Stalker
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, sino a Suzanne Collins, autora de la trilogía de los juegos del hambre. Yo solo lo utilizó, porque aún no supero el fin de esta maravillosa historia.
Summary: Katniss está jodida, realmente jodida, algo pasa dentro de ella y no sabe que hacer. Solo tiene una cosa clara. Lo quiere para ella, cueste lo que cueste. "Y odio completamente, que no sea mío. "
Prefacio:
Ya no hay forma de detenerme. Se ha metido dentro. Aquí, Allá, así. Esta en todos lados. Es peor que estar enferma, porque no hay remedios que atenúen el dolor. No existe nada en el mundo que cure este padecimiento. Lo sé, porque lo he intentado: Acabar con todo, pero nada funciona. Aunque claro, todo podría acabar si consiguiera que él posara su mirada en mí.
Mírame. Mírate. Somos iguales. Él uno para el otro.
Tú. Eres. Mío.
― Debes detenerte ―Dice, con voz preocupada. Su mirada está inquieta, observando hacía ambos lados. Protegiéndome las espaldas aunque yo no se lo he pedido. Mi hermanita, Prim, es demasiado sobre protectora para ser la menor. Es algo adorable, y al mismo tiempo, exagerado. No es como si en realidad estuviera haciendo algo malo. No estoy cometiendo ningún crimen.
― ¿De qué hablas? ― Le contesto, restandole importancia.
― Si sigues así, le contare a mamá.
Me doy media vuelta, para mirarle de frente: ― No hay nada que contarle a mamá ―. Le digo demasiado severa. Ella se remueve incomoda y aprieta la cuerda de su bolso.
― Vamos Katniss. Lo estamos siguiendo otra vez.
Lo sé. He sido pillada, ha sido demasiado estúpido proponerle cambiar el camino hacía casa tras la escuela. Pero no puedo admitirlo.
― No sé de que hablas. Si estás apresurada por llegar a casa, anda ve. ― Le digo apuntando hacía nuestro camino habitual, donde solo tomaría 15 minutos llegar.
― No puedo llegar sin tí ― Insiste, todavía estrangulando su bolso. ― Caminemos, la gente puede mirarnos.
Su insistencia me enfada. Creo que no entiende que no me importa si nos atrapan o no. Necesito esperar unos segundos más.
Me causa cierta ternura observarla tan apenada y preocupada, por lo que mi enfado se desvanece rápidamente. Tiene ojeras bajos sus ojos por quedarse estudiando hasta tarde, de seguro quiere llegar a descanzar, y estoy a segundos de acceder a su petición, y avanzar hacía casa cuando le oígo.
A pesar de estar a distancia, en el dobles de la esquina, donde desde la entrada de la panadería no pueden vernos, le escucho saludar a su padre en el mesón.
Le ha tomado más tiempo del normal en llegar a su casa, y no puedo evitar preguntarme que le distrajo tanto.
Su risa llega a mis oídos, y instintivamente sonrió. De seguro para Prim, debo parecer una estúpida.
― Anda ― Me dice. ― Ya lo has visto, ¿Podemos ir a casa ahora?
Suspiro. Han sido unos segundos, pero de seguro que aguantare hasta mañana en la escuela. Asiento, y le doy suaves golpecitos a la cabeza de mi hermana menor. Luego me echo a andar camino hacía mi hogar más sonriente que nunca.
Las matemáticas apestan. No solo confabulan entre sí en contra mí, impidiendo que las entienda, sino que además, se presentan en las primeras horas de mi horario escolar.
Observo el pizarrón todo enredado con números que ahora se mezclan letras. Me doy por vencida. Los números ya eran mucho para mí, las letras lo hacen todo más engorroso.
Nuevamente, el maestro intenta borrar y volver a escribir, pero el borrador se desarma. Humillado, murmura palabras e insultos que frente a algún policía local, le ocasionarían la muerte. Sin embargo, a los presentes no nos importa. Todos entendemos lo humillante que es para alguien de su profesión ser asignado a dar clases en este distrito. De seguro encuentra que hacernos aprender es una causa perdida e inútil. ¿De que nos sirven las ecuaciones cuando estamos a metros bajo tierra picando tierra de todos modos?
