Lazo inmortal
Disclamer: Ni Hetalia ni LatínHetalia me pertenecen. Lo único mío es Leo —México 2p— y la idea de esta historia.
Esta historia está basada en el fic de AmbarSpellbound "Martín, el vampiro" y a quién agradezco enormemente haberme dado permiso hacer este pequeño y sencillo homenaje a un fic tan genial como el suyo.
Aclaro que si bien me baso en la trama de "Martín, el vampiro" para este proyecto, el estilo y la narración son diferentes, como seguro habrán notado si leyeron el fic de Ambar. Aún así espero que les guste y dejen sus opiniones al respecto tanto si leyeron el fic de Ambar como si no.
Por último, no soy argentina así que si ven algún error en las expresiones de Martín hagánmelo saber para corregirlo.
Leo despertó al sentir una brisa fría entrar en su habitación. Tras destaparse, se sentó en la cama y contemplo en silencio la ventana abierta antes de exhalar y encaminarse a cerrarla. Apenas había puesto el seguro cuando noto la presencia de otro ser a sus espaldas.
–Llegas tarde –dejo caer el menor por todo saludo.
–Llegue ¿no? Eso es todo lo que importa –repuso el recién llegado antes de apresar a su compañero en un fuerte abrazo pero sin llegar a lastimarlo.
–Hernández, no empieces –lo reprendió el dueño del cuarto soltándose para encarar a su acompañante.
Leo observo atentamente a su visitante. El cabello rubio perfectamente ordenado con excepción de su característico rizo rebelde, la tez pálida y sin macula aparente, su figura alta y delgada que tenía un leve porte elegante y seguro así como sus traviesos ojos verdes y su sempiterna sonrisa ladina.
–Creí que tendría un recibimiento más cálido de tu parte che –se atrevió a decir el nombrado mientras examinaba a detalle la figura de su anfitrión pese a la oscuridad de la estancia–. Hace mucho que no nos vemos.
–Es tu culpa –lo acuso el muchacho con un leve tono de reproche.
Hernández amplio su sonrisa hasta dejar descubierto parte de sus afilados colmillos, uno de sus rasgos más significativos si no es que el principal, que lo identificaban como un ente de las tinieblas causante de fascinación y miedo a la par en las masas de hoy en día.
Un vampiro.
–Leo, dulce Leo –pronunció despacio el espectro acercándose lentamente al nombrado disfrutando del efecto que tenía la luz de la luna sobre su piel morena y cabellera oscura haciéndolo ver más frágil y pequeño de lo que realmente era.
–Te he dicho muchas veces que no me gusta que me llames así –gruño el humano frunciendo el ceño sin dejarse amedrentar por el otro– ¿Qué quieres?
–¿Estás seguro de querer hacerlo? –indago a su vez el rubio capturándolo en sus brazos nuevamente a la par que recordaba su ultima discusión– Ya sabes los riesgos. Estarías renunciando a toda tu existencia tal y como la conoces.
–Completamente seguro –asintió el moreno– ¿Eso significa que por fin vas a…?
El vampiro asintió.
Leo se dejo caer de rodillas al suelo sintiendo un nudo en el estomago mientras rememoraba cómo había conocido al neófito.
En ese entonces era un mocoso de quince años que estudiaba para forense aun cuando su más grande sueño era convertirse en uno de los más importantes sicarios del país o en un ente sobrenatural de esos que abundaban en los libros que obtenía a base de pequeños trabajos cuidando niños, haciendo de ayudante o cualquier otra cosa que surgiera.
La mafia y los monstruos eran su vía de escape desde que podía recordar. Vía a la que se aferraba desesperado y que crecía alimentada tanto por la literatura como por las leyendas locales de la región donde residía con su padrino tras la separación y muerte de sus padres y de que a su mellizo se lo hubiera llevado una familia de acogida a Chile para morir también poco después tras una epidemia de gripe.
Luciano Vargas se convirtió entonces en su mentor. Trabajaba para la policía en la unidad de homicidios y le tenía un cariño especial a Leo desde que era un bambino como solía decirle de cariño dejando patente su procedencia italiana.
