Disclaimer: Los personajes de la saga Harry Potter no nos pertenecen. Esto, desgraciadamente, incluye a Severus. Sin embargo, estamos convencidas de que Severus ya no es de quién le creó, sino de quienes más le necesitamos ;)
Advertencia: Atención, la historia que van a leer a continuación está basada en hechos reales. Algunos de los nombres han sido cambiados para preservar la intimidad de sus protagonistas y algunas situaciones han sido modificadas para mayor efecto dramático.
Nota de autoras:
¡Hola a todos de nuevo!
Debido a la avalancha de correo que hemos recibido en nuestros pequeños buzones para que contáramos de dónde sacamos las ideas para nuestros fics, y percatándonos de que no nos creéis cuando decimos que nuestro Muso y Maestro es el artífice de todo ello, nos hemos visto «obligadas» a contaros la verdadera historia de cómo conocimos a Severus Snape. Ahora quizá podréis comprender lo que significa vivir nuestras vidas y que, cuando os decimos que Severus está ahí, varita en mano, resoplando sobre nuestras nucas mientras nosotras tecleamos frenéticas en nuestros ordenadores, es que «realmente» está ahí.
Snape's Snake / ItrustSeverus
Capítulo 1: El profesor Sabo
Itrust mordisqueaba sin cesar la punta del bolígrafo mientras miraba con frustración la hoja en blanco frente a ella, que parecía burlarse de la chica desde su palidez inmaculada.
—Nada, no se me ocurre qué escribir —dijo, dando un golpe en la mesa—. Estoy bloqueada.
Corza levantó la vista de la revista de cine que estaba leyendo y miró a su amiga con conmiseración.
—No te estreses, descansa unos días y verás cómo se te ocurre algo.
—No sé, ya llevo dos semanas así... el caso es que quiero escribir, tengo a Severus comiéndome la oreja "escribe algo sobre mí, escribe algo sobre mí", pero nada.
—Ya querrías tú que Severus te estuviera comiendo cualquier cosa —se burló Corza.
—Sí, bueno, pues ni me come nada, ni me inspira para que escriba. Dime que no es mala suerte.
—Eso es porque te equivocas de muso, seguramente deberías escribir algo sobre Ron, en vez de Severus —respondió Corza, con una sonrisa traviesa.
—Ya. Pues mira, va a ser que no, mejor te encargas tú de Ron, ¿qué te parece?
—Bueno, si se deja... —replicó, encogiéndose de hombros.
En ese instante, la puerta de la calle se abrió y apareció Snake's con una radiante sonrisa.
—¿A que no sabéis con qué me acabo de tropezar?
—¿Con una piedra?
—Ja, ja, qué graciosa.
—No le hagas caso, está enfurruñada porque no sabe qué escribir.
—¿Te ha abandonado el muso? —preguntó Snake's en tono cantarín.
—Sí, eso, haz leña del árbol caído…
Itrust se dio la vuelta y se volvió a concentrar en el papel vacío como si quisiera taladrarlo con la mirada, ignorando a sus dos amigas.
—Uyuyuy, qué mala baba gastamos…
—Sí, más bien parece que, en vez de que le haya abandonado el muso, la haya poseído, ¿crees que es posible que de tanto escribir sobre Severus se haya convertido en él?
Snake's miró con atención un folleto que tenía en la mano y murmuró distraídamente:
—Mira qué bien, contra posesiones demoníacas también está especializado, aunque yo tampoco consideraría a Severus un demonio…
—¿De qué hablas?
—Ah, sí… es que de esto es de lo que quería hablaros: me he encontrado con un chico repartiendo estos folletos y me ha parecido muy interesante.
—Te noto ciertamente desesperada, querida Snake's —bufó Itrust sin mirarla—. Cualquier repartidor ya te parece interesante…
—Me parto contigo, ¿sabes? Y después dices que no estás inspirada. Deberías presentarte al Club de la Comedia —Le contestó su amiga con ironía, pero una amplia sonrisa la delataba mientras le alargaba el folleto a Corza.
