitió él acercándose a ella.

-¿Qué- preguntó ella con un asomo de burla en su voz.

- No seas mal pensada.- dijo él con una severa mirada.- Es para que la casa te reconozca y puedas entrar y salir cuando quieras. La casa está hechizada con algunos de los peores encantamientos conocidos, herencia de mis queridos padres y de incontables generaciones Snape, y, si algún extraño que no esté reconocido o que no esté en compañía del dueño estuviera aquí, la casa actuaría en su contra, atacándolo, inmovilizándolo y encerrándolo.- explicó él con un extraño brillo en los ojos y una nota de sarcasmo en la voz.

Sea lo que sea, no quiero saberlo. Repentinamente, un escalofrío que no auguraba nada bueno recorrió a la joven, haciéndola temblar.

- ¿Qué ocurre?

- No lo sé, ha sido extraño. Espero que no halla ocurrido nada.

Ambos se miraron preocupados, pues ambos sabían de los poderes de la joven. Ella apartó esa posibilidad de su mente y aparentó una tranquilidad que no sentía.

- Vale, y... ¿cómo me "reconoce"- preguntó ella.

-Ven.

Se acercó a la chimenea e hizo que ella pusiera ambas manos sobre el libro, mientras él lo sujetaba por debajo.

- Este libro contiene la historia de mi familia, y es la llave que permite apreciar las posesiones de los Snape en todo su esplendor. Supongo que habrás visto que toda la casa está vacía.

Ella asintió con la cabeza.

- No hay cuadros, ni objetos que evidencien que alguien vive en esta casa. La tienes completamente abandonada, lo cual es una pena.

Él sonrió travieso.

- Te equivocas. Esta casa está perfectamente cuidada y todos los cuadros están en su sitio, ya lo verás. Ahora repite conmigo- se apresuró a decir, al ver que la joven iba a replicar- Me comprometo, por el hechizo de fidelidad absoluta a esta casa y a la familia, a no dañar jamás a ninguna de ellas mientras me encuentre aquí.

- Me comprometo, por el hechizo de fidelidad absoluta a esta casa y a la familia, a no dañar jamás a ninguna de ellas mientras me encuentre aquí.

Entonces, el libro comenzó a brillar con una luz plateada. Severus apartó las manos y cogió entre las suyas las de la joven, mientras el libro se quedaba flotando.

- ¡Dic-tvam, maïa! ¡Provan tínam morcam! ( ¡Muestrate, forma ilusoria! ¡Descubre tu verdadera figura!)- Exclamó Severus.

De pronto, el brillo se hizo más intenso y les envolvió, cegándoles. Cuando todo pasó, la joven abrió lentamente los ojos y lo que vio le hizo soltar una exclamación de asombro.

La biblioteca había pasado de estar casi vacía a encontrarse primorosamente amueblada, plagada de estanterías y mesas llenas de libros, mapas, telescopios, bolas de cristal, amuletos y un montón de objetos mágicos más o menos oscuros.

Los grandes ventanales ahora dejaban pasar la clara luz del día, mientras que unas antorchas apagadas pendían de las paredes entre gran cantidad de armas y cuadros de batallas. Sobre una gigantesca chimenea, un cuadro aparecía pintado con el emblema de lo que la joven supuso que sería el escudo de armas de la familia del hombre.

Fijándose, pudo ver que en él parecía un dragón sobre un castillo, rodeados por la leyenda:

Az cafod gnôyasa. Az kerdom gnôyasa

(A la cabeza de la sabiduría, al corazón de la sabiduría)

La esfinge, en el suelo, soltó un silbido, y, ya en pie, le hizo una profunda reverencia al hombre. La joven se volvió atónita:

- Tú eres...

Esfigmomanómetro: La presión se mide en milímetros (mm) de mercurio con la ayuda de un instrumento denominado esfigmomanómetro. Consta de un manguito de goma inflable conectado a un dispositivo que detecta la presión con un marcador. Con el manguito se rodea el brazo izquierdo y se insufla apretando una pera de goma conectada a éste por un tubo. Mientras el médico realiza la exploración, ausculta con un estetoscopio aplicado sobre una arteria en el antebrazo. A medida que el manguito se expande, se comprime la arteria de forma gradual. El punto en el que el manguito interrumpe la circulación y las pulsaciones no son audibles determina la presión sistólica. Sin embargo, su lectura habitual se realiza cuando al desinflarlo lentamente la circulación se reestablece. Entonces, es posible escuchar un sonido enérgico a medida que la contracción cardiaca impulsa la sangre a través de las arterias. Después, se permite que el manguito se desinfle gradualmente hasta que de nuevo el sonido del flujo sanguíneo desaparece. La lectura en este punto determina la presión diastólica que se produce durante la relajación del corazón. Durante un ciclo cardiaco o latido, la tensión arterial varía desde un máximo durante la sístole a un mínimo durante la diástole. Por lo general, ambas determinaciones se describen como una expresión proporcional del más elevado sobre el inferior, por ejemplo, 140/80. Cuando se aporta una sola cifra, ésta suele corresponder al punto máximo, o presión sistólica. Sin embargo, otra cifra simple denominada como presión de pulso es el intervalo o diferencia entre la presión más elevada y más baja. Por lo tanto, en una presión determinada como 160/90, la presión media será 70. (Sacado de la enciclopedia Encarta 2004, Tensión arterial)