Consigue borrar lo anterior, refregando su brazo contra la superficie. Y comienza a rellenar nuevamente con esas combinación numérica con la que me dí por vencida.
Debería ser una tediosa y odiosa hora. Si fuera por mí, llegaría a la escuela solo para el segundo bloque, donde comenzamos con lengua. Pero no podría desaprovechar esta oportunidad, jamás, en la vida.
Es una de las pocas clases donde estoy cerca de él.
A pesar que en realidad no es muy cerca. Ya que nos separa la clase completa.
Él en un extremo del salón, en los primeros puestos, siempre atento. Yo en el otro extremo, en los últimos lugares, siempre atenta de él.
Quisiera que me pudiera observar. Que se diera cuenta de que lo observo. Como a principios de año, cuando accidentalmente botó su lápiz al suelo, y al levantarse de recogerlo, nos miramos. Fueron unos segundos, aunque a veces me confundo e imagino que fueron horas, pero nos miramos. Me miró a los ojos, y supo que yo existía. Desde ahí todo cambió.
Ya no fue más un capricho adolescente. El hecho de saber que sabía de mí, lo volvió real. Lo volvió Amor.
Jamás me permití faltar a una clase más. O por lo menos a matemáticas y artes, donde está él. La gripe no me importo, tampoco tener que atravesar las calles con nieve hasta las rodillas. No he faltado a ninguna, y no pienso hacerlo, no si eso implica desperdiciar estos momentos.
Jamás me perdonaría no darme cuenta de que cambió de peinado, o de bolso, o de lápiz.
Tengo memorizado como va de bien peinado su cabello rubio; o los compartimientos de su bolso de cuero, que seguramente fue un regalo de su último cumpleaños, ya que llego con él tras su última celebración; también las mordeduras de su lápiz favorito, sé que la tinta esta a medias, y le debe preocupar, no es un lápiz que tenemos normalmente la gente del distrito, su toque es más fino, y debió ser regalo de su hermano mayor, que trabaja en el distrito dos, como agente de paz.
No lo comento con nadie, quiero decir, que estoy enamorada de él. No tengo muchas amigas, de hecho, no tengo ninguna. Detesto a las chicas de mi escuela: siempre preocupadas de su apariencia, tan engreídas... como si eso importara en algo su apariencia para lo que nos están formando. Nadie puede preocuparse de comprar un nuevo labial importado del capitolio, cuando no tienes que echarte a la boca. Me fastidia lo superficiales que todos son aquí. Casi desearía poder escapar. Correr por el bosque y vivir aislada. Ese era mi plan hace un año atrás. Terminar la escuela, porque se lo prometí a mi padre antes de morir, y luego escapar al bosque junto a mi único amigo.
Gale es un tanto extraño. Nunca crítica mi desinterés por arreglarme, y tampoco mis extraños cambios de humor (que son casi siempre, como una reacción a alguna acción de Peeta, como cuando le sonríe a otras chicas), y sobretodo no crítica mi odio hacía este estúpido distrito. Es casi como si fuera mi alma gemela, y en realidad, así lo pensaba hasta que llego Peeta a mi vida. Pensé que terminaría huyendo al bosque con Gale, construiríamos una casa de madera, nos dedicaríamos a caminar y vivir de lo que viniera, y que cuando fuera el momento adecuado, tendríamos hijos criados de la misma manera. Pero todo cambió. Porque en vez de imaginar niños de cabellos obscuros y salvajes del bosque, ahora imagino un par de cabeceras rubias, corriendo por todos lados, manchados de pintura.
No se realmente como comenzó. Es decir, estuvimos siempre en los mismos salones, desde pequeños. Solía ser invisible para mi cuando pequeña. No recuerdo haber cruzado mayores palabras en la primaria con él. Quizás unos cuantos "Hola" o "Adiós", pero nunca nada más. Era invisible para mí, y yo sigo siendo invisible para él. Sin embargo, hasta hace unos dos años, aún teníamos clases de geografía, antes de que el Capitolio lo quitara del plan anual de estudios. Se trataba de mirar un mapa y que nos dictaran una charla respecto a los distritos. Jamás me intereso en realidad, pero a Peeta si. Recuerdo que esa hora repletaba al profesor de preguntas respecto a los demás lugares, donde el mapa estaba vacío. Jamás le contestaban con la verdad, era algo obvio, pero no sé la razón. Quizás era algo que no estaba en el plan de estudios, o quizás porque ni siquiera el profesor sabía.