—A ver… regreso inmediato de la persona amada, contacto directo con el Más Allá, elaboración de amuletos personalizados... Profesor Sabo: médium, espiritista, exorcista, brujo mandingo. Si tienes algún problema paranormal, contáctame, probablemente pueda ayudarte —después de leer, Corza se quedó mirando la foto del oscuro profesor, para luego dirigirse de nuevo a Snake's con expresión de desconcierto—. Ehhhh… no sé qué decir, me he quedado sin palabras, como Itrust.
—Ja, ja —dijo la otra, desde su escritorio.
—¿Qué se supone que tenemos que hacer con esto? —continuó Corza—. ¿Tenemos algún poltergeist en nuestro humilde piso de estudiantes y no nos hemos enterado? ¿Se nos ha colado Peeves? Mira que si es así, con lo pequeño que es el piso no vamos a caber los cuatro…
Snake's resopló.
—No, hombre, no. Lo he traído porque me ha parecido interesante, ¿no crees? Estaba pensando en ir para que me hiciera un amuleto personalizado. Y de paso que me haga también la carta astral.
—No puedes hablar en serio —saltó Itrust, girándose de golpe—. No me digas que te crees toda esta basura.
—No es basura, mira la cara del profesor y dime si no te parece sincero —Snake's arrancó el folleto de las manos de Corza y se lo entregó a Itrust, que ni siquiera le echó un vistazo, porque se quedó mirando a su amiga con una ceja enarcada—. Dios, Corza, creo que tienes razón, Severus ha poseído a Itrust.
—Ya te lo he advertido.
—Quizá sí que deberíamos llevarla al profesor Sabo para que la exorcice.
Corza observó a su amiga con atención.
—Sí, bueno… sobre eso… era broma, ¿no?
—¿De qué hablas?
—De que supongo que en realidad no te has tragado todos esos cuentos chinos que pone en el folleto.
—¡Ah, gracias al cielo, no soy la única que piensa que todo eso son chorradas! —exclamó Itrust, elevando sus brazos en el aire, en gesto teatral.
Snake's se mostró realmente molesta.
—¿Tú tampoco lo crees? Pues dejadme que os diga que tengo un buen presentimiento con respecto a esto, y ni son cuentos chinos, ni tampoco chorradas.
—Oh, no, perdona, es verdad —Corza le guiñó un ojo a Itrust—, son cuentos mandingos.
Ambas se echaron a reír ante la airada mirada de su amiga Snake's.
—Muy bien, reíros cuánto queráis, pero yo pienso ir a ver al profesor Sabo, con o sin vosotras, me da igual.
—Oh, no, no —soltó Itrust, levantándose de la silla y pasando un brazo por los hombros de su amiga—, de ningún modo vamos a dejar que vayas sola, ¿verdad, Corza? Te acompañaremos aunque sólo sea para tener algo divertido que contarles a nuestros nietos…
—Creo que no hace falta que vengáis, si…
—Nada, nada, iremos las tres. A lo mejor me sirve para inspirarme un poco y se me pasa este maldito bloqueo.
—¡No quiero ir con vosotras si lo único que queréis es reíros del pobre hombre!
—¿Moi? ¿Reírme de él? —repuso Itrust, con aire de fingida inocencia—. ¿Por quién me has tomado, querida? ¿Por un Sirius cualquiera?
OoOoO
—Creo que hemos hecho bien en acompañarte, Snake's. Este lugar es bastante…
Las tres amigas se habían plantado frente a una pequeña puerta que, en otro tiempo, había sido de un color marrón brillante, pero que ahora era de un tono indefinido, a excepción de aquellos lugares en los que no se veía más que la madera desnuda y medio podrida por el efecto de la humedad del ambiente. En el centro se hallaba un picaporte metálico en forma de mano, ennegrecido quizás por el paso del tiempo, o quizás porque el propio metal hacía una eternidad que había quedado a la vista.
—Sórdido —terminó la frase Itrust—, la palabra que buscas es sórdido. Desde el oscuro callejón que huele a meados, hasta esta mugrienta puerta. ¿Aún sigues creyendo que un tipo con verdaderos poderes viviría aquí?