Al pasar los años, su apetito por lo sobrenatural, el peligro y la adrenalina no hacía sino aumentar, llegando incluso a hacerlo crear e ilustrar sus propias historias de seres sobrenaturales o de mafiosos aunque tenía buen recaudo de no tenerlas a la vista cuando Luciano estaba cerca. No quería preocuparlo o arriesgarse a que este optara por destruirlas y posteriormente lo mandara al psiquiatra. Era, ante todo, un muchacho práctico y reservado que sabía que esas cosas posiblemente nunca ocurrirían.
El giro de ciento ochenta grados que cambiaría por completo su vida ocurrió una noche que estaba solo en la casa, poco después de cumplir dieciocho años.
Eran las doce menos cuarto de la madrugada cuando una serie de ruidos en el exterior lo alertó, un leve sonido de arrastre seguido de suaves golpes contra una de las ventanas lo hicieron abandonar su más reciente adquisición de literatura vampírica sobre la cama y dirigirse a explorar el resto de la casa, armado solo con un bate de beisbol, en busca del posible asaltante.
Con el mayor sigilo posible camino al lugar donde había escuchado aquellos ruidos extraños y el corazón pareció golpear contra sus costillas cuando se dio cuenta que estos lo guiaban a la habitación de su tutor. Leo tragó saliva y se obligo a sí mismo a permanecer sereno.
Abrió la puerta con cuidado de no hacer ningún ruido y alzó el bate dispuesto a arremeter contra el invasor con todas sus fuerzas para después llamar a la policía cuando, de repente, se encontró desarmado y arrinconado contra la pared. Parpadeó confuso y algo dolorido ¿qué estaba ocurriendo? Cuando logró enfocar lo suficiente observó un par de pupilas verdes mirándolo fieras.
El muchacho se puso alerta. Nadie podía moverse tan deprisa de la nada, debía actuar con cuidado y pedir auxilio apenas tuviera oportunidad.
Los ojos verdes lo analizaron atentos hasta determinar que no se movería entonces el agarre que lo mantenía contra la pared se aflojo, no mucho pero si lo suficiente como para dejarle escapar, con un poco de esfuerzo, claro.
—Yo que vos no haría eso —pronunció el dueño de aquella mirada esmeralda al verlo tratar de recuperar el palo.
—Y yo que tú no me metería en casas ajenas —respondió el moreno haciendo acopio de todo su arrojo al encararlo con el bate en las manos—. Soy bastante bueno con esta cosa
El otro sonrió divertido. Ese niño era muy valiente o un completo estúpido.
— Yo que vos no haría eso —repitió despacio el de mirada glauca acercándose y dejando que la luz de la luna lo alumbrara.
Fue entonces que el de melena oscura vio claramente a su acompañante. Cabello rubio, tez clara, mirada verdosa y dientes afilados. Cuando se percató de aquel detalle se quedó petrificado, no podía ser posible ¿o sí? Aferró con más fuerza el bate.
—Ya no sos tan gallito, ¿verdad pibe? —observó el rubio con ligera sorna. Hacía mucho que no se divertía tanto tratando con humanos.
—No me obligues a comprobarlo —replicó el joven en tono desafiante mirándolo con afilados.
Ensancho su sonrisa. El niño tenía carácter. No cualquiera lo enfrentaba con tanto aplomo tras mirarlo de frente. La mayoría se desmayaban, se cagaban del miedo o corrían como si hubieran visto un alma en pena.
Era refrescante y también interesante ver a alguien a quien no le causaba temor tan fácilmente.
—¿Eres un vampiro? —indagó el de mirada ennegrecida cauto—. ¿Uno de verdad?
—¿Vos qué crees? —respondió el de cabello áureo acercándose más a él. Los colmillos brillando a la luz.
—Tanto en un caso como en el otro ya me habrías noqueado o inmovilizado, no solo tratado de aturdirme —repuso el humano en tono calmo— además, si quisieras alimentarte de mí, ya lo habrías hecho.
—Tenés razón —coincidió el otro a su espalda—. Ya lo habría hecho.
Lo siguiente que Leo supo fue que estaba solo en la habitación. Examino el entorno con cuidado, preguntándose si todo había sido un sueño o una alucinación, cuando escucho un susurro colgando en viento que decía:
«No te preocupes pibe. Nos volveremos a ver»
Si les gusto o no les gusto así como sus sugerencias, opiniones y demás, díganmelo en un review. Hasta el próximo capitulo.