Ese día, lo volví a notar. Apareció de la nada, y jamás pude detenerme de escuchar sus preguntas en clases. Es un chico realmente curioso, y eso me gusta. Algo hizo un click en mí, y deje de verlo como a los zombies vivientes que se desviven del capitolio como los demás. Supe que era como yo, y como Gale, quizás mejor que Gale.
Los días pasaron, y de un momento a otro. Sin saberlo, estaba más atenta a él. No solo en Geografía, era en todo.
Supe que estaba perdida, y que algo sucedía cuando lo observé por una clase completa de matemáticas, casi sin pestañear. No era normal, y me asuste. Supe calmar mis sentimientos solo por el hecho de que mientras más lo observaba, más se volvía placentero. Estoy jodida, lo sé desde ese momento. Todo empeoro desde ahí. Hasta llegar ahora, donde verlo en la escuela ya no es suficiente. Me desespera no saber que estará haciendo en todo momento.
Odio pensar que quizás piensa o este con alguna chica.
Odio saber que no sabe mucho de mí.
Odio seguir en esta situación.
Y odio completamente, que no sea mío.
Odio ser yo, en estos momentos y casi la mayor parte del día.
La campana suena, significa que matemáticas ha acabo. Sujeto y guardo mis libros de forma lenta, esperando que abandone el salón primero. Siempre es muy amable, y espera a sus amigos. Algo que es realmente apreciable, es que es tan bueno que llega a ser incluso desconcertante. Debe ser eso lo que lo ha hecho increíblemente popular, pero siempre que lo observo rodeado de demás estudiantes, parece agobiado, como si realmente no disfrutara mucho la atención. Y es algo más que tenemos en común, yo tampoco disfruto mucho la atención hacía a él.
Ha salido del salón, entonces yo intento seguir con mi día. Me muevo hacía mi otro salón, donde debería disfrutar de una aburrida clase de Lengua, pero antes de ingresar, Gale se interpone en mi camino sonriente.
― Quítate ― Le digo ácida. Mi humor ha cambiado drásticamente. Él lo encuentra entretenido.
― ¿Qué pasa Catnipp? ¿Has tenido un mal día? ― su tono burlón me desagrada, y me retengo de pegarle un puntapié lateral.
― Quítate ya, llego tarde. ― Como si no lo conociera, sé que su siguiente acto es taparme el camino, así que antes de que lo haga golpeo su ombligo, dejándolo inmóvil unos segundos. ― Te lo advertí.
― Ya. Ya. ― Dice con tos entremedio. Genial, ahora me siento culpable.
― Lo siento ―digo con la mejor voz que logro conseguir, pero fallo miserablemente. Aún estoy enfadada, y sé debe que hace cinco minutos no le logrado verlo a él en el pasillo. ¿Habrá llegado ya a su clase de química?
― Te creo ― dice recuperado ― ¿Te volvió a ir mal en el examen de matemáticas?
― No. ― Le digo, con mi mirada vagando por el pasillo, quizás logre distinguir su cabellera entre las puertas entreabiertas de los salones. ― Obtuve un 4.
Gale me sostiene por los hombre y me mira severo: ― ¿Y eso se supone que es ir bien? Sigue así y verás como repruebas sin opción de recuperar en verano.
Me encojó de hombros, dándole a entender que no es tema para mí.
― Estás perdida. Para la próxima vendrás a mi casa a estudiar.
― Ya ―Le contesto, totalmente desinteresada.
― Aún así, sino es el examen, ¿Qué te tiene así? ― Me remuevo de su agarre, y tomo mi bolsa, nerviosa.
― No es nada ― Contesto rápido. ― He discutido con mamá. ― Miento sin cargo de conciencia. Veo su cara reflejar preocupación.
― Están discutiendo muy seguido. Podrías decirle que te vendrás a dormir por unos días a mi casa, hasta que se enfríen las cosas.
Maldito Gale. ¿Por qué tiene que ser tan buen amigo?
― No ― Le digo más relajada, saliendo con un tono más dulce. ― Estamos mejor. Hoy solo fue una discusión porque venía atrasada. Todo estará normal por la tarde. ― Sonrió, solo para que se relaje.