Snake's alargó su mano, agarró con decisión el picaporte y golpeó tres veces.
—Por supuesto. Desconfiaría si viviera en una gran mansión. Si tienes el "don" no debes hacer negocio con él: igual que te fue concedido te puede ser retirado.
Itrust y Corza se lanzaron una significativa mirada sin que Snake's se diera cuenta, pero no hicieron ningún comentario. Ambas creían firmemente que el 99% de los médiums eran unos charlatanes que vivían del cuento y del dinero de las personas lo suficientemente desesperadas como para creer en ellos. Pero su amiga estaba entusiasmada con la idea de encontrarse con el "sabio" profesor desde que llamó al móvil que anunciaba el folleto para solicitar hora, ya que, según decía, tenía un buen presentimiento con él. Y, a juzgar por su respuesta, parecía que eso no había cambiado ni un ápice a pesar de la inmundicia que las rodeaba.
Antes de que ninguna de las tres pudiera añadir nada más, la puerta se abrió con un chasquido, y un rostro tan oscuro como el negro callejón se asomó por la estrecha rendija. No dijo nada, se limitó a posar alternativamente su penetrante mirada sobre las tres jóvenes.
—Tenemos visita con el profesor Sabo. A las 8 —se afanó en esclarecer Snake's.
El hombre, un tipo muy alto y de espaldas anchas, se apartó de la puerta para dejarlas pasar. Cuando hubieron entrado, agolpados los cuatro en el estrecho y largo pasillo tenuemente iluminado, volvió a cerrar. Sin pronunciar una sola palabra pasó junto a ellas, que le miraban anonadadas, para guiarlas hasta una habitación que había al fondo y que olía a incienso. Les señaló tres sillas con un enorme y largo dedo negro y seguidamente se marchó.
—Menudo tipo —dijo Itrust mientras tomaba asiento.
—A mí me ha parecido cualquier cosa menos menudo —aportó Corza, sentándose a su lado.
—Cierto.
—¿No os parece emocionante? —preguntó Snake's con entusiasmo, sonriendo mientras observaba todo a su alrededor como una niña que va por primera vez a un parque de atracciones.
—Sí, mucho —le contestaron sus amigas con cierto hastío.
—Estoy que no vivo en mí —sintió la necesidad de añadir Itrust.
El sonido de unas cuentas al entrechocar hizo que sus rostros se giraran hacia la persona que acababa de hacer su entrada en la habitación. Por la foto del folleto reconocieron al esperado profesor Sabo. Llevaba una túnica larga hasta los pies, de color granate y con bordados dorados. En la cabeza lucía una taqiya de la misma tela, en la que habían cosido pequeños espejos de distintos tamaños y colores, que reflejaban la luz y le hacían semejarse a una aparición. Su voz era profunda y gutural, y su marcado acento, inconfundiblemente foráneo.
—Señoritas, por aquí.
Mantuvo abierta la cortina de cuentas por la que había entrado mientras ellas, una tras otra, pasaron por su lado hasta llegar a otra habitación, aún menos iluminada que la anterior. La única luz procedía de un pequeño candelabro con cinco velas apoyado en la mesa redonda que ocupaba casi toda la estancia. El olor a incienso allí era mucho más intenso todavía.
—Debe dejar tan poca luz para que los clientes no puedan ver cómo se parte de risa cuando se tragan sus patrañas —susurró Itrust en el oído de Corza, que rió por lo bajo.
—Por favor, sentar —les invitó el hombre con un ademán de su mano.
Las chicas, quitándose las chaquetas, se sentaron en tres de las cuatro sillas que estaban dispuestas alrededor de la mesa, cubierta ésta con un tapete largo hasta el suelo del mismo color granate que la túnica del profesor y con idénticos bordados en oro. El hombre tomó asiento frente a ellas; el candelabro estaba colocado estratégicamente para que su oscuro rostro permaneciera todavía más oculto entre las sombras.
—Señoritas querer recuperar persona péddida, ¿veldá?
—Veldá —contestó Corza.