¡¡Hola a todas! ¿Cómo estáis? Espero que muy bien, que halláis pasado unas muy felices navidades, y que os hallan regalado muchas cosas Papá Noel, los Reyes Magos o cualquiera de las fiestas que celebréis. También espero que este nuevo año 2005 os traiga mucha salud, mucho amor y que se cumplan todos vuestros deseos!

Como habréis visto (o, mejor dicho, leído), yo también he vuelto, y con más ganas que nunca de seguir dando guerra y de manteneros intrigadas. Siento mucho no haber subido antes este primer capítulo del fic. Pero, bueno, vamos a lo que nos interesa: ¿Quién es Severus? ¿De quien desciende? Una pista: desciende de una gran familia cuya leyenda es muy conocida por cierta "Tabla Redonda" y grandes guerreros, un mago muy poderoso, una espada mágica clavada en una roca... Además, ¿qué son esas cosas que tiene que hacer Malfoy? Chan Tachán Tatatachán...( Música de suspense...)

Supongo que ya sabréis de quien se trata, ¿no? Pero si no es así, no os preocupéis, en el siguiente capitulo se desvelará.

Además, como os prometí al final de Heredera de la Muerte, muchas cosas pasarán en este fic, así como muchas otras cosas que se quedaron como cabos sueltos se resolverán de una forma inesperada, a saber:

1.- ¿¿¿¿Creéis que Voldemort va a dejar a Lucius en San Mungo? ¿Siendo uno de sus mejores mortífagos?. Seguro que se las arregla de alguna manera. (Esto es lo que ha ocurrido en este capítulo ;) )

2.- Eso nos lleva a Draco. Pobre chico, es que no puede estar tranquilo(¿Será esto algo de lo que tenga que hacer Malfoy padre?).

3.- ¿Para qué sirve el medallón de la madre de Beatriz que Severus le entregó a la joven?

4.- ¿Qué es el libro que Beatriz compró y por qué buscaba una edición en especial? El distinto color de las hojas debiera ser una pista de que nada es lo que parece.

5.- Beatriz y Severus se van juntos de vacaciones y ambos sienten algo muy fuerte el uno por el otro. ¿Qué ocurrirá? ¿Terminarán juntos?

6.- ¿Está realmente Sirius muerto? Algo ocurrirá con eso...

Así que ya sabéis, si queréis conocer la contestación a todos estos interrogantes y a muchos más que se irán planteando durante el fic, no tenéis más que leerlo.

Espero que os guste tanto como el primer Heredera de la Muerte.

Por cierto, un par de apuntes:

Tanto a leyenda del escudo de la familia de Severus como las palabras que desencadenan el que Beatriz pueda ver lo que contiene la casa está sacado del libro "Favila" de Graham Dunstan Martín. El que Severus descienda de quien lo hace ( no pensaréis que os lo voy a contar aquí, ¿no? Lo tenéis que adivinar vosotras...) es una idea sacada del fic El Diario de Faith, de Patricia. Se encuentra en Harrymanía, en la sección de adultos y os lo recomiendo encarecidamente. Es uno de los mejores fics que he leído, muy bien construido narrativamente y uno de los pocos con los que me he emocionado. Este fic es a su vez continuación de otro de la misma autora: Ten miedo de mí, y relata los sentimientos de Severus y de una profesora de Hogwarts que se enamora de él.

Quiero agradecer a Love-Snape, Elena Unduli, Janemasiel, asukychan, MissandreinaSnape, pupichan, Tercy, dany black, stregainprogress, Eleanor Blackriver y Sheamooniepor haber leído el relato corto "Un San Valentín diferente", que subí antes de Navidades. ¡Me alegro mucho de que os gustara tanto, guapetonas! Y también a Caroline Holish, Anna, TheTeacher's y Amsp14 por dejarme un review al final del primer Heredera de la Muerte. (Y a todas/os que hayáis leído el primer fic, Heredera de la Muerte, por valientes) ¡¡¡Sois las mejores!

Bexitos y un abrazo muy grande.

Bea.