― Bien. Si cambias de opinión, házmelo saber. ― Se acerca y deja un rápido beso en lo alto de mi cabeza.
Sé que es un acto tierno, y que puede darse a malinterpretar por los demás, pero no lo detengo porque simplemente es algo muy natural entre los dos. Ni siquiera recuerdo cuando comenzó. Solo él parece demasiado cómodo con esto, y yo le complazco. Tampoco se podría decir que lo disfruto.
Me alejo rápidamente y tomo asiento en mi siguiente clase, al final del salón.
Está apresurado por llegar a su casa. Lo sé. Y sé el motivo también. Su padre se disgusta cuando se demora en llegar, he oído como le grita y me ha hervido la sangre quedarme ahí escuchando, sin poder ayudarlo. He deseado presentarme ante su padre y practicar unos cuantos golpes que Gale ha intentado enseñarme. Además, Ayer debió haber recibido uno de esos gritos, porque demoró veinte minutos más de lo normal en llegar.
Intento seguirle el paso a la distancia. Pero Prim me lo hace difícil, yendo con ese paso lento y distraído mientras juega con su única muñeca en las manos. Intento hacerle señales para que se apresure, pero se resiste.
― Estoy cansada Katniss. ― Me dice con su voz un tono más bajo de lo normal.
La observo unos segundos, se sigue viendo cansada como ayer. Y a pesar de que todo mi cuerpo quiere ignorarla, y apurar el paso, mi conciencia me lo impide. Le sonrío y le acaricio la cabellera rubia.
― Iremos lento. ― ella me sonríe devuelta, pero aún así, su rostro se ve no muy feliz. ― ¿Te sientes bien?
Ella asiente, sin muchas fuerzas.
Me acerco nuevamente para repetir mi caricia en sus cabellera, cuando me detengo en la piel de su frente. Está demasiado caliente.
Me agacho y le pregunto directamente: ― Prim, ¿Tienes calor?
Ella asiente avergonzada. Sé que odia enfermarse, porque tomar alguna enfermedad aquí significa gastos, que en muchas ocasiones no podemos permitirnos costear.
La acarició, intentando transmitirle que esta bien. Después de todo, no es su culpa agarrar algo aquí. Las condiciones de todos los niños del distrito fomentan la propagación de las bacterias.
Decido alivianarle el paso. Me preocupa cuanto demoraremos en llegar a casa, antes de que mi madre pueda revisarla bien, así que la tomo en brazos decidida a apresurarme.
Ella se aferra a mi, sin mucha fuerza, y me preocupa un poco más.
Hecho a andar a un paso más rápido de lo normal, sin correr. Pienso que quizás Gale podría ayudarme, pero demoraría en encontrarlo. Así que sigo mi camino hasta que me distraigo unos segundos cuando una voz llama atrás mío.
― ¡Oye! ― escucho repetidas veces. Intento ignorarlo, porque si sé que si me doy media vuelta, para mirar que es lo que esta haciendo, me distraeré varios minutos. Y ahora, Prim necesita toda mi atención. Es difícil para mí, pero no puedo hacerle esto a mi hermanita. ― ¡Oye, espera! ― El sonido se escucha más cerca, así que necesito mucho control sobre mí para continuar con mi paso. Prim parece estar durmiendo en mis brazos, porque siento que su respiración ha cambiado. Intento no hacer movimientos bruscos para no despertarla, será más fácil que mamá la revise si está dormida. Pero me debo detenerme cuando soy sujetada de mi brazo derecho.
― Esto es tuyo. ― Dice casi sin aire. Ha estado corriendo detrás de mí.
Quedo sin habla. Demasiado impresionada, y a la vez nerviosa. No entiendo bien del todo, a que se refiere, hasta que remueve frente mis ojos la muñeca que seguramente dejo caer Prim de sus manos. El sonríe divertido, mientras que yo siquiera pestañeo. Es tan irreal.
La tomo de sus manos, rogando para que mi cuerpo no me traicione, y no se eche a temblar: ― Gracias ―. Digo, mientras al mismo tiempo él me interrumpe.