—Oh, no —se apresuró a aclarar Snake's—, llamé para que me…
Pero justo en ese momento Itrust la interrumpió:
—Sí, sí, venimos exactamente para eso.
Snake's le lanzó una mirada asesina a su amiga, que se había colocado a su derecha y, cuando estaba a punto de protestar, notó como Corza le sujetaba del brazo izquierdo.
—No digas nada, Snake's, esto va a ser bueno —le advirtió en voz baja.
—Pero, ¿qué hacéis? Os dije que…
—¿Ustedes traer lo que pidí? —preguntó en ese momento el profesor Sabo.
—Por supuesto.
Ante la atenta mirada de sus dos amigas, Itrust empezó a rebuscar en la mochila que siempre la acompañaba hasta que, finalmente, sacó un objeto que dejó sobre la mesa. Era un libro, y podría decirse que se trataba del libro de cabecera de las tres. O mejor dicho, uno de los siete libros de cabecera.
—¿Pero qué está haciendo? —le susurró Snake's a Corza, pero ésta sólo hizo un vago movimiento con su mano para indicarle que atendiera a lo que sucedía.
—Nesesitar nombre completo, fecha nasimiento y obgueto personal —siguió diciendo el hombre.
—Claro, claro, esto es un objeto personal. Muy, muy personal —Itrust lanzó una traviesa mirada a Corza y Snake's. Esta última se mantuvo en silencio, pero su ceño estaba fruncido y sus ojos echaban chispas mientras observaba cómo el libro pasaba de las blancas manos de Itrust a las enormes y morenas del profesor Sabo. Por un momento pudo vislumbrar el título, aunque lo había reconocido por el lomo de color naranja: "Harry Potter y el Prisionero de Azkaban"—. La fecha de nacimiento es el 9 de enero de 1960 y su nombre… Severus Snape.
OoOoO
El hombre tenía los ojos cerrados y llevaba ya más de diez minutos emitiendo una especie de cántico mientras pasaba su mano una y otra vez sobre el libro en movimientos circulares.
Itrust y Corza tenían los labios apretados intentando no reírse, pero Snake's no podía estarse quieta en su asiento y de vez en cuando lanzaba miradas asesinas a sus compañeras. Estaba a punto de decirle al hombre "mire, no se preocupe por eso, déjelo estar" cuando el profesor abrió los ojos y dijo:
—Difísil encontrar energuía de pelsona péddida, pero encontrado al fin.
—¿En serio? —dijo Itrust, mirando a Snake's con las cejas arqueadas—. Qué interesante…
Snake's no dijo nada, pero pareció algo decepcionada por el comentario del profesor.
—Nesesitar piensen fuerte persona péddida.
—Oh, sí, pensaremos fuerte en él, no se preocupe —aseguró Corza, sin poder evitar una risita.
—Muy, muy fuerte —confirmó Itrust, ganándose un codazo en las costillas por parte de Snake's.
—Ahora yo invocar persona péddida y ésta apareser en cuatro-sinco días.
—¡Qué emoción! —dijo Corza, divertida.
El profesor, impasible ante las burlas de las dos jóvenes, empezó a conjurar unas palabras en un idioma extranjero, mientras tamborileaba con los dedos sobre la tapa del libro. Cogió una pizca de unos polvos azules que tenía en un recipiente sobre la mesa y los sopló encima de las tres, que empezaron a toser y agitar las manos delante suyo para apartarlos.
—Sí, mucho humo, mucho humo, pero aquí no ha aparecido nadie —protestó Corza, entre toses.
—Costar mucho traer. No inmediato. Energuía demasiado fuelte —aclaró el profesor—, ahora ustedes deber invocale cada día para conseguir hasele regresar.
—Sí, claro, cómo no… pensaremos en él…
—Por las noches…
Itrust y Corza rieron disimuladamente.
El profesor se agachó y de debajo de la falda de la mesa sacó tres velas del mismo color de su túnica y las colocó una frente a cada chica.
—Velas ser espesiales, bendisidas por gloria de dios Ptulumaka, ensender cada noche misma hora y…
—Y, ¿esto cuánto nos va a costar? —preguntó Itrust, suspicaz.
—Oh, sólo valer sinco eros cada una, estar bendisidas…
—Sí, sí —le interrumpió Corza—, por el dios Puturrú, sí.
—Ptulumaka —la corrigió con total seriedad—. Ensender cada noche y en unos días…
—¡¿Qué diablos es esto?
La voz, profunda y encolerizada, procedía del fondo de la sala, pero estaba tan oscuro que ni las chicas ni el profesor pudieron ver quién había hablado.
El recién llegado dio unos pasos adelante, hasta que la escasa luz del candelabro iluminó suavemente su rostro y su cuerpo. Con el movimiento, las chicas escucharon claramente el frufrú de la túnica negra ondeando al andar.
OoOoO
Hubo un silencio conmocionado que duró casi un minuto, momento en que el hombre perdió la paciencia y su voz volvió a atronar en la diminuta habitación.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy?
—Vaya —murmuró el profesor Sabo—, esto mucho más rápido que demás veses.
Las chicas observaron con emoción cómo el aparecido sacaba algo de su bolsillo y las apuntaba con ello. Era una varita. Entonces, todas empezaron a hablar a la vez sin poder apartar sus ojos del hombre, observándole de arriba abajo, inspeccionando, repasando con avidez cada detalle de su hasta el momento sólo imaginada anatomía.
—Dios mío, es él, le ha traído de verdad.
—No… esto no… no puede ser… es imposible…
—Os dije que tenía un buen presentimiento…
—Tiene su varita y todo… qué mono…
—Es como un muñequito de juguete, sólo que a tamaño natural… y sin ser un juguete…
—¡Y la túnica le hace frufrú! ¿Lo habéis oído?
—¿Creéis que puede hacer magia en nuestro mundo?
—No sé, pero resulta bastante atemorizante en persona.
—Sí, y no se parece mucho a Alan Rickman, ¿verdad?
—En realidad es bastante feúcho, y está muy flaco.
—Un auténtico saco de huesos.
—Y sí que parece que lleve el pelo grasiento, sí…
—Eso es porque le vemos tal y como se lo imaginó su autora.
—Pero no sé, aún así, tiene algo… creo que no me parece tan feo…
—Bueno… esa nariz tan grande le da personalidad, no se puede negar…
—Eso es cierto, y hay que reconocer que para estar tan delgaducho tiene buen porte…
—¡YA BASTA! —gritó el recién llegado, furioso—. Voy a empezar a obtener respuestas ahora mismo o ustedes van a probar el alcance de mi ira.
—Por favor, no gritar, perturba espíritus —intentó apaciguarle el profesor Sabo, con extrema seriedad y rostro impasible.
El hombre le lanzó una mirada siniestra y dirigió su varita hacia él con cara de pocos amigos. Corza, dándose cuenta de su actitud amenazante, se levantó de un salto y dio un paso hacia delante, chocando con la mesa, para evitar que hiciese algo que todos pudieran lamentar.
—¡No! —gritó, mientras alzaba un brazo en un intento de detenerle—. No le haga nada, profesor Snape, por favor…
El hombre se quedó helado al escuchar esto y volvió a dirigirse a las tres chicas.
—¿Nos conocemos? —dijo, con voz glacial.
Las jóvenes se miraron entre sí, cohibidas. De pronto no les parecía tan maravilloso lo que había pasado. Se encontraban ante un Severus Snape lleno de ira y armado con una varita que todavía no sabían si podía hacer magia o no. Y ninguna de las tres sabía cómo empezar con las explicaciones.
OoOoO
—Ehmm…
—Pues…
—La verdad…
—Para haber demostrado tanta elocuencia hace unos instantes, están muy silenciosas ahora —gruñó Snape, con los brazos cruzados sobre el pecho y mirada inquisidora.
—Señoritas marchar ya, por favor. Más clientes esperan. En salida Abú recogue dineros —dijo el profesor Sabo, azuzándolas con las manos para que se largasen. El hombre se levantó algo inquieto y haciendo caso omiso de la extraña situación que se vivía a su alrededor, como si aquello le sucediera constantemente. Agarró las velas que había dejado sobre la mesa y las volvió a guardar—. No nesesitar ya velas, pero sí pagar dies eros más.