― ¿Vas hacía tu casa? ― Apunta hacía mi camino. No entiendo bien que es lo que hace, pero debe ser por mi aturdimiento. De repente, sonríe: ― Te acompaño.
Sin siquiera creerlo, me echo a andar nuevamente, con él a mi lado. Con Peeta a mi lado. ¿Es algún tipo de broma? ¿Qué se supone que deba hacer? Siento que quiero correr y deshacerme de mi nuevo exceso de adrenalina en el cuerpo. Esto es irreal, pienso otra vez.
Pasan varios minutos de incómodos silencios. Sigue a mi lado, y cada ciertos segundos me observa, y observa a Prim todavía dormida en mis brazos. Le pilló observándome, y casí sonrió y grito como una loca. Esto es un sueño.
― ¿Esta enferma? ― Pregunta, mientras la observa.
Asiento torpemente.
― Sé mejorara ― dice, quizás leyendo la preocupación en mi rostro. ― Tu madre es una de las mejores sanadoras del distrito.
Casi quedó boquiabierta.
― ¿La...conoces?
― Todos conocen a tu madre aquí, Katniss.
Mi nombre en su boca remueve todo de mí. Mi corazón esta acelerado, y la respiración me falta. Casi caigo al piso agotada de la emoción. Su risa envuelve el ambiente nuevamente mientras me observa: ―¿Qué? ― Pregunta, sin quitar la sonrisa de su rostro.
― Sabes... ― respiro una bocanada grande de aire. ― ¿Sabes... quién soy?
Él parece incomodo.
― Eres Katniss, ehmm.. hemos ido juntos desde la primaria, o quizás desde mucho antes. ― Sonrió al darme cuenta de que esta nervioso. ― Bueno... yo.. debí suponerlo. Soy Peeta Mellark, mis padres son dueños de la Panadería Mellark.
Debo sujetar nuevamente a Prim, porque casi la dejo caer. ¿Es que él de verdad piensa que no sé quien es él? ¿Es que esto puede estar sucediendo? casi tengo miedo de despertar de un sueño.
― Sé quién eres Peeta. ― Contesto avergonzada.
― ¿Si? ― Esta avergonzado también. ¿Esto puede estar sucediendo? Quizás es el destino. Como esas cosas que dice mi madre, sobre que todo va unido y llega a un punto final. Hoy, justamente hoy, Peeta se ha acercado, y ha mantenido una conversación con nadie más que ¡Conmigo!... Debe significar algo. Quizás es el momento, como en las novelas, el momento clave, donde debo confesar todo. Donde debo darme a conocer. Algo me hace sentir, que ese futuro tan lejano, donde observo a las dos cabelleras rubias corriendo por mi casa, esta casi a mi lado. Siendo tocado por las puntas de mis manos.
― Porque te he ...
― ¡Peeta! ― Se escucha un grito, demasiado cerca. ― ¡Peeta! ― Nuevamente. Y antes de que pueda evitarlo, una chica llega corriendo ante nosotros. ―Hey. ― Lo llama, demasiado sonriente. ― Te he visto desde lejos, ¿Has cambiado la ruta hacía tu casa?
Me mira, nuevamente avergonzado y apenado. Como pidiendo perdón. Sigo mi paso, ignorando la chica.
― No.. estoy acompañando a Katniss.
Ella me observa unos segundos, y cuando decide que soy poca cosa, quita su mirada. ― Eh, hola.
Solo le asiento en respuesta.
― ¿Porque no pasas por limonada a mi casa, Peeta? Esta aquí, a la vuelta.
El lo piensa unos segundos.
― No puedo, debo llegar a mi casa.
La chica lo mira decepcionada.
― Serán solo unos minutos, quiero que mis padres te conozcan.
Repaso los pasos que Gale me enseño sobre un golpe lumbar, quizás sea momento de ponerlo en práctica con la chica.
― No puedo Delly, otro día.
Ella sonríe apenada. ― Sí quizás otro día.
Sonrío internamente, sintiéndome vencedora.
Pero antes de que siquiera pueda disfrutar la sensación, la chica vuelve a abrir su bocota: ― Pero no me puedes volver a plantar, ya les he contado sobre ti, y han dicho exactamente que quieren conocer a mi novio.
Entonces, mi respiración se detiene y siento como mis brazos aflojan el agarre que tienen sobre Prim.