—No nos puede echar ahora, ¿se da cuenta de lo que ha hecho? —preguntó Snake's, emocionada.
—Un momento, ¿ha dicho diez euros más? ¡Esto es un robo!
Snake's fulminó con la mirada a Itrust.
—¿Qué importancia tiene eso ahora?
—Bueno, diez euros son diez euros, tú…
—Ustedes querer regreso persona amada… y persona amada estar aquí —señaló con un ademán de su brazo izquierdo hacia la negra figura que se hallaba junto a él—. Eso ser dies eros más.
—Pero, ¿qué está diciendo? —rugió Snape—. ¿Persona amada? ¡Si yo no las conozco de nada!
—Ese no ser problema de profesor Sabo.
—Un momento, ¿cómo que si consigue traer a la persona amada son diez euros más? —insistió Itrust—. Hemos venido a que la persona amada regresara y nos dijo que eran treinta euros, ahora resulta que la persona amada ha regresado, tal como pretendíamos, ¿y quiere cobrarnos extra? ¿Porque le ha funcionado el invento? ¡Pero bueno!
—¿Qué dice esta loca? —Se indignó Snape—. Yo no soy la persona amada de ninguna de ustedes: ¡no sé quienes son!
Itrust hizo un gesto con la mano en dirección a Snape, indicándole que se callara, cosa que hizo que la mandíbula del profesor se desencajara en expresión de incredulidad.
—Deben ir. Ahora —repitió el profesor Sabo—. Por favor, ir. No poder perder más tiempo.
—¡No pienso dejar que nos estafe!
—Itrust, no seas pesada, diez euros no es nada. Yo lo que quiero saber de verdad es cómo lo ha hecho.
—No importansia —dijo entonces el profesor, cada vez más nervioso—. No pagar dies eros, pero ir. Por favor, ir, ya. ¡ABÚUUU! —gritó hacia su derecha, donde parecía haber una puerta.
—Pero explíquenos cómo…
—No explicasiones. Explicasiones sincuenta eros más. Irse. Ahora. ¡AB…!
De pronto el hombre se quedó callado. Sus labios seguían moviéndose, pero no salía ni un solo sonido de su garganta. Se llevó su enorme mano derecha al cuello y lo masajeó, abrió mucho los ojos, que brillaron a la luz de las velas, y miró al recién llegado, que le apuntaba con el extraño palo que había sacado antes de entre los pliegues de su túnica.
—Bien, eso está mucho mejor —dijo Snape, con una sonrisa mordaz.
—Uyyyyyy, mirad: esa es una de sus típicas sonrisas mordaces —dijo Corza, encantada.
—¡Es verdad! —corearon las otras dos.
—Además, eso resuelve la duda de si puede hacer magia o no —señaló Itrust.
De pronto, la joven vio cómo la varita apuntaba directamente a su pecho.
—Bueno, creo que es hora de empezar con las explicaciones —dijo Snape.
—Eso es lo que queríamos, precisamente, pero si hace que el profesor Sabo no pueda hablar, no podrá explicarnos cómo…
La varita de Snape pasó a apuntar el pecho de la que había hablado ahora, y Snake's se interrumpió de repente ante la súbita amenaza a su integridad física.
—Se lo pondré fácil: empiecen por decirme de qué me conocen.
—En realidad, eso no es ponérnoslo muy fácil —dijo Itrust, y el hombre entrecerró los ojos, irritado.
—Verá —intercedió en ese momento Corza—, nosotras no queríamos que esto pasara exactamente, ¿comprende?
—Sobre todo yo —agregó Snake's, con aire molesto—, a mí me han traído tan engañada aquí como a usted, profesor.
—Pero supongo que sabrá cómo ha llegado a éste lugar, que es más de lo que se puede decir de mí.
—Si se me permite apuntar algo —intervino Itrust—, me gustaría aclarar que en realidad yo sí que quería que esto pasara, lo que ocurre es que ni en un millón de años hubiera creído que era posible.
—Déjense de adivinanzas absurdas. ¿Cómo diablos me han traído hasta aquí? ¿Qué clase de magia es esta?
—Eso pregúnteselo a él —dijo Corza, señalando al pobre profesor Sabo, que seguía sin poder pronunciar palabra, agarrándose la garganta con ambas manos y abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua.
—¡Se lo pregunto a ustedes! Y más vale que empiecen a darme respuestas, porque mi paciencia es muy limitada.
—Bueno, se lo podemos explicar, profesor, pero, por favor… baje la varita, ¿quiere? —Le pidió Snake's mientras se levantaba con lentitud de su silla.
—La varita se queda donde está.
—¡Así no se puede! —suspiró desilusionada, al no conseguir lo que pretendía—. Bajo presión no sé expresarme con claridad. Si veo que nos está amenazando, yo… yo, personalmente, me bloqueo, ¿sabe? Así que…
—Creo que será mejor que le digamos la verdad —intercedió Itrust.
—Vaya, alguien con sentido común. Y eso que lo ha ocultado muy bien hasta ahora. Empiece a hablar.
—Ha sido él —Itrust se levantó teatralmente y señaló, con un dedo acusador, al profesor Sabo—. Nosotras no le hemos traído, sólo le hemos pedido a él que lo hiciera.
—Bien, vayamos por partes... ¿quién es éste... payaso?
En ese preciso instante, la puerta del fondo se abrió y el gorila que les había hecho pasar al llegar se plantó delante de ellos. El profesor Sabo gesticuló frenéticamente hacia las cuatro personas allí reunidas y, antes de que ninguno pudiera reaccionar, el cuerpo de Snape fue agarrado de la cintura y alzado del suelo como si se tratara de una simple figurita de porcelana. Ante la sorpresa, la varita de Snape cayó de su mano, chocando contras las baldosas del suelo con un ruido apagado.
—¿Qué demonios...?
El profesor pateó en el aire, entre los chillidos asustados de las tres chicas, que vieron con espanto cómo su adorado Maestro de Pociones era zarandeado como si no pesara más que una pluma. Tras él, el inmenso hombre que les había abierto la puerta mostró una hilera de dientes blanquísimos, de entre los que se coló un gruñido prolongado y casi animal. Sin pensárselo dos veces, el gorila se llevó al profesor en volandas fuera de la habitación.
—¡Suéltele! —gritó Corza.
—¡¿Qué hace? —exclamó Snake's.
Itrust aprovechó la confusión para agacharse y recuperar la varita caída, mientras sus amigas salían detrás de los dos hombres, animadas por el profesor Sabo, que movía sus manos hacia la salida instándolas a que se marcharan de una buena vez.
—¡Suélteme, maldito muggle troglodita! —gritó Snape, mientras intentaba zafarse del fuerte agarre.
Mientras atravesaban la cortina de cuentas por la que habían entrado hacía apenas media hora, las jóvenes vieron que sus esfuerzos eran inútiles y, aunque golpeaba con sus pies en las paredes del estrecho pasillo intentando desestabilizar a Abú, y le vieron apretar sus manos, clavando sus uñas en la gruesa piel morena de su agresor, el gorila consiguió, sin ningún problema, abrir la puerta con una sola mano y echar a Snape a la húmeda calle, lanzándole al suelo y haciéndole rodar por sobre algunos charcos.
—Ahora sí que va a estar cabreado —dijo Corza.
—Normal...
—Ya, pero nosotras tenemos su varita —Itrust había aparecido justo en ese momento y, como para demostrar que decía la verdad, les mostró lo que llevaba en la mano—. Yo me piraría de aquí, pero a la de ya.
—No vamos a poder esquivarle —dijo Snake's, mientras observaba la enorme silueta que bloqueaba por completo la puerta—. No tenemos más remedio que pagar.
—Mecagüenlá… —dijo Itrust, justo en el momento en que notaba cómo era empujada sin ningún miramiento por el estrecho pasillo en dirección a la calle.
Giró la cabeza para poder ver cómo el mudo profesor Sabo gesticulaba para que se marcharan, y las tres juntas se acercaron a la puerta donde, para su sorpresa, el hombre llamado Abú se apartó ligeramente cuando llegaron a su altura, sin reclamarles el dinero que debían. Una vez estuvieron fuera, se giraron justo a tiempo para poder ver cómo el gigantón cerraba con un tremendo portazo. Se encogieron sobre sí mismas por el ruido y se quedaron contemplando la puerta cerrada.
—Van a desear no haberme conocido jamás, señoritas —les advirtió una profunda y peligrosa voz a sus espaldas.
Un escalofrío las recorrió a las tres y ninguna se atrevió a girarse para mirar a Snape a los ojos, tenían miedo del profundo abismo que podrían encontrar en ellos.
OoOoO
Un incómodo silencio se instaló en la calle casi desierta, pero Snape se encargó de romperlo con voz atronadora.
—¡Malditos muggles energúmenos descerebrados…! —masculló, levantándose y adecentándose la túnica, que había quedado sucia y húmeda—. Alguien va a acabar pagando por esto. Muy caro.
—Mientras no seamos nosotras —murmuró Corza en voz baja, pero no lo bastante como para que le pasara desapercibido al hombre, que le dirigió una mirada furibunda.
—¡Y encima me han robado la varita! —protestó, y pasando junto a las chicas se acercó a la puerta para golpearla con saña—. Sucios ladrones, sinverg…
—Esto… profesor —le interrumpió Itrust, acercándose un paso a él, pero sin atreverse a tocarle—. Ellos no tienen su varita.
Al escuchar esto se giró de golpe, quedando frente a ellas, sus ropas y su pelo revueltos tras la refriega y su rostro ligeramente desencajado. Mostraba sus dientes, desiguales, en una sonrisa terrorífica que más parecía una mueca desquiciada.
—Quien. Tiene. Mi. Varita —dijo, masticando cada palabra como si le costase de pronunciar.
Itrust estiró el brazo hacia él, pero Corza se lo bajó para que no se la entregara.
—¿Te has vuelto loca? —dijo—. Si se la das ahora con lo furioso que está, ¿quién sabe lo que hará? ¿Y si nos lanza una imperdonable?
Itrust miró la varita que sostenía su mano y asintió de una cabezada.
—Tienes razón. Profesor, le propongo un trato: le devolveremos la varita si nos da su palabra de que no nos va a hacer daño.
—Hecho —contestó el hombre sin pensárselo ni un segundo, con una sonrisa malvada.
—No sé yo... —vaciló Snake's— no me fío mucho, ha aceptado muy rápido, y esa sonrisa significa que trama algo.
—Un trato es un trato. Ahora denme mi varita.
Itrust se mordió el labio, indecisa, pero al final avanzó un paso y se la entregó. Inmediatamente, Snape les lanzó un Levicorpus y las tres amigas quedaron colgando del aire bocabajo.
—¡Eh! Esto no es justo.
—Ya decía yo que tramaba algo...
—Y ahora, si me disculpan —dijo Snape, con aire satisfecho—, como veo que no tienen intención de decirme qué ha pasado, me largo de aquí, ya estoy harto de estupideces.
Y con un sonoro ¡crac! Snape se desapareció y las tres chicas cayeron al suelo dándose un doloroso porrazo.
Nota final:
Y así es cómo el entrañable profesor Sabo logró que Severus entrase en nuestras vidas, pero no os vayáis a pensar ni por un segundo que ya está todo dicho, ni mucho menos, ya que aún nos quedan por contar todas las aventuras vividas junto a nuestro profesor de Pociones favorito.
Eso, claro está, si es que la historia os parece interesante, y la única manera en que podemos saber si es así es a través de vuestros comentarios, de modo que, si os ha gustado el capítulo, que no os dé vergüenza dejarnos un mensajito, que ya sabéis que a nosotras nos encanta leerlos.
Gracias a todos aquellos que habéis sido lo suficientemente valientes o temerarios como para llegar hasta aquí. Deseamos de corazón que hayáis pasado un buen rato y os esperamos en la próxima actualización.
